De títulos, créditos y buenas profes


Nota: el género gramatical se utiliza de manera aleatoria en el texto. Es un intento, absolutamente imperfecto, de utilizar lenguaje inclusivo. Perdonen las molestias.

Los títulos nos acreditan (como bachilleres, osteópatas, periodistas, modistas). Dan crédito de que estamos capacitados para una función. Nos dan crédito. Con nuestra formación, hemos incurrido en una deuda que tenemos que devolver. Nos toca entonces a nosotras avanzar, descubrir y revelar. Como en la parábola de los talentos, se trata de repartir lo que se nos ha entregado y no enterrarlo (gracias, J.)

Las buenas profes ponen al alcance de las alumnas los conocimientos anteriores, lo que ya se ha logrado y que sería ocioso redescubrir. Nótese la expresión ‘poner al alcance’: significa acercar, de manera que la otra persona pueda atraparlo, hacerlo suyo. Para ello es necesario dar a entender el contexto en el que surgieron esos logros, las preguntas a las que respondían, en que consistió su aportación y su belleza.

Gary Snyder (The Practice of the Wild) cree que “la sociedad americana, como cualquier otra, [...] opera bajo la idea ilusoria de que cada uno somos una especie de ‘conocedor solitario’ – que existimos como inteligencias sin raíz y sin estratos de contextos localizados. Sólo un ‘sí mismo’ y el ‘mundo’ [...]” (p. 65 en la edición americana). Si pudiera existir tal mente solitaria, sería, según Snyder, “un aburrido prisionero de abstracciones”. Afirma (p. 66) que los libros son nuestros abuelos y abuelas. Y termina diciendo que “cerramos el círculo al reconocer que es necesario prestar atención a los ancianos de la comunidad como también a los ancianos sabios de occidente que han sido milagrosamente preservados por medio de la institución algo frágil de la biblioteca” (p. 69).

Si no fuéramos conscientes de lo que nos precede, si cada persona, cada generación tuviera que empezar a descubrir e inventar desde el principio, no habría alfabeto, ni números, ni existiría la rueda todavía. En el campo de los avances erudito-científicos, existe la expresión caminamos a hombros de gigantes, en referencia a la grandeza de las que nos preceden y de la que nos servimos.

El buen profe nos acerca a esos llamados gigantes. Las buenas profes saben dar vida a la erudición, a poemas y teoremas. Nos enseñan que no se creó un poema o un teorema por arte de magia. Que toda creación o descubrimiento tiene un sentido contextual, local. Era lo que había que hacer en un momento y lugar concretos. Estaba todo a punto para que apareciera. Conocer ese contexto nos da confianza para ser gigantes también nosotras, para saber que podemos ser la mano que cree esa innovación pertinente. O quizá el canal por el que ese logro necesario se materializa.

Los buenos profes también dan crédito a sus alumnos en sus varias acepciones: creer en ellos, ofrecerles acceso a conocimientos y creaciones previas, y hacerles entender que eso, lejos de implicar una acumulación, una posesión, es una deuda que ellos pueden y deben reembolsar. Con énfasis en el pueden. Con el tiempo, serán ellos y ellas las sabias ancianas sobre cuyos hombros se alzarán los que vengan.

Tengo muchas amigas y amigos profes. Buenos profes. Pero hoy quiero escribir sobre dos de ellos.

La primera, M., es una maestra de la literatura, especialista en española moderna y contemporánea. En la última clase a sus alumnas de último de curso de Grado de Filología del curso pasado ocurrió lo siguiente. En medio de la clase, que estaba llena (M pensó que por tratarse del último día) se levantó de pronto la delegada del curso y empezó a recitar un poema. M. no sabía qué responder, ni si se le pedía que lo hiciera. Reanudaba sus explicaciones cuando se levantó otro alumno, también recitando un poema, y así hasta completar los más de 60 del grupo. M. se fue dando cuenta de que habían elegido alguno de sus (de los alumnos) poemas favoritos para dedicárselo. Ella estaba emocionada. Temblaba. Al final gritaron fuerte ‘Oh capitana, nuestra capitana’, sin pudor por el sentimentalismo, sin importarles importar, imitar, traducir (la escena de la película del Club de los Poetas Muertos). Ella, bueno, imagínense. No lo podía creer. Cuando M. me contó la escena, hace ya algunos meses, lo hizo sin adornos y contenida. Pero tenía estrellas en los ojos y un halo rotundo, confiado, la rodeaba.

Esos alumnos, generosos, le devolvían parte de lo que ella les había dado durante el curso: había dedicado a toda una clase su atención, corazón, intelecto plenos (aquello que a veces no hacemos ni por nuestros seres cercanos). Les había hecho pensar y sentir. Y confiar en que en el mundo académico hay cosas que merecen la pena, por vitales. Que sus esfuerzos de tantos años no se resumían en unas hojas llenas de letras y vacías de sentido.

JP es profe de mates. Para él, los números tienen espíritu y los teoremas son poemas. A veces le gusta descubrir a sus alumnos sus poemas (en el sentido ortodoxo) favoritos.

En la carta de despedida que escribió a sus estudiantes de 2º de Bachillerato citó el principio famosísimo (dice JP) de la novela de Dickens Historia de dos ciudades. Lo hizo, dice él, para que no se desanimaran con los tiempos que corren. Resulta que sus estudiantes le regalaron la novela poco después, y que en esa edición, muy cuidada, la traducción del párrafo inicial no coincidía con – de hecho contradecía - el espíritu de lo que él había querido transmitir en su carta. Eso lo desconcertó. Y se fue al texto original, difícil de desentrañar. Entre los dos conseguimos llegar a una traducción fiable. Les recuerdo que estamos hablando de un profe de mates que está cotejando traducciones al español de un texto de Dickens para asegurarse de que ha dado la versión correcta a sus estudiantes. Sigue el texto traducido:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la necedad, era la época de las creencias, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, teníamos todo ante nosotros, no teníamos nada ante nosotros, íbamos todos directos al cielo, íbamos todos directos al camino opuesto - en una palabra, el periodo era tan parecido al periodo presente que algunas de sus autoridades más vociferantes insistían en que se juzgara, para bien o para mal, sólo en grado superlativo. 

Lo que dice Dickens es que ambos periodos (el presente real y el de la narración) eran considerados por algunas de sus autoridades o bien como el mejor o bien como el peor. Observa la polarización y la desacredita por el contrasentido y por tópica.

Lo mismo se aplica a las maestras: son lo peor, son lo mejor, son vagos, están exhaustas, tienen vacaciones muchas, cobran míseramente, no están preparadas, son demasiado eruditos, pasan la mano, no son suficientemente estrictos. En fin ... 

Ni M ni JP tienen siempre estos momentos sublimes. Pero a veces sí. A veces pasa. Puede que incluso esté pasando hoy mismo, a algún profesor de nuestras hijas, a alguna profesora cercana. Apreciémoslo.

Hotaru 

El ruido y el concepto económico de utilidad

La masiva de apertura de establecimientos de ocio que padecemos, pone de manifiesto la apuesta social por una determinada forma de vida dirigida a la obtención de placer, aunque su consecución ocasione dolor a otros. Búsqueda vacía que causa dolor a pesar que los afectados ponen medios para evitarlo. Para dilucidar el por qué de esta conducta, bosquejaré  la explicación desde la psicología conductista aplicada a la conducta de los consumidores. Utilizaré para ello el concepto de utilidad que propone Tibor Scitovsky, profesor de la Universidad de Cambrige y de la London School of Economics.

Para Scitovsky la utilidad contiene dos partes: la búsqueda del confort y la búsqueda del placer. El consumo de confort es aquel que reduce el dolor o la incomodidad. En tanto que el consumo de placer lo relaciona con la excitación y la estimulación. Observó este economista que el deseo de confort puede saciarse, mientras que el deseo de placer no. Yendo más lejos sostuvo que cuanto más cerca se está del confort perfecto y, por tanto, de la falta de estímulos, más se buscarán formas de consumo que proporcionen emociones que incrementen el nivel de excitación. Al ser la condición moderna el tedio, éste en sí mismo es una fuerza motora del consumo. Es la necesidad de aliviarlo la que promueve una búsqueda interminable de novedad y excitación.

Aplicada esta observación al fenómeno de la contaminación acústica producida por locales de ocio se obtienen las siguientes reflexiones. Mientras unos individuos −los usuarios de los establecimientos de ocio− dirigen su búsqueda al consumo de placer, de bienes y servicios para incrementar su nivel de excitación y así aliviar el tedio que les produce esta sociedad, otros −los afectados por el ruido− dirigen su búsqueda al confort, ya sea la reducción del dolor o la incomodidad que les provoca la contaminación acústica. Son demandas antagónicas que impulsan el proceso económico. La consecuencia es que esta  búsqueda de placer −a pesar de ser la causante de la contaminación acústica y del dolor a otros− no será desincentivada por los poderes públicos. Por el contrario la demanda de dichos bienes y servicios es incentivada –mediante la rebaja de los requisitos previos de apertura de los locales− para propiciar un incremento de la riqueza del país, aún a costa del deterioro de la salud de los individuos afectados por la contaminación acústica.

Si aplicamos estas consideraciones a un individuo de cada uno de los grupos considerados, se observa como la demanda de confort tiene naturaleza limitada, ya que una vez resuelta la específica incomodidad que le produce la contaminación acústica, cesa la demanda de servicios jurídicos y otros servicios complementarios necesarios para poner fin a dicha situación; por el contrario la demanda de placer tiene carácter ilimitado y tiende a intensificarse con el propio proceso de crecimiento económico, pues el tedio instalado en la sociedad provoca una demanda y un consumo sostenido de excitación a través de bienes y servicios de ocio. Ello produce la prolongación en el tiempo de la situación de contaminación acústica y del dolor de los afectados, a pesar que se puedan ir resolviendo de manera aislada e individualizada las molestias de determinados individuos, por actuaciones puntuales de las Administraciones Públicas y el uso de los servicios jurídicos privados y otros complementarios por parte de los afectados.

La teoría del consumo −a través del concepto de utilidad que Scitovsky propone− pone de manifiesto la imposibilidad de resolución del conflicto social que ocasiona la contaminación acústica a través de acciones individuales, dada la multitud de individuos afectados y la actitud adoptada por la Administración Pública ante el problema. La descomposición de la conducta de los contaminadores y afectados nos proporciona un boceto de la estructura individual del conflicto que produce la contaminación acústica, del que podemos extraer los siguientes rasgos:

− el efecto generador de riqueza que se produce como consecuencia de la necesidad de consumo de bienes y servicios de ocio para aliviar el tedio y del consumo de servicios jurídicos y complementarios para contrarrestar las consecuencias de aquél, es un freno para que los poderes públicos implementen políticas que desincentiven el consumo de placer en la manera que ahora está estructurado, pues ambos consumos generan crecimiento del PIB;

− esta política perdurará a pesar de la afectación de la salud que se produce en aquellos individuos que se encuentran afectados por situaciones de contaminación acústica;

− los individuos afectados por la contaminación acústica no van a aceptar la prolongación de su dolor y la incomodidad que padecen en el tiempo, para evitarlo utilizarán los servicios jurídicos y demás servicios complementarios que ofrece el mercado para aliviar transitoriamente su situación individual en un primer momento y finalmente terminar de manera individualizada con a la contaminación acústica, aunque a nivel global el problema subsista.

Esta desagregación del conflicto pone de manifiesto que es necesaria una intervención de los poderes públicos que prescinda del interés económico subyacente y haga cumplir la prioridad de tutelar la salud de los ciudadanos afectados por la contaminación acústica prevista en la norma reguladora del sector. Dicho de otro modo, la Administración Pública debe garantizar los derechos de los ciudadanos a la integridad física y moral y a la intimidad personal y familiar que reconoce la Constitución y la normativa sectorial. Para ello debe reequilibrar en favor de los ciudadanos, la preeminencia que hasta ahora ha mostrado a favor de los empresarios del sector, bajo el argumento de garantizar y proteger la libertad de empresa en el marco de una economía de mercado. Debe otorgar preeminencia a los derechos de los ciudadanos afectados frente a los intereses del sector de ocio, única manera en que la Administración Pública podrá hacer efectivo el mandato que impone la Constitución a los poderes públicos de remover los obstáculos que impiden o dificultan la plenitud de los derechos de los ciudadanos afectados por la plaga de la contaminación acústica. Que nadie se deje engañar, el derecho al ocio no existe, sólo es un lema que busca camuflar un interés privado.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/12/13/ruido-concepto-economico-utilidad/

Una Constitución para el siglo XXI

La política del siglo XXI demanda un nuevo consenso marco que capte nuestro tiempo, para sobre él refundar los restantes pactos. Vivimos en un «escenario posnatural» −de la mano de la hiperglobalización y la hiperconectividad− que a golpe de calor y de sequía pide que los acuerdos políticos y sociales vigentes se transformen en un contrato posmaterial. En un acuerdo de sostenibilidad ambiental. Más allá de los necesarios debates sobre la reforma de la Constitución Española, nada se ha dicho en ellos sobre a este aspecto. Nadie ha alzado su voz reclamando la introducción en el texto constitucional de normas para afrontar los retos de este siglo. Y si nadie lo hace no dispondremos de una Constitución para el siglo XXI.

Para comprender la necesidad de esta metamorfosis, hay que tomar como punto de partida el hecho indudable que la especie humana se ha convertido en una fuerza geológica. Su influencia sobre el medio ambiente es de tal alcance y magnitud que la Tierra está «moviéndose hacia un estado diferente»: la era del antropoceno. Esta expresión quiere reflejar el impacto de la masiva influencia del ser humano sobre los sistemas biofísicos planetarios. Su efecto más visible es el cambio climático. Pero no es el único. También se incluyen en esta categoría eventos como: «la disminución de la superficie de selva virgen, la urbanización, la agricultura industrial, las actividades mineras, las infraestructuras de transporte, la pérdida de biodiversidad, la modificación genética de organismos o la hibridación creciente».  Pero los nuevos retos no se pueden afrontar con las viejas recetas.

Es preciso, por tanto, generar un consenso ecológico, que debe ser trasladado a la reforma de la Constitución que se hubiera de aprobar, para desde él refundar los pactos políticos, sociales y territoriales existentes, a fin de legitimar la política para este tiempo. Nuevo consenso que debe tener como propósito la superación de los dos siglos de civilización industrial causantes de la oposición entre las «fuerzas productivas» y las «fuerzas de la naturaleza», que amenaza con destruirlo todo. Las tres fuerzas que hoy existen sobre el planeta: Naturaleza, ser humano y tecnología, han formado dos bloques antagónicos. La unión de dos de ellas: el ser humano y la tecnología han hecho nacer una economía cuyo metabolismo planetario es la mayor fuerza geológica existente. La tercera es la Naturaleza como fue descrita por Lovelock: una entidad viviente capaz de transformar la atmósfera del planeta para adecuarla a sus necesidades globales, dotada de facultades y poderes que exceden con mucho a los que poseen sus partes constitutivas –Gaia−. ¿Puede entonces hablar el ser humano de soberanía o sólo debe hablar de autonomía?

En el siglo XXI la acción política se desarrollará en un mundo diferente del actual. En este tiempo nuevo convivirán «grandes potencias mundiales, interdependencia globalizada y poderosas redes privadas» con una crisis ecológica y civilizatoria. En este mundo de «cadenas de suministro»: urbano, móvil, saturado de tecnología, además de descifrar «la geopolítica», será necesario no perder de vista «la geoeconomía»: en esta hipereconomía las «megainfraestructuras de conexión (nuevas tuberías, cables, ferrocarriles y canales) y la conectividad digital (que posibilita nuevas formas de comunidad)» salvan las fronteras naturales y atraviesan las fronteras políticas. Importa «menos quien posee (o reclama) el territorio que quien lo utiliza (o administra)». Lo que constituye una reconfiguración del Estado. En un mundo diferente las constituciones deben pasar de ser un instrumento de ordenación interna del sistema de atribución de derechos y distribución del poder, como hasta ahora, a actuar también como un dispositivo de ordenación de las relaciones del ser humano con la Naturaleza dentro de los límites que nos impone el planeta, juntamente con instrumentos internacionales y supranacionales.

Para que esta nueva constitución pueda ver la luz, será necesario incorporar en la Constitución Española de 1978 herramientas de simple geografía –como las biorregiones− que permitan modular desde el poder público la interacción entre demografía, política, ecología y tecnología, junto a los mecanismos de geografía política tradicionales ya recogidos en ella para la defensa de los derechos y la distribución del poder: tanto horizontalmente –Corona, Gobierno, Cortes Generales y Poder Judicial− como verticalmente –Comunidades Autónomas, Provincias y Municipios, u otras formas de distribución que en el futuro se puedan adoptar. La incorporación de las biorregiones a la Constitución Española es una forma de introducir en la política la complejidad y sutilidad de la Naturaleza, de la que el ejercicio del poder no puede ser ajeno. Las biorregiones califican la sostenibilidad ambiental dándole dirección y sentido, además de establecer límites al uso del territorio, de los recursos y a ideas que hasta ahora eran pensadas como absolutas: soberanía, territorio, nacionalismo, supremacía militar, en tanto que la importancia estratégica en el mundo de hoy recae no en el territorio o en la población de los Estados, sino en la «conectividad (física, económica y digital) con los flujos de recursos, capital, datos talento y otros activos» que éstos desarrollen.

El cambio que se ha de operar para gobernar el mundo dentro de la Naturaleza no ha de venir ni de la revolución, ni de la evolución. Es necesaria una metamorfosis. Un cambio de estado. Los seres humanos hemos de admitir el hecho que el Planeta es nuestra patria. Que somos ciudadanos de la Tierra. Y este es un hecho político, no de administración –de recursos−. Realizar este cambio no exige ignorar lo conseguido hasta ahora por el ser humano, pero si requiere saber que este logro sólo es una parte de lo que somos. Dicho de otro modo: la historia humana sólo es una pequeña parte de la historia del planeta. Esta comprensión es el umbral para la adquisición de una conciencia de especie, que reemplace a la conciencia de clase. Desde esta perspectiva las categorías políticas adquieren otro significado.

Un ejemplo de este cambio del significado categorial lo podemos ver en el Preámbulo de la Constitución. En él se hace mención a la Nación Española, a los pueblos de España, a la cultura, a establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien, a usar nuestra soberanía, a la convivencia democrática, a un orden económico y social justo, a asegurar el imperio de la ley, a asegurar a todos una digna calidad de vida y a establecer una sociedad democrática avanzada. Es evidente, manifiesto y palmario que el antropoceno y los acontecimientos a él ligados –como la crisis climática− han renovado estos conceptos, tanto en el alcance como en el discernimiento que de los mismos teníamos hasta ahora. Esto implica la necesidad de redefinir y adaptar las categorías políticas a la realidad del siglo XXI; e introducir en la Constitución la variable ecológica y la intergeneracional, a través de normas o reglas que delimiten el marco de la actividad humana.

Hemos, por tanto, dejar de vivir replegados en el mundo y comenzar a habitar el planeta. Es ineludible que abordemos y acometamos la preservación del planeta del «entramado de infraestructuras de transporte, de energía y comunicaciones entre todas las personas y los recursos del mundo» antes que el planeta sea destruido. Si las constituciones han de continuar siendo reconocidas como la norma suprema de los Estados, y en particular la Constitución Española, la tarea de protección más importante que tendrán en el siglo XXI ha de ser la conservación del planeta.


Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/12/06/una-constitucion-siglo-xxi/

De tauromaquias y territorialidades


Queridos hermanos y hermanas en el Señor. Parece que Dios nos ha dado los millennials por la drogaína que consumimos en los 70. Porque si no no se entiende.

Ya van varios textos en los que se opone España-taurina a Cataluña-no taurina. Esto no solo es falaz, sino que también es mendaz.

Cataluña en general y Barcelona en particular siempre, hasta hace muy poco tiempo, han sido taurinísimas. Tanto la afición barcelonesa como la plaza Monumental han disputado secularmente la primacía a las aficiones de Madrid, Sevilla y (¡oh, sí! La verdad jode pero curte) Bilbao. La plétora de toreros catalanes es larga, incluido aquel Mario Cabré que nació y murió en la ciudad condal, cuya leyenda fuera de los ruedos es tan jugosa como la de dentro. Pero también es larga la plétora de empresarios, ganaderías y promotores que han tenido su origen en Cataluña o Valencia.

En todos los territorios catalanohablantes hay tradición taurina documentada desde antes de la época romana. Aún hoy es difícil erradicar toros ensogados, correbous, embolados y otros espectáculos taurinos de los pueblos de todo el litoral catalanoparlante.

De modo que la oposición toros-España no toros-Cataluña, además de ser falsa es intencionadamente difundida como una marca de diferenciación cultural/étnica, afición y costumbre de los nacionalismos de toda laya a la hora de crear su propio paraíso y los infiernos ajenos.

Por cierto: una de las primeras y más destacadas antitaurinas fue Isabel I de Castilla (la de tanto monta con Fernando el Católico).

Conmigo, queridos, no cuela..


Juvenal García

Un texto herético

El Acuerdo de París: ¿un texto herético?
 
 
Sólo nos queda un dios −la crisis climática− ¡y queremos matarlo! Tras el Acuerdo de París la historia del ser humano ya no volverá a ser determinada «desde arriba». Nuestra suerte debería quedar fijada desde abajo, «por la acción infrahumana de las glándulas, genes y átomos». ¿Seremos capaces? Con este acuerdo los seres humanos dicen querer realinear lo real, lo simbólico y lo imaginario; o sea, lo físico, lo político y lo social. La entropía, la sostenibilidad y el crecimiento, sin embargo, testifican en su contra y dan cuenta de la capacidad del ser humano para imponer fantasías escritas sobre la realidad, la crisis climática en este caso. A pesar del éxito diplomático del Acuerdo de París, éste hace concordar los deseos con la realidad sólo porque éstos forzaron a la realidad a hacerlo.

El Acuerdo de París es presentado como un dogma de fe climática. Salvífico. Pero no es el acontecimiento mesiánico que nos librará de la crisis climática que se había anunciado. Es un momento más, como tantos otros, que participa de la lógica histórica capitalista sin interrumpirla. A pesar de las proclamas que contiene, no se hace mención en él a la descarbonización de la economía. En sustitución de ella se habla de «emisiones neutras». Un eufemismo que es un artificio de compensación de las emisiones con procesos de reabsorción de CO2, una apuesta por el uso masivo de sumideros de carbono: reforestación, geoingeniería y almacenamiento de CO2. Una solución técnocrática. El Acuerdo de París evidencia que «el mercado es más fuerte que la moralidad y [piensa que] el poderío de la técnica está muy por encima del de la naturaleza». Véase como las cumbres climáticas son patrocinadas por empresas: la COP23, que se está celebrando en Bonn, por la firma automovilística BMW y la empresa de paquetería y logística DHL, la cumbre de París por la automovilística Nissan y el gigante Ikea, o la de Marrakech por el BNP-Paribas, banco financiador de grandes proyectos de extracción minera. Greenwashing empresarial. El Acuerdo de París, −parafraseando a Antígona− se aparta de la ley ancestral –la de la Naturaleza− para reescribir la ley humana sobre arena con pintura verde. Hemos de continuar trabajando, a pesar de todo, para cambiar las insuficiencias de París. Nos lo jugamos todo.

El cumplimiento de las recomendaciones emanadas de los informes del panel de expertos de la ONU no garantiza que no se produzca el escenario de cambio climático que se quiere impedir. Ello se debe a que las conclusiones de sus informes toman como guía el límite de lo indudable. Ellos sólo contienen los cálculos más conservadores de los resultados obtenidos tras un proceso de negociación política sobre los que existe un consenso generalizado, pues los actores políticos intervinientes, preventivamente, rechazan cualquier obligación y evitan el imperativo de actuar que pudiera resultar de los análisis. Pero el acuerdo se vende a los ciudadanos como justo y ambicioso. Como dice la Agencia de Medio Ambiente de la ONU: los compromisos de reducción presentados por los países firmantes son insuficientes para alcanzar el objetivo de no sobrepasar en más de 1,5ºC la temperatura de la época preindustrial. La realidad es destructora y puede ser más destructiva. A pesar de ello, la Cumbre de Bonn, la COP 23, será un compás de espera hasta la de Katowice, en 2018, donde se deberían adoptar medidas concretas en la lucha contra el cambio climático. Seguimos retrasando la adopción de medidas eficaces. Eso significa una transición energética más abrupta.

El texto resultante de la Cumbre de París, en consecuencia, puede ser calificado como herético. Resulta llamativo que un acuerdo que se presenta como un dogma −científico y político−, no sea tal, sino que sea la plasmación de creencias individuales –económicas e ideológicas− fruto de la presión de los intereses económicos sobre el consenso científico más ambicioso. Su resultado es un texto débil y vacuo, que convierte la posibilidad de atajar el cambio climático en una cuestión de fe. La «búsqueda moderna del poder», que es una alianza entre progreso científico y crecimiento económico, ignora la variable ecológica de toda actividad humana.

La postergación de la puesta en marcha de los objetivos que se contempla el Acuerdo de París hasta 2030, incluso a la segunda mitad del siglo XXI,  pasa la patata caliente de reducción de emisiones y de desaceleración del crecimiento a la generación siguiente, mientras los beneficios políticos de parecer que se toman medidas de sostenibilidad medioambiental son cosechados por los actuales gobiernos. El trabajo duro se traspasa a las generaciones futuras.

Para la asociación ecologista Amigos de la Tierra con este acuerdo «se está engañando a la gente.» No existen compromisos de reducción ni calendarios de obligado cumplimiento. ¿Y si no se consiguiera detener el calentamiento global? Los políticos tendrán la excusa del acuerdo intentado y los ingenieros podrán construir Arcas de Noé tecnológicas para la casta superior. Ya existen arcas. La Escuela Internacional de Beijing ha construido una cúpula protectora de la contaminación sobre las pistas de tenis y campos de deportes, para proteger a los hijos de los diplomáticos extranjeros y de la clase alta china. También lo han hecho otras escuelas. ¿Se puede repetir este modelo en caso de un cambio climático fuera de control? ¿Cómo se protegería al resto de la población en ese caso? ¿Acogeríamos a masas de refugiados? ¿Es el Acuerdo de París la coartada para la fabricación de esas Arcas de Noé para superricos? ¿Es 2050 la fecha límite en la cuál deberían estar construidas las Arcas, como nos contó, en la ficción, la película ‘2012’? El panel de expertos de la ONU señala que en este momento la temperatura media mundial ya ha sobrepasado en 0,9ºC la temperatura preindustrial. Aunque expertos como Ed Hawkins, del Centro Nacional de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Reading, Reino Unido, dicen que ya habríamos superado el temido umbral de los 1,5ºC, que establece el acuerdo sobre cambio climático de París.

El Acuerdo de París es una bula que purifica y limpia el capitalismo. En coherencia no contempla la imposición de pena de excomunión para la negación o las desviaciones del dogma climático. Subraya el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) que si se cumplieran los compromisos voluntarios que se anunciaron por más de 180 países para reducir las emisiones en la capital francesa, solo se lograría un tercio de los recortes necesarios para estabilizar el clima. La comunidad científica nos reitera que eso significaría que el aumento de  las temperaturas sería de entre 3 y 4 grados. «Todo el mundo sabe que es necesario avanzar más, pero nadie dará el paso formal hasta que haya un documento que lo pida de forma explícita».

