Si quieres que algo cambie cambia algo

 
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Artemisa Gentileschi «Autorretrato como alegoría de la Pintura» h 1630




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

Bicicletas y coronavirus ¿Hay razones para el optimismo?

Carril-bici en Shangai (ver vídeo)

Se está extendiendo en las últimas semanas la idea de que la bicicleta es un modo de transporte ideal para luchar contra la pandemia del coronavirus, lo que unido a sus innegables ventajas medioambientales y para la salud la convierte en el vehículo idóneo para el post-cornavirus en España. Son muchos los ayuntamientos que están experimentando con medidas de "urbanismo táctico", consistente en ocupar, a base de pintura, espacios en la calzada para uso peatonal y ciclista. También desde los ministerios de sanidad, transición ecológica e incluso desde interior se lanzan proclamas a favor de la bicicleta. ¿Hay pues razones para el optimismo?

La verdad es que me asaltan serias dudas acerca de la permanencia de estas medidas de urbanismo táctico una vez se acabe el estado de alarma y el confinamiento, y me parece difícil que vayan a durar más allá del primer atasco. Su propia provisionalidad aboga a favor de ello. Además veo signos preocupantes que apuntan en esa dirección.

Para empezar, los mismos técnicos y políticos que ahora cantan las alabanzas de la bicicleta son los que, al comienzo de la crisis del coronavirus, cerraron todos los sistemas de bicicletas públicas de España, y muchos de ellos no los han reabierto todavía. Esto es algo que solo pasó en nuestro país: en ningún otro lugar del mundo ocurrió algo parecido, ni siquiera en Italia o en China. En otros, como en Francia, muchos ayuntamientos (ej. París) no solo no han cerrado sus sistemas de bicicletas públicas, sino que han anunciado su gratuidad mientras dure el confinamiento. En España, en cambio, parece que la mayoría de los ayuntamientos no debe tener tan clara la utilidad de la bicicleta como modo de transporte urbano dado que cerraron sus sistemas de bikesharing y muchos no los han reabierto todavía.

Otro síntoma que me preocupa es la creciente presencia de todo tipo de vehículos eléctricos en las vías ciclistas. Ayer mismo participé en un encuentro on-line organizado por la Red de Ciudades por la Bicicleta y puede comprobar como, para la mayoría de técnicos muncipales y de la DGT, un patinete eléctrico es lo mismo que una bicicleta o incluso menos. Hay una práctica unanimidad (con la única excepción de Sevilla) en legislar la circulación de esos vehículos por los carriles bici sin límite de potencia alguno, así que en el futuro cercano vamos a ver (en realidad lo estamos viendo ya) vehículos de miles de watios circulando por las vías ciclistas, junto a niños y personas mayores que a duras penas desarrollan cien watios (diez veces menos) sobre sus bicicletas.

Este consenso se completa con otro consenso paralelo acerca de prohibir la circulación de estos vehículos eléctricos por la calzada ordinaria limitada a 50 km/h. Así que la idea generalizada es que hay que ubicar a estos vehículos fuera de la calzada y dentro de las vías ciclistas. No parece que ello contribuya mucho a los anunciados proyectos de "quitar espacio al coche". Más bien lo contrario: se trata de no quitar espacio al coche y de ubicar estos nuevos vehículos, cuyo potencial para hacer más sostenible la movilidad urbana nadie niega, en los escasos espacios que tenemos para circular en bici con seguridad, sin tocar para nada a los espacios hoy dominados por el automóvil. 

No estoy hablando de algo que vaya a suceder en un futuro lejano, sino de algo que está sucediendo ya en España y que lleva años sucediendo en China, donde en algunas ciudades, como Shangai, más de la mitad de los vehículos que circulan por las vías ciclistas son pequeños ciclomotores eléctricos - que allí llaman e-bikes .

En definitiva, que tengo serias dudas acerca de la efectividad de muchas de las proclamas a favor de la bicicleta que se están lanzando desde el gobierno de España y desde los ayuntamientos. No dudo de que en la mayoría de los casos son sinceras, pero me parece que se basan en unos conceptos bastante débiles acerca del verdadero valor y de la singularidad de la bicicleta como vehículo urbano, a la vez sostenible y saludable. Lo que se completa con su demostrada incapacidad para contrarrestar el poder del lobby del automóvil a la hora de defender y conservar su espacio en la ciudad, no solo frente a ciclistas o peatones, sino frente a cualquier otro "intruso", como sería el caso de los nuevos vehículos de micro-movilidad eléctrica.  





Tatuaje

 
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Eric Fischl. « Chico malo» 1981. Colección Arthur y Carol Goldberg Nueva York




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

El trabajador del comic

 
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Contraportada de «Frenchman» Cómic de Patrick Prugne




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

Las listas y la humanidad

 
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Pietro Longhi (escuela) «El convite en casa de Nani» 1755 Venecia, Ca` Rezzonico




Comentado por Oscar Moreno
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Manual de arte

 
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Tabla 4: La Edad Moderna» Manual de Historia del Arte de E. H. Gombrich




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El cielo sobre el Louvre

 
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«Escena de la toma de la bastilla» Pintor Anónimo S.XVIII




Comentado por Oscar Moreno
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Adios Hong Kong

 
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«Cabeza de Dragón» Arte de los reinos combatientes, ss V - III a.j.c. , Washington Smithsonian I




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

EL BESO DE ROMEO Y JULIETA


Dadme a mi Romeo, y cuando yo muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol” (William Shakespeare)



Son las doce de la noche de una noche más de Coronavirus y Julieta está tumbada boca abajo contra el suelo, esposada, detenida por seis robustos policías. Se ha resistido, llorado, babeado, gritado hasta la extenuación, y finalmente se han visto obligados a reducirla por la fuerza. Sigue gritando: ¡Quiero que me maten! ¡Quiero morir! ¡Quiero que me maten!


La ambulancia tarda en llegar y ella sigue fuera de juicio. Ahora reclama sus derechos: ¡No puedo respirar! ¡Soy ciudadana americana, tengo derechos, tengo derechos! Finalmente, el médico de urgencias le inyecta tres calmantes, la atan a la camilla y la llevan directamente a la zona de críticos de un hospital en una noche más de Coronavirus.


Al día siguiente, le duele el corazón, solo recuerda que su novio la había dejado la noche anterior; pero nada de su terrible episodio de pánico, ni de cómo hizo falta la presencia de seis policías para atarla a la camilla. La llevan a casa para recoger su ropa y se agarra al pulover que le dejó Romeo como a un chaleco de salvamento en medio de un mar oscuro. Le sigue llamando y sigue reclamando su presencia.


Va a terminar en una residencia donde deberá pasar el resto del confinamiento. Le quedan aún muchos días para poder volver a su país y su estancia será seriamente vigilada. Solo la voz de Romeo al otro lado del teléfono podrá mantener el frágil equilibrio entre la vida y su locura.


Julieta está triste, su corazón añora aquella cama en la arena cuando el mar y el viento eran los mudos testigos de sus besos. Quizás algún día comprenda la diferencia entre el amor obsesivo y la independencia. Quizás, quién sabe, aprenda a mirar la vida desde el desprendimiento de las emociones no correspondidas y termine por no recordar cómo y por qué se volvió loca por amor.





Carmen Ciudad
Women International League for Peace and Freedom - WILPF






Amarga Rusia

 
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Viñeta en la última página de Amarga Rusia. Homenaje a Anna Politkòvskaya




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

Elogio a la ociosidad

 
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«Casa Rotonda» por M Botta 1982 Stabio Italia




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

C’era una volta il multilaterialismo: l’Oms sotto attacco

Senza un’organizzazione internazionale pubblica sulla salute non riusciremo ad affrontare pandemie come quella del Covid-19. Ma l’Oms ha un budget di appena 4,42 miliardi, pochi poteri, molti compiti che la espongono come capro espiatorio all’incapacità dei governi. Trump rischia di darle il colpo di grazia.


