Mostrando entradas con la etiqueta planeta. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta planeta. Mostrar todas las entradas

De banderas, patrias y planetas

Un mundo en el que está en entredicho la distinción entre animales, humanos y máquinas. En el que se cuestiona la diferencia entre lo natural y lo artificial; los límites entre lo físico y lo no físico son muy imprecisos; las dicotomías entre la mente y el cuerpo, lo animal y lo humano, el organismo y la máquina, lo público y lo privado, la naturaleza y la cultura se diluyen (Moreno Ibarra). Un mundo en el que las tecnologías de comunicación y de la biotecnología, van a reestructurar el planeta con una oleada de megainfraestructuras transcontinentales e intercontinentales. Que, además, está apremiado por la emergencia climática. En un mundo en el que se difuminan los límites, carecen de sentido las diferencias identitarias basadas en el nacimiento, la religión, la lengua o la cultura. Pero a pesar de la incongruencia banderas y patrias, naciones y fronteras ocupan el espacio político.

¿Cómo combatir el discurso excluyente y de odio que difunde, propaga la extrema derecha? Con un discurso armado desde los valores de fraternidad y equidad, que son los que mejor nos van a servir para afrontar la crisis ecológica en la que estamos y desde los que mejor se puede hacer frente al discurso xenófobo y machista. El repliegue que vivimos a posiciones soberanistas y actitudes reaccionarias, es el espejo en el que se refleja una crisis climática global que no tiene fronteras. Que ha sido originada por quienes ahora extienden esas ideas destructoras. Un relato que sea eficaz para uno y otro propósito puede ser como lo que sigue: en cuanto seres humanos pertenecientes a la misma especie y habitantes del mismo planeta, tenemos un destino compartido.

Este destino común antes referido expande el significado habitual del lema: ‘no tenemos planeta B’ y le añade otro sentido. Si el destino humano es compartido, la identidad debe ser construida desde «lo que somos», es decir, desde lo común. Pues el individuo no pertenece solo «a una familia, a un linaje, a una comunidad, a una cultura, a una nación o a una cofradía religiosa o política. Antes que todo es parte de una especie biológica, dotada de historia y necesitada de un futuro, con una existencia ligada al resto de seres vivos que integran el hábitat planetario y, por supuesto, en íntima conexión con el planeta mismo» (V. Toledo).

Pero cuando la identidad se establece, como hasta ahora, desde el «quienes somos», es decir, desde lo que nos diferencia, erige un sentimiento de pertenencia incompleto, parcial, que genera una identidad mutilada, egoísta, que distorsiona, deforma y retuerce la percepción de la realidad. Y hace que la resonancia emocional de la cuestión nacional invisibilice la pertenencia a la comunidad planetaria interdependiente, así como la anomalía en la que están instaladas las relaciones de la humanidad con el planeta. Ejemplo de ello son: el Brexit, las aspiraciones secesionistas de Escocia −y su petróleo del Mar del Norte−, las de las regiones ricas del Norte de Italia, el conflicto independentista catalán o el conflicto étnico de la Guerra de los Balcanes.

Esto se puede ver en que el cambio climático es global, no tiene fronteras. Las emisiones de CO2 causadas en un país producen efectos letales en otros continentes. Y los países que ya sufren más severamente las consecuencias del calentamiento del planeta, son aquéllos menos desarrollados cuyas economías han sido históricamente y son hoy menos contaminantes.

La aparición de predicadores del ‘yo primero’ −los Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen, Orban, Putin, Abascal, con sus arengas de hacer grande otra vez la patria− es funcional para un capitalismo que ha superado los límites del planeta y es incapaz de asegurar el buen vivir universal dentro de los límites que éste marca. Estos profetas son el inicio del viraje de las sociedades hacia la prioridad en la salvaguarda del grupo, ante las dificultades que vendrán por la inacción premeditada de los gobiernos ante la emergencia climática y la gran competencia que viene por los recursos naturales en declive: energías fósiles, tierras raras, agua, tierras cultivables.

Como ‘no hay planeta B’ la patria no puede venir  designada por el lugar de nacimiento, pues, así concebida produce identidades parciales, que son un obstáculo para la reacción universal, coordinada y direccionada que se necesita ante a la emergencia climática.

Se impone, por tanto, una redefinición de este concepto. El lema referido, además, hace que el nuevo mapa político deba ser el planeta, no el territorio. Solo así aquél puede ser imaginado y convertido en un espacio compartido donde confluyen los ecosistemas y las civilizaciones humanas. En el que se consuma –que no consume− el destino común de los seres humanos. Y dejar de ser un espacio dividido por naciones, estados y fronteras en el que florecen los conflictos por los recursos y progresa el ansia de dominación. De esta manera la patria se hace matria. Ésta es mi tierra.

La desaparición de la estabilidad del sistema climático supone la pérdida de un derecho inherente a la condición y dignidad humana. De un derecho humano universal cuyos titulares son la totalidad de los seres humanos: los que habitan el presente pero también las generaciones futuras. Para evitar vernos privados de este derecho −por la crisis climática− es imprescindible el advenimiento de un nuevo sujeto, titular de derechos y obligaciones planetarias: la especie.

