Declarar la guerra al calentamiento global


 

Este es un momento de cambio sistémico (climático, tecnológico, económico, político). La economía es un asidero demasiado inseguro para que las personas —especialmente los jóvenes— puedan construir su proyecto de vida. La política no puede seguir apelando al crecimiento indefinido, pues esta idea nos ha conducido al borde de un calentamiento global sin control. Y las instituciones han perdido el brillo al malgastar su ejemplaridad.

Deberíamos declarar la guerra al calentamiento global en vez de hacer negocios con el cambio climático, pero la «hipocresía climática» nos hace ir de los fracasos de las COP26 y las cumbres climáticas previas a la oscuridad de la diplomacia fallida de la COP27, cuyo logro es permitir más emisiones y un nulo avance en mitigación.

Estamos en 2022. Pero antes ha habido un primer destello. Quienes reflejan esa luz, los protagonistas de esta historia, creen en él con total devoción. Y como las personas no somos nada sin historias, os invito a creer en ésta. Ocurrió en Málaga. Ese fue el comienzo del viaje. Y continuó en la charla organizada en la librería Luces, bajo el título: «Una opción política para esta crisis», compartida con el profesor Ángel Valencia. Comienzo con ella.

ACTO PRIMERO: El dogma del crecimiento económico

No tiene sentido creer que es posible el crecimiento infinito en un planeta cuyos recursos son finitos. Esta ficción, sin embargo, ha colonizado la imaginación de la sociedad más allá de donde puede hacerlo la razón. Ha devenido en dogma. Esta invasión viene de la mano del marketing y de la inyección de recursos sin límites, para no dejar que la gente saque sus propias conclusiones sino lograr que sus sentimientos —fácilmente manipulables— sean más importantes que lo fácilmente comprobable.

La excusa es que la ciudadanía quiere que la realidad en que vive sea corroborada cueste lo que cueste. No quiere escuchar la verdad. Pero no es cierto. Ese solo es el mensaje de la maquina publicitaria de quienes sacan provecho de la situación. No es llamativo, por tanto, que tras la declaración de la Agencia Europea de Medio Ambiente de que el crecimiento económico es incompatible con la protección del medio ambiente, no se busque alternativa. No quiere decir ello que no existan otras opciones, las hay y se reflejan en otros índices que se adoptan como complemento o en sustitución del PIB. Me refiero al índice de Felicidad Bruta, el Índice de Desarrollo Humano o la Huella Ecológica, por ejemplo.

Por ello, de manera coherente con la lógica interna del sistema capitalista, y a pesar de la (aparente) desautorización del crecimiento, la Ley de Cambio Climático (LCC) acepta el crecimiento económico que, para disimular, adjetiva redundantemente de «verde y sostenible».

Esto indica que nos están dando gato por liebre, porque ‘crecimiento’ y ‘política climática’ son incompatibles. Si tienes lo uno no puedes tener lo otro. Esta tesis queda corroborada en los Informes de la Brecha de Emisiones que cada año publica la ONU y que sistemáticamente califican de insuficientes las medidas que han adoptado los estados. Con lo que dicen los científicos que elaboran los informes del IPCC, muchos de los cuales están se han pasado la desobediencia civil. Por el crecimiento continuado de las emisiones y de las previsiones de incremento de temperatura registrados. Y por las 27 cumbres climáticas fracasadas que se han celebrado hasta ahora.

Toda la tramoya climática desplegada de acuerdos y cumbres, por tanto, no es más que un simulacro de política climática. Es una política y un discurso diseñados para hacer ver y hacer creer a la ciudadanía que se están adoptando las medidas que la emergencia climática requiere, cuando no es así.

La política climática que se está haciendo no permite mantener a la humanidad dentro de los márgenes de seguridad que han establecido los científicos. Se puede comparar su intención con la de la criticada política sanitaria del gobierno autonómico de Madrid. Una y otra buscan lo mismo: hacer ver y hacer creer a la ciudadanía lo que no es verdad. Sus discursos niegan la realidad con razones que nada tienen que ver con los hechos. Y ambas proyectan una realidad alternativa a la que realmente discurre ante nuestros ojos. Su propósito no es proteger a la gente, sino hacerles sentir que están siendo protegidos, cuando en realidad no lo están. La mentira se convierte, así, en una opinión lícita y defendible.

