Nota:
el género gramatical se utiliza de manera aleatoria en el texto. Es
un intento, absolutamente imperfecto, de utilizar lenguaje inclusivo.
Perdonen las molestias.
Las
buenas profes ponen al alcance de las alumnas los conocimientos
anteriores, lo que ya se ha logrado y que sería ocioso redescubrir.
Nótese la expresión ‘poner al alcance’: significa acercar, de
manera que la otra persona pueda atraparlo, hacerlo suyo. Para ello
es necesario dar a entender el contexto en el que surgieron esos
logros, las preguntas a las que respondían, en que consistió su
aportación y su belleza.
Gary
Snyder (The Practice of the Wild) cree que “la sociedad
americana, como cualquier otra, [...] opera bajo la idea ilusoria de
que cada uno somos una especie de ‘conocedor solitario’ – que
existimos como inteligencias sin raíz y sin estratos de contextos
localizados. Sólo un ‘sí mismo’ y el ‘mundo’ [...]” (p.
65 en la edición americana). Si pudiera existir tal mente solitaria,
sería, según Snyder, “un aburrido prisionero de abstracciones”.
Afirma (p. 66) que los libros son nuestros abuelos y abuelas. Y
termina diciendo que “cerramos el círculo al reconocer que es
necesario prestar atención a los ancianos de la comunidad como
también a los ancianos sabios de occidente que han sido
milagrosamente preservados por medio de la institución algo frágil
de la biblioteca” (p. 69).
Si
no fuéramos conscientes de lo que nos precede, si cada persona, cada
generación tuviera que empezar a descubrir e inventar desde el
principio, no habría alfabeto, ni números, ni existiría la rueda
todavía. En el campo de los avances erudito-científicos, existe la
expresión caminamos a hombros de gigantes, en referencia a la
grandeza de las que nos preceden y de la que nos servimos.
El
buen profe nos acerca a esos llamados gigantes. Las buenas profes
saben dar vida a la erudición, a poemas y teoremas. Nos enseñan que
no se creó un poema o un teorema por arte de magia. Que toda
creación o descubrimiento tiene un sentido contextual, local. Era lo
que había que hacer en un momento y lugar concretos. Estaba todo a
punto para que apareciera. Conocer ese contexto nos da confianza para
ser gigantes también nosotras, para saber que podemos ser la mano
que cree esa innovación pertinente. O quizá el canal por el que ese
logro necesario se materializa.
Los
buenos profes también dan crédito a sus alumnos en sus varias
acepciones: creer en ellos, ofrecerles acceso a conocimientos
y creaciones previas, y hacerles entender que eso, lejos de implicar
una acumulación, una posesión, es una deuda que ellos pueden y
deben reembolsar. Con énfasis en el pueden. Con el tiempo,
serán ellos y ellas las sabias ancianas sobre cuyos hombros se
alzarán los que vengan.
Tengo
muchas amigas y amigos profes. Buenos profes. Pero hoy quiero
escribir sobre dos de ellos.
La
primera, M., es una maestra de la literatura, especialista en
española moderna y contemporánea. En la última clase a sus alumnas
de último de curso de Grado de Filología del curso pasado ocurrió
lo siguiente. En medio de la clase, que estaba llena (M pensó que
por tratarse del último día) se levantó de pronto la delegada del
curso y empezó a recitar un poema. M. no sabía qué responder, ni
si se le pedía que lo hiciera. Reanudaba sus explicaciones cuando se
levantó otro alumno, también recitando un poema, y así hasta
completar los más de 60 del grupo. M. se fue dando cuenta de que
habían elegido alguno de sus (de los alumnos) poemas favoritos para
dedicárselo. Ella estaba emocionada. Temblaba. Al final gritaron
fuerte ‘Oh capitana, nuestra capitana’, sin pudor por el
sentimentalismo, sin importarles importar, imitar, traducir (la
escena de la película del Club de los Poetas Muertos). Ella, bueno,
imagínense. No lo podía creer. Cuando M. me contó la escena, hace
ya algunos meses, lo hizo sin adornos y contenida. Pero tenía
estrellas en los ojos y un halo rotundo, confiado, la rodeaba.
Esos
alumnos, generosos, le devolvían parte de lo que ella les había
dado durante el curso: había dedicado a toda una clase su atención,
corazón, intelecto plenos (aquello que a veces no hacemos ni por
nuestros seres cercanos). Les había hecho pensar y sentir. Y confiar
en que en el mundo académico hay cosas que merecen la pena, por
vitales. Que sus esfuerzos de tantos años no se resumían en unas
hojas llenas de letras y vacías de sentido.
JP
es profe de mates. Para él, los números tienen espíritu y los
teoremas son poemas. A veces le gusta descubrir a sus alumnos sus
poemas (en el sentido ortodoxo) favoritos.
En
la carta de despedida que escribió a sus estudiantes de 2º de
Bachillerato citó el principio famosísimo (dice JP) de la novela de
Dickens Historia de dos ciudades. Lo hizo, dice él, para que
no se desanimaran con los tiempos que corren. Resulta que sus
estudiantes le regalaron la novela poco después, y que en esa
edición, muy cuidada, la traducción del párrafo inicial no
coincidía con – de hecho contradecía - el espíritu de lo que él
había querido transmitir en su carta. Eso lo desconcertó. Y se fue
al texto original, difícil de desentrañar. Entre los dos
conseguimos llegar a una traducción fiable. Les recuerdo que estamos
hablando de un profe de mates que está cotejando traducciones al español de un texto de Dickens para asegurarse de que ha dado la versión correcta a sus estudiantes. Sigue el texto traducido:
Era
el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de
la sabiduría, era la edad de la necedad, era la época de las
creencias, era la época de la incredulidad, era la estación de la
luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la
esperanza, era el invierno de la desesperación, teníamos todo ante
nosotros, no teníamos nada ante nosotros, íbamos todos directos al
cielo, íbamos todos directos al camino opuesto - en una
palabra, el periodo era tan parecido al periodo presente que algunas
de sus autoridades más vociferantes insistían en que se juzgara,
para bien o para mal, sólo en grado superlativo.
Lo
que dice Dickens es que ambos periodos (el presente real y el de la
narración) eran considerados por algunas de sus autoridades o bien
como el mejor o bien como el peor. Observa la polarización y la
desacredita por el contrasentido y por tópica.
Lo
mismo se aplica a las maestras: son lo peor, son lo mejor, son vagos,
están exhaustas, tienen vacaciones muchas, cobran míseramente, no
están preparadas, son demasiado eruditos, pasan la mano, no son
suficientemente estrictos. En fin ...
Ni
M ni JP tienen siempre estos momentos sublimes. Pero a veces sí. A
veces pasa. Puede que incluso esté pasando hoy mismo, a algún
profesor de nuestras hijas, a alguna profesora cercana. Apreciémoslo.
Hotaru