Distopía

Dibujo de Dylan Glynn «Utopia/dystopia»
 
Lo que estamos viendo es un golpe nacionalista propiciado por los bebedores de cava de Pedralbes, posiblemente la burguesía más racista de Europa junto con la austríaca, y con el agravante de usar como instrumento de su revolución a los nietos de los charnegos a los que explotan y desprecian. Es inaudito. Y por detrás, opinando a favor de no sabemos muy bien qué, una clac de izquierdistas de salón absolutamente ignorantes, que no han visto un obrero ni de lejos y que no han doblado el lomo en su dolce vita. Cuando los antifascistas no saben identificar al fascismo son como los bomberos de Ray Bradbury.
 
Se ha impuesto un modo de pensamiento mítico, opuesto frontalmente al pensamiento lógico; una suerte de neorromanticismo, absolutamente subjetivista y cargado de un absoluto culto al yo y al carácter nacional, o Volksgeist, frente al universalismo y la sociabilidad que subyacen en el Contrato Social que es la imperfecta CE de 1978. Los hechos no importan. Los mantras más repetidos son que todo pensamiento es respetable y que es obligatorio dialogar. Pero no todas las ideas son respetables. Ese respeto universal y acrítico, ese amor por todas las opciones, esa negativa a despreciar lo que no sirve, en el que de forma bienintencionada se posicionan amplios sectores de nuestra sociedad, viene bien recogido en un vocablo de origen griego: panfilia (de pan -todo-, y filia -amor-). 
 
Tampoco es posible dialogar en un marco en el que una de las partes opera absolutamente fuera de la lógica. ¿Qué frutos puede dar la conversación de un bioquímico y un homeópata? Pues en esas estamos, con más o menos la mitad de la población en Cataluña a favor de la homeopatía; serían sólo pánfilos si no trataran de obligar a los partidarios de la quimioterapia a usar la supuesta medicina que defienden. La aplicación de la coerción federal, del art. 155CE, es necesaria si el Estado quiere evitar que el golpe mute en revolución nacionalista, pero no creo que sea suficiente. La kermés del 1 de octubre dejó bien a la vista de quien lo quiera ver la existencia de una red clandestina funcional en todo el territorio catalán que garantiza la resistencia al Estado, que tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia. Si se niega esa legitimidad, esos canales clandestinos podrían ser utilizados para armar a sujetos dispuestos a negarla por la vía de los hechos. Condiciones objetivas para el estallido de una guerra. Como ven, el 155 no es suficiente. 
 
La clase política, representa con total fidelidad la mugre de sociedad en la que ora flotamos, ora nos hundimos. Como decía Silvio, el problema de este país es que todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Quizás si, abandonando esa postura, se convocaran elecciones en España y en Cataluña al unísono, existiría la posibilidad de parar esta locura. Utopía.
 
Juan Luis Piqueras Merino
http://www.huelvainformacion.es/opinion/articulos/Distopia_0_1185781794.html

In-de-pendencia y 155


Los independentistas en la sesión de declaración de la República sabían que tenían esta partida perdida. Se vio en los rostros de muchos de ellos. En su gestualidad que los delataba. Serios, graves. Aplausos sin entusiasmo tras el voto secreto. No se pronunció la palabra república en el hemiciclo del Parlament. No hubo vivas a la Republica de Catalunya. In-de-pendencia. Parte de Cataluña quería no depender de España. Pero el Estat Catalá fue efímero otra vez. Esta proclamación ha sido la que menos épica de todas ha tenido. Catalunya sigue donde algunos no querían estar: de-pendiendo de España. Continúa la misma pendencia: la no in-de-pendencia. Y aún así continuaron con la recreación.

La escenografía de la declaración de in-de-pendencia fue de ocasión, cutre: no hubo salida al balcón para sellar la comunión de los héroes con el pueblo. Ni grandes fastos propios para la ocasión: castillos de fuegos artificiales o grandes actuaciones musicales. En las escaleras del Parlament los Alcaldes gritaron repetidamente libertad, libertad, con la vara de mando alzada. Pero más que la aclamación de las instituciones catalanas por la libertad alcanzada, parecía la reclamación de la libertad no conseguida. En la calle hubo alegría y alborozo, pero sin desbordarse. Pero en muchas casas hubo lágrimas, temor y preocupación. La fiesta parecía más una verbena: música y cerveza, que una gran celebración. Algunos fuegos artificiales. Y la bandera española ondeó en el Palu de la Generalitat junto a la senyera. Y sigue dos días después. La fiesta fue breve: a la medianoche las calles estaban vacías. Muchos dicen «ahora a parar los golpes». Se han visto algunas banderas negras, símbolo de resistencia. Pero la carne se tumefacta. Todo exceso de temperatura provoca fiebre, pero la hipotermia causa la muerte.

A pesar de la gestualidad desplegada por el independentismo, ésta no se apropió de la independencia. Aún así ha implantado un gozne entre la realidad y su realidad. El procés ha sido ensueño, gesto, espejismo. Pero gesto tras gesto ha chocado con la indiferencia del Estado primero y con su muro después. Y el vacío internacional es total y absoluto. Ni siquiera Escocia, la región secesionista hermana, ha reconocido Cataluña. El Govern está destituido. El Parlament disuelto. Y convocadas elecciones autonómicas, que se celebran en 54 días.

Rajoy dijo que no habría papeletas, urnas, ni referéndum y hubo papeletas y urnas y se votó. Y porras. Dijo también que no habría declaración de independencia y la independencia se ha declarado. El Estado no puede permitirse más errores. Los independentistas continúan actuando dentro de su burbuja y al margen de la realidad. Pero de tanto repetirla pueden conseguir que lo que hoy parece una mueca, un día se vea como un mohín y después sea percibido como un gesto. Político. Pueden también terminar como la Padania italiana. Veremos.

