Viendo cómo se está desarrollando la
crisis catalana, se observa que la misma está instalada en la lógica de
la economía arcaica según la cual «cuanto más violencia, más poder».
¿Cómo explicar si no el cerco a instalaciones oficiales, el intento de
expulsión de fuerzas de seguridad del Estado, la violencia del 1-O ó los
autos de prisión al Govern? Ninguna de las dos partes de este
conflicto es inocente. Para ambas el juego sólo tiene un tipo de envite:
el órdago. Juegan con todo lo que tienen. Al primero que le tiemblen
las piernas pierde. En este conflicto el Gobierno usa el poder
ortopédico: porras, cárcel, y el poder disciplinario: artículo 155. Y el
Govern hace una utilización «astuta» de su poder —que como
todo poder conlleva implícita la violencia— y traslada la violencia a un
objeto sustitutorio: el pueblo, que actúa como un pararrayos. Sobre él
es sobre quien recaen los sacrificios. Estos días han sido días de
rebelión y rosas. ¿Cómo fueron las rosas? Como una piedra, no como una
flor.
¿Qué diferencia hay en la violencia de cada parte? El Gobierno utiliza una violencia «proteica»: porras, tribunales, cárcel; el Govern:
la psíquica o psicológica, en «espacios subcomunicativos, capilares y
neuronales», dando la sensación que ha prescindido de la violencia, pero
sin hacerlo. Es el juego arcaico de la violencia y la contraviolencia
como único modo de respuesta. La violencia del independentismo es la
violencia de una lengua hiriente, que para el resto de españoles resulta
difamadora, desacreditadora, desatenta: España nos roba; extranjeros,
iros a vuestro pueblo. La violencia del Estado es la violencia del
castigo, que los independentistas denuncian como la violencia de la
venganza. Una cosa creía que habíamos aceptado ya: no volver a ese
lugar. El peligro de la crisis catalana es que el rebrote del
nacionalismo nos haga regresar a un estado tribal, arcaico. Y en ese
caso el jefe en esa tribu es la bandera, que es un habla de la sociedad
sobre si misma, a través de la cual la sociedad se reconoce como
indivisible. Así planteado este conflicto sólo habrá vencidos. El pueblo
será la víctima.
Básicamente cada parte ha jugado con las armas que disponía: con la astucia, el Govern:
un ejemplo es la treta del gobierno en el exilio; con el poder
disciplinario y el miedo, el Gobierno. Rajoy ha enfrentando a Cataluña a
su miedo: a la ruina del orden económico. La estrategia independentista
de prolongar el conflicto para dañar la economía y las finanzas de
Madrid se vuelve contra ellos: es un arma con el cañón acodado que hace
impactar el disparo en su propio cuerpo: la huida de empresas va por más
de 2.000; el coste económico estimado, de esta crisis para Cataluña, en
2018, será de 1.500 millones de euros. Y si la crisis se prolonga
alcanzará los 6.000 millones, según cálculos a la baja. Las empresas
dicen: aunque me llames no te oiré, y aunque te oiga no me giraré, y
aunque hiciera ese movimiento imposible, tu rostro me parecería ajeno (W. Szymborska).
¿Ha existido la violencia que exige el
Código Penal en la crisis catalana? Esa que dicen que no existe. Pensar
que en el siglo XXI la violencia que exige este delito sólo puede ser
física, es regresar a las sociedades de la sangre de la antigüedad. Es
tanto como afirmar que los conflictos sólo se pueden resolver con el uso
de la violencia física, a pesar que esta violencia ha dejado de ser
parte de la «comunicación política». La violencia se ha desplazado «de
lo visible a lo invisible; de lo directo a lo discreto; de lo físico a
lo psíquico; de lo frontal a lo viral.» En la modernidad la violencia
toma forma psíquica, psicológica, interior. Se ha hecho astuta.
Al no estar acotada explícitamente a la
violencia física que se exige en el Código Penal para el delito de
rebelión, al aparecer indeterminado el tipo de violencia en la norma, es
necesario determinar las modalidades de violencia que caben en ese
contexto a través de la interpretación. Nada impide que la violencia a
la que hace referencia el Código Penal abarque además de la física, la
violencia psíquica o psicológica, pues no se opone a ello el sentido
literal posible de la norma. Es perfectamente factible, por tanto,
entender que en su seno caben las dos maneras como se muestra la
violencia en nuestra sociedad: física y psicológica. La ley penal, como
cualquier ley, debe ajustarse a la realidad social del tiempo en que le
ha tocado vivir. Un ejemplo de ese ajuste lo ofrece la Ley que regula la
violencia de género, la cual, en lo que aquí nos interesa, establece
que este tipo de violencia comprende todo acto de violencia física y
psicológica, incluidas las amenazas y las coacciones. Limitar, por
tanto, a la vis física la violencia exigida en el delito de rebelión es tan erróneo como anacrónico.
En esta dirección se pronunció el
Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, quien señaló que bastaba para
cometer el delito de rebelión estar dispuesto a la utilización de la
violencia «en forma pública, patente o exteriorizada». Hay un dato, no
introducido en la querella del Fiscal General del Estado
sorprendentemente, y que es indiciario de la voluntad del Govern
de haber usado la violencia si hubiera sido preciso. El Ministerio de
Defensa, en diciembre de 2016, frenó por su elevado e inusual número la
compra por la Generalitat de 850 subfusiles y fusiles de asalto
y de precisión y 5,4 millones de cartuchos. Se pidió por el Ministerio
de Defensa una explicación pero no hubo respuesta. Con el armamento que
la Generalitat pretendía adquirir, se podía haber organizado y
armado un regimiento de 2.000-3.000 efectivos o una compañía especial
con pretensiones de ofrecer una resistencia urbana importante.
En la misma dirección avanza la
jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco cuando
señaló que el delito de rebelión también se comete cuando el empleo de
la violencia constituye una amenaza seria y fundada de los alzados, de
estar dispuestos a conseguir los fines indicados en la norma penal a
todo trance, recurriendo inclusive si fuera preciso a la utilización del
uso de la misma. Tal y como se desarrollaron los hechos protagonizados
por el Govern de Catalunya, una parte del Parlament de Catalunya
y varias asociaciones civiles, no cabe duda que esa amenaza existía.
Hubo medios de comunicación, como La Vanguardia, que advirtieron en sus
editoriales que existía un riesgo real de «guerra civil». Hubo políticos
que se pronunciaron en el mismo sentido. Toda España vivió esa
angustiosa sensación aquellos días. Ellos, parafraseando a W. Szimborska,
insisten, sin embargo, en que con amabilidad mostraban la frente. Estaban alegres y se movían ágilmente en los salones. Uno saluda a
aquél, aquel a otro felicitaba. Su rostro estaba sonriente para los
objetivos, para reunir a mucha gente. ¿Es esto rebelión o sedición,
oiga? Ellos dicen que sólo son buenas personas.
Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/11/06/dias-rebelion-rosas/
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