Toca, por tanto, hacer, lo que hasta ahora no se ha hecho: declarar la guerra al calentamiento global y dejar de hacer negocios con el cambio climático. Tanto gobiernos y empresas como ciudadanos habremos de tomar una decisión ética: hacer lo que debe hacerse sin mirar sin obtendremos recompensa, sino porque son éticamente correctas.

ACTO SEGUNDO: La manipulación de la deliberación democrática

Para hacer que la ciudadanía se sienta protegida cuando no lo está, se ha acudido a un truco barato. La farsa es hacer ver y hacer creer a la ciudadanía que con la transición energética que se están adoptarán las medidas que la emergencia climática requiere, cuando no es así. Con este discurso se crea en la gente la falsa sensación de estar haciendo algo.

El engaño se advierte en la LCC aprobada, como dije antes. Y también en la abrumadora opinión que tiene la sociedad española y se refleja en las encuestas: que las autoridades no hacen lo suficiente respecto al calentamiento global.

La insuficiencia de la política climática detectada por la ciudadanía pone sobre la mesa la cuestión de la legitimidad. Si la política climática que se está llevando a cabo se funda sobre premisas falsas y no respeta la voluntad de la ciudadanía que la considera insuficiente, ¿las soluciones al calentamiento global que se están adoptando tienen la suficiente legitimidad para no ser desobedecidas? Partiendo de esta premisa las acciones que se están haciendo en los museos para llamar la atención de los gobiernos y los actos de desobediencia civil adquieren otra perspectiva.

También cuestiona la legitimidad de la ‘apariencia de política climática’ el escaso protagonismo que se le otorga a la juventud. Una juventud que habrá ser la que sufra las consecuencias de un caos climático que no ha ocasionado.

Es imperativo, por tanto, para dotar de mayor legitimidad a la política climática, que se escuchen y se pongan en práctica las indicaciones y advertencias de los científicos. Y que se dote a los jóvenes de mayor capacidad para intervenir en los asuntos climáticos. Medidas que se pueden tomar en este sentido son: la dotación de las asambleas climáticas de capacidad decisoria y una amplia representación de la juventud y la ampliación del derecho a voto a los 16 años.

ACTO TERCERO: La apuesta decidida por las renovables y por el coche eléctrico

No somos nada sin historias como decía. Y mucho menos en esta época de hechos alternativos. Y como la realidad importa cada vez menos desde los centros de decisión se ha dispuesto una transición energética imposible de aerogeneradores, placas solares, baterías para vehículos eléctricos y ordenadores. Pero esta sustitución de las energías fósiles por unas energías renovables —no tan limpias como se anuncian— no es tal, solo es otra escena de la misma obra: la de crecimiento económico disfrazado de sostenible, pero no la transición ecológica que requiere el calentamiento global, sin crecimiento, a secas.

Mirad, además, los ingenios antes indicados, resulta que hay más teléfonos móviles que habitantes en el planeta, con una vida media de dos años, ordenadores, patinetes, relojes y un sinfín de aparatos electrónicos con una vida útil tasada que requieren una renovación continua. Todo ello consume una cantidad de minerales que no tenemos, cuya obtención demanda grandes cantidades de energía y ocasiona unas emisiones de gases de efecto invernadero que no podemos seguir haciendo. No es la solución, es la respuesta, como dice Antonio Turiel, a un «problema [que] está mal planteado». Sustitución energética con crecimiento, no. Transición ecológica, sí.


Por eso las decisiones que se están adoptando para afrontar la crisis climática no funcionan ni funcionarán. Lo dice el continuo incremento de emisiones y de temperaturas que se registra. Por eso las cumbres climáticas son fallidas y los acuerdos que en ellas se adoptan no se cumplen.