Covid19 continua a tenere in scacco il mondo, nell’irrefrenabile conta quotidiana dei contagi, e dei morti.  L’onda virale continua a gonfiarsi e si propaga, avanzando fino a lambire paesi del mondo ancora incolumi, o rilasciando invece nuovi flussi in paesi già propensi alla risacca, dopo draconiani regimi di lockdown – come accade in queste ore in Cina. La crisi planetaria che il genere umano sta vivendo segna lo spartiacque fra un prima e un dopo. Le decisioni che i governi prenderanno, nell’urgenza di intervenire subito o nel prossimo futuro, definiranno le società e il mondo che verrà con conseguenze di lunga gittata, non solo in ambito sanitario. 

Prendere decisioni non è uno scherzo, mentre i governi sono sballottati tra i flutti di questa transizione. A quattro mesi dalla comparsa del nuovo coronavirus, scienza e politica navigano ancora a vista, inevitabilmente, alla scoperta del patogeno e delle sue traiettorie, delle mutazioni e degli impatti che produce quando approda in una zona del mondo, nella sua specifica reazione al contesto. SARS-CoV-2 si innesta nelle cellule umane per continuare a vivere e moltiplicarsi, ma questa dinamica si combina con altri fattori. E’ già mutato almeno tre volte il virus, che si misura con le caratteristiche ambientali dei luoghi, si cimenta con le attitudini dei popoli e delle organizzazioni sociali. Quale scia lascerà dietro di sé? Gli analisti si dilettano nelle più svariate proiezioni di scenari. Alcuni intravedono il definitivo declino della leadership americana e “l’ascesa degli altri”, per dirla con il noto editorialista Fareed Zakaria, a cominciare dalla Cina. Altri prevedono la fine della globalizzazione, funzionalmente troppo rischiosa per essere ancora praticabile. I più ottimisti profetizzano lo schiudersi di un’era nuova di cooperazione. I più pessimisti intercettano un minaccioso vento in poppa ai nazionalismi, con l’insorgere di nuove pulsioni da regime, anche grazie al nuovo consenso sulle esigenze del controllo sociale da imporre per limitare il contagio del virus.  

Le pandemie cambiano la storia. Lo spiega l’epidemiologo Frank Snowden nel suo libro Epidemics and Society: From the Black Death to the Present, recensito di recente in uno stimolante articolo del New Yorker,  dal quale prendo lo spunto per condividere alcune preoccupazioni, e qualche domanda. La prima: il multilateralismo riuscirà a sopravvivere a Covid19? Non è affatto scontato. Il nuovo coronavirus ha colto la comunità internazionale nel culmine di patologie pregresse, debilitata da un purulento nucleo di paesi che rema contro, straccia il sottile filo di regole che resta, boicotta ogni timido sforzo di agire contro la crisi climatica, e a favore dello sviluppo sostenibile (la Agenda 2030). Da quando la Cina ha lanciato il primo allarme sulla nuova epidemia, alla fine di gennaio, la cooperazione internazionale tra governi è risultata la vera missing in action dalla scena, salvo qualche eccezione inattesa (la mobilitazione del personale sanitario di Cuba e Albania) e non disinteressata (la nuova edizione della Silk Road cinese in chiave sanitaria). 

Abbiamo visto sanzioni ancora più dure contro l’Iran, il G7 praticamente disabilitato, il G20 ridotto a emettere un poco convincente segnale di impegno per fare “whatever it takes”, dopo un prolungato e rumoroso silenzio. Non esiste insomma un coordinamento della pandemia a livello mondiale, sicché solo l’istinto nazionalistico muove l’azione-improvvisazione dei governi. L’Europa non riesce a formulare una risposta comune, neppure lei, e men che meno un ambizioso disegno collettivo che faccia leva sui vantaggi da conseguire sul medio termine. Che dire poi della grossolana sprezzante mossa del presidente americano Donald Trump per acquisire preventivamente i diritti brevettuali di un vaccino ricercato dall’azienda tedesca CureVac, e dunque l’esclusiva di accesso.  I governi si son guardati tra loro con distanza, o peggio con pregiudizio. Senza imparare gli uni dagli altri. Senza risparmiare appostamenti per sparare su chi fosse da considerare, di volta in volta, colpevole della pandemia (il “Wuhan virus” di Donald Trump). Intanto il virus avanzava.  La tensione corre sul fil di lama tra Stati Uniti e Cina, ciò che complica le cose. E pensare che durante l’epidemia di SARS c’era stato un forte spirito di collaborazione ad animare le relazioni tra i due paesi: i presidenti Hu Jintao e George W. Bush firmarono nel 2005 i Ten Core Principles della risposta globale alle pandemie, un decalogo di principi basilari a cui aderirono in seguito 88 tra paesi e agenzie. Nel 2009, lo stesso Hu Jintao telefonò personalmente a Barak Obama per esprimere il proprio cordoglio in occasione del temibile focolaio di influenza H1N1 divampato negli Stati Uniti, e per confermare il desiderio di “mantenere aperte le comunicazioni con Oms, Stati Uniti, e con gli altri attori coinvolti, per rafforzare insieme la cooperazione contro questa sfida alla salute umana e alla sicurezza”.

E le Nazioni Unite? Sospese come sono in uno stato d’eccezione che ne paralizza l’ordinario funzionamento, sono ancora l’unico approdo di riferimento tecnico ed etico del pianeta legittimato da un mandato sovranazionale. L’unico. Pur con tutti i limiti, e le complesse politiche interne. Ce la farà l’Onu a restare visibile sulla scena, quando la marea del Covid19 si sarà ritirata? La cancellazione della conferenza COP26 in agenda a Glasgow il prossimo novembre rischia di allentare oggettivamente la già insufficiente tensione rivolta al contrasto del riscaldamento globale. L’appello del Segretario Generale António Guterres per un cessate il fuoco globale ha prodotto qualche incerto risultato (continuano i combattimenti in Libia),  ma il Consiglio di Sicurezza non ha mosso foglia di fronte alla peggiore crisi planetaria dalla seconda guerra mondiale, congelato com’è dalle ostilità tra Cina (presidente di turno del Consiglio di Sicurezza dal 1 marzo) e Stati Uniti.  Si è riunito il 10 aprile per la prima volta, è uscito con una dichiarazione di sostegno al lavoro del Segretario Generale ma nulla più. Utile, quello sì, a rompere l’isolamento di Guterres, preoccupato per le rovinose conseguenze economiche e sociali della pandemia ma anche per la “significativa minaccia al mantenimento della pace e della sicurezza” che potrebbe scaturire da attacchi terroristici, dalla decrescente fiducia nelle istituzioni pubbliche, dall’instabilità politica dovuta alla dilazione di appuntamenti elettorali o referendari. Covid19 rischia di esasperare le violazioni dei diritti umani nel mondo. Come per l’Europa, le Nazioni Unite si giocano su Covid19 la loro stessa raison d’être. Scusate se è poco. 

