España y la Constitución si se pueden romper, pero no por una confabulación comunista, separatista y pro-etarra como dicen las derechas y la ultraderecha. España puede ser rota por el cambio climático y sus consecuencias sociales y ecológicas, si continúa la inacción o la insuficiencia de la acción climática y no modificamos nuestra manera de movernos, alimentarnos, de producir y consumir energía y los bienes necesarios para asegurarnos un buen vivir en equilibrio con la Naturaleza.
Es dramático de ello es que una niña de 16 años haya comprendido la gravedad del momento, mejor que todo el arco parlamentario representado en el Congreso de los Diputados. Lo que los jóvenes
está reivindicando en las calles no es «la equidad intergeneracional»
−que puede ser acomodada a la oportunidad política− como ha dicho el
candidato a la presidencia del gobierno en el debate de investidura. Lo
que están pidiendo es que se escuche a la ciencia y se actúe con
la urgencia y de conformidad con lo que desesperadamente están
reclamando los científicos. Por ello dice en Twitter que la emergencia climática no es «una cuestión política más entre otras cuestiones políticas», sino una «emergencia existencial»:
«This can no longer be news among other news, an “important topic”
among other topics, a “political issue” among other political issues or a
crisis among other crises. This is not party politics or opinions. This
is an existential emergency. And we must start treating it as such»
(Greta Thunnberg).
Pero ninguno de los intervinientes, sin embargo, pareció sentirse aludido por estas palabras. Las derechas instaladas en la más rancia exaltación patriótica con sus ‘Vivas al Rey y a España’ en el hemiciclo y las izquierdas en su ecoescepticismo social, dedicaron el tiempo a hablar de otras cosas:
de patrias, del pasado, de la historia y de sus cuitas. Al tiempo que
olvidaban que el planeta es la única patria que tenemos. Y que no
tenemos planeta B. Y esto significa −como nos están diciendo los
científicos− que en la situación de emergencia climática en que vivimos
el tiempo de reacción está limitado a una década: 2020-2030. De lo que hagamos en esta década dependerá como sea el futuro de la humanidad. ¿Hablamos ya de decrecimiento?
Lo importante para las derechas y la ultraderecha no es el futuro de la humanidad que nos jugaremos en la acción climática. Para ellas lo importante es crear el clima que les permita recuperar el poder que han perdido.
Actúan de acuerdo con el principio: «lo importante no es la realidad,
sino su percepción, que está condicionada por el lenguaje». Ello explica
la escenificación y las expresiones gruesas que se escucharon en el
hemiciclo: traición, golpe de Estado, villano de comic, acusaciones de
fraude electoral, gritos de asesinos, terroristas. O la petición en las
redes sociales de intervención del ejército para parar el golpe de
estado separatista de Cataluña que hizo un eurodiputado de VOX.
El debate sobre si España es una sola nación, una nación de naciones o una parte del territorio quiere independizarse está silenciando la anomalía de las relaciones de la humanidad con el planeta. Tan es así que ninguna de las diputadas y diputados intervinientes trajeron al debate de investidura –una propuesta, siquiera en sus líneas maestras− de cuestiones como: si la forma de organización territorial del Estado que tenemos es la mejor para afrontar el reto climático. O lo sería un Estado federal, uno confederal o una organización biorregional. Ni el candidato tampoco señaló, cuales serían las líneas generales, siquiera las más genéricas, respecto a la manera en que iba a afrontar la emergencia climática.
Esperaba que hubiera dicho algo más que la simple enunciación de leyes
que hizo, tratándose del más importante de todos los asuntos de gobierno
de esta década. Yo no voy a entrar en este debate trampa.
Y aunque la música social y climática que
desgranó el candidato a la presidencia suena bien. Y me hace respirar
mejor saber que en España habrá un gobierno progresista. No puedo
ocultar la preocupación y la decepción que sufrí al escuchar sus
intervenciones, que confirmaron la sensación de green washing que me produjo leer el acuerdo de coalición de gobierno PSOE-UP.
Esa preocupación y decepción la ocasiona
la insuficiencia del programa de transición energética –que no
ecológica− que propuso el candidato. Un programa que no tiene la ambición climática que están pidiendo desesperadamente los científicos, la ONU y los jóvenes. Con el programa esbozado no se alcanzará la reducción del 7%
anual de las emisiones según las tasas recomendadas por el Programa de
Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Ni mucho menos la reducción de entre 8-10% anual que es necesaria para que la transición ecológica sea justa.
La otra preocupación que me asalta sobre la transición energética anunciada, la origina la escasa mayoría parlamentaria que sustentará al gobierno de coalición. Las leyes sobre cambio climático, transición ecológica, sostenibilidad que han de aprobarse requieren un amplio consenso, que será imposible alcanzar en esta XIV legislatura. Esta circunstancia acrecienta el riesgo de que la aprobación de dichas leyes con el voto en contra de las derechas, pueda traducirse en una reversión o atemperación de los objetivos posterior si llegado el caso éstas recuperaran el poder, como ocurrió con Madrid Central.