Somos una sociedad con obesidad energética mórbida por el excesivo consumo de energía y ‘yonki’ de los combustibles fósiles . Hacer dieta (el equivalente popular de la transición energética que se ha diseñado) no va a solucionar el problema dado el incremento de emisiones que la misma conlleva. Necesitamos un tratamiento depurativo. Los científicos señalan como necesario dejar bajo tierra sin extraerse el 58% de las reservas de petróleo, el 59% de las de gas metano fósil y el 90% de las de carbón, así como, todo el petróleo y el gas no explotados en el Ártico. Y eliminar los subsidios a la producción, exenciones o incentivos fiscales para las compañías extractoras de energías fósiles. Es decir, un cambio drástico de los nuestro modo de vida.

Es una necesidad real acometer un descenso energético, es decir, menos producción, consumo y movilidad, no los paños calientes de la transición a las energías renovables sin renunciar al crecimiento económico, que sirven de poco o nada.

El COVID-19 nos ha dejado una valiosa enseñanza: que podemos vivir consumiendo mucho menos de lo que estábamos acostumbrados a derrochar hasta ahora. Es el momento de poner en práctica de manera permanente las enseñanzas recibidas y que podamos tener una vida buena con nuestra familia y amigos y disfrutar de ella.

Ejemplos de ello los tenemos. Son los municipios que han aprendido donde están sus límites y están haciendo una transición ecológica. Citaré tres casos: Argelaguer (Girona), Carcaboso (Cáceres), Orenadain (Guipuzkoa) y más de 300 iniciativas de todo tipo repartidas por la geografía española. 

Las personas que están viviendo esta transición —esta si se puede llamar así— nos trasmiten ilusión: hablan de pueblos unidos, de pueblos sin necesidades y con recursos, de mejora de las infraestructuras, de recuperación de prácticas locales. Todo ello nos dice que hay vida feliz más allá del crecimiento económico. Esta es la apuesta.

EPÍLOGO: ¿Cambio o continuidad?

Vivimos una época que nos plantea desafíos significativos que transformarán el mundo en que vivimos, uno de ellos existencial: el calentamiento global. Y para superar el reto hemos de hacerle frente con otra perspectiva completamente diferente a la de hoy, porque en caso contrario perderemos la partida.

Esa perspectiva diferente comienza por más democracia. Por exigir a los cargos electos, a todos, que expliquen a la ciudadanía cómo van a evitar que la temperatura se incremente en más de 1,5ºC. Que digan por qué deberíamos renunciar a dicho objetivo, si al hacerlo aumenta significativamente el riesgo de desencadenar reacciones en cadena más allá del control humano.

¿Por qué ninguna fuerza política ha pedido esta explicación públicamente?

Continúa, con una fuerza política que lleve a cabo su acción política de manera «lo suficientemente realista», proponiendo las reglas, normas y pautas que realmente necesitamos para afrontar el calentamiento global y la crisis energética, sin seguir cayendo, como hasta ahora, en falsas soluciones que nos hagan perder un tiempo que no tenemos.

Y prosigue, con dicha fuerza política dirigiéndose a las personas para formar alianzas y rechazando las etiquetas políticas convencionales. Porque la lucha contra el calentamiento global no es una cuestión de ideológica, sino de supervivencia. Esto no parece haberse entendido en la COP27, que se ha cerrado sin lograr un llamamiento expreso a eliminar el uso de todos los combustibles fósiles.

Esta fuerza política surge, en definitiva, porque las fuerzas políticas presentes en las instituciones han elegido no cambiar y continúan defendiendo ideas preconcebidas (como la transición energética que se ha diseñado) que se han demostrado que son falsas y lo pondrán todo patas arriba.

Si queremos impulsar España en este instante crucial, si queremos resituarla en el contexto europeo y hacerla un referente de la acción climática debemos dejar atrás las tribus y los particularismos. Es hora de construir entre todos, de ayudar a que tengamos unas fortalezas estratégicas que nos permitan una mayor y mejor adaptación. No de empujar aún más el país hacia el despeñadero climático y la segunda división.

Dentro fuera. In out. Será lo que tus dedos decidan. ¿Qué vas a elegir: declarar la guerra contra el calentamiento global o seguir haciendo negocios con el cambio climático? ¿Cambio o continuidad?



Francisco Soler

Co-portavoz

Cambia-Partido del Clima