La identidad así construida, erigida desde la especie, no se fundaría sobre la soberanía sino que se apoyaría en la afinidad, que aporta singularidades «a la experiencia común de [quienes comparten] la misma suerte». Esta identidad actuaría como «matriz estructural» de lo que es común a los seres humanos: la pertenencia al planeta y a la misma especie biológica, que actúa por encima de los yoes histórica y socialmente creados: la nación, la clase, el género o la relación con el mercado y el consumo de bienes y servicios. Esta nueva identidad supondría el nacimiento de una conciencia de especie, que facilitaría la perspectiva planetaria de la realidad humana y generaría la necesidad de repensar los yoes históricos fuera del núcleo identitario tradicional.

A modo de anécdota puede destacarse que existe una bandera que nos representa como especie. Con ella se quiere «recordar a las personas de la Tierra que podemos compartir este planeta sin importar las nacionalidades de origen, y que los ciudadanos de la tierra se cuidarán en el planeta en que vivan». Los anillos unidos entre sí, sobre un fondo azul océano, representan que en nuestro planeta todo, directa o indirectamente, esta interconectado. 
                       
La focalización de las emociones en la superación de la crisis civilizatoria, que engloba: la emergencia climática, la crisis de biodiversidad, la sequía creciente, el declive energético, la contaminación por plásticos, el agotamiento de tierras raras, puede actuar a modo de cámara de despresurización en los conflictos nacionalistas. Y contribuir a la reducción de su intensidad, debido al alejamiento de lo emocional del centro de gravedad.

La necesidad de esta nueva categoría es política. En la medida que los derechos y obligaciones planetarias  se han fraccionado en derechos individuales, sin la protección de una arquitectura coercitiva estatal adecuada que garantice la protección y el cumplimiento efectivo de unos y otras, el efecto resultante es el mantenimiento del metabolismo del mercado y, consecuencia de ello, la exacerbación y profundización de las consecuencias ecológicas de la crisis civilizatoria, que a su vez agravarán la desigualdad e incrementarán los conflictos sociales. En esta maraña la emergencia climática flota en la atmósfera. Y el agotamiento de las energías fósiles es enterrado a más profundidad que nunca.

En la actualidad se está pasando de una redistribución más o menos equitativa a otra desigual en favor de las clases dirigentes. Y a medida que vayamos avanzando hacia estadios de mayor rigor climático, más escasez y mayor competencia por el control de la energía y de los recursos, la salvaguarda del ‘yo primero’ y del ‘hagamos la patria grande otra vez’ se concentrará cada vez más en los intereses de las élites. Se producirá entonces el salto de la competencia por los recursos al pillaje y a la guerra, surgiendo nuevas formas de desigualdad y discriminación. Esta es la hoja de ruta de la metamorfosis del capitalismo en neofascismo.

Francisco Soler 

La única política (económica) posible


Desde la década de los noventa del siglo pasado el mantra más repetido −para imponer políticas económicas cuyo objetivo era detraer rentas de la clase trabajadora para entregarlas a los más fuertes económicamente− ha sido que dicha política es la única política (económica) posible. Esta política económica depauperadora, así como la extracción insostenible de todo tipo de recursos han alcanzado su límite social y ecológico. Ecológicamente lo está indicando el cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales ocasionado. Socialmente lo confirma el empobrecimiento de la clase media y la pauperización de la clase trabajadora. Podemos repetir hoy, por tanto, pero por los motivos opuestos, que la única política (económica) posible es la que respeta los límites que impone el planeta a la extracción y consumo de recursos no renovables y la capacidad de absorción de la contaminación. Y la que es justa socialmente.

Para entender el actual panorama socio-político no podemos olvidar la influencia del agotamiento de recursos en el giro de la economía a la finaciarización y hacia las industrias tecnológicas. El presente es confuso, no un tiempo de certezas. Y el futuro no se percibe mejor que el pasado. Y esta confusión tiene anclada a la gente a un «posibilismo resignado» y falto de horizonte, en el que el peso del día a día impide «mirar más allá de lo inmediato». Circunstancia ésta última que explica el giro pesimista, nostálgico y reaccionario de la clase media antaño progresista.

Sabemos que mañana podemos no estar aquí. Pero este axioma ya no puede ser considerado solo desde la propia óptica vital. La crisis ecológica ha convertido esta posibilidad individual en una probabilidad colectiva si no actuamos ya. Si queremos recuperar el control sobre nuestro futuro, la única política posible es la que tiene como eje la sostenibilidad. La que se nos ha vendido como la única política (económica) posible: consumo, bajada de impuestos, recortes sociales, enriquecimiento del 1%, menos democracia, es mentira. Y además es insostenible social y ecológicamente. Es urgente, por tanto, que la sociedad abrace el cambio a lo verde: que abarca no solo la sostenibilidad, si no también la igualdad de las mujeres y los hombres en la sociedad, en los cuidados y en la reproducción de la vida biológica.

Las consecuencias negativas que está imponiendo el cambio climático en nuestras vidas, hace que debamos formularnos muchas preguntas y reformularlo todo. Si queremos que mañana el presente vuelva a ser mejor que el pasado, si queremos dejar atrás la incertidumbre y recuperar la confianza, hemos de instaurar una nueva organización y un nuevo reparto del poder, la influencia y los recursos. En oleadas sucesivas debemos cambiar urgentemente las estructuras económicas actuales y las ideas políticas. Reformar e innovar los elementos culturales de la sociedad actual: defender la igualdad de mujeres y hombres; exigir más democracia; redefinir los sentimientos de pertenencia a la nación; y favorecer una familia no patrialcal. Y, como elemento de convicción, subrayar la estabilidad y la seguridad de esta nueva dinámica política, frente a la inestabilidad de la actual dinámica solo favorable para las clases dominantes.

O abrazamos el cambio o nos abrazamos a un pasado obsoleto. El mundo que está apareciendo no va a ser una continuación del que hoy tenemos –ecológica, tecnológica y socialmente−, sino uno completamente distinto. Hoy el pasado no es solo lo pretérito, es también la visión que solo contempla el presente. No podemos conformarnos solo con resolver a la urgencia o a la necesidad del día a día del ciudadano común, del gestor y/o del político. De lo inmediato. Porque entonces los acontecimientos nos sobrepasarán. Hemos de mirar más allá, a pesar de las dificultades. Hoy tenemos la opción de mirar al futuro, perspectiva que ha de tener como primera tarea la recuperación de la ilusión. Además de evitar un cambio climático descontrolado y una sociedad partida por la desigualdad que arroje a la pobreza a grandes partes de ella. En líneas muy genéricas esta visión del futuro se debe traducir en el abandono el enfoque mundo y el abrazo de la perspectiva planeta. En dejar de pensar y actuar desde perspectivas de clase o nación, para hacerlo desde la perspectiva de especie y de planeta, dentro de las cuales aquéllas habrán de insertase. Porque a pesar de las arengas, peroratas y discursos de los salvapatrias reaccionarios y los populistas, no tenemos más patria que el planeta.

La cuestión es: qué sostenibilidad y cómo llegamos a ella. Pero, ¿y si la mayoría social aceptara continuar en el consumismo nihilista y en el entretenimiento banal y no hacer nada o no hacer lo suficiente para evitar las consecuencias del cambio climático –situación en la que aún nos encontramos, como ponen de manifiesto los científicos y los jóvenes con sus manifestaciones−?: ¿sería legítima dicha decisión?; ¿deberían los gobernantes elegidos por el pueblo continuar aplicando un programa de gobierno que conduce al desastre o deberían éstos gobernar en nombre de la justicia social, la igualdad y la equidad entre generaciones y aplicar un programa que contribuyera de manera real a la lucha contra el cambio climático y la crisis ecológica?; ¿tendría la minoría del presente derecho a rebelarse contra la decisión de la mayoría que la condena?; ¿puede una mayoría de ciudadanos del presente perjudicar los derechos, medios, posibilidades y modo de vida de los ciudadanos del futuro?

Lo inevitable es posible. Es urgente. Es ineludible. Hoy solo es factible abrazar el cambio, nunca conservar el pasado obsoleto. Y no solo hemos sumarnos al cambio, sino liderarlo desde la democracia y sobre premisas de sostenibilidad, igualdad y equidad. O eso u otros nos impondrán su cambio.

Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2019/04/15/la-unica-politica-economica-posible/?fbclid=IwAR3wCcwpOP-LsNDon536hlMA3VbsfviTqUN4cxMA-_KSEtWASsPNrcNgeiA#.XLUF-hwjliw.facebook

El puzzle climático de las elecciones del 28-A

Las encuestas descartan, por ahora, la posibilidad de un gobierno de izquierdas en coalición con fuerzas nacionalistas tras las elecciones del 28-A, debido al hundimiento electoral de Podemos y por la propia actitud de bloqueo parlamentario que anuncia parte de los independentistas catalanes. Un gobierno PSOE-Ciudadanos tras las elecciones generales del 28-A es el escenario más probable al que nos enfrentaremos.

Pero un gobierno así se traduciría en un capitalismo verde de corte socio-liberal. Muy liberal en muchas políticas: economía, trabajo, globalización, energía, cambio climático. Y más a la derecha en lo social. Estupendo para el mundo y para el 1%, pero fatal para el planeta, para los niños y para el 99% restante. Este parece que es el resultado más previsble de las próximas elecciones generales. Este resultado electoral que tendría consecuencias en el incremento de la temperatura del planeta y con él contribuiríamos a que este amento fuera de 3ºC o más. Pero si el resultado de las elecciones fuera otro gobierno tripartito de la derecha, con los xenófobos, machistas, homófobos y negacionistas climáticos de Vox apoyando desde el Parlamento o formando parte del Gobierno del Estado, volvemos al pasado y continuamos en el terreno del business as usual, y con él contribuiríamos a que este aumento de temperatura del planeta fuera de 5ºC o más.

Si analizamos los programas electorales de las distintas fuerzas políticas y las declaraciones de sus principales dirigentes nos encontramos con que:

VOX: Rocío Monasterio, una de las principales dirigentes de Vox, señaló que el cambio climático no es una amenaza, ni tan siquiera un riesgo, sino un «camelo», «un argumentario falso».

PP: Antepone todo tipo de intereses a  la protección del medio ambiente. Hay contraste entre sus promesas y las acciones del PP ejemplos de esto: la supresión de los incentivos económicos para la instalación de nuevas infraestructuras de producción de energía renovable y en conocido como impuesto al sol con el que prohibió el autoconsumo solar.

Ciudadanos: Apuesta por el fraking. Apuesta por la presencia del carbón en el mix energético y por combatir el cambio climático con el principio de quien contamina paga y sensibilización ciudadana. No hace referencia al tema nuclear.