E qui entra in campo l’Organizzazione Mondiale della Sanità (Oms), ignorata da molti dei suoi membri e sotto feroce attacco da parte di Donald Trump. In queste ore è stata confermata la sospensione dei fondi all’Oms annunciata dal presidente americano il 7 aprile scorso, Giornata mondiale della salute, per beffarda coincidenza. In termini assoluti, gli USA sono il primo finanziatore dell’agenzia, con un contributo nel 2019 superiore a 400 milioni di dollari. Fondi che saranno destinati per il 2020 ad altre organizzazioni. Nel frattempo giungono segnali che il Dipartimento di Stato, USAID e altri funzionari dell’amministrazione stiano puntando alla creazione di una istituzione alternativa per la salute globale . Un gioco al massacro costruito ad arte da Trump. Il presidente americano non ha fatto altro che cacciare capri espiatori dall’arrivo di SARS-CoV-2  (in sequenza: la amministrazione Obama, la Cina, i mass media) per gettare su “altri” le responsabilità proprie nella controversa e divisiva gestione della pandemia, una gestione sotto scrutinio critico da parte della stessa comunità scientifica e – sempre di più – della stampa. 

Se non è un colpo mortale, quello inferto all’Oms nel bel mezzo della tempesta virale, nel momento cioè in cui la comunità internazionale ha più bisogno dell’agenzia, ci arriva vicino. Va detto che è solo l’ultima vicenda, in ordine di tempo, sul mancato rispetto da parte di Trump delle principali traiettorie operative previste nel piano contro l’influenza pandemica redatto dall’amministrazione nel 2017. Una azione senza precedenti, come Covid19.

Da gennaio l’Oms è alle prese con una sfida sanitaria senza precedenti, di una complessità inaudita, nel tentativo di capire e domare la cinetica del nuovo coronavirus. L’azione del direttore generale Tedros Adhanom Ghebreyesus, pur se avrebbe meritato in alcuni passaggi più incisività, ha ottenuto il sostanziale apprezzamento di esperti e scienziati indipendenti che non sono teneri con Ginevra. Per mandato, l’Oms allerta i governi e mobilita la comunità scientifica, formula raccomandazioni, in un divenire della scienza che si costruisce per tentativi ed errori, successi e validazioni, nella constante e tempestiva condivisione dei dati. L’accusa di Trump punta il dito contro la presunta accondiscendenza dell’Oms verso Pechino, primo focolaio del virus, una complicità con la Cina nei ritardi e nella scarsa trasparenza che avrebbe frenato la comprensione sulla gravità del contagio. La realtà è un’altra cosa. L’agenzia è stata piuttosto la prima vittima dell’iniziale oscuramento dell’epidemia di Wuhan. Secondo quanto racconta John McKenzie, del comitato di emergenze dell’Oms, quando Pechino allertò Ginevra il 31 dicembre, gli scienziati cinesi avevano già sequenziato e identificato un coronavirus, salvo che la comunicazione all’Oms è arrivata il 7 gennaio, e la sequenza genetica del virus è stata condivisa solo il 12 gennaio. Un tempo prezioso, sprecato. L’Oms si è vista poi negare l’autorizzazione per una prima missione alla metà di gennaio, quando appariva ormai chiaro quanto i numeri ufficiali di Pechino fossero lontani dalla realtà. Una questione ancora oggi aperta per il governo cinese. Tedros ha deciso di sfoderare la santa pazienza della diplomazia, senza un confronto aperto, per conseguire il risultato di un’azione condivisa contro il virus da parte della Cina. Che è arrivata, alla fine. Meritava una crocifissione pasquale?

L’Oms è una organizzazione che ha molte responsabilità, ma pochi poteri. E’ bene saperlo. Opera prevalentemente a regime di soft norm, indicazioni non obbligatorie. Al contrario di realtà come l’Organizzazione Mondiale del Commercio (Omc), l’Oms non ha facoltà di vincolare e soprattutto di sanzionare i suoi membri. Su questo punto dovremmo farci qualche sana domanda. “L’organizzazione è stata svuotata di potere e risorse”, sostiene Richard Orton editor di The Lancet. Il suo budget annuale si aggira intorno ai 2 miliardi di dollari (il budget è approvato su base biennale: il biennio 2016-2027 è stato di 4,34 miliardi di dollari, quello 2018-2019 di 4,42 miliardi), inferiore a quello di molti ospedali universitari. Una cifra irrisoria se pensiamo alla gamma vertiginosa di ambiti sanitari e di progetti di ricerca in cui è impegnata l’organizzazione. 

Le epidemie più recenti hanno variamente esposto l’Oms alle critiche o ammaccato la sua credibilità, come è accaduto con la vicenda del virus Ebola fra il 2014 e il 2016. Ma è l’Oms stessa a soffrire. I governi che ne sono i titolari principali, invece di promuoverne l’autorevolezza scientifica e l’indipendenza politica, hanno fatto di tutto dagli anni ’80 in poi per contenerne l’autonomia di mandato a tutela della salute pubblica. Perché, come Covid19 ci insegna, la salute confligge con gli interessi dell’industria e dell’economia, di cui i governi si sono fatti inesorabili interpreti e portavoce. Hanno aperto le porte dell’Oms alla presenza dei privati che partecipano ormai come stakeholders nelle discussioni multilaterali. L’agenzia in queste condizioni non può operare all’altezza delle sfide. Necessita di una messa a punto urgente, non ci sono dubbi, per un vero rilancio operativo. Niente a che vedere con le riforme tecnocratiche apparecchiate per lei negli ultimi anni, per un ulteriore snellimento.  

I governi giocano col fuoco quando fanno dell’Oms il capro espiatorio delle loro inefficienze nella gestione di Covid19, in un combinato pericoloso di irresponsabilità nazionalista e totale assenza di visione. Se c’è una certezza finora, essa è che la pandemia ha rilanciato la centralità della sola organizzazione internazionale pubblica sulla salute, e il ruolo che dovrà svolgere in futuro per la gestione delle crisi sanitarie. Gli scienziati ci dicono che ne verranno ancora, dopo SARS-CoV-2. Quando la vicenda sarà conclusa, un’accurata analisi sulle cause del contagio di Covid19 e sugli errori che hanno portato a questa tragedia sarà indispensabile. L’Oms non potrà sfuggire alle proprie responsabilità. Ma neppure gli Stati, nessuno escluso. E l’unica via d’uscita per salvarsi sarà riprendere in mano le fila di un multilateralismo maturo, degno di configurare la sopravvivenza dell’umanità sul pianeta. 



 https://sbilanciamoci.info/cera-una-volta-il-multilaterialismo-il-covid19-e-loms-sotto-attacco/


1 https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2020-04-13/xi-jinping-won-coronavirus-crisis?utm_medium=newsletters&utm_source=fatoday&utm_content=20200413&utm_campaign=FA_TODAY_041320%20Balancing%20Privacy%20and%20Public%20Health%2C%20Xi%20Won%20the%20Coronavirus%20Crisis%2C%20North%20Korea%27s%20Pandemic%20Preparedness&utm_term=FA%20Today%20-%20112017
2 https://www.newyorker.com/news/q-and-a/how-pandemics-change-history
3 https://www.cfr.org/report/responding-threat-global-virulent-influenza
4 https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2020-03-24/us-and-china-could-cooperate-defeat-pandemic?utm_medium=newsletters&utm_source=fatoday&utm_content=20200324&utm_campaign=FA_TODAY_032420%20The%20Repercussions%20of%20U.S.-Chinese%20Antagonism%2C%20Voting%20During%20a%20Pandemic%2C%20How%20Trump%20Hijacked%20Foreign%20Policy&utm_term=FA%20Today%20-%20112017
5 https://www.theguardian.com/world/2020/apr/03/coronavirus-threat-prompts-un-to-redouble-efforts-to-end-long-term-wars
6 https://www.worldpoliticsreview.com/articles/28624/global-leadership-is-in-quarantine-amid-the-coronavirus-pandemic
7 https://www.politico.com/news/2020/04/10/trump-aides-debate-demands-who-179291
8 https://www.nytimes.com/2020/04/11/us/politics/coronavirus-trump-response.html?utm_source=dailybrief&utm_medium=email&utm_campaign=DailyBrief2020Apr15&utm_term=DailyNewsBrief
9 https://www.cdc.gov/flu/pandemic-resources/pdf/pan-flu-report-2017v2.pdf
10 https://www.who.int/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-the-media-briefing-on-covid-19–8-april-2020.
11 https://www.theguardian.com/news/2020/apr/10/world-health-organization-who-v-coronavirus-why-it-cant-handle-pandemic
12 https://www.nytimes.com/2020/04/03/world/asia/coronavirus-china-grief-deaths.html?auth=login-email&login=email

La crisis de la UE en los tiempos del COVID19


Crisis del 2008. Alemania logró imponer su hegemonía sobre Francia y al resto de la Unión, aplicando una ortodoxa política ordoliberal. El eje franco-alemán se rompió y nunca se ha vuelto a recuperar. En 2015 se sacrificó a Grecia al altar de los Mercados a través del terrorismo financiero y de los terribles Memorándums. El gobierno de Syriza fue castigado para impedir el surgimiento de una alternativa de izquierdas a la salida de la crisis aplicada por Merkel.

 ¿Cuál eran los objetivos de Alemania y de los halcones de la UE? Lograr transformar una crisis financiera en una crisis de deuda soberana, trasladar la presión de la necesaria reforma de la banca y de las inversiones en la bolsa hacia una reforma profunda del Estado del Bienestar para abrirlo a nuevos negocios privados, reducir el tamaño del Estado, atar a estos a las reglas del déficit y gasto para impedir cualquier tipo de política keynesiana. El objetivo aparente era reducir la deuda, que se multiplicó, y el déficit, que ha ido cayendo.

¿Qué supuso también? Privatizaciones, externalizaciones y semiprivatizaciones en los Estados endeudados, ya fuese de empresas públicas o de sectores adscritos al Estado del Bienestar, la socialización de las pérdidas de los bancos, reducir el poder de los trabajadores y de los sindicatos, etc. Por poner dos ejemplos: con la excusa del envejecimiento de la población la UE exigió el aumento de la edad de jubilación, la reducción en los aportes del Estado a las pensiones y favorecer las pensiones privadas. Por otro lado, la Comisión Europea, entre 2011 y 2018, exigió en 63 ocasiones a los países miembros que recortaran sus gastos en sanidad. 

De las consecuencias de la crisis financiera de 2008 no nos hemos logrado recuperar aún. Hemos tenido pobres cifras de crecimiento, una reducción de las cifras de desempleados a cambio de una mayor precariedad, una pérdida de ahorros absorbidos en los peores momentos de la crisis por la necesidad, el aumento de las desigualdades de todo tipo, el aumento del poder de las fuerzas de extrema derecha por toda Europa y una debilitamiento de la democracia.

Si en 2008 la salida antisocial a la crisis fue suscrita por la inmensa mayoría de gobiernos de entonces, ya sea de buena gana (como el español del PP) o forzados (como el griego o el portugués), en 2020, en plena crisis del COVID19, sin embargo se está produciendo un duro choque entre el Sur (Italia, España, Portugal y Grecia), más Francia, contra Alemania, Austria, Finlandia y Holanda por la salida de la crisis. La revuelta contra la imposición de la ortodoxia es mucho más dura y seria que en 2015. No sólo porque dicha revuelta es encabezada por la segunda, tercera y cuarta potencia económica de la UE, sino porque se inscribe en el marco del debilitamiento del proyecto europeo derivado de las consecuencias de la crisis de 2008 y del BREXIT.

Por un lado, Holanda, Finlandia, Alemania y Austria defienden no mutualizar la deuda derivada de la reconstrucción que necesitará la UE en cuanto salgamos de la crisis sanitaria. Además, defienden utilizar el BEI para facilitar fondos a las empresas, la compra de deuda del BCE a los Estados y la ayuda a la banca, ayudas a los ERTES, que se movilicen 500.000 millones de euros para canalizarlos a través del MEDE a los países que lo soliciten y un pequeño fondo de solidaridad a los países afectados, cantidad ridícula en comparación con los 100.000 millones de euros movilizados para “rescatar a España” en 2012 (aunque en realidad a quienes se rescataba era a la banca holandesa, belga, francesa y alemana, que habían hecho negocio prestando a la banca y cajas de ahorro españolas durante la burbuja inmobiliaria). Wolfang Schäuble, presidente del Bundestag y bête noire de Grecia en la crisis de 2015 que incluso llegó a exigir el GREXIT, ha defendido, junto con los holandeses, que no se debe volver a resucitar el debate de los eurobonos ni cualquier salida solidaria, sino que las ayudas del MEDE vienen con condicionalidades que suponen a la postre recortes y más austeridad. Para Alemania, estas condiciones serán menos duras que en 2012, mientras que los holandeses proponen que sigan siendo igual de duras que cuando los “rescates” (o secuestros, mejor dicho) de esa época. Merkel y Rutte maniobraron a última hora para dejar fuera de la última reunión, con éxito, al presidente del Parlamento Europeo, único órgano democrático de la Unión, el socialista italiano David Sassoli, porque iba a apoyar las demandas del bloque de Francia y el Sur.

Del otro lado, Francia y España piden un mecanismo intermedio, aunque España sigue defendiendo los eurobonos. Italia exige que la solidaridad europea sea más contundente y que se mutualice la deuda derivada de esta crisis sin contraprestaciones adicionales. Los apoyan Grecia, que ha aprendido de la caída del PASOK-ND-Syriza, Portugal, donde su presidente ha defendido que la banca debe aportar ya que fue rescatada con gran sufrimiento de los ciudadanos lusos, y una decena de países. Todos rechazan la utilización del MEDE y la vuelta de los hombres de negro.

El plan Marshall que demandan parece muy lejos de aplicarse y la solidaridad de una parte de la Unión brilla por su ausencia. Italia ha llegado a amenazar con echar mano de la ayuda china, que tiene puestos los ojos en el país transalpino con el lanzamiento de la ruta de la Seda. Si en 2015 ni Rusia, agobiada por la guerra de Ukrania, las sanciones y los problemas económicos, ni China, que pretendía hacerse con infraestructuras claves como el Puerto del Pireo, apoyaron a Grecia, en 2020 tanto Rusia, como China, pueden jugar un papel mucho más importante y decisivo si la Unión no encuentra una salida solidaria a esta situación. La imagen de las tropas rusas entrando en Italia para ayudar al país y de la ayuda solidaria china, no deja de ser chocante viendo la actitud insolidaria de Holanda y Alemania.

Las instituciones europeas han buscado soluciones intermedias entre las dos posiciones, aunque la respuesta de la Comisión, dirigida por la alemana Von der Leyen, ha sido muy tibia. Por una parte, el BCE está comprando deuda y por otra parte, se ha suspendido temporalmente el “Pacto (neoliberal) de estabilidad”. 

El choque fue tan duro que Jaques Delors, antiguo presidente socialista de la Comisión Europea (1985-95), alertó del riesgo de que esta crisis se lleve por delante el proyecto europeo por la falta de solidaridad de algunos miembros. El Primer Ministro luso, António Costas, llegó a preguntar a Holanda de si se veían fuera de la UE, tras los duros enfrentamientos protagonizados por el gobierno holandés contra cualquier posibilidad de activar la solidaridad europea y aplicar los coronabonos.

Finalmente se ha alcanzado un acuerdo por el que se desbloquean préstamos para los países necesitados a través del MEDE pero, mientras dure la crisis del coronavirus y si los gastos son para solucionar problemas derivados de esta, no tendrán condiciones. Una vez pasada la crisis, cualquier ayuda recibida por el MEDE tendrá las condicionalidades nefastas de la crisis de 2008. El debate sobre los eurobonos ha quedado aplazado. La existencia de la UE está en peligro si no logra dar una respuesta más contundente y solidaria a esta situación de crisis. La necesidad de este acuerdo era palmaria, si la UE no alcanzaba algún tipo de componenda, aunque fuera insuficiente, lanzaría un mensaje de parálisis que seria interpretado como de debilidad dando alas a los euro-escépticos y a los buitres financieros.

Quién fue presidente de la Comisión Europea en la legislatura pasada, Jean-Claude Juncker, ha defendido que la idea de los coronabonos se va a abrir camino y de que hay que aumentar el raquítico presupuesto de la UE para poder afrontar la crisis. 

Lo cierto es que el debate sobre la reconstrucción, una vez pase la crisis del COVID19, no está cerrado y todas las posibilidades están abiertas. Muchos de los análisis se han planteado desde la posición de que ni Holanda, ni Alemania, ni Austria, ni Finlandia, se van a ver afectados en demasía por el virus y por consiguiente el parón de su economía va a ser menor. No creo que vaya a ser así. De hecho, el FMI ha advertido de una nueva recesión que también afecta a estos países duramente anunciando que la contracción del PIB en 2020 será en Alemania (-7,0 %), Austria (-7,0%) y Holanda (-7,5%). La crisis en la eurozona va a arrastrar a estos países, los cuales no parece que estén libres todavía del COVID19 que podría agravarse en los próximos meses. Hay que contar también que la crisis va a afectar profundamente a los EEUU. Ya que tienen más dificultades por su estructura institucional, la mentalidad del presidente Trump y de muchos estadounidenses para controlar el virus y eso puede provocar un impacto muy importante en Europa al ser EEUU un gran importador de productos europeos. Es probable que Juncker tenga razón y haga falta esperar tiempo para que holandeses y alemanes acepten.

Esta crisis está acelerando las contradicciones de la UE y de nuestras sociedades, sacando las miserias a flote, poniendo debates sobre la mesa que quedaron sepultados pero no solucionados en la crisis anterior, generando rupturas en los eslabones débiles de nuestras sociedades, nuestras economías y nuestras instituciones. Lo que nos jugamos aquí es la Democracia en mayúsculas. Si el Sur de Europa y Francia no logran imponer otra marcha a la UE no sólo es que pueda desaparecer, o ser una rémora para sus miembros y un castigo para una gran parte de la población, sino que se pueden dar salidas autoritarias a esta crisis, como las que están ensayando Víctor Orbán en Hungría, o el PIS en Polonia.

El Sur de Europa no puede permitirse asumir las condiciones y consecuencias que supondrían acogerse al MEDE con la condicionalidad de la anterior crisis (fuerte impacto social, económico, degradación democrática y el debilitamiento del Estado del Bienestar, que van en la dirección contraria a las enseñanzas que estamos sacando de esta crisis) porque sería el final de los gobiernos progresistas de Italia, Portugal y España y dejaría abierto el camino a experimentos reaccionarios y populistas de derechas, como los de VOX o Salvini. La Democracia nos va en ello. No desfallezcamos. 




Pedro González de Molina Soler. Profesor de Geografía e Historia.
Ex-Secretario de Educación y Formación de Podemos Canarias.
Militante de CCOO.

Gaudí

 
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Parque Güell, cubierta de la portería




Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

Segunda transición, primera metamorfosis



Tras leer Una segunda transición, dentro de los ‘límites planetarios’, de la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, mi primera conclusión fue que ésta transición no se hará “dentro de los límites planetarios” como dice. Estará dentro de los límites de la ortodoxia y de la Constitución, a pesar de los términos y conceptos ecologistas que utiliza, que han sido previamente vaciados o adaptados y que son ya de uso común. De esa lectura surge esta reflexión.

1. La transición democrática hacia el neoliberalismo

La prosperidad material generada por occidente tras la II Guerra Mundial, fue a costa de crear una profunda huella en el planeta. Y no llegó a España hasta la aprobación de la Constitución de 1978 –una de cuyas mayores influencias fue de la Ley Fundamental de Bonn de 1949–, con la que nos enganchamos a la ola neoliberal desde primera hora. El texto constitucional nacido de la Transición es, sin género de dudas, el pacto fundacional del neoliberalismo (neoliberalismo alemán) en España, que se apoya en un consenso bipartidista sobre el mismo, que explico más adelante.

El pacto económico recogido en el texto constitucional no niega el Estado social que se proclama en el mismo, pero la constitución económica predomina sobre la constitución social. Esto se observa en la estructura y en las garantías de los derechos que se reconocen. Los derechos económicos se configuran como derechos fundamentales que vinculan a los poderes públicos: propiedad privada, libertad de empresa en el marco de una economía de mercado, que los poderes públicos han de garantizar y proteger, así como la defensa de la productividad; mientras que los derechos sociales se conforman como principios que informan la legislación positiva, la práctica judicial y la actuación de los poderes públicos: el régimen público de la Seguridad Social, la protección de la salud, el derecho a una vivienda digna y adecuada, las pensiones, los servicios sociales, que se dejan al albur de las mayorías parlamentarias que se puedan formar en cada momento. Ordenación constitucional que explica los avances y retrocesos en materia social que se han producido en España.

La lectura fundamental que puede y debe extraerse del proyecto de ‘Transición+Constitución’ es que fue el instrumento de tránsito hacia un (re)naciente neoliberalismo. Más que el proyecto de reconciliación nacional y reconquista de la democracia truncada por la dictadura, que dio sentido, construyó y legitimó el orden político que nació en 1978. La Constitución en lo político encarnó el comienzo de “otra sociedad”: una democracia neoliberal homologable. Pero fue sobre todo –dada la correlación de poderes existente– la puerta de entrada a “otro régimen de acumulación” capitalista, que cada el 6 de diciembre elogia, enaltece y reverencia el regalo invisible que los reyes dejaron.

La designación de este período como “La Transición” debe englobar un significado más amplio –del que se le otorga comúnmente– en un triple sentido. Con ella debe ser identificado no solo el cambio político popularizado. Ha de servir también para designar la mutación económica que se perpetró a espaldas de los españoles y mantuvo “el poder de las élites económicas franquistas”. Y debe servir además para visibilizar la huella ecológica (politizar ese dolor) que la mutación económica ha generado desde un “modelo de país basado en una economía de especulación urbanística y una política bipartidista a su servicio”. 

El texto constitucional resultante de ella y el proyecto político que alojaba fue solo el decorado, la tramoya que camufló y legitimó la transición económica que nadie nos contó que venía. Si el 14 de abril de 1931 España se levantó republicana, el 7 de diciembre de 1978, tras la ratificación de la Constitución en referéndum, se despertó neoliberal. Fue una burla sarcástica a un pueblo que creía haber reencontrado la democracia, que España –como dicen Laval y Dardot– se enganchara en 1978 al plan neoliberal “de salida de la democracia”, tres años después de que saliera de la dictadura. La guinda al pastel neoliberal ha sido la reforma del artículo 135 de la Constitución, que ha impuesto al Gobierno la obligación de priorizar el pago de la deuda financiera con respecto a cualquier otro gasto o inversión.

La entrada de España en el Mercado Común Europeo –vendida por las élites dirigentes como la modernización democrática, económica y social que nos equiparaba con el resto de Europa– mostró desde sus primeros años la cara oculta del proyecto neoliberal que ignoraban los ciudadanos: primero, la reconversión de los sectores productivos impuesta por el club europeo para que España se acomodara al papel que le había tocado en la división internacional del trabajo y, posteriormente, el proyecto extractivo de rentas desde el sur al norte de Europa materializado en la unión monetaria que trajo el euro. 

La frase una y otra vez repetida: “la democracia ha traído a España la mayor época de libertad, prosperidad y democracia conocida” es –entre otras cosas– un eslogan que ha servido para despolitizar el medio ambiente. Al quedar convertido éste en un presupuesto para mantener el bienestar que disfrutamos, se ha desideologizado y ha pasado a formar parte de la esfera de lo instituido: el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado (gestión); y alejarse de lo instituyente: las demandas y actores emergentes desde fuera del sistema institucional (político).

2. La Segunda Transición: nueva cortina de humo

La consecuencia de la industrialización, la explotación de los recursos naturales, la contaminación, la producción de alimentos y del aumento de la población mundial, ha sido un tremendo impacto ecológico que ya fue subrayado en 1972 por el estudio Los límites del crecimiento, que elaboró el Massachusetts Institute of Technology (MIT), por encargo del Club de Roma. El informe y sus actualizaciones en 1992, 2002 y 2012 han dejado claro que “no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados”.

Gracias a este informe –y sus actualizaciones– cada vez más gente ha comprendido el aumento de los peligros inherentes a las relaciones que la Tierra mantenía con los humanos, hasta entonces estables, que se ha producido, Latour dixit. Todo el  mundo presentía –señala– que había que plantearse la cuestión de los límites. “Pero se ignoró para poder seguir saqueando el suelo y hacer uso y abuso de él”. Las élites sintieron en esos años que la fiesta había terminado. Entendieron perfectamente –continúa diciendo– la amenaza que se cernía sobre la seguridad de sus fortunas y a la permanencia de su bienestar. Y se persuadieron de que no había vida futura para todo el mundo.

Concluyeron entonces que ellas no serían las llamadas a pagar el vuelco que estaba ocurriendo. Se desembarazaron por ello de la solidaridad: de ahí el desguace del Estado del bienestar y la explosión de desigualdades. Decretaron la construcción de su fortaleza dorada donde estar a salvo: de ahí la extracción masiva de todo lo que queda por extraer para ellos y sus hijos y las barreras en las fronteras a los migrantes. Y, para disimular el egoísmo de esa fuga del mundo común, negaron la existencia del cambio climático (B. Latour).

Ese extractivismo sin medida –a que aludía– ha devenido en una oposición entre las “fuerzas productivas” y las “fuerzas de la naturaleza”, que ha generado una deuda financiera y, a la vez, ecológica que nos hace vivir a crédito en todos los sentidos. Y para muestra, un botón. España en 2019 entró en déficit ecológico el 28 de mayo, 15 días antes que el año anterior. La correlación entre ambas deudas, sin embargo, nunca se ha explicitado. La deuda financiera acumulada del mundo –3,3 veces el PIB mundial– ha creado un déficit ecológico, que se traduce en un consumo de recursos por la humanidad 1,6 veces más de lo que la capacidad del planeta es capaz de regenerar. Una parte de ese déficit corresponde a la emisión de más dióxido de carbono a la atmósfera del que puede ser absorbido por el planeta. Es la llamada deuda de carbono, que representa un exceso de consumo de recursos de 0,96 planetas, que ha ocasionado la emergencia climática en la que vivimos.

La lucha contra la crisis climática es el nuevo consenso mainstream de la sociedad, sin que ésta se traduzca en el desmantelamiento de la sociedad industrial. Y la materialización de este consenso a nivel internacional: el Acuerdo de París de 2015, participa de la lógica capitalista sin interrumpirla. El fin de éste ya no es dejar de emitir gases de efecto invernadero, sino compensar lo emitido con lo capturado. El objetivo de mitigación es “alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropogénicas y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad de siglo”. Ello significa luz verde para los combustibles fósiles, a los que de forma significativa ni siquiera se menciona en el Acuerdo. Luz verde para las tecnologías de captura de carbono. Luz verde para la agricultura industrial climáticamente inteligente (Samuel Martín-Sosa). 

La apuesta del Acuerdo de París por una salida tecnológica de la crisis climática: reforestación, geoingeniería y almacenamiento de CO2, con procesos y técnicas no existentes o no desarrolladas a gran escala es, como pone de manifiesto Samuel Martín-Sosa, un pretexto para “exprimir los combustibles fósiles” y mantener el statu quo.

Pero la aparición continuada en los medios de comunicación de noticias referidas a los efectos del cambio climático, junto a la inactividad gubernamental disimulada con planes de acción climática insuficientes, está levantando una cortina de humo sobre el capitalismo climático: la salida tecnológica a la crisis climática  mudada en oportunidad de negocio. Tras ella acechan, tapados por el ruido, los efectos sociales que traerá el cambio climático de los que apenas se habla y los cambios socio-económicos que va a ocasionar la Cuarta Revolución Industrial: biotecnología, digitalización, automatización, inteligencia artificial, en la que descansa la salida tecnológica de la crisis climática. Una muestra de este ruido climático ha sido el encuentro de Davos de este año, donde se ha hablado de los ‘Acuerdos Verdes’ que se han presentado este año en Europa y en España. Y que son un lavado verde de cara para seguir haciendo lo mismo. 

El debate se sitúa así en un punto que no desborda los límites de la Constitución de 1978 ni los del neoliberalismo y la financiarización dominantes y, por supuesto, no cuestiona –como dice Latour– quién va “a pagar los platos rotos”. Lo dice de forma muy gráfica Mariana Mazzucato: “La gente que hace dinero con las industrias contaminantes, pero también con las renovables, y que pronuncia discursos rimbombantes sobre el cambio climático al mismo tiempo que viaja en ‘jets’ privados, exhorta a las clases medias de Occidente a que cambien de hábitos, sean más responsables y pongan el dinero para pagar la factura”.

La llamada a la Segunda Transición, ‘dentro de los límites planetarios’ que se está haciendo algún actor político, al repetir la estrategia de la primera: usar acontecimientos relevantes como elementos de distracción de transformaciones económicas estructurales en curso, se sitúa en la vía previamente trazada por el capitalismo climático y se aleja de la transformación que la sociedad necesita. 

3. Primera metamorfosis: progreso sin crecimiento

Una buena metáfora de la sociedad actual –dice Paul Kingsnorth– es “el váter moderno: cagas en una tubería, tiras de la cadena y adiós. No tienes que lidiar con tu mierda hasta que te llega al cuello”. Ya estamos en ese estadio y la mierda nos cubre por completo. Pero, ¿es una buena idea irse a vivir a otro planeta –como algunos plantean– en vez de cuidar nuestro planeta? 

El siglo XXI no requiere ni una reforma política ni una revolución. Ni mucho menos mantener el statu quo actual. Necesitamos alumbrar un cambio de Estado. Una metamorfosis. Un proceso de cambios políticos, económicos y sociales que conduzcan a una nueva civilización, que descanse en el consumo frugal de energía y materiales y en la conquista de una nueva abundancia: de tiempo, de relaciones sociales, de sentidos y de experiencias. Un cambio que no permita comprar ‘sostenibilidad’ con dinero: por ejemplo, en forma de coches eléctricos, los nuevos símbolos de lo que vamos a seguir haciendo mal.

Para poder llevar a cabo ese cambio de estado se debe generar un consenso ecológico, social y económico desde el que refundar los pactos políticos, sociales y territoriales vigentes, para establecer sobre ellos las bases políticas para este nuevo tiempo. Consenso que debe tener como propósito la superación de dos siglos de civilización industrial –que ha generado destrucción ambiental y desigualdad social– y su sustitución por una era de progreso sin crecimiento (calidad por cantidad). Tránsito que para ser llevado a término precisa incluir en la Constitución las variables ecológica e intergeneracional, mediante normas o reglas que delimiten el marco de la actividad humana. Y generar en la sociedad un cambio mental.

La preservación del planeta es la tarea más importante del siglo XXI, ya que al conservarlo nos protegemos a nosotros mismos. Y si lo deterioramos nos dañamos en la misma medida. 

Esta tarea requiere un nuevo consenso político que, en el ámbito de los principios y valores, se traduce en la recepción por el texto constitucional de instrumentos de control climático, como los compromisos de reducción de emisiones adquiridos, como mínimo. Y de valores como la equidad entre generaciones. Y la justicia ambiental, sin la cual no se puede hablar de justicia social. Pues un ambiente deteriorado acrecienta las desigualdades y aumenta e intensifica las injusticias sociales, ya que la salud medioambiental y la salud humana están unidas.

Y en el ámbito político-institucional significa la recepción en la Constitución de herramientas de simple geografía, como las biorregiones, que permiten armonizar desde el poder público la interacción entre demografía, política, ecología y tecnología; junto a mecanismos de geografía política como la Corona, el Gobierno, las Cortes Generales, el Poder Judicial, las provincias o los municipios. 

No basta, por tanto, con la reforma del artículo 45 –relativo al medio ambiente– para que nuestra relación con la Naturaleza se sitúe dentro de los “límites planetarios”. Se precisa una reforma en profundidad de los pactos constitucionales que los renueve y actualice a la realidad del siglo XXI. Urgen nuevas bases políticas, sociales, económicas y territoriales que hagan viable esa nueva civilización y abran lo político a las nuevas demandas ecológicas y climáticas que demandan las circunstancias históricas.



Francisco Soler
https://ctxt.es/es/20200203/Politica/30866/Francisco-Soler-transicion-constitucion-bipartidismo-neoliberalismo.htm 




Leonor de Aquitania

 
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Herrada de Lansberg «Hortus deliciarum» h.1170


 



Comentado por Oscar Moreno
Acción Politeia

Crisis del coronavirus, capítulo dos: el impacto de la realidad

En mi anterior entrada en este blog tratamos de iluminar ciertos posibles paralelismos entre la crisis actual y el colapso medioambiental que amenaza a nuestra civilización. La segunda idea que me sugiere esta crisis es que no es otra cosa que una traumática, por imprevista, constatación de la realidad. Una realidad que hace demasiado tiempo habíamos creído poder superar y encerrar tranquilizadoramente en un desván de vergonzosos recuerdos.

El ser humano es un ser limitado, vulnerable. Un ser limitado por su cuerpo y por su imperfecta mente. Sometido al desgaste, la enfermedad, la muerte. A fin de cuentas, no olvidemos que seguimos siendo un ser vivo y, en concreto, un animal. No está en mi ánimo entrar en la cuestión de la singularidad humana, tema donde se concitan complejas cuestiones metafísicas, teológicas y biológicas, ni sobre la cuestión del humanismo y el antropocentrismo propios de la Modernidad. Lo que me interesa es resaltar cómo nuestras sociedades se han desconectado de la realidad, en particular en su negación de nuestra dependencia de la naturaleza, que es en última instancia lo que nos inserta en la realidad propiamente dicha. Somos seres dependientes de nuestro entorno. La base de nuestra existencia es la realidad natural (dejemos para otro día la realidad social). Esta la base de la componente espacial, una de las dos coordenadas que permiten nuestra existencia, al menos en esta realidad que conocemos, permitida y simultáneamente determinada por las dimensiones espacio y tiempo.

Sin embargo, toda la tramoya de la civilización occidental se ha ocupado de ocultar detrás de las bambalinas las bases de esa realidad. En el nivel de las representaciones mentales, juega precisamente un papel central aquí la creencia en el progreso indefinido, fundado en la creencia en la continua innovación tecnológica y el crecimiento económico.

La convicción del progreso social (y la visión lineal del tiempo que le subyace) es una idea moderna, consolidada en la Ilustración, que supone la confianza en la mejora continua del ser humano en todos los sentidos. Uno de sus elementos esenciales es la idea de una mejora social permanente, que configura el carácter utópico de las ideologías modernas, las cuales pretenden ofrecer un paraíso terrenal ante el que puede inmolarse todo lo demás. Tras ese ideario colectivo mental latía la idea de un mejoramiento moral del que en tiempos más recientes parecemos haber desistido (al menos hasta esta crisis), centrándonos en el aumento de nuestra calidad de vida, medida en términos económico-cuantitativos.

Ese aumento de nuestro bienestar material (al que ha quedado reducido en gran medida la idea de progreso social) se basa en la permanente innovación y desarrollo de la tecnología. Dicho desarrollo ha alcanzado tales cotas que alimenta los sueños distópicos que vibran tras el transhumanismo. Este movimiento postula que, mediante el mejoramiento de las capacidades humanas, es posible alcanza un sujeto posthumano. Parece claro que la generación de nuevas especies transhumanas superiores sería la máxima expresión de la desigualdad, pero este deseo supone también un claro ejemplo de negación de los límites de la realidad.

El segundo factor de sobreseimiento de la realidad fue la emergencia de un sistema económico centrado en el consumo, que ha ido de la mano de una visión materialista centrada en el aquí y el ahora, fruto de un marco secularizado en Occidente, a su vez producido, entre otras causas, por la mejora de las condiciones de vida y la pérdida de influencia de las religiones. Sin embargo, ese materialismo no tiene en cuenta la propia realidad que sustenta la materialidad misma que subyace a la satisfacción de las necesidades materiales. Así, en las sociedades enriquecidas, a las que denominamos avanzadas, podemos (supuestamente y, al menos, a nivel social) vivir despreocupados/as respecto de nuestras necesidades materiales, para centrarnos en autorrealizarnos, lo que en realidad implica producir (compitiendo) y consumir (compitiendo). Las necesidades materiales han sido sublimadas en conceptos como el de mercancía que ya explicó Marx y que Polanyi o Žižek explican.

En efecto, si el crecimiento económico es la base esencial de esta nueva sociedad, una de las maneras de negar la importancia del sustrato real en nuestra civilización es la ocultación o vaporización de la vinculación entre la economía y la realidad natural. La economía ecológica lleva mucho tiempo reclamando la importancia de la realidad en la economía, que es desde el inicio de la Modernidad, el subsistema humano preponderante en nuestra civilización. La economía ortodoxa desprecia o no tiene suficientemente en cuenta esa dependencia, por ejemplo, de la naturaleza, a la que considera como algo secundario en su estructura de interpretación y que apenas incluye mediante entelequias como los conceptos de externalidades o de recursos. Pero ya Polanyi distinguía entre economía formal y economía sustantiva, lo que a su vez le llevaba a distinguir necesidades materiales y simbólicas, distinción que entendemos alerta del carácter ideológico de las segundas. Por su parte, Joan Martínez Alier, habla de tres niveles en la economía: junto a un primer nivel, el de la economía financiera y un segundo nivel, el de la economía real, habla de un tercer nivel, básico y profundo, que es el que sostiene toda la economía y que sería el de la “economía real-real” (puede verse más sobre esta cuestión aquí).

Es la negación de esa realidad en lo económico la que nos ha conducido en nuestra matriz cultural a la subordinación de la vida al dinero, o del bien común al interés propio, o (como denuncia el ecofeminismo) de los cuidados al PIB[1]. Todo esto tiene importantes consecuencias políticas, demasiado densas como para detenernos ahora.