En Cataluña ya impera la lógica doble: la realista y la extática. El independentismo vive en la magia de la «libertad del poder hacer», que no tiene límite ninguno.  Las opciones independentistas rechazadas por el Estado se empiezan a desplegar en una realidad alterna donde se quiere hacer realidad lo que no pudo ser. Paso a paso. Se ha anunciado la creación de un DNI catalán, una e-Administración en la nube en servidores en el extranjero. Hay dos realidades paralelas que empiezan a coexistir. Un día estará completa. Es el multiverso catalán. Es el Plan B. Aunque el independentismo da por perdida la Generalitat, el President en una declaración institucional no acepta el cese. Es el comienzo de un  pulso al Estado «con paz, civismo y dignidad». Aunque la alusión a la dignidad es una admisión velada de la derrota de hoy, ya descontada. Se pide paciencia. Es el inicio de la resistencia pasiva. Algunos Consellers y diputados se han pronunciado también en favor de defender la República Catalana. Hay convocada una manifestación por la unidad de España en Barcelona. El domingo. Una convocatoria de huelga general del 30 de octubre al 9 de noviembre, en stand by. En alguna concentración se recrimina a la Policía autonómica su ausencia el 1-O. Hay odio y la rabia está explotando. La gente se encara con la policía. Este universo es más hard. La calle es el hemiciclo.

¿Han vuelto a repetir ahora los independentistas el error de hiperventilación, que cometieron en la II República, que no les ha dejado pensar claramente? ¿Acaso no ven que el Estado español, como cualquier otro estado, se funda «no sobre el vínculo social, del que sería expresión, sino sobre su disolución, que impide.»? Esta es la razón y el significado del artículo 2 de la Constitución. En cualquier caso su rauxa será un factor destructor y de regresión para el resto de España. En el siglo XX fue uno de los factores desencadenantes de la Guerra Civil. Hoy se llama recentralización. En los círculos y cenáculos de la derecha la petición de recuperación de ciertas competencias por el Estado es ya un clamor. Con su actuación los independentistas han servido en bandeja a la derecha la justificación para dar una vuelta de tuerca más al giro regresivo que nos dirige hacia un estado en el que la resistencia y el disenso serán cada vez más difíciles. Cualquier crisis económica, política o de cualquier índole, está siendo usada para aplicar la doctrina del shock. En cualquier caso la izquierda en Cataluña le está haciendo el trabajo sucio al la derecha, al proporcionarle una coartada para sus planes.

Tras la declaración de independencia España internacionalmente es vista como un estado fallido. Y la República Catalana nace fallida. Es verdad que durante muchos años el Gobierno del PP se ha negado a escuchar las legítimas peticiones y reivindicaciones de los catalanes. Es verdad que «la forma más eficaz e insidiosa de silenciar a los demás en la política es negándonos a escuchar». Pero también es verdad que este abuso no justifica el atropello cometido por la Generalitat de Catalunya. Tras esta catástrofe todas las inútiles élites políticas españolas, todas sin excepción, muchas de ellas además corruptas, han de responder ante los ciudadanos. Nos han robado y roto el país. Elecciones en Cataluña, si. Pero también en España.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/29/in-pendencia-155/

Ley, no humillación



«Paz, piedad, perdón» es el discurso que Azaña pronunció en el Ayuntamiento de Barcelona en 1938. Salvando las distancias entre aquella España y la de hoy, entre aquellas circunstancias y éstas, es oportuno que las partes en el conflicto catalán, todas ellas sin excepción, evoquen el mensaje que transmiten esas palabras a todos los hijos de España, que han de significar la puesta a cero del contador. El President de la Generalitat ha reconocido de manera clara que no hubo declaración de independencia en el Parlament. De manera que si el punto de partida ha de ser la Constitución, ya está dentro de la Constitución. Dura lex sed lex. Fiat iustitia, pereat mundus. Es decir, aplíquese la ley, pero sin humillación. Fundamentum iustitiae primus est ne cui noceatur. El primer fundamento de la justicia es no dañar al otro. En la Transición, hay que recordar, que muchos de los pactos que se alcanzaron no se iniciaron en plena conformidad con la legalidad vigente entonces. Compromiso.

Dice Enric Juliana: «Madrid no puede con todo. Barcelona no tiene fuerza para romper la baraja.» Este puede ser el resumen de la situación. En el tan nombrado artículo 155 de la Constitución sabemos como se entra, pero no como saldremos. Si atendemos a las declaraciones que se han realizado tanto desde el Gobierno como desde el Govern, respecto al mismo, la aplicación de dicho precepto nos desliza a un escenario a la venezolana: dos legalidades y dos institucionalidades: la Constitución y la Ley de Transitoriedad; una Generalitat intervenida y una Asamblea de Cargos Electos y un Parlament rebelde. Las masas en la calle. Un President que no es Josep Tarradellas, pero se ve como el George Washington catalán, si bien se parece al Presidente Nicolás Maduro. La conllevancia orteguiana como política para Cataluña está agotada y debe ser amortizada.

El intento de secesión es la tercera explosión de la cuestión catalana en los últimos cien años. De la misma manera que no es posible la secesión con más de la mitad de la población en contra, tampoco es posible la convivencia con casi la mitad de la población declarada partidaria de la secesión. Dado el estado de cosas en que hoy está el conflicto catalán ya no es suficiente con proponer un nuevo pacto político (paz negativa) para encontrar una solución. Se deben eliminar todas las formas de violencia (directa, estructural y cultural) que las dos partes se imputan mutuamente (paz positiva).