IU a pesar de su compromiso con la protección y defensa del medio ambiente sigue siendo deudora de la hipoteca contraída con el sector del carbón; y las políticas económicas que tanto PSOE como Podemos proponen no alteran la lógica del sistema ni ponen en peligro sus fundamentos y con estas políticas contribuiríamos a un incremento de temperatura en el planeta de entre 2-3ºC. Dos grados, dicen los científicos, ya es un incremento no deseable. Y los efectos negativos del cambio climático serán mayores y ocasionarán más efectos negativos en los adolescentes y las mujeres.

Houston, tenemos un problema climático. Porque el clima tiene un comportamiento no lineal. Un aumento de la temperatura de 2° C no es el doble de virulento que uno de 1° C (que ya se ha producido), puede serlo varias veces más. Y un incremento de 3 o 4° C será letal para los seres humanos y para el planeta. Las consecuencias para el planeta y para los seres humanos y nuestra civilización se multiplicarán. Previsiblemente, dicen los científicos, se producirán catástrofes naturales, escasez de agua y alimentos, corrientes migratorias de una magnitud desconocida, y conflictos armados. Nos quedan 12 años para revertir el incremento y dar solución al problema del cambio climático.

Pero la insuficiencia de la acción climática puesta en práctica por los gobiernos, las trabas que pone la derecha y la negación de la realidad de la extrema derecha, no deben desincentivarnos en la lucha por dejar un planeta y un mundo mejor a nuestros hijos y a nuestros nietos. Debemos, por el contrario, tomar ejemplo de los adolescentes que faltan a sus clases y las mujeres, que salen a la calle a reivindicar sus derechos. Y como ellos y ellas, cada uno, debemos empoderarnos y exigir un planeta habitable y un futuro digno y lleno de igualdad. Y la primera prueba que tenemos por delante son las elecciones generales del 28-A. El voto a la derecha y a la extrema derecha ataca a nuestra supervivencia y a nuestra decencia. No lo podemos olvidar. Y las consecuencias de no prestar atención han de ser tenidas en cuenta. Muy en cuenta. No podemos escuchar los cantos de sirena. Nuestro voto, nuestra decisión, a partir de hoy, cuenta más que nunca. Supervivencia, igualdad y voto ya están ligados.

 Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2019/03/11/el-puzle-climatico-de-elecciones-del-28-a/

Tiempo de transiciones


El mayor reto que hoy tenemos es el cambio climático. Pero su aceleración coincide con el agotamiento de una fase de la historia de España y su sistema político: la Transición. Vivimos tiempos de transiciones políticas y ecológicas.

Viendo los acontecimientos que están sucediendo en España —como ya he dicho en otra ocasión—, la República quizás esté más cerca de lo que podemos pensar o imaginar. En tal caso, el reto de la República será superar el nominalismo del debate monarquía/república y lograr que su venida origine en la sociedad una impregnación real de los valores cívicos republicanos. Una sociedad con estos valores es más fácil que desarrolle la fraternidad —tan necesaria en estos momentos—, un lazo de unión más fuerte que el de la solidaridad. Un lazo de unión con los restantes habitantes del planeta.

Es evidente que los males de España —la corrupción entre ellos—no van a desaparecer porque seamos una República. Pero una sociedad con valores republicanos puede afrontar mejor estos males y la transición ecológica que necesariamente hemos de poner en marcha, para iniciar el camino hacia un modo de vida acorde con los límites que el planeta impone. Un camino hacia un modo de vida más ético en todos los aspectos: humano, político y ecológico, en el que el fracaso en uno de ellos implica el fracaso en los demás.

La gente —como nos dice el CIS— está pidiendo que el Estado conduzca a la sociedad a la sostenibilidad. Hagamos que la República lo haga. De esa manera se cumplirán nuestros deseos. No tenemos otra forma de escapar del desprecio y del odio. Nuestro y de las generaciones futuras.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/07/16/tiempo-de-transiciones/

La Catalunya fake


El discurso del candidato a la presidencia de la Generalitat —acusado de xenófobo y supremacista por la oposición— pidiendo el voto para un gobierno provisional, instalado en el simbolismo de una República imposible, alejado de los principales problemas de los ciudadanos, mantiene a Cataluña en un tiempo fake. Sostiene una controversia lateral que silencia e invisibiliza otra primera urgente y trascendente: la anomalía en la que están instaladas las relaciones de la humanidad con el planeta, que no debe ser usada como pretexto para no pensar una reformulación del modelo civilizatorio.

Teniendo importancia esta cuestión, tiene la que realmente se le puede dar ante la realidad incuestionable del cambio climático. Es una cuestión de prioridades. Y aunque las prioridades pueden ser distintas en los diferentes actores políticos, la crisis climática debe concernirnos de manera prioritaria al no existir un planeta de recambio. Hemos de interrogarnos pues sin dilación sobre: ¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos ecológicos que trae este siglo?; ¿cómo vamos a abordar la agenda climática y la agenda social del siglo XXI?; ¿cuál sería la forma de organización territorial del Estado que mejor serviría para afrontar el reto climático: las Comunidades Autónomas, un Estado federal o confederal, una organización biorregional o un estado independiente?

En Cataluña no se está luchando contra el cambio climático, ni se están queriendo ver los riesgos que éste conlleva. En el resto de España tampoco. Por eso para hablar de vida como pedía el candidato a la Presidencia de la Generalitat, es urgente afrontar la crisis climática. Esta si es una situación real de excepción, que sino la remediamos no nos permitirá hablar de nada en Cataluña, ni en España. El ciclo en el que estamos no es solo político: autonomista o republicano como afirman algunos grupos en el Parlament, sino climático y de cambio civilizatorio. De supervivencia. En este contexto no tiene sentido crear diferencias identitarias y continuar usando el mapamundi para establecer fronteras donde antes no las había. Hoy el nuevo mapa es el planeta, no el territorio. Guste o no guste es así.

La solución biorregional como modelo de organización territorial no es un mero ejercicio teórico de la teoría política verde, sino un modelo que puede dar respuesta a muchas reivindicaciones que desde Cataluña se están reclamando para su autogobierno. Es una mirada a «una vida humana y una política» no estatal y no jurídica que reivindican la mayoría parlamentaria independentista y otros grupos de la Cámara. A la vez es una palanca de resistencia frente una mundialización desigual y una globalización uniformadora, que no establece barreras, pero ordena límites: limita los intercambios a aquellos que resulten posibles dentro del territorio y del planeta y no trata de imponer un molde económico, cultural y político desde el Estado, la clase o el género dominante.

La biorregión es un marco que se puede armar dentro del Estado de acuerdo con las características singulares que definen a cada biorregión social, política, climática, hídrica y geológicamente, con respeto a sus sistemas naturales, sus estructuras de intercambio interiores y exteriores, sus propias necesidades como comunidad, sus sistemas de sostenimiento biológico a largo plazo, sus ritmos propios. Y, todo ello, con observancia del significado profundo que tienen para la gente que vive en cada una de ellas. Ya que el 48% de los catalanes que vota independentista no es independentista, estas pautas pueden constituir un punto de partida sobre las que llegar a construir un consenso transversal o al menos mayoritario en el Parlament de Catalunya sobre la organización institucional del autogobierno.

Continuar un discurso fake que no solo abusa de las palabras, que se empeña en el ilusionismo de un proceso constituyente para construir un estado independiente en forma de República, desde una unilateralidad quiebra la legalidad constituida y que no goza del apoyo de la mayoría de ciudadanos catalanes, adrezado con campañas de señalamiento y declaraciones contra los «malos catalanes», se hace irrazonable en cualquier contexto político, pero aún más en el contexto climático cada día más adverso en que vivimos, en el que el calor y la escasez de agua ya están presentes en la vida cotidiana de los ciudadanos. Este discurso mentiroso solo es el símbolo de la pugna entre las derechas españolas para asegurarse un mercado propio, en la lucha por la financiarización de todo lo que la Naturaleza brinda. Batalla en la que el control físico del territorio es una prioridad estratégica.

La resolución del contencioso no requiere por tanto derruirlo todo y volver a construirlo todo nuevamente, como sería del gusto de los independentistas. Solo basta con mover un palmo el foco para salir del bucle. Abordar la cuestión nacional e identitaria desde una perspectiva diferente. La solución, o al menos una de las posibles, es buscar vínculos que nos anclen al planeta y no al mundo (territorio) como hasta ahora. Ese vínculo es el de la afinidad, más amplio que la identidad y no excluyente. La afinidad aporta sentido y dirección a los diferentes sentimientos de pertenencia, sin limitar ni coartar la mezcla entre ellos. No es una camiseta como la identidad. Es una «matriz estructural» de lo que es común a los seres humanos: la pertenencia a un mismo planeta y a una misma especie biológica, por encima de los yoes histórica y socialmente creados: la nación, la clase, el género o la relación con el mercado y el consumo de bienes y servicios.

Así concebida la cuestión ésta no queda reducida a la terra patria (a la tierra paterna), sino que se amplía al planeta terra. En la era de la crisis climática es necesario crear junto a la conexión entre sociedad y democracia, otra entre planeta y democracia. Lo que hasta ahora era puramente contexto (el planeta), a partir de ahora también es objeto de decisiones, objeto político, objeto central de la democracia. Y quizás deba ser también sujeto. La terra patria es así el planeta terra, la tierra de todos y para todos. Esta conjunción entre planeta y democracia se materializa institucionalmente en la biorregión.

La lengua, la historia o la cultura ya no definen en la práctica la cuestión nacional, desde ahora ya es determinada por la cuestión climática. Los cálculos más optimistas calculan ciento cuarenta millones de migrantes climáticos en los próximos treinta años, cifra que se irá incrementando a medida que el cambio climático se haga más profundo. El sujeto biológico (la especie) se hace sujeto político. La Nación da paso así a la Nación planetaria: la comunidad formada por todos los seres humanos; asociada a un territorio: el planeta; que tiene una cultura compartida: las leyes de la Naturaleza; que comparte cierto grado de solidaridad, manifestada en la existencia de los servicios ambientales y el necesario cuidado de los mismos; y que comparte cierto grado de memoria histórica, a través de la información de experiencias de miedo y estrés transmitidas en el ADN, la memoria de nuestros antepasados.

Esta manera de afrontar la cuestión nacional, acorde con el cambio epocal en el que nos encontramos, se interroga «por lo que somos», por delante de por quiénes somos. La pertenencia adquiere así diferente significado y evidencia la disfuncionalidad actual de la vieja receta de soberanía e identidad. La iniciativa está sobre la mesa. ¿Se atreverá alguien a abanderarla? No lo sé, pero Facebook ha escogido Barcelona para instalar un centro de control de ‘fake news’.



Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/13/la-catalunya-fake/

Una Constitución para el siglo XXI

La política del siglo XXI demanda un nuevo consenso marco que capte nuestro tiempo, para sobre él refundar los restantes pactos. Vivimos en un «escenario posnatural» −de la mano de la hiperglobalización y la hiperconectividad− que a golpe de calor y de sequía pide que los acuerdos políticos y sociales vigentes se transformen en un contrato posmaterial. En un acuerdo de sostenibilidad ambiental. Más allá de los necesarios debates sobre la reforma de la Constitución Española, nada se ha dicho en ellos sobre a este aspecto. Nadie ha alzado su voz reclamando la introducción en el texto constitucional de normas para afrontar los retos de este siglo. Y si nadie lo hace no dispondremos de una Constitución para el siglo XXI.

Para comprender la necesidad de esta metamorfosis, hay que tomar como punto de partida el hecho indudable que la especie humana se ha convertido en una fuerza geológica. Su influencia sobre el medio ambiente es de tal alcance y magnitud que la Tierra está «moviéndose hacia un estado diferente»: la era del antropoceno. Esta expresión quiere reflejar el impacto de la masiva influencia del ser humano sobre los sistemas biofísicos planetarios. Su efecto más visible es el cambio climático. Pero no es el único. También se incluyen en esta categoría eventos como: «la disminución de la superficie de selva virgen, la urbanización, la agricultura industrial, las actividades mineras, las infraestructuras de transporte, la pérdida de biodiversidad, la modificación genética de organismos o la hibridación creciente».  Pero los nuevos retos no se pueden afrontar con las viejas recetas.

Es preciso, por tanto, generar un consenso ecológico, que debe ser trasladado a la reforma de la Constitución que se hubiera de aprobar, para desde él refundar los pactos políticos, sociales y territoriales existentes, a fin de legitimar la política para este tiempo. Nuevo consenso que debe tener como propósito la superación de los dos siglos de civilización industrial causantes de la oposición entre las «fuerzas productivas» y las «fuerzas de la naturaleza», que amenaza con destruirlo todo. Las tres fuerzas que hoy existen sobre el planeta: Naturaleza, ser humano y tecnología, han formado dos bloques antagónicos. La unión de dos de ellas: el ser humano y la tecnología han hecho nacer una economía cuyo metabolismo planetario es la mayor fuerza geológica existente. La tercera es la Naturaleza como fue descrita por Lovelock: una entidad viviente capaz de transformar la atmósfera del planeta para adecuarla a sus necesidades globales, dotada de facultades y poderes que exceden con mucho a los que poseen sus partes constitutivas –Gaia−. ¿Puede entonces hablar el ser humano de soberanía o sólo debe hablar de autonomía?

En el siglo XXI la acción política se desarrollará en un mundo diferente del actual. En este tiempo nuevo convivirán «grandes potencias mundiales, interdependencia globalizada y poderosas redes privadas» con una crisis ecológica y civilizatoria. En este mundo de «cadenas de suministro»: urbano, móvil, saturado de tecnología, además de descifrar «la geopolítica», será necesario no perder de vista «la geoeconomía»: en esta hipereconomía las «megainfraestructuras de conexión (nuevas tuberías, cables, ferrocarriles y canales) y la conectividad digital (que posibilita nuevas formas de comunidad)» salvan las fronteras naturales y atraviesan las fronteras políticas. Importa «menos quien posee (o reclama) el territorio que quien lo utiliza (o administra)». Lo que constituye una reconfiguración del Estado. En un mundo diferente las constituciones deben pasar de ser un instrumento de ordenación interna del sistema de atribución de derechos y distribución del poder, como hasta ahora, a actuar también como un dispositivo de ordenación de las relaciones del ser humano con la Naturaleza dentro de los límites que nos impone el planeta, juntamente con instrumentos internacionales y supranacionales.

Para que esta nueva constitución pueda ver la luz, será necesario incorporar en la Constitución Española de 1978 herramientas de simple geografía –como las biorregiones− que permitan modular desde el poder público la interacción entre demografía, política, ecología y tecnología, junto a los mecanismos de geografía política tradicionales ya recogidos en ella para la defensa de los derechos y la distribución del poder: tanto horizontalmente –Corona, Gobierno, Cortes Generales y Poder Judicial− como verticalmente –Comunidades Autónomas, Provincias y Municipios, u otras formas de distribución que en el futuro se puedan adoptar. La incorporación de las biorregiones a la Constitución Española es una forma de introducir en la política la complejidad y sutilidad de la Naturaleza, de la que el ejercicio del poder no puede ser ajeno. Las biorregiones califican la sostenibilidad ambiental dándole dirección y sentido, además de establecer límites al uso del territorio, de los recursos y a ideas que hasta ahora eran pensadas como absolutas: soberanía, territorio, nacionalismo, supremacía militar, en tanto que la importancia estratégica en el mundo de hoy recae no en el territorio o en la población de los Estados, sino en la «conectividad (física, económica y digital) con los flujos de recursos, capital, datos talento y otros activos» que éstos desarrollen.

El cambio que se ha de operar para gobernar el mundo dentro de la Naturaleza no ha de venir ni de la revolución, ni de la evolución. Es necesaria una metamorfosis. Un cambio de estado. Los seres humanos hemos de admitir el hecho que el Planeta es nuestra patria. Que somos ciudadanos de la Tierra. Y este es un hecho político, no de administración –de recursos−. Realizar este cambio no exige ignorar lo conseguido hasta ahora por el ser humano, pero si requiere saber que este logro sólo es una parte de lo que somos. Dicho de otro modo: la historia humana sólo es una pequeña parte de la historia del planeta. Esta comprensión es el umbral para la adquisición de una conciencia de especie, que reemplace a la conciencia de clase. Desde esta perspectiva las categorías políticas adquieren otro significado.

