De la libertad a la fraternidad


La Revolución Inglesa y la Revolución Industrial marcaron el inicio de las transformaciones políticas, económicas y técnicas que han conducido al ser humano, por su actividad sobre el medio ambiente, a ser la fuerza geológica más importante del planeta.

Se inició este tiempo con la desaparición de las fronteras internas y el cercamiento de los terrenos comunales. Con el tránsito de un sistema de propiedad vinculada a una sucesión o empleo, en la que sus dueños podían disponer libremente de los frutos o rentas pero no podían enajenarlas, a otro de propiedad individual enajenable. Se pasó de una sociedad de privilegios por nacimiento y sin movilidad social, a otra fundada en los méritos individuales que permite la movilidad social, cuyo motor social es la competencia. Fruto de ello, la libertad se entendió, en lo que al objeto de este artículo interesa, como "libertad de empresa". Esta manera de entender la libertad nos ha conducido más allá de los límites del planeta. En esta sociedad el equilibrador de la libertad es la igualdad, que actúa como redistribuidor, pero no como límite.

La crisis climática, de recursos y biodiversidad actual, sin embargo, nos sitúa ante un nuevo tiempo histórico con una misión propia: la preservación del planeta y de las condiciones de vida para la generación actual y para las generaciones futuras. Que es también el objetivo estratégico de la ecología política. Para estar a la altura del reto al que nos enfrentamos, es necesario inagurar una nueva concepción de la libertad, en la que se establezca una restricción que afecte a las condiciones de su ejercicio y reconfigure la libertad, a secas, como una "libertad dentro de": dentro de los límites del planeta y dentro de la cuota de recursos que cada generación puede disponer. De lo contrario, el cambio climático convertirá los límites del planeta en limitaciones para el ser humano. Para materializar esta noción de la libertad debemos abandonar la actual sociedad de competencia e instalarnos en la sociedad de la cooperación. Abandonar la cantidad y abrazar la cualidad, que en esencia es belleza. En esta sociedad el equilibrador de la libertad es la fraternidad. Que surge de la cooperación social y de la conciencia de esta cooperación, de la vida y el trabajo en común. Es en estos principios donde cristaliza la génesis social de los valores éticos y políticos que permiten la satisfacción de las necesidades humanas sin negar los límites ecológicos de la biosfera, teniendo en cuenta a todas las generaciones. En esta sociedad cooperativa, la fraternidad actúa como límite y como redistribuidor, tanto entre generaciones como dentro de cada generación.

La fraternidad es el tercer estadio de la triada de valores que proclamó la Revolución Francesa. Si la libertad trajo la tolerancia. Y la igualdad la justicia social. La fraternidad trae la responsabilidad, entendida como una ética orientada al futuro, que se traduce en equidad intergeneracional. Introduce el atributo emocional: la empatía, que permite poner el centro de gravedad de la política en el cuidado del otro (la generación actual, las generaciones futuras y la totalidad de lo viviente). Subvierte, transforma y trasciende, de esta manera, la concepción racionalista de la libertad y la igualdad de la Ilustración. A través de ella la libertad y la igualdad quedan vinculadas a la justicia, que tienen una raíz biológica. La fraternidad tiene que ver con la vida en grupo, con la necesidad de preservar la armonía frente a la competencia por los recursos». Sin ella sólo existe darwinismo intergeneracional y ecológico. 

Petra Kelly, líder de Los Verdes alemanes, demandaba la introducción de la ternura como valor político y subversivo. Para mi, ésta, es la fraternidad. 

Paco Soler
Abogado, poeta, ensayista
http://www.laopiniondemalaga.es/blogs/barra-verde/de-la-libertad-a-la-fraternidad.html

Pablo Iglesias y los feminismos


Hace días una amiga de Facebook quería conocer mi opinión sobre «la oposición de algunas personas a que los hombres intervengan en la lucha por los derechos de las mujeres. Uno de los alegatos que presentan es el hecho de que un hombre no puede implicarse en la lucha por los derechos de las mujeres porque siempre pierden privilegios, y esta pérdida no los hace fiables para tal lucha». En cuanto encontré el momento improvise esta respuesta:

La historia está llena de personas para quienes abrazar luchas o ideologías les implicaba aceptar la más que probable pérdida de privilegios. Basta recordar la cantidad de jóvenes de la transición que arriesgaron su libertad y su vida por unos ideales. Frecuentemente jóvenes —hijos e hijas de la burguesía— que lo hicieron mientras creyeron que merecía la pena. Su ejemplo nos demuestra que las luchas por la justicia y por las libertades no sólo se libran por los beneficios personales que se espera obtener si se ganan, a veces se sostienen incluso desde el convencimiento de que no se va a vivir lo suficiente para ver los cambios que se persiguen.

En la transición yo era metalúrgico e hijo de luchadores antifranquistas, un joven obrero con conciencia de clase que aprendía y necesitaba de la capacidad de esa juventud estudiantil y pequeñoburguesa de la que no acababa de fiarme. Hace un par de semanas comí y pasé la tarde con más de ochenta excamaradas a quienes hacía 36 años que no veía, y pude comprobar que nos unía el cariño y la nostalgia, y que la mayoría seguía siendo de izquierdas, aunque ninguno/a había renunciado a sus privilegios de clase y la mayoría gozaba de un bienestar en buena parte heredado. En estas circunstancias, cómo no entender la desconfianza de las chicas que llegan al feminismo sin historia personal, por más que con frecuencia —harto de verme cuestionado— la misma me incomode.

Me molesta más la desconfianza, no sé si real o aparente, de algunas feministas con mucha más trayectoria que creen tener el monopolio de la lucha por la igualdad, porque han sido las feministas las que más habéis hecho por ponerla en la agenda pública. En el mejor de los casos creo que, al tiempo que representan al colectivo que más sufre las desigualdades, confunden liderar un movimiento con la capacidad de las mujeres para convertir la igualdad legal en la real, o para erradicar las violencias machistas, sin implicar a los hombres en el cambio. En el peor de los casos he llegado a pensar que lo que les importa es conservar parcelas de poder.

Sin la implicación de los hombres no se puede diseñar y construir un futuro compartido, y puesto que la perspectiva de género también tiene género, a los hombres nos toca asumir la deconstrucción de la masculinidad, una tarea que cobra mayor importancia en un momento en que los roles se diluyen y se vislumbra una unidad entre los mismos con la masculinidad como referente universal.

No obstante yo también creo que hay, entre quienes nos decimos por la igualdad, compañeros que se creen capaces de liderar el movimiento feminista y que tratan de hacerlo en la medida de sus posibilidades.

Entre la pregunta y mi respuesta un amigo dijo (cosas de Facebook): «la labor fundamental de los hombres que estamos por la Igualdad es la de transformar nuestro ámbito de hombres en espacios feministas. No debemos liderar la lucha; pero sí tengo claro que este cambio nuestro debemos hacerlo dentro de un marco feminista».

Días después Pablo Iglesias habló de “feminizar la política” y parte de los feminismos mostraron sus resistencias al protagonismo de un hombre que no destaca por su sensibilidad feminista. Pablo reprodujo un error de los líderes de la transición, creer que podía hablar del feminismo como habla de los desahucios o la pobreza energética. No vio que, en este tema, para ser creíble no basta con tener conocimientos: hay que estar dispuesto a renunciar a los privilegios que se han heredado por el mero hecho de ser un hombre. Algo difícil de creer en quien cultiva la imagen del triunfador y no ve motivos para cambiar, ni se muestra crítico con el modelo competitivo que le ha permitido alcanzar el éxito y el poder del que disfruta.

Es el prototipo del heterosexual occidental, miembro del colectivo de los hombres que controla casi todos los resortes del poder y disfruta de todos los privilegios del Patriarcado: aquellos a los que puede renunciar y los que dependen de la cultura. Alguien que no ve prioritario acabar con las desigualdades que sufren las mujeres y quienes no se ajustan al modelo viril hegemónico, que no combate el machismo ni anima a otros hombres a implicarse para hacer real la igualdad legal. Él, que en Podemos delega en las feministas la lucha por la igualdad y no se plantea más cambios que aquellos que con su presión sean capaces de imponer.