A pesar de las dificultades hay un camino para volver a empezar: que ambas partes acepten que hemos de recorrer la distancia que existe entre la democracia que tenemos, nuestra democracia realmente existente, y la «democracia tomada en serio». Es momento de apelar a la sociedad catalana e impulsar la reforma de la Constitución. Ir de la ley a la nueva ley. Es irreal pensar que el conflicto se resolverá con el intento de restauración de la legalidad a través de la sola aplicación del artículo 155 de la Constitución.

¿Qué hará el Estado frente a la movilización permanente anunciada en caso de intervención? ¿Cómo va a hacer frente el Estado a las medidas coordinadas de boicot, no-cooperación y/o desobediencia de los ciudadanos de producirse? ¿Cómo va a hacer frente a los funcionarios que boicoteen la intervención de la Generalitat? ¿Abrirá miles de expedientes sancionadores? Sólo sus recursos colapsarían los tribunales. ¿Qué ocurrirá si tras el anuncio de la puesta en marcha del artículo 155, se declarara la independencia y se ocupan las infraestructuras básicas del Estado? ¿Y si a las elecciones que convocara el Gobierno no se presentan los partidos que defienden la independencia y no se reconoce su legitimidad por estos? ¿Y si vuelve a haber mayoría absoluta independentista tras las nuevas elecciones? ¿Y si fuera aún mayor a la ahora existente? ¿Después de la rebelión de Cataluña y la aplicación del artículo 155 de la Constitución, es posible una vuelta, sin más, a la autonomía? Más de un 26% de los españoles pide una recentralización de competencias. Demasiados interrogantes para los que no hay una respuesta.

Dicho de otro modo. Cualquier gobierno puede gobernar mientras reciba de los ciudadanos y de las instituciones de la sociedad cooperación, sumisión y obediencia constante. La sociología jurídica nos dice que el Estado, en casos de desobediencia generalizada de la ley, sólo puede obligar mediante la coerción al 15% de la población. El desafío político no-violento que se impulsa desde la Generalitat de Cataluyna es idóneo para negar al Estado el acceso a las fuentes de poder. Para alcanzar la soberanía la Generalitat no usa armas físicas como hizo el Gobierno del Estado el 1-O. Se vale de una lucha no-violenta variada y compleja. A diferencia de la violencia, emplea armas políticas, económicas, sociales y psicológicas, aplicadas por la población y las instituciones de la sociedad. Estas armas son las protestas, las huelgas, la desobediencia, la no-cooperación, el boicot, el descontento. Por eso cualquier medida de coerción o represión que pretende usar el Gobierno del Estado resulta tan ineficaz, que se vuelve contra quien la usa por un uso inteligente de la comunicación. El Gobierno, aunque cuenta con el apoyo inequívoco de la Unión Europea, visualizado en la entrega de los Premios Princesa de Asturias ha diseñado para combatir esta desobediencia no-violenta un plan de coerción jurídica propio del siglo XIX.
 
El principio de realidad impone la opción «paz, piedad, perdón». Esta elección debe arbitrar alguna solución que permita a los catalanes votar y expresar su voluntad sobre su futuro. Y distender el clima político. Incluso podría conducir a una Ley de Claridad. Ante un eventual fracaso de la coerción jurídica del artículo 155 y otras medidas, escenario no improbable, la otra alternativa es el artículo 116 de la Constitución: estados de alarma, excepción y sitio, que es la máxima fuerza y coerción que el Estado puede usar en democracia. El resultado de esta medida, como en cada intento que ha habido de imponer la unidad, será la libertad de los discrepantes. Cada opción nos conduce a una España diferente.


Es el capitalismo, estúpidos.


Queridos muchachos y muchachas: me duelen los ojos de veros envueltos en banderas nacionales. Os he visto por televisión en Barcelona arropados con la estelada; os he visto por las calles de Sevilla con la roja y gualda. Creéis que os sientan bien y transitáis despreocupados, alegres, sosteniendo unos y otros con un nudo al cuello el patriótico atuendo. Os recuerdo por si no estuvisteis atentos en clase que, de la misma manera, una juventud alegre y orgullosa de serlo, la giovinezza, fue el motor de los movimientos fascistas en la Europa de comienzos del siglo XX. No se envolvían entonces en banderas pero sí en camisas pardas, azules o negras, qué más da. La inmensa mayoría de ellos murieron en guerras mundiales, en colonias lejanas o en guerras civiles sin saber muy bien por qué y mucho menos para qué.

Os lo voy a explicar. La nación, tal y como os la han enseñado vuestros mayores, es una invención, un artefacto cultural que dicen los eruditos, un cuento chino, como se dice en mi pueblo. Un cocktail fabricado por algunos listillos en la segunda mitad del siglo XIX y alimentado desde entonces  sobre una base de peculiaridades lingüísticas, culturales, étnicas, folklóricas que habían existido siempre en España sin ser dañinas, a las que se añadieron chorritos de victimismo, búsqueda de un enemigo ficticio al que odiar y culpar de todos los males –el moro, el obrero, el emigrante, el refugiado- ,  xenofobia, darwinismo social, etc., y todo ello adobado con un relato histórico amañado. Todo eso bien agitado da como resultado un producto místico que va encauzado a la toma del poder político y a la extracción de rentas económicas por parte  de la panda de listillos que inventaron la fórmula y de sus clientes habituales. La digestión que hacéis del brebaje es sencilla porque no pasa por la cabeza sino por las vísceras.

Si existen distintas naciones en España no es porque vosotros, estelados y rojigualdos, tengáis una “unidad de destino en lo universal” como decía Franco, sino porque desde hace muchos siglos conviven en el territorio distintos modelos productivos, variedades distintas de capitalismo con sus propias estrategias de acumulación de capital y sus propias arquitecturas institucionales, uno de cuyos elementos puede ser, o no, la construcción de una nación. Por ejemplo, el capitalismo catalán necesita crear una nación privada, el capitalismo andaluz, no.

Queridos estelados: si hacemos un recorrido rápido por la historia de vuestra nación catalana,  veremos que sus grandes momentos históricos han estado guiados por las gentes del comercio, la pequeña o gran burguesía agraria, mercantil o industrial.  Ha sido una trayectoria bastante oportunista, por cierto. En función del momento que atravesaba sus bolsillos, a veces se han sentido muy españoles y a veces rabiosamente catalanes.  Pongamos algunos ejemplos. Decía el historiador catalán Josep Fontana que la elección de los catalanes por el bando austracista en la guerra de sucesión en 1700, y con ello su derrota en 1714 y el nacimiento de la madre de todos los victimismos, se debió a la decisión de la burguesía mercantil que prefería, antes que a Francia, tener de aliados a Inglaterra y Holanda, naciones donde se compartía una misma visión de los negocios.

La dinastía Borbón permitió sin embargo que la burguesía catalana hiciera grandes negocios tanto con la ocupación de los mercados interiores como exteriores. Interiores reclamando de España sucesivos aranceles proteccionistas o reclamando tropas españolas para aniquilar a otros catalanes como los carlistas o los anarquistas.  Exteriores porque desde que se les abre la oportunidad de acceder a los mercados reservados latinoamericanos en 1778 y especialmente  Cuba, navieros que transportaban mercancías catalanas y tropas como el marqués de Comillas o traficantes de esclavos como Güell, hicieron rica la ciudad de Barcelona. Los grandes palacios y sus catedrales se levantaron con sangre de los esclavos en las zafras y de los soldados  españoles que fueron a defender el negocio. Los voluntarios catalanes que embarcaban para impedir la independencia de Cuba gritaban ¡Visca Espanya!

Fue con la independencia de Cuba en 1898 cuando principia el nacionalismo catalán actual y la bandera cuatribarrada con el triangulo estrellado a imitación de la bandera de los independentistas cubanos. En esa época a la burguesía catalana solo les quedó el mercado interior, y más que nunca necesitaron llamar la atención e influir en las decisiones del Estado español.  El problema era que el Estado ya estaba ocupado por quienes habían inventado la nación española con anterioridad;  el grupo de los First Comers, les podemos llamar: los espadones militares, los eclesiásticos, las oligarquías terratenientes y cortesanas. Siendo un Late Comer la burguesía catalana solo podía compensar su debilidad de recién llegado al mercado nacional construyendo un relato identitario que interesaba a un capitalismo generalizado pero liliputiense que decía Pierre Vilar, sumando a un pueblo detrás de la  bandera de la laboriosidad y del emprendimiento, azuzando el fantasma del separatismo si no se atendía sus peticiones; eso fue lo que hizo de forma comedida Cambó y más recientemente Pujol.

Hoy, una parte del capitalismo catalán, el que exporta, tiene la imperiosa necesidad de soltar el lastre España que perjudica la competitividad en mercados globales. Las muletas del Estado dejaron de ser útiles desde la entrada en la Unión Europea;  dejaba de tener sentido un catalanismo pactista que costaba un dinero para mantener al despreciable y perezoso andaluz. Por eso el lema “¡España nos roba!” hizo arquear las cejas a vuestros padres y, aunque después se haya demostrado falso, ha servido para formar la legión independentista de la que formáis parte junto a tenderos, campesinos foralistas, izquierdistas desnortados y gentes hartas de recortes y privaciones; en suma de la legión que se necesitaba para iniciar una nueva etapa del capitalismo catalán.

Queridos rojigualdos. La bandera en la que os envolvéis nace como símbolo del Estado en 1843; son los años que siguen a la primera gran desamortización eclesiástica, la que hizo a tantos propietarios latifundistas; son los años también en los que se crea la Guardia Civil, las Academias Militares, se hace el concordato con la Iglesia y se construye un relato nacional  que resume Menéndez y Pelayo al definir España como “una nación de teólogos armados”. No le había dado un siroco. Era el tipo de nación que necesitaba un capitalismo altamente extractivo para, con el pretexto de la  disidencia religiosa o patriótica, machacar cualquier protesta tendente a una más justa distribución de la propiedad y de la riqueza. Por eso, en nombre de la bandera rojigualda, se invaden los campos en huelga, se tortura en los cuartelillos, se provoca el alzamiento contra la República y se asesina a mansalva durante muchos años incluso después de la guerra civil.

Hoy la bandera del Estado ya no tiene el yugo y la flecha, sino el escudo constitucional. El escudo de un Estado que sigue ocupado por viejas corporaciones y minorías extractivas a las que se han sumado, los partidos políticos, la corporación bancaria, las empresas del IBEX 35 que usan las puertas giratorias con la clase política para escribir el bonito libro que se titula Boletín Oficial del Estado. Un Estado que, después de muchos siglos, sigue sin estar interesado en resolver la causa fundamental de los problemas que hoy nos preocupa: la coexistencia de distintos modelos de capitalismo en España, unos que estimulan el progreso y el bienestar, y otros que funcionan como colonias interiores. Comprenderéis que mucha gente no vea con simpatía la bandera española aunque se le haya cambiado el sello.

En fin, queridos estúpidos (no es un insulto, significa faltos de conocimiento); si vais a los barrios obreros de Barcelona o de Sevilla notaréis que el furor nacionalista no existe o está muy apaciguado. Intuyen allí que detrás de las banderas solo existe el apartheid.  Espero que hayáis aprendido algo; si es así, enseñad a vuestros padres.

 Por Carlos ARENAS POSADAS
Debates en Campo Abierto
https://encampoabierto.com/2017/10/07/es-el-capitalismo-estupidos/

Del voto al juramento


En la crisis catalana se puede afirmar la existencia de una coincidencia en los elementos primarios del voto y del juramento. El núcleo esencial de ambas instituciones: un pacto sagrado −que están en la base de la política de Occidente− habita en su centro, bien sea en su manifestación laica, bien en su manifestación religiosa. Pero a pesar de la coincidencia, existen diferencias entre ambas instituciones: la naturaleza absoluta y la imposibilidad de abjurar del juramento y la naturaleza democrática y reversible del voto.

Esta identidad que existe entre uno y otro, entre voto y juramento, nos muestra hasta que punto la crisis catalana ha deformado el voto, hasta convertirlo en juramento. Al ser el juramento un lenguaje que se realiza en los hechos, la correspondencia que hasta ahora existía entre palabras y actos propia del voto en democracia, la fuerza de los hechos la ha trasladado al juramento. Los partidarios de la independencia serían así los garantes de la palabra. Y sus palabras juramentos conformados. Creían que tenían la capacidad de convertir en hechos todo lo que decían. Bajo estas premisas actuaron en las votaciones que de los días 6 y 7 en el Parlament de Catalunya. El juramento se convirtió en la crisis catalana –como decía Licurgo− en «lo que mantiene unida la democracia». Véase la votación del llamado referéndum del 1-O.  Y los acontecimientos ponen de manifiesto que la dirección del procés está siendo la propia de juramentados que buscan el martirio, como esfuerzo y obligación (sagrada) en el camino a la independencia. Depositaron su fe en Ella a cambio de su protección, garantía y apoyo.

Tras estos acontecimientos el pacto sagrado que encierra la votación ha degenerado en un pacto mágico-religioso, en un fetiche, que se agita para invocar la independencia. Es el agente de la operación mágica. El voto así emitido no responde a los valores sociales que lo identifican como elemento de expresión de voluntad democrática. Se asemeja más a una  cosa vacía de sentido, más cercana a un símbolo algebraico privado de significado, susceptible de recibir cualquier interpretación: en este caso la de ser un dispositivo apto para «generar conflicto y desconexión forzosa», según el plan independentista. Este voto es la enfermedad del voto, un puro mecanismo de agi-pro.

Y la actuación del gobierno está más próxima a la práctica de un exorcismo con el que se quiere expulsar, sacar o apartar la entidad maligna de España: la crisis catalana, que de una acción política que posibilite la resolución de un conflicto −de orden político, no de orden público− que posee un amplio elenco de actuaciones: desde la negociación y el diálogo entre las partes, a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

El Gobierno de España y Govern de Cataluña revelan con sus actos que han renunciado a proceder como animales políticos, para ser prototipos del homini religiosus. Esta concepción mágico−religiosa que se advierte en el conflicto catalán desvela un aspecto que es común a las dos partes del conflicto: su arcaísmo. Como los romanos, ambas partes parecen creer que lo sagrado sigue siendo parte del derecho. Este rasgo evidencia que la separación entre lo religioso y lo político es aún incompleta en España. Puede resultar controvertido el grado en que se encuentra presente lo arcaico en cada parte, pero no la existencia del fantasma. Este espectro nos ha hecho hasta ahora residentes perpetuos de la «franja de la ultra-historia» y nos ha mantenido siempre a un paso del inframundo del Hades y de la violencia que W. Benjamín llamaba «divina».

Las masas ya han sido sacadas a la calle. Se están usando como elementos de presión: así se usaron cuando fueron convocadas ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, cuando se concentraron ante los lugares de residencia de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, cuando se usaron para expulsar a estas fuerzas de seguridad de algunos municipios catalanes. Y se usarán como contramuros frente al Parlament de Catalunya para impedir que se produzca una marcha atrás en la declaración de independencia y ante el Tribunal Superior de Justicia para condicionar la acción de éste hacia una dirección determinada. En la fase actual del conflicto el juramento ha desbordado al voto.

El Liber differentiarum de Isidoro nos dice que la diferencia entre ley y Evangelio,  es que «en la ley está la letra, en el Evangelio la gracia […] la primera ha sido dada para la transgresión, la segunda para la justificación; […] en la ley se observan los mandamientos, en la plenitud del Evangelio se consuman las promesas.» Este texto leído en clave profana, y en clave de voto y juramento, ayuda a esclarecer el espíritu que late en la crisis catalana. Cataluña como laboratorio político del resto de España, anuncia con su crisis el tránsito de la democracia a la Nación. Eso significa la conversión del voto en juramento.


Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/10/del-voto-al-juramento/

El tiempo que resta


Cada vez que la derecha ve que se le escapa el tiempo, detiene la historia. El tiempo se le escapó a la derecha española al plantear un recurso contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña ante el Tribunal Constitucional. Y a la derecha catalana al aprobar en el Parlamento de Cataluña las leyes de referéndum y transitoriedad, con las que activó el bucle creación/salvación. La derecha española ha detenido otra vez la historia con un uso desproporcionado de la fuerza en Cataluña, en alianza con una derecha catalana irresponsable que se ha instalado en una declaración unilateral de independencia estrambótica y estrafalaria. Sin mayoría, sin ley. El estado de cosas y la escalada del conflicto pide analizar la situación desde la perspectiva de una teología política secular, para desvelar sin filtros ni velos la gravedad de la situación.