Un ejemplo de este cambio del significado categorial lo podemos ver en el Preámbulo de la Constitución. En él se hace mención a la Nación Española, a los pueblos de España, a la cultura, a establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien, a usar nuestra soberanía, a la convivencia democrática, a un orden económico y social justo, a asegurar el imperio de la ley, a asegurar a todos una digna calidad de vida y a establecer una sociedad democrática avanzada. Es evidente, manifiesto y palmario que el antropoceno y los acontecimientos a él ligados –como la crisis climática− han renovado estos conceptos, tanto en el alcance como en el discernimiento que de los mismos teníamos hasta ahora. Esto implica la necesidad de redefinir y adaptar las categorías políticas a la realidad del siglo XXI; e introducir en la Constitución la variable ecológica y la intergeneracional, a través de normas o reglas que delimiten el marco de la actividad humana.

Hemos, por tanto, dejar de vivir replegados en el mundo y comenzar a habitar el planeta. Es ineludible que abordemos y acometamos la preservación del planeta del «entramado de infraestructuras de transporte, de energía y comunicaciones entre todas las personas y los recursos del mundo» antes que el planeta sea destruido. Si las constituciones han de continuar siendo reconocidas como la norma suprema de los Estados, y en particular la Constitución Española, la tarea de protección más importante que tendrán en el siglo XXI ha de ser la conservación del planeta.


Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/12/06/una-constitucion-siglo-xxi/

Mi patria es el planeta (II)



El siglo XXI requiere que abandonemos el enfoque mundo y abracemos la perspectiva planeta. Exige transitar desde la noción de sociedad a la de comunidad planetaria. Armonizar la ciudadanía estatal con una nueva ciudadanía de la Tierra. Para ello es necesario construir un nuevo sentimiento de identidad y redefinir el actual sentimiento de pertenencia.

El territorio fue definido, primeramente, por las fronteras de los estados. Hoy vuelve a ser delimitado por el cambio climático, que con sus muros climáticos, determina los espacios habitables, los recursos disponibles, los movimientos migratorios y la seguridad de las personas. El territorio del planeta está siendo redefinido por el sumergimiento de unos debido a la subida del nivel del mar y por la emergencia de otros por el deshielo. Pero también, y sobre todo, debido a la aparición de murallas climáticas, nueva categoría de fronteras que separan por inhabitables territorios antes habitables. En este contexto, cuyo efecto es el desplazamiento masivo de seres humanos en busca de refugio, las fronteras políticas se convierten en instrumentos de agresión a los derechos humanos de los desplazados. La solución no es el viejo control de fronteras para la salvaguarda de los intereses y la cohesión nacionales. Exige desarrollar una perspectiva planetaria de la ciudadanía, del estado, así como de las relaciones con la Naturaleza.

La sociedad humana es sólo un subgrupo de la comunidad planetaria. Comparte morada con el resto de seres no humanos. También con aquéllos que vendrán después y ocuparán el mismo planeta. El primer deber de toda comunidad es velar por la continuidad de la misma en el tiempo. Para lograrla hay insertar en la actividad económica la variable intergeneracional o justicia entre generaciones. Se materializa ésta con el reconocimiento y establecimiento de derechos y obligaciones planetarios, cuyo efecto es vincular a los ciudadanos con el planeta y con el futuro.

¿Qué son estos derechos y obligaciones? Los derechos planetarios, son derechos inherentes a todas las generaciones, no limitados a las posteriores cercanas. Comprenden los derechos a condiciones de biodiversidad y calidad ambiental equivalentes a las disfrutadas por generaciones anteriores. En cuanto a los deberes planetarios, el principal es que cada generación sólo puede tomar del planeta aquello que le resulte necesario para satisfacer sus necesidades, sin comprometer la capacidad ecológica y socioeconómica de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Este deber contiene cinco deberes de uso: de conservación de los recursos; de acceso equitativo a la utilización de los recursos; de prever o disminuir el impacto negativo sobre los recursos o la calidad ambiental; de minimizar los desastres; de soportar los costes del daño.