Es lógico que algunas feministas le hayan criticado que con el ejemplo de los cuidados contribuye a naturalizar los géneros, cuando podía hablar de qué políticas públicas piensa impulsar para ir acabando con las asignaciones de género. Lo que no evita que a mí —que observo preocupado que los géneros se estén difuminando para dar paso a una igualdad que tiene como referente universal el modelo masculino tradicional, y que defiendo la necesidad de que los hombres asumamos el riesgo a equivocarnos— toda referencia a “desmasculinizar” la vea como una aportación al debate.


 José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad


Medea, cambio climático y androcentrismo

La Naturaleza al igual que Medea, es sabia, hábil, fuerte, luchadora. Por eso es amada por unos y respetada y temida por todos. Durante mucho tiempo simbolizó la hembra horrible, imposible de apaciguar, incapaz de llegar a compromisos. Era lo que está fuera de la razón. Lo que debe ser dominado.

Al igual que el mito griego, la Naturaleza y el ser humano representan un matrimonio muy racionalizado. Pero el hombre la trata como una hechicera, como una bruja seductora a la que cree poder dominar a través de la explotación. Con las herramientas cree que la puede hacer vibrar como si una vulva fuera. Igual que Jasón a Medea, el hombre ha repudiado a la Naturaleza por la técnica, para contraer matrimonio con ésta. Hechizado alumbra otras nuevas, la deifica. Ofrece a la Naturaleza como sacrificio reparador de sus inquietudes.

La sacralización androcéntrica de la técnica es una tentativa de dominio de la Naturaleza, que incluye el dominio de los seres humanos. Las mujeres, al igual que la Naturaleza, han sido constantemente relegadas a un papel subordinado: ellas al ámbito privado de la casa, la procreación y los cuidados; Ella a la condición de mero stock de aprovisionamiento. Pero la Naturaleza, al igual que Medea o Antígona, ha comenzado a cobrarse su venganza, pero no una venganza sin más, sino una venganza de principios, de sus leyes. Se mantiene consecuente, lógica. No es absurda, irracional. Por eso no hay tragedia, sino la fingida ignorancia del hombre. Ironía.
La forma-de-vida del hombre origina que la Naturaleza se avergüence de las heridas en su cuerpo. De mirar y de «ser mirada». De tener que «asistir sin remedio a su propia ruina», de ser «testigo del propio perderse». Le ocasiona sonrojo ser «entregada a lo inasumible», que no es algo externo, sino que está en la propia intimidad de la Naturaleza: ¿hay algo más íntimo para la Naturaleza que el hombre?.

La Naturaleza carga con su destino: el hombre, al que no puede rechazar. Se somete a su explotación. Pero es con el acto del sometimiento como, paradójicamente, afirma su soberanía. Deviene simbólicamente en sujeto en el más pleno sentido de la palabra: el que se somete. Aunque como Antígona, con grito desgarrado, reclama el cumplimiento de las leyes ancestrales del planeta. La contemplación de su destrucción y la «imposibilidad de evasión» de sí misma, del conflicto entre ley y justicia, entre leyes económicas del hombre y leyes de la Naturaleza, ha mutado a ésta. La traición del hombre y su entrega a la técnica, ha transformado el grito de la Naturaleza en furia: en asesinato y venganza. Medea ha resuelto matar a Antígona. Ha desatado para ello procesos de cambio global, que terminarán con la existencia del hombre en el planeta, si éste no abandona a su amante.

La Naturaleza, como las mujeres, determinan lo que el razonamiento masculino es capaz de hacer. Se colocan en el confín de la integridad y le dicen al hombre: por aquí no pasas con tus leyes económicas y sociales. Al igual que los mitos griegos, la Naturaleza muestra al hombre el conflicto entre el modelo matrialcal y el patrialcal. Ponen al hombre frente a su límite. Éste para demostrar que la razón está de su parte, para no oír a lo femenino, está resuelto como Empédocles, a saltar otra vez a la boca del Etna. Quedará entonces otra sandalia al borde del cráter como señal de la incapacidad del hombre. Y la sandalia desparecida será «la quimera de lo divino fracasado».

Francisco Soler
http://www.laopiniondemalaga.es/blogs/barra-verde/medea-cambio-climatico-y-androcentrismo.