Creer que para superar la crisis climática es posible no establecer una estrategia de reconstrucción social, que no politice los conceptos ideológicos y/o teóricos  que han generado y legitimado las acciones y procesos que han dado lugar al cambio climático, es una blasfemia que aproxima a una solución tecnocrática. Concierne a la sociedad asegurar que las promesas del Acuerdo de París se cumplen. Y le toca  reclamar el fortalecimiento de las acciones nacionales. Una muestra de acciones de ese tipo es la incorporación a las Constituciones nacionales del objetivo climático que establece el Acuerdo de París, a fin de dotar de vinculación jurídica a los acuerdos de reducción de emisiones de los países firmantes, que ahora son una mera declaración de intenciones. ¿O es que la apuesta es por una solución autoritaria?

Y como apostasía puede ser calificada la decisión del Presidente de los EE.UU. de apartar a dicho país del Acuerdo de París. ¿Quién va a cubrir su cuota de reducción? Con el acuerdo climático las posiciones oscilan entre la apostasía y la blasfemia. Fluctúan entre la negación del dogma climático y la ofensa contra la majestad de la Naturaleza, al desplegar una solución simbólica que no interrumpe el presente de barbarie económica que imponemos al medio ambiente. Con él no se ha restaurado la sacralidad del hombre ni de la Naturaleza, sólo se han santificado sus cuerpos para continuar la explotación.

Como bien dice el presidente de la Asamblea de Naciones Unidas para el Medio Ambiente: «nos enfrentamos a una dura elección, nuestra ambición o sufrir las consecuencias». ¿Puede el demos, en este caso, elegir por mayoría seguir en la vía de la inacción y del consumo insostenible y obligar a quienes no han optado por ella a las consecuencias de un cambio climático sin control? ¿Podemos condenar a las generaciones futuras a una distopía? ¿Tiene la democracia un límite en este caso?


Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/11/11/acuerdo-paris-texto-heretico/

Días de rebelión y rosas

Viendo cómo se está desarrollando la crisis catalana, se observa que la misma está instalada en la lógica de la economía arcaica según la cual «cuanto más violencia, más poder». ¿Cómo explicar si no el cerco a instalaciones oficiales, el intento de expulsión de fuerzas de seguridad del Estado, la violencia del 1-O ó los autos de prisión al Govern? Ninguna de las dos partes de este conflicto es inocente. Para ambas el juego sólo tiene un tipo de envite: el órdago. Juegan con todo lo que tienen. Al primero que le tiemblen las piernas pierde. En este conflicto el Gobierno usa el poder ortopédico: porras, cárcel, y el poder disciplinario: artículo 155. Y el Govern hace una utilización «astuta» de su poder —que como todo poder conlleva implícita la violencia— y traslada la violencia a un objeto sustitutorio: el pueblo, que actúa como un pararrayos. Sobre él es sobre quien recaen los sacrificios. Estos días han sido días de rebelión y rosas. ¿Cómo fueron las rosas? Como una piedra, no como una flor.

¿Qué diferencia hay en la violencia de cada parte? El Gobierno utiliza una violencia «proteica»: porras, tribunales, cárcel; el Govern: la psíquica o psicológica, en «espacios subcomunicativos, capilares y neuronales», dando la sensación que ha prescindido de la violencia, pero sin hacerlo. Es el juego arcaico de la violencia y la contraviolencia como único modo de respuesta. La violencia del independentismo es la violencia de una lengua hiriente, que para el resto de españoles resulta difamadora, desacreditadora, desatenta: España nos roba; extranjeros, iros a vuestro pueblo. La violencia del Estado es la violencia del castigo, que los independentistas denuncian como la violencia de la venganza. Una cosa creía que habíamos aceptado ya: no volver a ese lugar. El peligro de la crisis catalana es que el rebrote del nacionalismo nos haga regresar a un estado tribal, arcaico. Y en ese caso el jefe en esa tribu es la bandera, que es un habla de la sociedad sobre si misma, a través de la cual la sociedad se reconoce como indivisible. Así planteado este conflicto sólo habrá vencidos. El pueblo será la víctima.

Básicamente cada parte ha jugado con las armas que disponía: con la astucia, el Govern: un ejemplo es la treta del gobierno en el exilio; con el poder disciplinario y el miedo, el Gobierno. Rajoy ha enfrentando a Cataluña a su miedo: a la ruina del orden económico. La estrategia independentista de prolongar el conflicto para dañar la economía y las finanzas de Madrid se vuelve contra ellos: es un arma con el cañón acodado que hace impactar el disparo en su propio cuerpo: la huida de empresas va por más de 2.000; el coste económico estimado, de esta crisis para Cataluña, en 2018, será de 1.500 millones de euros. Y si la crisis se prolonga alcanzará los 6.000 millones, según cálculos a la baja. Las empresas dicen: aunque me llames no te oiré, y aunque te oiga no me giraré, y aunque hiciera ese movimiento imposible, tu rostro me parecería ajeno (W. Szymborska).

¿Ha existido la violencia que exige el Código Penal en la crisis catalana? Esa que dicen que no existe. Pensar que en el siglo XXI la violencia que exige este delito sólo puede ser física, es regresar a las sociedades de la sangre de la antigüedad. Es tanto como afirmar que los conflictos sólo se pueden resolver con el uso de la violencia física, a pesar que esta violencia ha dejado de ser parte de la «comunicación política». La violencia se ha desplazado «de lo visible a lo invisible; de lo directo a lo discreto; de lo físico a lo psíquico; de lo frontal a lo viral.» En la modernidad la violencia toma forma psíquica, psicológica, interior. Se ha hecho astuta.

Al no estar acotada explícitamente a la violencia física que se exige en  el Código Penal para el delito de rebelión, al aparecer indeterminado el tipo de violencia en la norma, es necesario determinar las modalidades de violencia que caben en ese contexto a través de la interpretación. Nada impide que la violencia a la que hace referencia el Código Penal abarque además de la física, la violencia psíquica o psicológica, pues no se opone a ello el sentido literal posible de la norma. Es perfectamente factible, por tanto, entender que en su seno caben las dos maneras como se muestra la violencia en nuestra sociedad: física y psicológica. La ley penal, como cualquier ley, debe ajustarse a la realidad social del tiempo en que le ha tocado vivir. Un ejemplo de ese ajuste lo ofrece la Ley que regula la violencia de género, la cual, en lo que aquí nos interesa, establece que este tipo de violencia comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las amenazas y las coacciones. Limitar, por tanto, a la vis física la violencia exigida en el delito de rebelión es tan erróneo como anacrónico.

En esta dirección se pronunció el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, quien señaló que bastaba para cometer el delito de rebelión estar dispuesto a la utilización de la violencia «en forma pública, patente o exteriorizada». Hay un dato, no introducido en la querella del Fiscal General del Estado sorprendentemente, y que es indiciario de la voluntad del Govern de haber usado la violencia si hubiera sido preciso. El Ministerio de Defensa, en diciembre de 2016, frenó por su elevado e inusual número la compra por la Generalitat de 850 subfusiles y fusiles de asalto y de precisión y 5,4 millones de cartuchos. Se pidió por el Ministerio de Defensa una explicación pero no hubo respuesta. Con el armamento que la Generalitat pretendía adquirir, se podía haber organizado y armado un regimiento de 2.000-3.000 efectivos o una compañía especial con pretensiones de ofrecer una resistencia urbana importante.

En la misma dirección avanza la jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco cuando señaló que el delito de rebelión también se comete cuando el empleo de la violencia constituye una amenaza seria y fundada de los alzados, de estar dispuestos a conseguir los fines indicados en la norma penal a todo trance, recurriendo inclusive si fuera preciso a la utilización del uso de la misma. Tal y como se desarrollaron los hechos protagonizados por el Govern de Catalunya, una parte del Parlament de Catalunya y varias asociaciones civiles, no cabe duda que esa amenaza existía. Hubo medios de comunicación, como La Vanguardia, que advirtieron en sus editoriales que existía un riesgo real de «guerra civil». Hubo políticos que se pronunciaron en el mismo sentido. Toda España vivió esa angustiosa sensación aquellos días. Ellos, parafraseando a W. Szimborska, insisten, sin embargo, en que con amabilidad mostraban la frente. Estaban alegres y se movían ágilmente en los salones. Uno saluda a aquél, aquel a otro felicitaba. Su rostro estaba sonriente para los objetivos, para reunir a mucha gente. ¿Es esto rebelión o sedición, oiga? Ellos dicen que sólo son buenas personas.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/11/06/dias-rebelion-rosas/

La Ciencia Economía y el mito del Hombre Necesitado

Son muchos los pensadores, premodernos y modernos, que han mostrado que la sencillez, la mesura, la serenidad y la contemplación son atributos que adornan a toda persona madura, y que tales son los valores que han cultivado las comunidades en las que el respeto a cada persona ha brillado más que las conquistas y los monumentos. Dos breves ejemplos: a mitad del siglo XIX David Henry Thoreau lo expresó así en Walden (1854):

“…los más sabios siempre han vivido una vida más sencilla y austera que los pobres. Los antiguos filósofos chicos, hindúes, persas y griegos formaron una clase tan pobre en riquezas exteriores, y rica en interiores, como no ha habido otra.” 

Y ya en el XX Antoine de Saint-Exupéry dio a la misma idea más aliento poético en El pincipito (1943), a la par que refutaba, del modo más sencillo que conozco, la Ciencia Económica:

- Buenos días -dijo el principito
- Buenos días -dijo el mercader.
Era un mercader de píldoras especiales que aplacan la sed. Se toma una por semana y ya no se siente necesidad de beber.
- Por qué vendes eso? -dijo el principito.
- Es una gran economía de tiempo -dijo el mercader-.
Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
- ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
- Se hace lo que se quiere…
- Yo -se dijo el principito-, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar caminaría tranquilamente hacia una fuente…

Con todo, los economistas y los ministros, sean del partido que sean, continúan empeñados en seguir elevando nuestro nivel de vida, erradicar la pobreza (entendida como carencia material) y lograr para la humanidad entera (y para ellos) la opulencia material y confort ideales. Todas las autoridades económicas y la mayoría social global tienen claro qué es una vida buena: un buen nivel de vida, donde haya mucho que consumir y voracidad insaciable de cosas y entretenimiento. Así, vivir es consumir y estar entretenido, para lo cual hay que trabajar, argumento invertible: hay que consumir para seguir creando puestos de trabajo, pues ¿qué vida sería esa en la que no se pudiera trabajar para consumir para trabajar para consumir…? Es una necesidad; es la Necesidad: ¿acaso no somos los seres humanos animales necesitados? Efectivamente, la idea del “nivel de vida” tiene detrás, sustentándola, toda una antropología, una concepción del ser humano: un animal necesitado, aunque él mismo no lo crea y parezca que no se comporta en consecuencia.

Genealogía del mito

La noción de un ser humano universalmente necesitado es relativamente nueva en el acervo de ideas, creencias y mitos que han dotado de sentido a las culturas. Así lo enseña la historia comparada de las creencias y religiones. Comienza a madurar en el siglo XVIII, en el marco de una polémica entre ilustrados, los llamados mercantilistas, que argumentaron a favor y en contra de lo que llamaban “la utilidad de la pobreza”. El problema de fondo que animó el debate fue la “pereza”, desinterés y subsecuente abandono de sus empleos por muchos pobres a poco que se les conminaba a aumentar el tiempo o el esfuerzo en la tarea. Fueron decisivas en la discusión las aportaciones de Bernard de Mandeville (La fábula de las abejas, 1714) y de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776). En el seno de esta polémica comenzó a especularse sobre las necesidades humanas, desde posiciones que buscaban el modo de suscitarlas contra la pereza y el absentismo, hasta las que creyeron ya en un hombre abstracto esencialmente necesitado y siempre propenso a intercambiar para satisfacer unas necesidades potencialmente infinitas. Así se figura al Hombre abstracto universal Adam Smith en su obra citada, decisiva para la Ciencia Económica, hasta el punto que tal Saber echa a andar con ese tratado, encomiado todavía hoy por su abundante discipulado.

Thomas Malthus, otro de los padres de la Economía, hizo suya la idea del Hombre universal necesitado en su Ensayo sobre el principio de la población (1798), e hizo alguna aportación importante: planteó que no solo cada hombre está en perenne necesidad, sino que la humanidad toda, desde siempre, ha estado en perpetua necesidad, porque una “ley natural” determina que la población crezca más que los alimentos. Ello conduce, aseguraba, a una inexorable guerra por los alimentos, que ganaban las clases superiores con su mayor previsión. En la versión malthusiana de la Necesidad, la guerra de todos contra todos, que Hobbes había explicado en base a una compleja inclinación del alma humana (que pretendía entender también la antieconómica tortura, o el suicidio), queda toscamente reducida a una animalesca (etológica) lucha por las cosas o “lucha por la existencia”. Esta misma tesis sería recogida cincuenta años después por Charles Darwin en El origen de las especies(1859), pero llevando al extremo el etologismo que ya sostuvo Malthus: la lucha por la existencia y la supervivencia de los mejor adaptados preside la evolución de todas las especies, la humana entre ellas.

Tenemos pues que la idea de un ser humano egoísta y acaparador, sobre la que edifica Smith su teoría del enriquecimiento de la comunidad, es extendida en las versiones posteriores de Malthus y Darwin, que conciben la historia de la vida y la historia humana como una perenne y siempre precaria huida de la Necesidad, que acecha sin fin. Esta concepción pesimista del ser humano y la humanidad alcanza en su circularidad argumental una apariencia imponente e incontrovertible: como la Necesidad preside la existencia, el egoísmo, la competencia, el afán acaparador y la lucha acometedora son impulsos positivos, un “instinto de especie”, lo mejor de la humanidad.

Marx ideó otro relato sobre la Necesidad, que contribuyó también al encumbramiento moderno de esta. Era buen conocedor de las filosofías antiguas, especialmente la griega, y creía que la humanidad persigue veladamente desde el principio la libertad. Y asimismo compartía que la libertad solo se logra cuando no hay necesidad. Hay pues, en Marx como en los antiguos, la convicción de que las facultades humanas más elevadas solo se alcanzan cuando la necesidad ha sido abolida. Sin embargo, la discrepancia de Marx con toda la sabiduría antigua, invocada por Thoreau, es radical en lo que refiere al camino para lograr abolirla: Marx pretendió que la necesidad solo sería superada tras su apoteosis histórica final en el límite de la opulencia saciada; los sabios antiguos fueron maestros en el arte del crecimiento interior soslayando, aquietando la necesidad. Estos enseñaron la sencillez e incluso la desposesión como vía a la libertad; Marx enseñó la saciedad opulenta extendida al conjunto de la humanidad como vía a la libertad. Eso es lo que significa la expresión “desarrollo de las fuerzas productivas”. Marx nos exhorta: desarrollad las necesidades viles y entregaos a ellas, pues de tal afán nacerá al final, paradójicamente (dialécticamente) la superior libertad. 

Todo el socialismo posterior ha venido siendo fiel a este núcleo del relato de Marx y ha comulgado con la idea de que la libertad será el resultado paradójico (dialéctico) de la apoteosis de la necesidad: el desarrollo de las fuerzas productivas y la elevación del consumo y “nivel de vida” son un medio, una travesía del desierto, necesaria para arribar al reino final de la libertad. La fórmula esencial del socialismo marxista podría expresarse sencillamente así: a la libertad por el yugo de la necesidad mediante el trabajo.

El mito consagrado

En fin, los padres de la modernidad, aunque con matices, celebran todos la Necesidad y sancionan la idea de un Hombre Necesitado Universal: la Necesidad espolea al Individuo (Smith), a la Humanidad (Malthus), a la especie humana (Darwin) a la Historia (Marx). La necesidad aguijonea, hostiga, inquieta, y por ello en su apariencia primera se muestra importuna, y adversa en sus efectos inmediatos. Pero, según este mito moderno del Hombre Necesitado, sería antieconómico e incluso inmoral desoírla: debe ser atendida para que espolee e impulse a adquirir más, a consumir más, a trabajar más, a producir más, para que cada quien y la humanidad prosigan en pos del Futuro definitivamente progresado de Crecimiento.

Este gran relato productivista ha perdido todo atractivo para las minorías intelectuales o artísticas, pero sigue nutriendo de sentido el orden institucional crecentista y alcanzando para la mayoría el grado de obvio y “natural”. Y permeando no poca teoría sociológica: toda aquella que asume acríticamente el concepto “nivel de vida” o “bienestar material”, dando por supuesto que pobreza y riqueza son, respectivamente, carencia o abundancia de cosas.

Heterodoxias

La tradición republicanista, las místicas oriental y occidental y las nuevas aportaciones del feminismo y el ecologismo no consagran la Necesidad: no comparten que una vida buena sea un buen nivel de vida; no creen que pobreza sea primera ni necesariamente carencia material o escasez de cosas, sino sometimiento y servidumbre; que, por ende, riqueza no es, o no es primordialmente, abundancia material, sino dominio; no creen que los bienes de la tierra sean fundamentalmente “recursos” para el fin superior de la Producción. Desde estas perspectivas, lo definitorio de una sociedad o comunidad política no es su opulencia material, ni aún lo mejor o peor repartida que esté, sino que las relaciones personales se asienten sobre el par dominante-dominado o, por el contrario, en una trama de paridad convivencial; si la autoridad es entre maestros y discípulos o, por el contrario, entre jefes y subordinados, amos y esclavos. Desde estas tradiciones, se cree que este mundo es más maravilloso que conveniente, más bello que útil (Thoreau); que una ocupación es útil si es hermosa y que lo esencial es invisible a los ojos e inconmensurable (Saint-Exupéry).

 Félix Talego 
Profesor de Antropología Social en la Universidad de Sevilla
http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15611/consumismo-saint-exupery-marx-darwing-ctxt-talego.htm

Aborto es sagrado



El título del post es uno de los lemas que escriben en sus cuerpos las integrantes del grupo Femen. La finalidad del mismo es convertirlo en un arma ilustrativa de la opción que defiendo. Quiero comenzar avanzando mi posición: yo no soy partidario de la interrupción del embarazo, pues cuando el individuo aún no ha nacido, no considero que sea igual a cero, sino que es potencia. Pero entiendo que esta que es una opción moral mía, producto de mis más convicciones religiosas e ideológicas, no convierte en ilegales e inmorales la de quienes mantienen una opción diferente. Y entiendo además que la moral no es divina, objetiva y absoluta, sino humana, subjetiva y relativa. No puedo suscribir por tanto una ley de interrupción del embarazo que no reconozca ni permita la disidencia en este asunto y condene a personas por tener una posición moral diferente.
A mí entender la interrupción del embarazo no es asunto de derechos subjetivos, sino que cae dentro del ámbito de las libertades. No es una cuestión referida al derecho a la vida, ni al derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, ni una cuestión de derecho reproductivo ni al derecho a la felicidad. Se trata de una cuestión de ejercicio de la libertad de conciencia. Ambos conceptos –derechos y libertades− tienen un sentido preciso y diferente. El derecho subjetivo es el poder, la capacidad, que el ordenamiento jurídico concede a los individuos de poder exigir a terceros una conducta positiva o negativa de hacer o de no hacer; la libertad, sin embargo, es la capacidad del individuo para obrar según su propio criterio o voluntad, sin que les pueda ser impuesto el deseo de otros de manera coercitiva. El derecho es un poder otorgado, la libertad una potencia innata. 
La libertad de conciencia es tolerancia. Significa la contemplación del individuo por otros desde el exterior de su otredad. Es reconocimiento del otro, respeto por la diferencia y por la pluralidad. Es capacidad para comprender y para hacerse comprender. Es moderación y templanza. Reconocimiento y la tolerancia son la única posibilidad de convivencia. Y esta tolerancia debe ser también entendida en relación con quien en ese momento sólo es potencia. Pero la libertad de conciencia también es responsabilidad, en cuanto componente básico del comportamiento moral −que sólo responde a la moral propia− y surge de la cercanía con el otro. Y no hay mayor cercanía que la de la madre con el feto que lleva en su vientre.
Entendida la interrupción del embarazo como un ejercicio de la libertad de conciencia ésta abarca tanto la libertad psicológica o libertad de decisión, como la libertad moral o libertad de elección. El poder o capacidad de decisión sobre el embarazo así concebido la mujer lo tiene de manera originaria, es innata a ella, sin necesidad que le sea otorgado por otro. Desde esta concepción la interrupción del embarazo es el ejercicio de una potencia que ya se tiene, no el otorgamiento de una poder del que la mujer carece. En el ámbito ce la libertad de conciencia, por ello, la decisión de interrumpir el embarazo se mantiene en el ámbito interno de cada mujer, que reclama la no injerencia de terceros en la adopción de su decisión. Esta concepción de la interrupción del embarazo trae la decisión al ámbito de la democracia (libertad), sacándola del ámbito moral (derecho). Y ello sólo es posible con una ley de plazos. La desnormativización de la decisión contribuye, además, a disminuir la intensidad del conflicto.
La interrupción del embarazo concebida como un derecho subjetivo niega que la mujer tenga la soberanía para decidir sobre su embarazo que otorga la libertad. Significa, por el contrario, una capacidad que debe ser otorgada, autorizada, por otro. La mujer sólo tiene entonces un resto de ese poder, un poder decidir en los supuestos previamente autorizados para ejercer el derecho, no su derecho, de interrumpir el embarazo, con independencia de lo que le dicte su voluntad. Transforma una cuestión de conciencia en una cuestión de voluntad de otro.
Esta concepción coloca la decisión interruptiva en el ámbito de la moral, por lo que la cuestión se plantea como una lucha por la hegemonía entre dos concepciones morales opuestas. La decisión así adoptada es arrancada del ámbito íntimo de la mujer, para ser situada en el centro del ágora como objeto de debate moral −de una moral normativa concreta−, de debate político y de debate social. Y aboca inevitablemente en una contienda entre partidarios y opositores: unos reivindicando su derecho a que el Estado permita un hacer, un hacer concreto (abortar); otros reclamando que el Estado lo impida. Implica siempre la existencia de un perdedor. La autorización o prohibición del aborto –en definitiva de la libertad de conciencia de la mujer− queda entonces sujeta a la correlación de fuerzas que en cada momento exista en el Parlamento, convirtiéndose en un combate eterno, de cambiante resultado en función de aquella correlación, que conduce a una confrontación estéril y sin solución.
Una ley del aborto que se apruebe desde una concepción moral unívoca y restrictiva, como la del PP, que impide a las mujeres ejercer su libertad de conciencia, es un signo de intolerancia y de inmadurez democrática. Una ley así concebida considera a la mujer como un ser inferior necesitado de tutela, a la vez que establece la supremacía de una opción moral normativa, con la única autoridad y legitimación de los poderes institucionales que la sancionan y aplican. Además estigmatiza y decreta la separación moral de aquellas mujeres que adoptan tal decisión. Separación que se convierte además en distancia social. Una ley, como la aprobada, que nace desde una pretendida razón de defensa de la vida y enarbola como bandera la responsabilidad moral, no es más que un residuo irracional e inmoral que penaliza la vida y suprime la responsabilidad que dice defender. Una prueba de ello la proporciona su libertino y mentiroso título: ley de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada.
El aborto es un asunto de estado, debido a las graves implicaciones y consecuencias que acarrea a las mujeres que deciden interrumpir su embarazo, que requiere un pacto institucional para evitar el vaivén pendular de la correlación de fuerzas existente en cada momento. Una sociedad democrática y ética, además, debe facilitar a las mujeres un contexto que le permita ejercer en libertad la decisión de interrumpir su embarazo, sin que éstas deban soportar los costes adicionales de criminalización, sufrimiento psíquico e incertidumbre que acarrea una legislación restrictiva o prohibicionista. La realidad social respecto a la mujer que decide interrumpir su embarazo debe ser un escenario suave, que la cuide en ese difícil trance y le ayude a restañar sus heridas, para lo cual debe existir una dotación de recursos económicos suficiente. Las mujeres necesitan cuidados, no que salven sus almas.


Francisco Soler

Distopía

Dibujo de Dylan Glynn «Utopia/dystopia»
 
Lo que estamos viendo es un golpe nacionalista propiciado por los bebedores de cava de Pedralbes, posiblemente la burguesía más racista de Europa junto con la austríaca, y con el agravante de usar como instrumento de su revolución a los nietos de los charnegos a los que explotan y desprecian. Es inaudito. Y por detrás, opinando a favor de no sabemos muy bien qué, una clac de izquierdistas de salón absolutamente ignorantes, que no han visto un obrero ni de lejos y que no han doblado el lomo en su dolce vita. Cuando los antifascistas no saben identificar al fascismo son como los bomberos de Ray Bradbury.
 
Se ha impuesto un modo de pensamiento mítico, opuesto frontalmente al pensamiento lógico; una suerte de neorromanticismo, absolutamente subjetivista y cargado de un absoluto culto al yo y al carácter nacional, o Volksgeist, frente al universalismo y la sociabilidad que subyacen en el Contrato Social que es la imperfecta CE de 1978. Los hechos no importan. Los mantras más repetidos son que todo pensamiento es respetable y que es obligatorio dialogar. Pero no todas las ideas son respetables. Ese respeto universal y acrítico, ese amor por todas las opciones, esa negativa a despreciar lo que no sirve, en el que de forma bienintencionada se posicionan amplios sectores de nuestra sociedad, viene bien recogido en un vocablo de origen griego: panfilia (de pan -todo-, y filia -amor-). 
 
Tampoco es posible dialogar en un marco en el que una de las partes opera absolutamente fuera de la lógica. ¿Qué frutos puede dar la conversación de un bioquímico y un homeópata? Pues en esas estamos, con más o menos la mitad de la población en Cataluña a favor de la homeopatía; serían sólo pánfilos si no trataran de obligar a los partidarios de la quimioterapia a usar la supuesta medicina que defienden. La aplicación de la coerción federal, del art. 155CE, es necesaria si el Estado quiere evitar que el golpe mute en revolución nacionalista, pero no creo que sea suficiente. La kermés del 1 de octubre dejó bien a la vista de quien lo quiera ver la existencia de una red clandestina funcional en todo el territorio catalán que garantiza la resistencia al Estado, que tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia. Si se niega esa legitimidad, esos canales clandestinos podrían ser utilizados para armar a sujetos dispuestos a negarla por la vía de los hechos. Condiciones objetivas para el estallido de una guerra. Como ven, el 155 no es suficiente. 
 
La clase política, representa con total fidelidad la mugre de sociedad en la que ora flotamos, ora nos hundimos. Como decía Silvio, el problema de este país es que todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Quizás si, abandonando esa postura, se convocaran elecciones en España y en Cataluña al unísono, existiría la posibilidad de parar esta locura. Utopía.
 
Juan Luis Piqueras Merino
http://www.huelvainformacion.es/opinion/articulos/Distopia_0_1185781794.html

In-de-pendencia y 155


Los independentistas en la sesión de declaración de la República sabían que tenían esta partida perdida. Se vio en los rostros de muchos de ellos. En su gestualidad que los delataba. Serios, graves. Aplausos sin entusiasmo tras el voto secreto. No se pronunció la palabra república en el hemiciclo del Parlament. No hubo vivas a la Republica de Catalunya. In-de-pendencia. Parte de Cataluña quería no depender de España. Pero el Estat Catalá fue efímero otra vez. Esta proclamación ha sido la que menos épica de todas ha tenido. Catalunya sigue donde algunos no querían estar: de-pendiendo de España. Continúa la misma pendencia: la no in-de-pendencia. Y aún así continuaron con la recreación.

La escenografía de la declaración de in-de-pendencia fue de ocasión, cutre: no hubo salida al balcón para sellar la comunión de los héroes con el pueblo. Ni grandes fastos propios para la ocasión: castillos de fuegos artificiales o grandes actuaciones musicales. En las escaleras del Parlament los Alcaldes gritaron repetidamente libertad, libertad, con la vara de mando alzada. Pero más que la aclamación de las instituciones catalanas por la libertad alcanzada, parecía la reclamación de la libertad no conseguida. En la calle hubo alegría y alborozo, pero sin desbordarse. Pero en muchas casas hubo lágrimas, temor y preocupación. La fiesta parecía más una verbena: música y cerveza, que una gran celebración. Algunos fuegos artificiales. Y la bandera española ondeó en el Palu de la Generalitat junto a la senyera. Y sigue dos días después. La fiesta fue breve: a la medianoche las calles estaban vacías. Muchos dicen «ahora a parar los golpes». Se han visto algunas banderas negras, símbolo de resistencia. Pero la carne se tumefacta. Todo exceso de temperatura provoca fiebre, pero la hipotermia causa la muerte.

A pesar de la gestualidad desplegada por el independentismo, ésta no se apropió de la independencia. Aún así ha implantado un gozne entre la realidad y su realidad. El procés ha sido ensueño, gesto, espejismo. Pero gesto tras gesto ha chocado con la indiferencia del Estado primero y con su muro después. Y el vacío internacional es total y absoluto. Ni siquiera Escocia, la región secesionista hermana, ha reconocido Cataluña. El Govern está destituido. El Parlament disuelto. Y convocadas elecciones autonómicas, que se celebran en 54 días.

Rajoy dijo que no habría papeletas, urnas, ni referéndum y hubo papeletas y urnas y se votó. Y porras. Dijo también que no habría declaración de independencia y la independencia se ha declarado. El Estado no puede permitirse más errores. Los independentistas continúan actuando dentro de su burbuja y al margen de la realidad. Pero de tanto repetirla pueden conseguir que lo que hoy parece una mueca, un día se vea como un mohín y después sea percibido como un gesto. Político. Pueden también terminar como la Padania italiana. Veremos.

En Cataluña ya impera la lógica doble: la realista y la extática. El independentismo vive en la magia de la «libertad del poder hacer», que no tiene límite ninguno.  Las opciones independentistas rechazadas por el Estado se empiezan a desplegar en una realidad alterna donde se quiere hacer realidad lo que no pudo ser. Paso a paso. Se ha anunciado la creación de un DNI catalán, una e-Administración en la nube en servidores en el extranjero. Hay dos realidades paralelas que empiezan a coexistir. Un día estará completa. Es el multiverso catalán. Es el Plan B. Aunque el independentismo da por perdida la Generalitat, el President en una declaración institucional no acepta el cese. Es el comienzo de un  pulso al Estado «con paz, civismo y dignidad». Aunque la alusión a la dignidad es una admisión velada de la derrota de hoy, ya descontada. Se pide paciencia. Es el inicio de la resistencia pasiva. Algunos Consellers y diputados se han pronunciado también en favor de defender la República Catalana. Hay convocada una manifestación por la unidad de España en Barcelona. El domingo. Una convocatoria de huelga general del 30 de octubre al 9 de noviembre, en stand by. En alguna concentración se recrimina a la Policía autonómica su ausencia el 1-O. Hay odio y la rabia está explotando. La gente se encara con la policía. Este universo es más hard. La calle es el hemiciclo.

¿Han vuelto a repetir ahora los independentistas el error de hiperventilación, que cometieron en la II República, que no les ha dejado pensar claramente? ¿Acaso no ven que el Estado español, como cualquier otro estado, se funda «no sobre el vínculo social, del que sería expresión, sino sobre su disolución, que impide.»? Esta es la razón y el significado del artículo 2 de la Constitución. En cualquier caso su rauxa será un factor destructor y de regresión para el resto de España. En el siglo XX fue uno de los factores desencadenantes de la Guerra Civil. Hoy se llama recentralización. En los círculos y cenáculos de la derecha la petición de recuperación de ciertas competencias por el Estado es ya un clamor. Con su actuación los independentistas han servido en bandeja a la derecha la justificación para dar una vuelta de tuerca más al giro regresivo que nos dirige hacia un estado en el que la resistencia y el disenso serán cada vez más difíciles. Cualquier crisis económica, política o de cualquier índole, está siendo usada para aplicar la doctrina del shock. En cualquier caso la izquierda en Cataluña le está haciendo el trabajo sucio al la derecha, al proporcionarle una coartada para sus planes.

Tras la declaración de independencia España internacionalmente es vista como un estado fallido. Y la República Catalana nace fallida. Es verdad que durante muchos años el Gobierno del PP se ha negado a escuchar las legítimas peticiones y reivindicaciones de los catalanes. Es verdad que «la forma más eficaz e insidiosa de silenciar a los demás en la política es negándonos a escuchar». Pero también es verdad que este abuso no justifica el atropello cometido por la Generalitat de Catalunya. Tras esta catástrofe todas las inútiles élites políticas españolas, todas sin excepción, muchas de ellas además corruptas, han de responder ante los ciudadanos. Nos han robado y roto el país. Elecciones en Cataluña, si. Pero también en España.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/29/in-pendencia-155/

Ley, no humillación



«Paz, piedad, perdón» es el discurso que Azaña pronunció en el Ayuntamiento de Barcelona en 1938. Salvando las distancias entre aquella España y la de hoy, entre aquellas circunstancias y éstas, es oportuno que las partes en el conflicto catalán, todas ellas sin excepción, evoquen el mensaje que transmiten esas palabras a todos los hijos de España, que han de significar la puesta a cero del contador. El President de la Generalitat ha reconocido de manera clara que no hubo declaración de independencia en el Parlament. De manera que si el punto de partida ha de ser la Constitución, ya está dentro de la Constitución. Dura lex sed lex. Fiat iustitia, pereat mundus. Es decir, aplíquese la ley, pero sin humillación. Fundamentum iustitiae primus est ne cui noceatur. El primer fundamento de la justicia es no dañar al otro. En la Transición, hay que recordar, que muchos de los pactos que se alcanzaron no se iniciaron en plena conformidad con la legalidad vigente entonces. Compromiso.

Dice Enric Juliana: «Madrid no puede con todo. Barcelona no tiene fuerza para romper la baraja.» Este puede ser el resumen de la situación. En el tan nombrado artículo 155 de la Constitución sabemos como se entra, pero no como saldremos. Si atendemos a las declaraciones que se han realizado tanto desde el Gobierno como desde el Govern, respecto al mismo, la aplicación de dicho precepto nos desliza a un escenario a la venezolana: dos legalidades y dos institucionalidades: la Constitución y la Ley de Transitoriedad; una Generalitat intervenida y una Asamblea de Cargos Electos y un Parlament rebelde. Las masas en la calle. Un President que no es Josep Tarradellas, pero se ve como el George Washington catalán, si bien se parece al Presidente Nicolás Maduro. La conllevancia orteguiana como política para Cataluña está agotada y debe ser amortizada.

El intento de secesión es la tercera explosión de la cuestión catalana en los últimos cien años. De la misma manera que no es posible la secesión con más de la mitad de la población en contra, tampoco es posible la convivencia con casi la mitad de la población declarada partidaria de la secesión. Dado el estado de cosas en que hoy está el conflicto catalán ya no es suficiente con proponer un nuevo pacto político (paz negativa) para encontrar una solución. Se deben eliminar todas las formas de violencia (directa, estructural y cultural) que las dos partes se imputan mutuamente (paz positiva).

A pesar de las dificultades hay un camino para volver a empezar: que ambas partes acepten que hemos de recorrer la distancia que existe entre la democracia que tenemos, nuestra democracia realmente existente, y la «democracia tomada en serio». Es momento de apelar a la sociedad catalana e impulsar la reforma de la Constitución. Ir de la ley a la nueva ley. Es irreal pensar que el conflicto se resolverá con el intento de restauración de la legalidad a través de la sola aplicación del artículo 155 de la Constitución.

¿Qué hará el Estado frente a la movilización permanente anunciada en caso de intervención? ¿Cómo va a hacer frente el Estado a las medidas coordinadas de boicot, no-cooperación y/o desobediencia de los ciudadanos de producirse? ¿Cómo va a hacer frente a los funcionarios que boicoteen la intervención de la Generalitat? ¿Abrirá miles de expedientes sancionadores? Sólo sus recursos colapsarían los tribunales. ¿Qué ocurrirá si tras el anuncio de la puesta en marcha del artículo 155, se declarara la independencia y se ocupan las infraestructuras básicas del Estado? ¿Y si a las elecciones que convocara el Gobierno no se presentan los partidos que defienden la independencia y no se reconoce su legitimidad por estos? ¿Y si vuelve a haber mayoría absoluta independentista tras las nuevas elecciones? ¿Y si fuera aún mayor a la ahora existente? ¿Después de la rebelión de Cataluña y la aplicación del artículo 155 de la Constitución, es posible una vuelta, sin más, a la autonomía? Más de un 26% de los españoles pide una recentralización de competencias. Demasiados interrogantes para los que no hay una respuesta.

Dicho de otro modo. Cualquier gobierno puede gobernar mientras reciba de los ciudadanos y de las instituciones de la sociedad cooperación, sumisión y obediencia constante. La sociología jurídica nos dice que el Estado, en casos de desobediencia generalizada de la ley, sólo puede obligar mediante la coerción al 15% de la población. El desafío político no-violento que se impulsa desde la Generalitat de Cataluyna es idóneo para negar al Estado el acceso a las fuentes de poder. Para alcanzar la soberanía la Generalitat no usa armas físicas como hizo el Gobierno del Estado el 1-O. Se vale de una lucha no-violenta variada y compleja. A diferencia de la violencia, emplea armas políticas, económicas, sociales y psicológicas, aplicadas por la población y las instituciones de la sociedad. Estas armas son las protestas, las huelgas, la desobediencia, la no-cooperación, el boicot, el descontento. Por eso cualquier medida de coerción o represión que pretende usar el Gobierno del Estado resulta tan ineficaz, que se vuelve contra quien la usa por un uso inteligente de la comunicación. El Gobierno, aunque cuenta con el apoyo inequívoco de la Unión Europea, visualizado en la entrega de los Premios Princesa de Asturias ha diseñado para combatir esta desobediencia no-violenta un plan de coerción jurídica propio del siglo XIX.
 
El principio de realidad impone la opción «paz, piedad, perdón». Esta elección debe arbitrar alguna solución que permita a los catalanes votar y expresar su voluntad sobre su futuro. Y distender el clima político. Incluso podría conducir a una Ley de Claridad. Ante un eventual fracaso de la coerción jurídica del artículo 155 y otras medidas, escenario no improbable, la otra alternativa es el artículo 116 de la Constitución: estados de alarma, excepción y sitio, que es la máxima fuerza y coerción que el Estado puede usar en democracia. El resultado de esta medida, como en cada intento que ha habido de imponer la unidad, será la libertad de los discrepantes. Cada opción nos conduce a una España diferente.


Es el capitalismo, estúpidos.


Queridos muchachos y muchachas: me duelen los ojos de veros envueltos en banderas nacionales. Os he visto por televisión en Barcelona arropados con la estelada; os he visto por las calles de Sevilla con la roja y gualda. Creéis que os sientan bien y transitáis despreocupados, alegres, sosteniendo unos y otros con un nudo al cuello el patriótico atuendo. Os recuerdo por si no estuvisteis atentos en clase que, de la misma manera, una juventud alegre y orgullosa de serlo, la giovinezza, fue el motor de los movimientos fascistas en la Europa de comienzos del siglo XX. No se envolvían entonces en banderas pero sí en camisas pardas, azules o negras, qué más da. La inmensa mayoría de ellos murieron en guerras mundiales, en colonias lejanas o en guerras civiles sin saber muy bien por qué y mucho menos para qué.

Os lo voy a explicar. La nación, tal y como os la han enseñado vuestros mayores, es una invención, un artefacto cultural que dicen los eruditos, un cuento chino, como se dice en mi pueblo. Un cocktail fabricado por algunos listillos en la segunda mitad del siglo XIX y alimentado desde entonces  sobre una base de peculiaridades lingüísticas, culturales, étnicas, folklóricas que habían existido siempre en España sin ser dañinas, a las que se añadieron chorritos de victimismo, búsqueda de un enemigo ficticio al que odiar y culpar de todos los males –el moro, el obrero, el emigrante, el refugiado- ,  xenofobia, darwinismo social, etc., y todo ello adobado con un relato histórico amañado. Todo eso bien agitado da como resultado un producto místico que va encauzado a la toma del poder político y a la extracción de rentas económicas por parte  de la panda de listillos que inventaron la fórmula y de sus clientes habituales. La digestión que hacéis del brebaje es sencilla porque no pasa por la cabeza sino por las vísceras.

Si existen distintas naciones en España no es porque vosotros, estelados y rojigualdos, tengáis una “unidad de destino en lo universal” como decía Franco, sino porque desde hace muchos siglos conviven en el territorio distintos modelos productivos, variedades distintas de capitalismo con sus propias estrategias de acumulación de capital y sus propias arquitecturas institucionales, uno de cuyos elementos puede ser, o no, la construcción de una nación. Por ejemplo, el capitalismo catalán necesita crear una nación privada, el capitalismo andaluz, no.

Queridos estelados: si hacemos un recorrido rápido por la historia de vuestra nación catalana,  veremos que sus grandes momentos históricos han estado guiados por las gentes del comercio, la pequeña o gran burguesía agraria, mercantil o industrial.  Ha sido una trayectoria bastante oportunista, por cierto. En función del momento que atravesaba sus bolsillos, a veces se han sentido muy españoles y a veces rabiosamente catalanes.  Pongamos algunos ejemplos. Decía el historiador catalán Josep Fontana que la elección de los catalanes por el bando austracista en la guerra de sucesión en 1700, y con ello su derrota en 1714 y el nacimiento de la madre de todos los victimismos, se debió a la decisión de la burguesía mercantil que prefería, antes que a Francia, tener de aliados a Inglaterra y Holanda, naciones donde se compartía una misma visión de los negocios.

La dinastía Borbón permitió sin embargo que la burguesía catalana hiciera grandes negocios tanto con la ocupación de los mercados interiores como exteriores. Interiores reclamando de España sucesivos aranceles proteccionistas o reclamando tropas españolas para aniquilar a otros catalanes como los carlistas o los anarquistas.  Exteriores porque desde que se les abre la oportunidad de acceder a los mercados reservados latinoamericanos en 1778 y especialmente  Cuba, navieros que transportaban mercancías catalanas y tropas como el marqués de Comillas o traficantes de esclavos como Güell, hicieron rica la ciudad de Barcelona. Los grandes palacios y sus catedrales se levantaron con sangre de los esclavos en las zafras y de los soldados  españoles que fueron a defender el negocio. Los voluntarios catalanes que embarcaban para impedir la independencia de Cuba gritaban ¡Visca Espanya!

Fue con la independencia de Cuba en 1898 cuando principia el nacionalismo catalán actual y la bandera cuatribarrada con el triangulo estrellado a imitación de la bandera de los independentistas cubanos. En esa época a la burguesía catalana solo les quedó el mercado interior, y más que nunca necesitaron llamar la atención e influir en las decisiones del Estado español.  El problema era que el Estado ya estaba ocupado por quienes habían inventado la nación española con anterioridad;  el grupo de los First Comers, les podemos llamar: los espadones militares, los eclesiásticos, las oligarquías terratenientes y cortesanas. Siendo un Late Comer la burguesía catalana solo podía compensar su debilidad de recién llegado al mercado nacional construyendo un relato identitario que interesaba a un capitalismo generalizado pero liliputiense que decía Pierre Vilar, sumando a un pueblo detrás de la  bandera de la laboriosidad y del emprendimiento, azuzando el fantasma del separatismo si no se atendía sus peticiones; eso fue lo que hizo de forma comedida Cambó y más recientemente Pujol.

Hoy, una parte del capitalismo catalán, el que exporta, tiene la imperiosa necesidad de soltar el lastre España que perjudica la competitividad en mercados globales. Las muletas del Estado dejaron de ser útiles desde la entrada en la Unión Europea;  dejaba de tener sentido un catalanismo pactista que costaba un dinero para mantener al despreciable y perezoso andaluz. Por eso el lema “¡España nos roba!” hizo arquear las cejas a vuestros padres y, aunque después se haya demostrado falso, ha servido para formar la legión independentista de la que formáis parte junto a tenderos, campesinos foralistas, izquierdistas desnortados y gentes hartas de recortes y privaciones; en suma de la legión que se necesitaba para iniciar una nueva etapa del capitalismo catalán.

Queridos rojigualdos. La bandera en la que os envolvéis nace como símbolo del Estado en 1843; son los años que siguen a la primera gran desamortización eclesiástica, la que hizo a tantos propietarios latifundistas; son los años también en los que se crea la Guardia Civil, las Academias Militares, se hace el concordato con la Iglesia y se construye un relato nacional  que resume Menéndez y Pelayo al definir España como “una nación de teólogos armados”. No le había dado un siroco. Era el tipo de nación que necesitaba un capitalismo altamente extractivo para, con el pretexto de la  disidencia religiosa o patriótica, machacar cualquier protesta tendente a una más justa distribución de la propiedad y de la riqueza. Por eso, en nombre de la bandera rojigualda, se invaden los campos en huelga, se tortura en los cuartelillos, se provoca el alzamiento contra la República y se asesina a mansalva durante muchos años incluso después de la guerra civil.

Hoy la bandera del Estado ya no tiene el yugo y la flecha, sino el escudo constitucional. El escudo de un Estado que sigue ocupado por viejas corporaciones y minorías extractivas a las que se han sumado, los partidos políticos, la corporación bancaria, las empresas del IBEX 35 que usan las puertas giratorias con la clase política para escribir el bonito libro que se titula Boletín Oficial del Estado. Un Estado que, después de muchos siglos, sigue sin estar interesado en resolver la causa fundamental de los problemas que hoy nos preocupa: la coexistencia de distintos modelos de capitalismo en España, unos que estimulan el progreso y el bienestar, y otros que funcionan como colonias interiores. Comprenderéis que mucha gente no vea con simpatía la bandera española aunque se le haya cambiado el sello.

En fin, queridos estúpidos (no es un insulto, significa faltos de conocimiento); si vais a los barrios obreros de Barcelona o de Sevilla notaréis que el furor nacionalista no existe o está muy apaciguado. Intuyen allí que detrás de las banderas solo existe el apartheid.  Espero que hayáis aprendido algo; si es así, enseñad a vuestros padres.

 Por Carlos ARENAS POSADAS
Debates en Campo Abierto
https://encampoabierto.com/2017/10/07/es-el-capitalismo-estupidos/