¿Cómo materializar estos derechos y obligaciones? Una fórmula es el establecimiento de un estatus ciudadano desdoblado: en una ciudadanía de la Tierra, de la que se estaría investido por el mero hecho de pertenecer a la comunidad planetaria, y a la que se vincularían los derechos y deberes planetarios, garantizados por un organismo global y los estados; y el estatus de ciudadanía clásico, vinculado al estado o ente supranacional de residencia, al que quedarían vinculados los derechos políticos y sociales. Se trata con ello de forjar un sentimiento de identidad planetaria. Una identidad inclusiva que parte del hecho de habitar todos el mismo planeta, y se basa únicamente en el nosotros, no en el ellos y el nosotros. Esta identidad planetaria se debería acompañar de un sentimiento de pertenencia al territorio de residencia, apoyado en un patriotismo constitucional verde. Éste significa que la libertad de empresa se transforma en «libertad dentro de» los límites del planeta y dentro de la cuota de recursos que cada generación tiene asignados. Que el significado de la igualdad es reconstruido desde la realidad del cambio climático, el reconocimiento de la finitud del planeta y la problemática del acceso a los recursos y a los servicios ambientales. Y que la justicia también es ambiental: derecho a un medio ambiente más limpio, más sano y más seguro, porque no hay justicia social sin justicia ambiental, pues las desigualdades sociales hoy tienen su origen no sólo en el desigual acceso a los recursos, sino también en el desigual acceso a los servicios ambientales.
Hoy, más que nunca, cuando mes tras mes se suceden los records de temperatura media del mundo, es necesario hacer realidad la expresión no hay más patria que el planeta y forjar el sentimiento de identidad planetario. Es necesario comenzar con las mutaciones moleculares y las enmiendas a la totalidad, para dejar a atrás la vieja sociedad industrial e instalarnos en la comunidad planetaria. De continuar la parálisis actual, la segunda mitad del siglo XXI podría estar dominada por dictaduras ecofascistas que combinen la ecoeficiencia autoritaria con la justificación de las desigualdades sociales. El escenario resultante sería un mapamundi poblado de «archipiélagos bunkerizados de bienestar» en un mar de barbarie.


Francisco Soler






Mi patria es el planeta


¿Qué es la patria? Es muchas cosas. Siempre ligadas a las emociones. Para unos es un anhelo. Para otros es la gente. Para mí es el Planeta. Trataré de explicar este sentimiento desde lo particular a lo universal. Desde lo personal a lo político.

Soy hijo de una andaluza y de un catalán. Uno de mis bisabuelos era irlandés. Un abuelo fue un republicano exiliado. La historia de mi familia ha sido la de los exilios cruzados entre generaciones. Nacemos en un lugar, vivimos en otro. De España a Chile y viceversa. También a mí me tocó recorrer ese camino. Nací en Chile, vivo en España. Eso fue cuando las alamedas se cerraron para la gente. Me he mezclado y me he encontrado con gente que no debía haber conocido. Soy mestizo por origen, pero no por Tierra. He vivido en diferentes países, pero dichos lugares son del mismo planeta. La gente de cada lugar es importante. Todos somos importantes. No importa la lengua, la religión, las ideas, la bandera. Todos albergamos sentimientos. Si se eliminan las fronteras somos ciudadanos del mundo. Unos se llaman cosmopolitas. Otros internacionalistas. La palabra mundo, sin embargo, etimológicamente hacía referencia a un lugar cerrado. El mundus. El pozo o cripta que se excavaba junto al ágora, donde se depositaban los documentos y planos de la fundación de la ciudad. Los países también son lugares cerrados por fronteras. En ellos depositamos las constituciones. La política se repliega sobre el mundo, sobre los seres humanos. Le falta la perspectiva del planeta, de los otros, del «afuera de la ciudad».

Quiero ir más allá, al afuera. Dejo para ello que resuene mi pasión por la naturaleza. Ese sentimiento que hace que me sienta en casa en cada lugar donde voy o donde estoy. Como el pájaro, como el río. Vinculado al aire, al agua. Por eso la única soberanía a la que me someto es a la de la Tierra, a la de sus leyes. Soy ciudadano de la Tierra. Somos ciudadanos de la Tierra. Miembros de una comunidad abierta. Más amplia, habitada no sólo por seres humanos. Y no sólo por aquéllos que ahora moramos. También por aquéllos que vendrán después, que ocuparán el mismo planeta. En él no existe el exilio. No hay nostalgia. No hay fronteras; y las naturales son territorios de transición, lugares de mezcla. Los seres humanos, sin embargo, debido a nuestro repliegue sobre el mundo, estamos creando más fronteras. Murallas climáticas que delimitarán el territorio habitable. Esas que harán que, en 2040, en Almería y Murcia haya migraciones, que despoblarán esos territorios por las condiciones climáticas. También sucederá en otros lugares del planeta. ¿También en nuestra ciudad? Habrá éxodos, crecerá la violencia dentro de las comunidades. Dentro de los países. En las fronteras. Se reavivarán viejos conflictos. Se producirán nuevas guerras. Ya no lucharemos por las ideas, nos mataremos por los recursos. Por el clima.

No basta, por tanto, con que hoy nos ocupemos sólo de nuestra gente. Esta es una política replegada sobre una realidad superada. El mundo. Hay más gentes. Otros seres que también son parte del planeta. No basta que en el siglo XXI nos ocupemos de las necesidades que imponen los derechos humanos: vivienda, sanidad, educación, justicia. Hemos roto el planeta. Será el siglo de la sed, del hambre, del calor, de las migraciones. Hace falta además una política para el planeta, que es una política para la gente. Igual que lo es la política social, la sanitaria, la educativa. En este siglo tendremos que garantizar primero el medio ambiente. Será la necesidad más vital. No es una necesidad hipotética. Es una necesidad de la gente que vive en el planeta. En el planeta real, sacudido por el cambio climático, por el agotamiento de los recursos, por la crisis de biodiversidad. Es nuestra responsabilidad para con los otros que también viven en el planeta. Para satisfacer esta necesidad, para poner en marcha esta política, es necesario trascender lo estatal e instalarnos en lo planetario. Los problemas globales del siglo XXI, exigirán que optemos entre el Estado o el Planeta. No hay más patria que el Planeta. No tenemos otro. Tenemos que elegir. Y la elección es continuidad o ruptura.





Francisco Soler