Los 'hombres por la igualdad' somos un movimiento social atípico porque nos articulamos en torno a renunciar a nuestros privilegios y a denunciar el daño que estos privilegios causan a las mujeres y a algunos hombres. Llamamos a asumir responsabilidades y a ceder poder, y buscamos algo tan complicado como movilizar a los hombres contra las injusticias de las que somos beneficiarios, conscientes de que estar por la igualdad implica que nuestra prioridad sea la lucha contra las desigualdades.
Sabemos que somos herederos del patriarcado y de la socialización masculina, pero también sabemos que no existe un enemigo exterior al que culpar del precio que pagamos por ir de machos por la vida, y que no debemos buscar nuestra felicidad sin mejorar al mismo tiempo la vida de las mujeres y de los hombres que sufren desigualdades de género. No es que no haya cosas que se puedan hacer para acelerar el cambio de los hombres hacia la igualdad, con el menor sufrimiento posible, desde las políticas de igualdad, salud, servicios sociales, trabajo..., sino que hemos de asegurarnos de que al aplicarlas se reducen las desigualdades de poder. Por eso es importante explicar bien cómo se consigue esto con los Permisos Iguales e Intransferibles por Nacimiento o Adopción, con la participación equilibrada de hombres y mujeres, con las políticas que promueven la incorporación de los hombres a la lucha por la igualdad o con la coeducación que, a partir de la diferente socialización que reciben niñas y niños, fomente valores universales para evitar que la “igualdad de género” se construya exclusivamente en torno a los modelos masculinos.
El cambio de los hombres, lento pero innegable, se debe a la presión del movimiento de mujeres y a nuestras propias reflexiones. Sus reivindicaciones nos ponen ante el dilema de aceptarlas y apoyarlas, oponernos a ellas, o adaptarnos a la presión de nuestro entorno. A mediados de los años ochenta empezaron a surgir grupos de hombres —en Valencia, Sevilla o Bilbao— que se planteaban la necesidad de revisar críticamente los modelos masculinos. Fue un proceso espontáneo que demuestra que respondían a una necesidad objetiva planteada por el cambio de las mujeres, y fueron sin pretenderlo el germen de un movimiento de hombres por la igualdad [MHX=], aunque tuvieron que pasar varios años para que supieran los unos de los otros y empezaran a coordinarse.
Estos grupos ofrecían la posibilidad de hablar de todo aquello que no solía surgir en las conversaciones con los amigos. Eran un espacio de intimidad y confianza al que estábamos poco habituados, y permitían compartir experiencias o sentimientos difíciles de contar fuera de ellos. Hablábamos de los temas que nos interesaban a partir de nuestras vivencias y nos sorprendíamos cuando estas eran similares a las vividas por otros miembros del grupo. Descubríamos lo que no queríamos ser y empezamos a intuir cómo ser más felices, al tiempo que más igualitarios en nuestras relaciones con las mujeres y con el resto de los hombres.Mantuvimos diálogos que nos ayudaban a enriquecer los argumentos de quienes dedicábamos parte de nuestras energías al activismo, aunque fue el asesinato de Ana Orantes lo que nos animó (al grupo de hombres de Sevilla) a salir al espacio público para acabar con el silencio, ese silencio cómplice que permitía a los victimarios pensar que contaban con el apoyo implícito de la mayoría de los varones. Salimos a la calle a recabar la adhesión de otros hombres a un manifiesto de “hombres contra la violencia ejercida por hombres contra las mujeres” y poner en circulación un lazo blanco (no sabíamos entonces que con el lazo blanco reproducíamos una iniciativa anterior impulsada por hombres canadienses).
Desde entonces han sido muchos los grupos que han aparecido por todo el Estado. Con comienzos originales, trayectorias diferentes, duraciones variables y finales imprevisibles, han supuesto para la mayoría de sus participantes una experiencia que los ha hecho más empáticos e igualitarios. Han sido un caldo de cultivo que ha hecho a sus miembros más corresponsables en el ámbito de lo privado, y al mismo tiempo han sido el germen de la mayoría de las asociaciones, redes y grupos mixtos que hoy se plantean la necesidad de trabajar por el cambio de los hombres.
Vemos que en la actualidad se acelera la necesidad de trabajar con los hombres: aparecen muchos libros sobre los hombres y algunos se colocan en las listas de éxitos; la universidad se va incorporando al estudio de las masculinidades; se crea un observatorio académico sobre masculinidades y un título de Especialista Universitario en Masculinidades, Género e Igualdad; se establecen en la península organizaciones trasnacionales como Promundo o MenEngage (que está impulsando la elaboración de una agenda feminista para hombres) y en Sevilla se prepara este año un 21 de octubre (#21oct21) que promete ser sonado.
Es un interés renovado motivado por el empuje de nuestro movimiento, la necesidad de aplicar las recomendaciones internacionales y la exigencia de construir un cortafuego al discurso neomachista de la extrema derecha. Una necesidad de animar a los hombres a la igualdad que parece estar llegando por fin a la agenda de nuevas instituciones públicas y de grandes empresas muy masculinizadas que han de aplicar los planes de igualdad. Se puede decir que el trabajo con los hombres empieza a ser un nicho de trabajo emergente; esto coincide con la iniciativa de agentes de igualdad y consultorías de género que piden la regulación de la profesión, solicitando un sistema público de homologación que evite el intrusismo.
Lo cierto es que estamos ante un discurso cada vez más académico y profesionalizado que ojalá nos ayude a acelerar el cambio, aunque quizá sea a costa de reducir la diversidad de temas de interés que es propia de los grupos de hombres. Estos grupos implican a una pluralidad de hombres y generan una empatía exenta de complicidad desde la que discutir las resistencias y las dificultades que se dan en el camino hacia la igualdad. Quizá esas cualidades para detectar y cambiar actitudes personales hacen que los grupos de hombres sigan siendo más necesarios que nunca, tan insustituibles como imprescindibles.
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad