Llorar no basta


En los años 40 del pasado siglo la vergüenza anidó en Alemania. En este siglo se ha instalado en EE.UU., Gran Bretaña, Hungría, Eslovenia, Austria, Italia. El virus se extiende por otros países. La extrema derecha europea presiona para instar campos de concentración (eufemísticamente denominados plataformas de recepción) fuera de las fronteras de la UE para clasificar a los migrantes en aptos o no aptos para poder entrar dentro de las fronteras europeas. Los seres humanos que huyen, desprovistos de estatuto de ciudadanía que los proteja (nuda hominen), se nos amontonan en la puerta del primer mundo. Llorar no basta.

Hoy cuando el racismo y la xenofobia se extiende por Europa otra vez, conviene recordar las palabras de Giorgo Agamben: la vida y la muerte no son conceptos propiamente científicos, sino políticos, que en cuanto tales, solo adquieren un significado preciso por medio de una decisión. Muchas vidas quedarán afectadas o cortadas por las decisiones que gobernantes sin escrúpulos están tomando hoy. Gobernantes que se sienten fuertes frente a la debilidad de quienes no tienen quien les proteja y solo piden refugio. La última y más feroz expresión de esta vergüenza proviene de Italia, cuna del fascismo, donde parece rebrotar de la mano del actual Primer Ministro, que ha cerrado los puertos italianos a las embarcaciones de rescate de inmigrantes y propone crear registros de gitanos.

El respeto a las reglas que reclama el primer Ministro italiano, como excusa para no acoger a quienes necesitan protección, comienza con el respeto a la dignidad humana, que es un valor inherente al ser humano por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad. ​Dignidad que no es una cualidad otorgada por nadie, sino consustancial al ser humano, que no depende de ningún tipo de condicionamiento ni de diferencias étnicas, de sexo, de condición social o cualquier otro tipo. Esta es la primera regla.

La extrema derecha ha resucitado otra vez el eje Roma-Berlín-Viena, de infausto recuerdo en el siglo pasado, para tratar de forzar una política migratoria racista y xenófoba en la UE. Al igual que entonces brama por una la Europa cristina y niega protección a quienes necesitándola profesan otras religiones o tienen un origen étnico diferente, a la vez que calla el origen cristiano de la dignidad humana que olvida. Con mayor crudeza cada vez los síntomas de una lenta agonía del Estado democrático-liberal están dejando paso a una era negra de valores no necesariamente democráticos. En esta tesitura España debe realizar una política migratoria cuya base sea la dignidad humana y contrapeso de la política negra de la extrema derecha. Influir en la política migratoria de la UE. No es suficiente una política que se quede en gestos como el de la recepción del Aquarius.

La crisis migratoria está mostrando la insuficiencia de los conceptos fundamentales que representan los sujetos de lo político: el hombre, el ciudadano y sus derechos, el pueblo soberano, el trabajador, así como la necesidad de abandonar y reconstruir la arquitectura política desde la figura del refugiado: «el concepto guía ya no sería el ius del ciudadano, sino el refugium del individuo», dice Agamben. Éste es el paradigma de una nueva conciencia histórica: la de la especie, que se vincula al planeta —donde la única propiedad que existe es lo masticado, tragado e incorporado al cuerpo— y no al mundo.

En este mundo que levanta muros, es importante advertir que el planeta no impone fronteras. La vieja receta de la soberanía y la identidad responde a la pregunta sobre quiénes somos (alemanes, italianos, marroquíes), pero no se interroga sobre qué somos (seres humanos). No solo pertenecemos «a una familia, a un linaje, a una comunidad, a una cultura, a una nación o a una cofradía religiosa o política. Antes de todo eso somos parte de una especie biológica, dotada de historia y necesitada de futuro. Nadie es «carne humana», solo lo son quienes lo afirman de otros.


Francisco Soler
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La transición ecológica

Primero todo era sostenible. Después se planeó la Modernización Ecológica de Andalucía. En las últimas elecciones generales algunos hablaban de transición energética. Tras la creación del Ministerio de Transición Ecológica, vamos quemando etapas, caminamos hacia la transición ecológica.

Con la creación de este Ministerio y la inclusión dentro del mismo de medio ambiente, energía y cambio climático, los asuntos ecológicos se han colocando en el centro del debate político. Esto es una buena noticia. El medio ambiente ha dejado de ser una cuestión de cuatro locos románticos o una sección de la gestión política para hacerse mayor de edad. La incorporación de los problemas ecológicos al ámbito de las instituciones del Estado, ha supuesto la introducción de la ecología en el debate político de los grupos parlamentarios, que de esta manera ésta entra en la vida diaria de la gente. Ya es política.

Y aunque es un comienzo y no es malo, no tiremos las campanas al vuelo. Si se analiza la nueva estructura del Consejo de Ministros y la reestructuración de los áreas de algunos Ministerios podemos extraer algunas consecuencias respecto de la transición ecológica.

Una, es que si examinamos la estructura del Gobierno se observa que la economía y la empresa quedan desgajados de la transición ecológica. La apuesta del PSOE se trata de una apuesta por un modelo económico más eficiente en el uso de los recursos y más prudente en la generación de externalidades. Por un capitalismo verde, versión amigable de la globalización, que establece como una prioridad la protección del medio ambiente, pero enganchada al imperativo categórico clásico de «crecer o morir». No se ha hecho ecologista.

Otra, es que en la configuración de las áreas de los ministerios «Migraciones» se ha unido a «Trabajo» y «Seguridad Social». Este encuadramiento desconoce o no reconoce la realidad actual de las migraciones por razones climáticas y del incremento previsto. El nombre del Ministerio y la unión de esos tres sectores administrativos proyecta sobre la inmigración la idea de que la pérdida de puestos de trabajo, la reducción de las ayudas y el empeoramiento de los servicios públicos de bienestar es debido a su llegada.

Otra consecuencia, es que a pesar de los defectos que pueda presentar el diseño de la estructura ministerial, tiene la virtud de ejercer una influencia positiva en el tránsito de los ciudadanos desde las actitudes a los comportamientos ambientales, ya que desde ella se penetrarán todas las esferas de la vida de la gente. Los españoles —como refleja el CIS en sus barómetros— opinan que  el Estado ha de conducir a la sociedad a la sostenibilidad. Con la creación de este Ministerio de Transición Ecológica comienza a converger la acción política institucional con la preocupación ciudadana por el medio ambiente. Podemos decir: estamos cambiando.

El Estado comienza así a ecologizarse. No dolo de manera formal al hacer suyos determinados postulados, sino real al adecuar su estructura político-administrativa a la realidad físico-biológica del planeta. Este proceso se observa además en la incorporación de once mujeres al Gobierno y en la nueva denominación que se ha usado de «Consejo de Ministras y Ministros» en la fórmula de juramento de sus miembros. Y es que no se puede hablar de ecología sin feminismo. El aparato del Estado es por ahora punto de lanza y esta iniciativa se habrán de reflejar más tarde tanto en la economía como en la sociedad. La sostenibilidad comienza así a proyectarse sobre todos los ámbitos de la vida administrativa, social y económica, con una presencia continua en la vida cotidiana. Estos son algunos de los mensajes que trae el nuevo gobierno y sus nuevas denominaciones.

Francisco Soler
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El Día Mundial del Medio Ambiente: el rey está desnudo

Como cada año celebramos el Día Mundial del Medioambiente. 46 años después de su establecimiento, el Rey —el medio ambiente— sigue desnudo. Más que nunca.

El medio ambiente está amenazado no solo por actos económicos que inciden directamente en él: exceso de producción y consumo de bienes, que se traduce en un mayor nivel de emisiones de CO2 o exceso de residuos derivados de la producción que la biosfera no es capaz de absorber: carbono, plásticos, químicos.

Existen también otras actitudes que no ayudan a salir del bucle en el que nos encontramos: el negacionismo climático, que se manifiesta en un acuerdo de reducción de emisiones insuficiente para evitar que se sobrepasen los objetivos de reducción de emisiones que eviten que se exceda de los límites máximos de incremento de temperaturas sobre los máximos preindustriales en establecidos de 2ºC en 2100; los nacionalismos que han cruzado la frontera de la reivindicación de «lo nuestro», para defender la discriminación ambiental frente a otros con un «nosotros primero»; o la apuesta por la tecnificación de las soluciones al cambio climático y de la sociedad, la cual requiere una gran cantidad de energía. Ejemplo de lo primero es el Acuerdo de París y de  lo último la aparición de robots humanoides, alguno de los cuales —como Sophia— ya tienen reconocidos los mismos derechos que a un ser humano.

¿Por qué el rey está desnudo? El origen está en el tedio —que es la condición moderna— que en sí mismo es una fuerza motora del consumo, pues es la necesidad de aliviarlo promueve una búsqueda interminable de novedad y excitación. Ante la falta de estímulos, los miembros de esta sociedad buscan formas de consumo que proporcionen emociones que incrementen el nivel de excitación. Somos consumidores de placer. Y nos negamos a nuestro chute diario. Pero cuidado, si seguimos enganchados podemos desaparecer por sobredosis de consumo.

A pesar de la desnudez, sin embargo, hay algunos datos que inducen optimismo. Me refiero a los que reflejan las encuestas en relación a la conciencia ambiental de los andaluces. Señalo algunas conclusiones:

El Ecobarómetro de Andalucía nos dice que los andaluces tienen una gran preocupación general por el medioambiente. Es opinión muy extendida que el modelo actual de consumo de recursos naturales compromete el bienestar de las generaciones futuras (tres de cada cuatro andaluces opinan así).

Se percibe por éstos —en más del 80%— que la situación del medio ambiente a nivel del planeta no es buena. Dos de cada tres andaluces consideran que el medio ambiente, lejos de ser un obstáculo para el progreso, es un activo para el desarrollo y el bienestar de Andalucía. Y más del 60% de ellos afirman que las políticas ambientales son un estímulo al desarrollo y a la innovación tecnológica.

Los andaluces creen que los ciudadanos tienen mucho que decir en la lucha contra el cambio climático a través de sus actitudes y comportamientos y a través de sus prácticas cotidianas, para reducir las causas que lo provocan (la emisión de gases de efecto invernadero) y adaptarse a sus consecuencias.

A su vez, los andaluces responden mayoritariamente (96%) a la pregunta que realiza la Encuesta sobre la Realidad Social de Andalucía: «¿qué deberíamos hacer» ante el cambio climático?: «deberíamos anticiparnos a las posibles consecuencias del cambio climático» así como «reducir el consumo energético».

Estos datos me hacen confiar en los ciudadanos. En que estamos pasando a la acción y vamos por delante de los gobiernos y las empresas. Hemos comprendido que no tiene sentido seguir no haciendo nada. Cada día somos más ciudadanos los que no queremos seguir creyendo en el cuento y gritamos que el Rey está desnudo.

Francisco Soler 
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España como Estado biorregional


El presente trabajo analiza dos realidades distintas y distantes como la cuestión nacional y la crisis climática y ensaya una ordenación diferente de las cosas. El objetivo del mismo es aportar plasticidad, movilidad e inducir una metamorfosis conceptual en este asunto; abrir el debate y crear un estado de reflexión más allá de las ideas preexistentes sobre la cuestión. Para ello se plantean vínculos desde la afinidad y la conciencia de especie.

El trabajo está dividido en 4 partes. La primera realiza un análisis de dos realidades aparentemente inconexas —la cuestión nacional y la crisis climática— desde la observación de las relaciones que se dan entre clima y nación. La segunda lleva a cabo una relectura ambiental de la historia política desde la década de 1950 en adelante. La tercera se dedica a examinar cual es el objetivo político biorregionalismo. Y por último, se realiza una propuesta de incorporación de dos hechos biofísicos de relevancia al texto de la Constitución: el cambio climático y las biorregiones.

Palabras como patria, soberanía, estado, nación, patriarcado, planeta, biorregión, biodiversidad, son el espacio donde se residencia el conflicto entre clima y nación. Pero a pesar de la urgencia política con que se manifiesta, la cuestión nacional no es ni debería ser una prioridad. Si España es una sola nación, una nación de naciones o una parte del territorio quiere independizarse, es una controversia lateral que silencia la anomalía en la que están instaladas las relaciones de la humanidad con el planeta.

Puesto que no tenemos otro planeta de recambio, el asunto que debe concernirnos de forma prioritaria es la crisis climática: ¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos ecológicos que trae este siglo?; ¿cómo vamos a abordar la agenda climática y la agenda social del siglo XXI?; ¿cuál sería la forma de organización territorial del Estado que mejor serviría para afrontar el reto climático: las Comunidades Autónomas, un Estado federal o confederal o una organización biorregional?

De la misma manera que otras experiencias históricas como el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo se han explicado con categorías concretas y específicas: género, raza o clase social; para afrontar los efectos del Antropoceno —uno de lo cuales es la crisis climática— se requiere una categoría que lo explique: la especie, desde la cual construir nuevos sentimientos de pertenencia y nuevos vínculos de comunidad.

¿Conciencia de clase, la conciencia nacional o la conciencia de especie? Warren Buffett presumió en mitad de la crisis financiera que existía «una guerra de clases» que iban ganando los ricos», su clase. La izquierda —en su conjunto— se ha quedado sin respuesta ante la globalización y la crisis climática. Se ha enrocado en sus principios convirtiéndose en una fuerza conservadora. La ausencia de confrontación entre los proyectos de la derecha neoliberal y el social-liberalismo, y la ausencia de propuestas de la izquierda a los retos del siglo XXI, ha producido resignación y desafección, enviando a la gente a sus casas.

La relectura en clave ecológica de la actual crisis económica, nos dice que nos enfrentamos a algo más que a problemas en los sistemas ambientales. Nos dice que la crisis ecológica es también una crisis civilizatoria. La traducción política de este acontecimiento exige que nos preguntemos: «¿hasta qué punto responden nuestras democracias liberales a los imperativos de la crisis ecológica que afectan potencialmente a la supervivencia de los individuos presentes, generaciones futuras y mundo natural»? (Maldonado: 1999) y a la necesidad de ajustar el metabolismo socio-económico a la crisis climática.

En este contexto resulta ineludible establecer una conexión entre democracia y planeta, dos cuestiones incomunicadas hasta ahora. Lo que era puramente contexto (el planeta), a partir de ahora también es objeto: objeto de decisiones, objeto político, objeto central de la democracia. Surge así un nuevo sujeto colectivo de derechos: la especie, junto a la nación o la clase social, adecuado al nuevo contexto planetario de crisis civilizatoria (climática y de recursos), que exige una respuesta política dirigida a establecer derechos y deberes planetarios y nuevos paradigmas de organización social.

La vinculación entre planeta y democracia se materializa mediante la implantación de un nuevo paradigma de organización político-social biorregional. El modelo biorregional es pues una mirada a «una vida humana y una política» no estatal y no jurídica inspirada en criterios biocéntricos y de sostenibilidad a largo plazo, útil para definir comarcas naturales –que comprenden comunidades humanas, animales y vegetales– pensadas como unidades políticas. Su paradigma es una guía válida para organizar la vida de una comunidad de acuerdo con sus sistemas naturales; sus estructuras de intercambio, tanto interiores como exteriores; sus propias necesidades como comunidad; y sus propios sistemas de sostenimiento biológico a largo plazo.

España, es un país extremadamente vulnerable al cambio climático, al tener una economía que depende en gran medida de sectores estratégicos ligados a la Naturaleza y a la salud de los ecosistemas como: el turismo, la agricultura, ganadería y pesca, en el que gran parte de su población se encuentra en zonas de riesgo por olas de calor. En este contexto la acción climática del Estado es una cuestión de supervivencia. Tirando de historia cabría decir que si la invasión napoleónica hizo primar el interés nacional sobre el regional, el cambio climático debería establecer la primacía contraria: el interés biorregional sobre el nacional.


Francisco Soler