El acontecimiento catalán irrumpe en clave mesiánica. Quien proclama la excepción no es aquí la autoridad vigente, sino quien viene a subvertir su poder. El tiempo se ha detenido. Los frenos de mano han sido activados. ¿Volverán a rehacerse las comunidades mesiánicas? ¿Habrá «repliegue de lo religioso en lo profano»? La última aceleración interna de este tiempo, el de la Constitución de 1978, ya detenido, es la declaración de vigencia del tiempo mesiánico. Éste ya ha sido sancionado por el Rey, que ordenó el cumplimiento y la consumación integral de la ley: es la «responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones», ante el intento de «quebrar la unidad de España y la soberanía nacional». Hay visto bueno de la Unión Europea y de los poderes económicos americano y europeo. Véanse las declaraciones del Vicepresidente primero de la Unión Europea Franz Timmermans y los editoriales de los diarios Wall Street, Financial Times, Le Monde y Liberation. Todas las decisiones están tomadas ya. ¿Nos encontramos otra vez en el umbral de una cruzada entre ángeles y profetas? El ejército ha comenzado a desplazar efectivos –logísticos, por ahora− a Cataluña.

El choque será entre la fuerza de los hecho y el peso de la ley, sin que quede espacio para la fuerza de la razón. Cataluña y España ya han activado el modo comunidad mesiánica que reclama salvación: unos declarando la independencia de la España antidemocrática, franquista, con las masas en la calle; los otros invocando protección contra la massa contaminada del pecado original, que quiere romper la «Nación». Todo el foco está sobre Cataluña, pero en el resto de España también están pasando cosas. Las juras de bandera civiles, sus juramentos, y el compromiso de apoyo a la seguridad y la defensa de España. Comienzan a asomar banderas de España en los balcones. Manifestaciones en defensa de la unidad. El malestar y el agravio que empieza a aflorar en el resto del país. Mucha gente está harta de lo que consideran el chantaje catalán. Todavía no se ha cruzado la línea de no retorno. Hay una ocasión más, una última oportunidad todavía, para alcanzar algún tipo de entendimiento. ¡Aprovéchenla!

Si los independentistas habían demostrado haber leído a Maquiavelo, el anuncio de la declaración unilateral de independencia (DUI) denota que no han leído a Tzun Su. Han calculado mal la repercusión que tendría una declaración unilateral de independencia en una Europa plagada de tensiones territoriales latentes. Y no supieron ver que la independencia de Cataluña generaba un conflicto más allá de las fronteras de España, pues «si se permitiera a una región ejercer unilateralmente, en un contexto de estado de derecho, el derecho a la autodeterminación», ésta señalaría al resto de regiones europeas que quisieran ejercer dicho derecho el camino para poner fin a «la inviolabilidad de fronteras establecidas a precio de sangre» (Diario Liberation). No se han dado cuenta, o no han querido ver, que una declaración unilateral de independencia atenta contra uno de los pilares de la Unión Europea: «el imperio de la ley». El Vicepresidente primero de la Unión Europea ha enviado un ultimátum a Puigdemont: «Si la ley no te da lo que quieres, te puedes oponer o trabajar para cambiarla, pero no se debe ignorar». Y ha añadido: a veces imponer la supremacía de la ley requiere «el uso proporcionado de la fuerza.» Los independentistas no han medido las repercusiones exteriores de su incitación a los ciudadanos a la desobediencia a las fuerzas de seguridad del estado, su apoyo una huelga general, su petición de retirada de las «fuerzas de ocupación» de Cataluña, la expulsión de la fuerzas de seguridad del Estado de algunos municipios a instancias de las instituciones locales, la total ausencia de garantías del referéndum, la vulneración de todas las leyes.

Ante la soledad internacional Puigdemont busca, desesperado, la mediación del Arzobispo de Barcelona y del Abad de Montserrat. Está derrotado y lo sabe, pero su  opción es redoblar el desafío. El Gobierno de Rajoy sólo está sostenido por el respaldo de la Unión Europea, como ultima barrera para evitar el contagio de una epidemia secesionista en otros países europeos. Rajoy sólo es el mal menor, el dique de contención. Sea cual sea el desenlace, la gripe se extenderá por Europa. El camino lo ha marcado Cataluña. España ha quedado desacreditada en Europa por la gestión de la crisis catalana y por la actuación de las instituciones catalanas. Ningún partido político está a la altura del desafío histórico al que nos enfrentamos. Costará que Europa vuelva a confiar en nosotros.

«Cuando Dios creó a los ángeles –reza un hadith− estos alzaron la cabeza al cielo y preguntaron: “Señor, ¿con quién estás?”. El respondió: “Estoy con aquel que es víctima de una injusticia, hasta que su derecho sea restablecido”.» Hoy este restablecimiento será por la ley.

Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/04/el-tiempo-que-resta/

No en nuestro nombre


En 1799, Francisco de Goya pintó este aguafuerte dentro de la serie “caprichos” en el que nos venía a decir como el pueblo soportaba el peso (y algo más) de los dos jamelgos que constituían por entonces los poderes constituidos: la monarquía y su aparato aristocrático y militar, y la Iglesia. Han pasado de aquello más de dos siglos; en el ínterin un Estado fallido no ha podido ni querido domar a aquellos ni a otros nuevos jamelgos que se han unido al olor del pesebre. Los nuevos jumentos son las oligarquías empresariales, centrales y periféricas, que han hecho del Estado, que debió ser de todos, su particular proveedor de alfalfa. Mientras ha habido pitanza para viejas y nuevas acémilas, cada una ha montado sobre el esforzado pueblo español a golpe de sus respectivas mitologías nacionalistas.

El problema se inicia y se desarrolla cuando a partir de la entrada en el Mercado Común y en la Unión Europea, a rebufo de la globalización, nuevos y más agresivos garañones entran en juego. El Estado ya no provee en la misma medida o elige al burro mejor dotado, y nuestros particulares jumentos entran a la greña, espoleando a sus cabalgaduras para que odien, dentelleen, pateen y a ser posible liquiden en nombre de la supremacía nacional que invoca cada uno de los jinetes.

En esa estamos; nuestros jumentos nos espolean para que volvamos al campo de batalla. Esto hay que pararlo. Hay que descabalgar a las bestias para que el pueblo tome de una vez por todas las riendas de su destino y ponga a los animales debajo, donde tienen que estar. Las clases políticas hablan de diálogo pero no hay día en que se no oigan voces de uno y otro lado que incitan al odio. Nos va la vida en desenmascarar a los farsantes esencialistas que nos espolean en uno y en otro lado. Desde la nación republicana de hombres y mujeres libres de jumentos, hay que gritarles: ¡Parad bestias! ¡No en nuestro nombre!

“A mis amigos catalanes”
Carlos ARENAS POSADAS
 https://encampoabierto.com/2017/10/04/no-en-nuestro-nombre/ 

Choque de trenes


1. Ayer el gobierno de Mariano Rajoy sirvió en bandeja la imagen que el Govern lleva buscando desde hace 6 años, una imagen de Estado represor e irreformable, para de esa manera continuar en dirección a la independencia. La no actuación en la mayor parte de los casos de los Mossos por orden de Trapero provocó la salida de la Guardia Civil y los nacionales que acabó en varias cargas policiales con múltiples heridos y una imagen bochornosa a nivel nacional e internacional del gobierno de Rajoy.

2. Los datos del supuesto referéndum son los siguientes: 2.262.424 total de participación (42% del censo); 2.020.144 el 90% del voto y un 37,8% del censo, el sí; el 10% restante es no y blancos y nulos (176.666 votos el no, un 7% del total del voto,el 0,89% de los votos han sido nulos y en blanco, el 2% del total de votos).
Junts pel sí tuvo en las autonómicas del 2015, 1.628.714 votos, y la CUP, 337.794 votos. Casi esos mismos dos millones del sí de ayer.
Es cierto que hubo unos 400 colegios cerrados y cargas policiales o choques con la policía en 30. Eso provocó que numerosas personas tuvieran que cambiar de colegio para votar. Debido a la falta de control, donde un número indeterminado de personas votó varias veces, estos cambios de mesas electorales, y las urnas incautadas por la policía no permite saber con certeza los votos reales ni los que se perdieron. La cifra que da el Govern de 770.000 redondos parece más un intento de llegar al 55% de votos para dar algo de legitimidad a la votación que una realidad.
Como dato curioso los policías ni actuaron en Badalona, ciudad del ex-alcalde Albiol que pretende recuperar, ni el los barrios ricos de Barcelona (como Sant Gervasi o Sarrià), con lo que parece que la represión sí entiende de clases sociales.

3. El Govern ha insinuado que tras este resultado "a la búlgara" va a continuar con el procéss para ir directamente a una declaración de independencia a las bravas y de ahí a unas elecciones constituyentes.

4. En mi opinión es el peor escenario posible ya que el gobierno del PP, y no nos equivoquemos, de ningún país, aceptaría una declaración unilateral de independencia que ni siquiera cuenta con la mitad del apoyo del país y en contra de la otra mitad. No tendría apoyo internacional y sin reconocimiento internacional no hay acceso al crédito, etc., lo que complicaría su existencia y hundiría la región en el caos y a España en la crisis económica. En una lógica de acción-reacción continuaría la lógica frentista que solo tendría dos ganadores, el nacionalismo insolidario catalán y el nacional-catolicismo español. JxSi esperaría reforzarse e ir acercándose en votos a la masa crítica para poder irse y el PP esperaría rentabilizar en votos este conflicto. Las víctimas seremos el resto. Empezando por los ciudadanos y acabando por la izquierda que quedará aplastada (como ya lo está siendo) a esta lógica donde no tiene nada que decir.

5. Unidos Podemos y En Comú han dado legitimidad a este remate final del proceso poniéndose de perfil, o directamente buscando el regate corto para intentar derribar al gobierno del PP. En mi opinión se han (nos hemos) equivocado. Coscubiela marcó el camino pero no le siguieron. En Cataluña se ha estado más preocupado de mantener la cohesión de la minoría independentista en los partidos (y en algunos casos no tan minoritaria, como en EUIA) y no se ha sabido tener una respuesta contundente al asunto ni una propuesta alternativa más allá de la política espectáculo. Con la declaración unilateral que planea el Govern nos vamos a un escenario donde el referéndum y votar ya pasó y entramos en otra lógica mucho más demencial.

6. Las únicas soluciones que yo veo aquí son, no son excluyentes, desalojar a Rajoy y abrir el melón constitucional, o sentar en la mesa de negociaciones a ambas partes. El problema es que la declaración unilateral imposibilita el diálogo y aboca a Cataluña a elecciones anticipadas con una más que probable aplicación del artículo 155.

