En los años sesenta del siglo XX se suscitó entre los historiadores
una polémica acerca del concepto político del franquismo. Se discutía si
había de definirse como dictadura o como régimen autoritario, después
de que el sociólogo J. J. Linz construyera esa segunda definición.
Coincidía el debate con el intento del régimen de justificarse por su
ejercicio en tanto que autor de paz y de desarrollo. La discusión, vista
en perspectiva, fue una discusión vana, detrás de la cual no subyacía
más que el intento de justificar al dictador y a su Dictadura.
En el día
de hoy sólo prestan atención a esa discusión los revisionistas más
recalcitrantes. Para la historiografía normal, la franquista fue una
Dictadura personal, nacida de una guerra civil y sustentada por el
ejército. Punto.
Un Régimen autoritario es otra cosa. Para empezar, el autoritarismo
combina con la democracia: se origina democráticamente, funciona sin
tener que eliminar los mecanismos democráticos y puede ser desalojado
democráticamente. El Régimen autoritario es, de hecho, una opción
política en el sistema democrático. Utiliza casi exclusivamente el
Decreto-Ley para gobernar y, de esa manera, evita el debate
parlamentario y la repercusión social desfavorable que ese debate pueda
ocasionar en la ciudadanía. Utiliza la fuerza policial de forma violenta
para tratar de acallar la protesta social; recurre, incluso, a tretas
feas y de dudoso aval democrático, como es introducir policías de
paisano en las manifestaciones para originar violencias y justificar la
represión. Dispone prácticamente de monopolio informativo, llevando
hasta el esperpento la manipulación de los medios de comunicación
públicos. Se sirve de la fuerza y del poder que proporciona el gobierno
para amedrentar a quienes no se someten. Por ejemplo, si queda algún
periódico de amplia difusión, que actúa libremente, y, por un suponer,
tiene contraídas deudas con la Hacienda del Estado, el ministro de turno
puede recordárselo en voz alta para que sepa a qué atenerse.
En general, el gobierno autoritario identifica al Estado con el
partido que le apoya y no ejerce la administración pública en beneficio
del común, sino que tiende a instalar fórmulas clientelares a través de
las cuales transfiere los cargos y los bienes públicos a los clientes
del partido. En algunos casos se llega a situaciones verdaderamente
impúdicas, creando empresas específicas para hacer esas transferencias.
Estas empresas, para enmascararse mejor, aunque funcionen en
territorios de habla castellana o valenciana, por ejemplo, suelen usar
nombres ingleses o de cualquier lengua extranjera, como “market” en
lugar de “mercado”.
Es muy frecuente en el Régimen autoritario que exista un partido
procedente de antiguas dictaduras y dotado de las mismas bases sociales
que apoyaron a las antiguas dictaduras. Una prueba inequívoca en esos
casos suele ser la justificación de esas antiguas dictaduras o, como
mínimo, la falta de condena de las mismas. A favor del Régimen
autoritario juega también la abundancia de esclavos voluntarios
que suele haber entre las masas humanas, especialmente en situaciones
adversas, sean éstas por causas económicas o de otro tipo.
Además de la Constitución, los obstáculos que encuentra el Régimen
autoritario son el sistema judicial, contra el que peleará sin descanso,
pero sólo con éxito relativo, y los partidos políticos y sindicatos
confederales (antes llamados “de clase”), que se resisten a pactos
puntuales con el Régimen autoritario. La descalificación permanente y
gratuita de partidos y, sobre todo, de sindicatos es una norma para los
regímenes autoritarios, a pesar del carácter institucional que las
constituciones les otorgan. Gracias a las libertades constitucionales,
no obstante, la ciudadanía puede terminar organizándose y expulsando del
poder a los regímenes autoritarios, cosa que es casi imposible con las
dictaduras.
Marcelino Flórez
https://marcelinoflorez.wordpress.com/2013/01/02/dictadura-o-regimen-autoritario