La tibieza de la ambición climática aparece, además, en una pequeña trampa
que se introduce en las propuestas de planes de acción. La fecha de
inicio de que se especifica es en la mayoría de los casos es 2019,
cuando en realidad se iniciarán como más temprano en 2020. Este pequeño
desfase del período de actuación concretado hace que éste no sea real y
por ello la posibilidad el fracaso en la consecución de los objeticos
se acentúe.
Tibieza que también queda reflejada en las intervenciones
del candidato y sus socios de gobierno. El candidato socialista hizo
alusión a la emergencia climática solo una vez en toda su intervención,
amén de las medidas concretas que desgranó. Y trató la misma como una
política sectorial, no como una política transversal. Iglesias,
candidato a Vicepresidente, destacó en su intervención que España se
iba a convertir en referente europeo de justicia social. Pero guardó silencio respecto a la justicia ambiental. Ni hizo ninguna referencia al cambio climático
en su intervención. Tampoco la hizo el representante de En Común Podem,
ni Alberto Garzón de IU. Aunque ellos no pierden ocasión para hacer
referencia a la transición ecológica justa, excepto cuando tienen el
marco idóneo para defenderla: el debate de investidura en sede
parlamentaria. El candidato a la presidencia y sus socios de gobierno lo
que hicieron fue tratar este asunto como uno más de la agenda política.
Como si dispusiéramos de todo el tiempo del mundo para ello. Hicieron
justo lo que los jóvenes están pidiendo que no se haga.
Pero a pesar de las promesas la realidad es tozuda. Tras el Acuerdo de París −que marcó un hito en cuanto al consenso político al respecto− las emisiones interanuales de CO2 siguen incrementándose. Ni siquiera ha sido posible todavía un pequeño descenso neto de emisiones. Una victoria simbólica.
Pero la actitud de las derechas y la ultraderecha −con el tono bronco y guerra-civilista que emplearon en la investidura defendiendo la España uniforme− y la composición política del Congreso de los Diputados no son un buen augurio.
El reto es de tal magnitud que requiere que tanto las empresas, como
las ciudades, los ciudadanos y todos los gobiernos tomen cartas en el
asunto. Pero a la vista de la inacción climática se necesita que la
iniciativa ciudadana sea mayúscula, absoluta para sacar esto adelante.
Una rebelión ciudadana.
Habrá que ver en que queda la tan cacareada transición ecológica del nuevo gobierno.
En que quedan las reducciones de emisiones en todas las áreas: energía,
transporte, ocupación del suelo y agricultura, que demanda el Instituto
de Sostenibilidad. Pues el programa de gobierno concentra su esfuerzo
en la descarbonización de la producción eléctrica (85-95% de la misma deberá proceder de renovables en 2040) y en la movilidad urbana y de cercanías. El IPCC de 2013,
sin embargo, indica que para evitar un cambio climático descontrolado
es necesaria una reducción del total de emisiones –y no solo de la
producción eléctrica− del 84% en 2030. Los números no salen.
Y habrá que ver el efecto de un acuerdo
de gobierno que no implica al sistema financiero en la emergencia
climática, ni evita políticas contradictorias: habla de sostenibilidad y
a la vez apuesta por una «política económica orientada a potenciar el
crecimiento».
Pero una cosa es la letra de los discursos y otro la acción climática que despliegue. Los límites del programa verde del nuevo gobierno
pueden quedar aprisionados en la «transición energética realista» que
reclama el PNV. En la petición del candidato a la presidencia a sus
socios de llevar a cabo una acción de gobierno moderada y de progreso.
En el rechazo que manifestó el diputado de la derecha, de Foro por
Asturias: que abominaba de la «transición energética radical» que
planteaba el candidato socialista, pues empobrece las comarcas mineras y
hace subir el recibo de la luz. Rechazo al que se unirá y remachará el
resto de las derechas. Éstas ya lo han dicho con toda contundencia:
que no les gusta el gobierno de los socialistas con los comunistas,
separatistas y pro-etarras, esa especie de nuevo Frente Popular.
Estamos a un paso de llegar a un punto de
no retorno. En lo climático por todas las razones que he expuesto en
esta y en otras entradas. Y en lo político porque la estrategia de la
ultraderecha de crear caos, desafección y sembrar el miedo, solo busca
crear el caldo de cultivo que favorezca su fortalecimiento y
crecimiento. La transición ecológica va a ser un camino lleno de obstáculos
tanto desde dentro como desde fuera del gobierno. Por eso mismo seguiré
pensando y actuando con esperanza para que la vida, la de la generación
de Greta y posteriores, no sea escrita por las dinámicas egoístas,
irresponsables e insuficientes que han creado el problema. Trabajando
por un Frente Climático y de Verdad Amplio. Espero y es mi deseo que los Reyes Magos no nos traigan carbón.
Francisco Soler
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