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¿Por qué se ha desbordado nuestro sistema de salud con esta pandemia?

Una pandemia inesperada

La actual pandemia de COVID-19 nos ha sorprendido. Pero, sobre todo, nos ha atemorizado. Durante el período de su expansión máxima ha producido un altísimo número de enfermos graves y fallecimientos en un corto período de tiempo. Ello, como todos sabemos, no sólo ha desbordado la capacidad del sistema sanitario, sino que ha generado el confinamiento de la población y la paralización de la vida económica en muchos países del mundo.
Pero el miedo no desaparece ni desaparecerá con el fin del confinamiento y la reducción del número de casos. El virus sigue presente y la pregunta que todos nos hacemos es ¿y ahora qué?, ¿cómo y cuándo volveremos a la normalidad?, ¿a qué normalidad? ¿cuándo estará disponible la vacuna?
Ante estos interrogantes queremos aportar, especialmente desde el ámbito sanitario, algunos aspectos que nos parecen importantes y que deben sumarse o solaparse a la reflexión que desde distintos ámbitos se viene haciendo.

No es la primera pandemia de la humanidad ni será la última

Desde que tenemos memoria histórica, tenemos descripciones de grandes epidemias. No pretendemos recorrer toda la historia de las epidemias, ni siquiera hacer una somera mención más o menos exhaustiva de las mismas. Pero no nos resistimos a tratar de mostrar cómo los cambios de época, de formas de vida colectiva, traen consigo nuevas formas de relaciones entre los hombres, y de los hombres con la naturaleza, que generan nuevos tipos de contactos y reacciones que hasta ese momento resultaban del todo desconocidas.
En la Edad Antigua ya tenemos constancia documental de la llamada “Peste de los Antoninos” de tiempos de Marco Aurelio, que se extendió por todo el mundo entonces conocido. Al parecer fue trasmitida por el movimiento, desde oriente, de las tropas en el Imperio Romano. Estimaciones históricas dicen que mató alrededor de una cuarta parte de los habitantes del orbe, al encontrar una población sin inmunidad previa frente a ella. Galeno la compara con la “Peste Ateniense” anterior a ésta.
En el Medievo contamos con las descripciones que la literatura de la época hace de la llamada “Peste Negra”. Peste habitualmente bubónica pero que saltó a una forma neumónica. Se extendió de forma incontrolada al adquirir una trasmisión respiratoria. La yersinia, que es su patógeno, circulaba sin necesidad de rata, ni de pulga. Las ciudades medievales quedaron desiertas y abandonadas. La Peste, en su forma epidémica, desapareció sin tratamiento, y sin que siquiera se lograra entender, en ese momento, la razón de su comportamiento epidémico.
En la época de los grandes viajes a ultramar, no podemos dejar de recordar las muertes por escorbuto que -aunque no sea de naturaleza infecciosa y trasmisible- originó grandes desastres en armadas y expediciones. Gracias a algunas mejoras técnicas fue posible aumentar drásticamente los días embarcados. Sin embargo, el desconocimiento de la importancia de la vitamina C en la dieta, tuvo efectos más devastadores que las tormentas marinas, e incluso, a veces, que los cañones enemigos en las batallas navales.
La relación con el nuevo mundo desde el siglo XVI no estuvo exenta de una alta mortalidad al intercambiar, en ambas direcciones, gérmenes desconocidos en la otra latitud. Mencionar, en dirección hacia Europa, los tremendos brotes de fiebre amarilla que se produjeron en las ciudades portuarias de Sevilla o Málaga a la llegada de buques que traían enfermos y mosquitos de América. Estos brotes, si bien eran auto limitados en tiempo y espacio, provocaron una altísima mortalidad en dichas ciudades. En la dirección que va de Europa hacia América, y aunque los estudios no son del todo concluyentes por falta de documentación, son también bastantes conocidas las enfermedades que se atribuyeron a los conquistadores en los territorios conquistados. Entre ellas, la influenza, el sarampión y la viruela se cuentan entre las más mortíferas.
Podemos continuar con los estragos de las epidemias de cólera en la Inglaterra del siglo XIX, la Inglaterra de la revolución industrial. Pero no sólo el cólera, porque el hacinamiento, el hambre y la absoluta falta de higiene de los barrios obreros, propició igualmente el azote de las epidemias de tuberculosis. Esta llegó a hacerse endémica y mantuvo largo tiempo una escandalosa mortalidad en niños, jóvenes y ancianos, allí donde la revolución industrial se expandía.
Durante las guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX, el tifus exantemático de las trincheras llegó a ser un factor determinante en la capacidad militar de los ejércitos. Y, a lo largo de la actual pandemia, no se ha dejado de hacer referencia a las grandes epidemias de gripe española y asiática de ambas guerras y posguerras (1918 y 1956)
En el pasado más reciente hemos convivido con grandes epidemias de cólera, paludismo, tuberculosis, ya endémicas en muchas zonas del planeta… y más recientemente SIDA, Ébola, Zika o coronavirus (SARS o MERS). En todas se ha sembrado de muertes nuestro mundo actual.
El problema es que, ya en nuestro siglo, y en la misma medida en que se agigantaba la brecha entre el Norte enriquecido y el Sur empobrecido, estas epidemias han pasado a ser para nosotros, los enriquecidos, anecdóticas mientras no nos afectaran demasiado o afectaran a capas de población marginal. Esa es la verdad.

Preferimos seguir culpando a un virus

Esta pandemia tiene dimensión planetaria y está causada por un “nuevo” virus. La novedad del virus es relativa porque llega precedido de importantes brotes epidémicos. No tanto por su extensión sino por su agresividad y alta letalidad, el SARS y el MERS, eran también conocidos coronavirus de trasmisión respiratoria.
Desde el descubrimiento de los gérmenes, la época de la microbiología ha cambiado nuestra visión de las epidemias. Lo cierto es que su presencia siempre ha estado ligada a condiciones de vida adversas: el cólera se asocia a la falta de saneamiento básico y agua potable desde el siglo XIX; la tuberculosis se extiende por el hacinamiento y el hambre; la malaria tiene mucho que ver con condiciones insalubres en el medio, con charcas, animales, donde abundan los mosquitos… con todo un ecosistema letal.
Sin embargo, en vez de afrontar las formas de vida- los ecosistemas sociales- que hacen posible las epidemias como fenómeno colectivo, el germen absorbió todo el protagonismo. Cuando afrontamos el combate contra el germen en el nivel individual se puede ser eficaz, pero eso no resuelve el problema colectivo común. Para muestra de lo dicho, la multiresistencia del bacilo de Koch, a cuya manifestación en el organismo llamamos tuberculosis. Llevamos más de un siglo sin lograr dominar la enfermedad, a pesar de disponer de medicamentos adecuados que en poco tiempo se transforman en ineficaces. Si permanecen las condiciones para la tuberculosis, el bacilo de Koch sigue provocándola a pesar de tratamientos que inicialmente puedan ser adecuados.
En esta ocasión no habíamos percibido la insalubridad de nuestras formas de vida, masificadoras, individualistas pero iguales para todos, y además fatales para la trasmisión respiratoria. Pero lo peor es que tampoco nos habíamos apercibido de la nocividad de un mercado global que funciona con el motor del lucro y el poder y que, entre otros problemas, nos hace tan dependientes. El mundo entero ha estado desabastecido de productos indispensables (mascarillas, EPIs, hisopos…) porque el país productor interrumpió su distribución.
Debemos tomar conciencia del círculo autodestructivo en el que nos movemos. Este mercado capitalista ya de por sí genera millones de víctimas. La globalización y el neocapitalismo financiero ya venían generando mucha enfermedad y muerte en el mundo.  Pero, además, el tipo de relaciones que establece entre las personas y de éstas con la naturaleza, provoca respuestas nocivas para la salud, que se convierten en epidemias, que también son letales para la población más vulnerable. Si la propuesta de salida de la epidemia se centra sólo en “el virus”, en esta concepción individualista y masificadora en la que nos venimos moviendo, nos espera una crisis sobrevenida que volverá a generar más muertes que el propio virus. Se trata de un círculo vicioso que, de no romperse, nos mantiene en una lógica autodestructiva.
Puede que, una vez más, prefiramos seguir culpando a un virus (al que no podemos pedir responsabilidad, ni condenar) antes que investigar las causas que generaron las condiciones propicias para la expansión de la pandemia. Nos seguimos devanando los sesos indagando en lo circunstancial, mientras que miramos hacia otro lado ante las causas. Y sin reflexionar con la máxima seriedad sobre las causas, no atajaremos el problema.
Pero ahora nos vamos a centrar en la respuesta del sistema sanitario. Este sistema ha adolecido de al menos dos daños que lo han penetrado en las últimas décadas: la debilidad del propio sistema de salud y la mentalidad tecnocrática. Si queremos aprender de los errores no basta con mirar la gestión concreta de estos últimos meses, hemos de dirigir la mirada a las últimas décadas.

