Mostrando entradas con la etiqueta optimismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta optimismo. Mostrar todas las entradas

OPTIMISMO FULMINANTE


Desde que Zapatero llegó a la Moncloa a caballo de su optimismo antropológico, ya parte de la negra España no quería verlo ni en pintura. La gente de buena voluntad estaba orgullosa de un presidente que retiró a España de la guerra de Irak, que metía la realidad en su despacho y sus ideas de modernidad empezaban a dar carta de naturaleza a deseos y aspiraciones progresistas, que la mayoría veía de avance en términos históricos.

Después vinieron las leyes sociales, la normalización de la homosexualidad, el despliegue de los feminismos, la explosión de las redes sociales. Los triunfos deportivos, tanto individuales como en equipo, fueron la guinda que, junto con el “pelotazo” de la burbuja inmobiliaria, llevaron el optimismo del presidente a amplias capas de la clase media transformado en papanatismo: un falsa visión de nosotros mismos como nuevos ricos catetos, preocupados por la propia imagen y el éxito fácil a cualquier precio, “porque yo me lo merezco”.

Pero ya Cervantes nos había retratado como idealistas y pancistas, con una amplia predisposición a la picaresca, a la justificación del fraude al Estado. Después del pelotazo, lo que corresponde es la evasión fiscal, la doble contabilidad…Entonces Zapatero dijo aquello de que a su abuelo lo habían matado los franquistas, y toda la España negra se le tiró a la yugular y le juró odio eterno.

Las ideas progresistas de, en España, la fugaz Ilustración, que no tuvieron una segunda oportunidad hasta el primer tercio del XX y sobre todo en la II República, habían tenido que esperar otros 70 años para dar unos pasos decisivos.

La primera legislatura fueron cuatro años de cuento…de hadas. De los que hemos salido con un fenomenal batacazo: una guerra abierta y sin ningún tipo de escrúpulos entre los grandes grupos financieros del mundo para desembarazarse, no sólo de los derechos de la clase trabajadora, sino de los mismos Estados que no se pongan a sus órdenes.

Todo el seudo optimismo se ha derrumbado; ¿pero había y hay posibilidad de hacer otra política económica, de izquierdas, igual que hace unos pocos años? ¿Esa potencia económica que había adelantado a Italia no tenía los pies de barro?

En esta segunda legislatura, el paro tanto entre personas adultas como entre jóvenes no es un problema para bancos ni empresarios: se trata de exprimir a quien tenga dinero, trabajo o ideas para que ellos puedan seguir acumulando dinero en una loca carrera suicida. La Ley de Memoria Histórica ha encontrado, increíblemente, una muralla inaccesible en los jueces, y Garzón está en la picota. Y la crisis económica sigue arreciando, implementada con desastres naturales de dimensiones gravísimas en diferentes puntos del planeta.

Mientras la derecha se reorganiza desde las bases sociales hasta las esferas económicas internacionales, la izquierda española ha anatematizado todo lo que huela a ZP y se agarra ideológicamente, como a un clavo ardiendo, a la III República: si el agudizar las contradicciones entre las dos Españas hace 80 años no resolvió ningún problema y el pueblo español pagó un altísimo precio además de perder muchos trenes históricos, el querer eliminar esas contradicciones y hacer una política de derechas tampoco ha servido para nada.

La fórmula del optimismo de un presidente tampoco ha servido para cambiar, a pesar de los grandes esfuerzos realizados por él y su partido, el alma de España de la que tan bien nos habló Cervantes.

Manolo Aljarafe
marzo - noviembre 2011