Un desastre sin paliativos con difícil solución…

Pedro González de Molina

Poder y soberanía en Cataluña


«Un poder superior es aquél que configura el futuro del otro, y no aquel que lo bloquea. (…) Sin hacer  ningún ejercicio de poder, el soberano toma sitio en el alma del otro», dice Buyng-Chul Han. A esta descripción de la lógica del poder se ajusta en gran medida la actuación del Govern de la Generalitat. Consigue de esta manera neutralizar la voluntad de acción de aquellos que no son partidarios de la independencia y muestra que quiere ampliar la libertad. Con ello está motivando a la acción a sus partidarios. Y está claro que el Govern, a diferencia del Gobierno del Estado, está siguiendo los consejos que Maquiavelo dio al Príncipe de aunar libertad, astucia y razón, como método político para neutralizar los condicionamientos y alcanzar los objetivos. En este artículo (continuación de análisis anteriores sobre soberanía, ley y democracia en Cataluña) examinaré las lógicas y los significados que tienen algunos de los actos que está realizando tanto el Gobierno del Estado como el Govern de la Generalitat.

Comenzaré analizando algunas intervenciones del Gobierno del Estado. En una de ellas el Presidente Rajoy pidió a los dirigentes catalanes que reflexionaran y volvieran «a la racionalidad y a la legalidad». En otra advirtió al President de la Generalitat que nada bueno se podía producir con su actuación. Estas intrusiones nos transportan al pasaje bíblico del proceso de Jesús de Nazaret en el que Pilato le dice: «¿No sabes que puedo liberarte o hacer que te crucifiquen?» (Mt 27,17). Este pasaje bíblico refleja con toda exactitud el concepto del derecho a decidir que reconoce el Gobierno. Con estas intervenciones el Presidente no está proyectando la fortaleza del poder del Estado, sólo trasluce su debilidad. Estas advertencias junto a la admonición que el Ministro del Interior hizo al President de la Generalitat en la Junta de Seguridad muestran la voluntad de vencer, pero además son la notificación oficial, pública y personal de un posible empleo de la fuerza de continuar por el camino emprendido. A esta forma de notificación el Derecho le reconoce el efecto de dejar constancia −escrita y firmada− del requerimiento efectuado al destinatario y de su recepción por el mismo.

El Presidente del Gobierno, persistiendo en su autismo político, llamó a los catalanes, días después, a aceptar formar parte de las mesas electorales. Esta exhortación −prosiguiendo con la alegoría del proceso a Jesús de Nazaret− equivale al lavado de manos de Pilato que relata la Biblia (Mt 27,24). Es un yo lo avisé, allá ustedes. Es la hipócrita escrupulosidad con la que Rajoy y el PP creen purificarse ante un eventual recurso a la fuerza. Pero estas palabras no se pueden desligar de la pasividad que ha mostrado el Gobierno del PP respecto a Cataluña durante años. Y la respuesta dada por el President Puigdemont a las advertencias de que el referéndum no se celebrará, ha sido como la que la multitud/pueblo dio a Pilato tras eximirse éste de la responsabilidad por la muerte de Jesús: «¡Nosotros y nuestros hijos cargaremos con su muerte!» (Mt 27,25). Esa respuesta es un aquí estamos los catalanes.

El segundo de los hechos que quiero analizar es el uso que el Govern de la Generalitat ha realizado de la movilización de la gente: ocupación de espacios públicos, −como los colegios−; las colas que han pedido que se formen desde temprano el 1-O –a cuya visualización contribuye la reducción del número de colegios electorales, al margen que se pueda votar o no−; las manifestaciones; la convocatoria de huelga general. En general este uso me parece elaborado e inteligente. En todas ellas existe un elemento común: la aclamación, en forma de cántico de lemas, levantamiento de manos, aplausos. Estas expresiones tienen una importancia más allá del simple gesto. En el Imperio Romano en los comicios electorales la aclamación podía sustituir a las votaciones de los individuos. Y Rousseau decía que la aclamación, el grito de aprobación o rechazo de la masa reunida, era la verdadera democracia.

Esta es la importancia que tiene la movilización promovida desde el Govern. Si la votación finalmente no se puede realizar con normalidad 1-O el significado simbólico de la aclamación tendrá sentido político. Y sus promotores podrán reclamarlo y hacerlo valer. Carl Schmitt decía que la aclamación era «la expresión pura e inmediata del pueblo como poder democrático constituyente.» Le otorgaba una función constitutiva, que ahora puede ser usada como fuente de voluntad constituyente. Es sobre ella que los partidarios de la independencia, en última instancia, pretenden alumbrar la nueva República de Cataluña. De ahí la apelación continuada del Govern a la necesidad de una presencia masiva de gente en las calles el día de la votación y a la movilización que se están pidiendo y a la que se anima desde las asociaciones independentistas. Igual sentido tiene la huelga general convocada a partir del 2-O por cuatro sindicatos minoritarios catalanes. Quiero pensar que es este, y no la pura coerción de la ley, el motivo que tiene el Gobierno del Estado para impedir a toda costa la votación el 1-O.

El conflicto catalán contrapone dos mundos: «el de los hechos y el de las verdades», que se enfrentan de manera inmediata y, no se si también, de modo inconciliable: el de la nueva realidad catalana creada y el de la verdad eterna de la «Nación». En él se mezcla también lo «humano y lo divino». El pacto con la Independencia es «Yo te libraré y tú me glorificas». A partir de este momento la pregunta que Pilato hizo a Jesús: ¿No hay ninguna verdad sobre la Tierra?, cada uno deberá responderla, objetarla o rebatirla. ¿Continuaremos en la conllevancia, inauguraremos un nuevo pacto para todos o emprenderemos caminos separados?

Paco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/01/poder-soberania-cataluna/