Los tres factores mencionados (progreso social, desarrollo tecnológico y crecimiento económico) están íntimamente imbricados, y generan una sensación de tranquilidad, cuando no de omnipotencia humana (o, al menos, occidental). Son los que han permitido tejer la complejidad de los subsistemas humanos, nutriendo el espejismo de creer que nuestras sociedades no dependen de la realidad. Por ejemplo, las ciudades, que parecen lo más alejado de la naturaleza, son precisamente lo más dependiente de la misma (Yayo Herrero lo explica de manera muy didáctica). Esa serie de subsistemas sociales alimentan la confianza -de la que ya hablábamos en nuestro anterior posten que todos los problemas se podrán superar sobre la base de la tecnología y la organización social adecuada (tecno-optimismo tecnocrático). La supervivencia humana está asegurada: los especialistas, los técnicos y los políticos resolverán todos los problemas, no cabe el colapso de nuestras sociedades.

Sin ánimo de ser exhaustivos, un último factor de negación de realidad que estimamos esencial es la generación en los últimos años de una cultura de la posverdad, la interpretación de la realidad que niega la realidad o fabrica realidades paralelas (hechos alternativos) y que está muy conectada con una serie de intereses económicos, vinculados a unas élites a las que interesa negar, de manera cada vez más descarada, esa realidad que sin embargo está ahí. En el ámbito político el manejo del discurso se ha vuelto clave para la construcción de un relato que, transmitido a través de los múltiples altavoces y plataformas actuales, determina la visión de las masas, hasta el punto de que se habla ya de postpolítica (así se titula el interesante blog de Esteban Hernández. Mediante la utilización de esa retórica, los nacionalpopulistas han superado durante el último lustro la que maneja el capitalismo globalista. Sin embargo, con estrategias diferentes, unos y otros buscan un mismo objetivo: negar que estamos en vías de colapso. Los primeros, negando la ciencia, los segundos, retorciéndola para hacernos creer que es una oportunidad de negocio; los primeros, suscitando miedos más rentables electoralmente, los segundos, acallando temores fundados meciéndonos entre canciones de cuna. Da igual: no reconocer la emergencia es lo mismo que declarar la emergencia y no hacer nada[2].

Pero a la hora de desmontar la ocultación de la realidad, entendida en esta ocasión como el sustrato y sustento natural-material, cabe dar un paso más. Se trata de advertir la importancia de la naturaleza, de lo terrestre, como actor esencial en la realidad humana. Como advierte el sociólogo Bruno Latour, habíamos negado a la realidad natural su papel, pero de pronto hemos advertido con estupefacción que es un actor (económico, político y social) de primer nivel[3]. De pronto, la crisis medioambiental puede suponer que empecemos a acostumbrarnos a que la naturaleza deponga gobiernos, fuerce cambios sociales o imponga crisis económicas[4].

En su reciente libro Dónde aterrizar: como orientarse en política, Latour apunta a la necesidad de reencontrarnos con la realidad de que necesitamos espacio, suelo… en definitiva, unas condiciones de vida materiales (empezando por oxígeno para respirar), sin las cuales no podemos subsistir. A fin de cuentas, la palabra humano nos remite a humus: tierra, suelo. El propio concepto de naturaleza es un constructo (occidental y también moderno, no lo olvidemos): el ser humano forma un continuum con la realidad que le circunda y en la que se inserta, pues la realidad le da forma (desde nuestros tejidos y su composición, a la presencia de otros seres vivos en nuestro organismo, como las bacterias intestinales). Por tanto, incluso conceptualmente hemos aislado al ser humano de la naturaleza que, sin embargo, lo sigue determinando. Esto es algo que se nos escapa en nuestras sociedades, que se han confiado autosuficientes y autónomas respecto de la realidad natural, física y biológica, que la sostiene.
Latour apunta que la Modernidad, con su horizonte inalcanzable de permanente progreso nos empujó a una visión desconectada de esa realidad, que es la que alimenta la visión de los globalistas neoliberales. No obstante, este modelo civilizatorio implica la negación de la realidad en el ámbito social: ni el crecimiento económico, ni la mejora tecnológica ni el progreso social alcanza a toda la población del planeta. Al contrario, exige que no alcance a todos, porque su base real (la de la economía real-real) no podría sustentarlo. Por eso, como apunta Bruno Latour, los últimos 50 años, desde la publicación del informe del MIT al Club de Roma sobre Los límites del crecimiento y la consiguiente crisis del precio de la energía, son una huida hacia adelante de las élites de este sistema económico. Gracias entre otros, a Habermas, ya sabíamos que la tecnociencia estaba al servicio del capitalismo. Pero lo que ha llegado después es aún peor. La ciencia y la técnica han sido utilizadas por las élites globales para aumentar su bienestar, pero instrumentalizadas o, mejor, silenciadas, cuando lo ponían en riesgo, para hacernos creer que no había ningún peligro. Las artes de los globalistas se han movido desde el green capitalism a la responsabilidad social corporativa para intentar ordeñar hasta la última gota de una vaca que ya hace tiempo saben moribunda. “Después de nosotros, el diluvio”.

Ahora bien, las élites nacionalpopulistas, que habían perdido peso en los últimos decenios pero que desde la Gran Recesión de 2008 han ido viendo engrosar sus filas de adeptos con víctimas de la globalización neoliberal, aguardan ahora mismo pacientemente el momento en que el adversario globalista quede prácticamente grogui por este punch a la globalización que es el coronavirus. Ese será el momento de asestar el golpe final y afirmar la necesidad del repliegue identitario como salvación autoritaria que imponga un orden interno y jerárquico conveniente a las tradicionales élites locales. Ya desde hace poco la extrema derecha centroeuropea había empezado a incorporar a su argumentario ideas ecofascistas orgullosamente herederas de las nazis: la mejor preservación del medio ambiente es la protección del territorio respecto de los otros. Hoy queda expedito un paso definitivo: si habían negado hasta hace poco a la ciencia cuando era contraria a sus intereses, ahora podrán utilizarla torticeramente para estos. La globalización no es viable.

Como Latour sugiere, para evitar caer en la tentación nacionalpopulista de una mera vuelta al ámbito local, es necesario iniciar un viaje sin mapas hacia un tercer polo diferente, el terrestre, que no es nacionalista pero tampoco globalista; que no es moderno ni premoderno ni antimoderno; sino que intenta comprender la necesidad universal que todos tenemos de suelo. La manera en la que la crisis medioambiental nos está dejando sin suelo debajo de nuestros pies, especialmente a aquellos más vulnerables, revela la urgencia de repensar las prioridades en nuestra interpretación del mundo. Y de reintroducir la realidad en esa cosmovisión.

Insisto: ahora estamos no sólo ante una emergencia, sino también ante un ensayo de ese colapso que nos viene, y la realidad era esto. Tras el impacto de su golpe… ¿esconderemos la cabeza como el avestruz y volveremos a lo conocido? ¿Practicaremos atajos que conducen a callejones sin salida ya transitados en el siglo XX? ¿O seremos capaces de construir una nueva civilización, una nueva cultura, asentada sobre la realidad, sobre nuestra realidad? Ya lo advertía hace unos días el papa Francisco a Jordi Évole: “Dios perdona siempre, nosotros a veces y la naturaleza… nunca”.
***
[1] Al respecto, no dejen de leer este interesante artículo reciente.
[2] Que es lo que está pasando en tantos lugares últimamente. Las declaraciones de emergencia climática territorial hasta el momento y en general están siendo pura mercadotecnia de greenwashing, un lavado estético en una estrategia “catch-all” hacia el electorado medioambientalmente sensible. En mi caso menciono el ejemplo que más conozco, el de la ciudad de Sevilla.
[3] La importancia de la realidad y del factor naturaleza en esta crisis se apunta de manera muy sugerente en este artículo.
[4] Aún está por ver si este o futuros virus pueden acabar con la globalización, o al menos con muchas de sus dimensiones.



 Pablo Font Oporto.
 https://blog.cristianismeijusticia.net/2020/04/13/crisis-del-coronavirus-capitulo-dos-el-impacto-de-la-realidad