Debilidad del sistema de salud y mentalidad tecnocrática. Degradación de la atención primaria.

La debilidad de nuestro sistema de salud procede, en primer lugar, de la descapitalización creciente que viene sufriendo desde la crisis económica del 2008 y los posteriores planes de ajuste. Esto tiene que ver con los criterios de austeridad (¿o habría que llamarlos de mezquindad?) impuestos a bienes comunes necesarios para garantizar derechos humanos y constitucionales, como el derecho a la vida y a la protección de la salud.
El grave daño al Bien Común que la descapitalización del sistema sanitario público supone viene avalado por el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios que entró en vigor en 1995. Partiendo de este Acuerdo,  la Organización Mundial de Comercio diseña la ruta hacia la privatización de servicios básicos y comunitarios como el agua, la sanidad, la educación, los servicios sociales… Ya es oficial: todo puede ser negocio, también el dolor y la enfermedad. Todo gobierno que quiera mantenerse en el poder ha de seguir la ruta diseñada por los organismos supranacionales con los que hay compromiso en el mundo globalizado. El crecimiento de la red privada a su amparo ha permitido el paulatino deterioro del Sistema Nacional de Salud creado con la Ley General de Sanidad de 1986.
Lo más dañado en este devenir ha sido la red de Atención Primaria y la Epidemiología. Y esto es así porque la mentalidad tecnocrática de nuestra cultura ha dirigido la mirada hacia los hospitales (y ahora hacia las UCIs) intentando guardar, en lo posible, su integridad dentro del marco de austeridad.
En los últimos decenios se ha ido desplazando paulatinamente de la Atención Primaria el concepto de salud y de servicios sanitarios que contemplaban como sujeto de atención a la comunidad. Si se reconoció la Medicina Familiar y Comunitaria era porque a las personas se las consideraba con su dimensión relacional e institucional. ¿Qué ha quedado de esto? Nada. Hemos caminado, en aras del negocio, hacia un retorno a la medicina de corte biologicista que se ocupa solo de un cuerpo o de una parte del mismo. En el contexto actual, la Atención Primaria pasa a ser un simple primer eslabón de la cadena asistencial que tiene el objetivo de filtrar los problemas para evitar la sobrecarga de los hospitales, ya que estos siguen siendo la verdadera estrella. Así la Atención Primaria pierde importancia y puede sufrir todo tipo de recortes.
En la declaración publicada tras la Conferencia de Alma Ata en 1978, la Conferencia sobre Atención Primaria de Salud, convocada por la OMS para establecer la estrategia que nos llevara al objetivo de “Salud para Todos”, se refleja con claridad el convencimiento de que la salud es un objetivo social prioritario en todo el mundo, y que el desarrollo económico y social es esencial para su consecución. Superar las inaceptables desigualdades en salud, sigue diciendo la declaración, requiere de la acción de muchos sectores y de un sistema nacional de salud integrado y en coordinación con los mismos. Finalmente acaba declarando que para ello se requiere una utilización mejor de los recursos mundiales, gran parte de los cuales se gastan en conflictos militares.
En lo específicamente médico, la declaración de Alma Ata dice que “la Atención Primaria de Salud (APS) se basa en la práctica, en las pruebas científicas y en la metodología y la tecnología socialmente aceptables, accesible universalmente a través de la participación social, y a un costo que la comunidad y el país puedan soportar”. 
La filosofía en que se sustenta la APS para responder a los problemas de salud de la sociedad, se basa en el principio de subsidiaridad, es decir, en una base social que asume su protagonismo. Son también pilares fundamentales de la Atención Primaria, marcada por una alta complejidad, la intersectorialidad en los conocimientos y acciones, y la solidaridad por la amplia interrelación en la vida de los pueblos. Por eso, ahora que vemos la necesidad de reforzar y reinvertir en los sistemas sanitarios, es muy necesario retomar la experiencia de Atención Primaria que aquí se sostiene. Esta ha sido no sólo poco evaluada sino interrumpida por el interés del lucro como único valor a considerar, también en lo que concierne a la salud de los pueblos.
Ante el dilema del alto coste de la continua innovación tecnológica aplicada a la atención de salud, fue la propuesta de la Atención Primaria de Salud Selectiva la que de forma casi imperceptible resituó el tema de la salud nuevamente en el marco biologicista y tecnocrático, apto para una respuesta individual y privada. El argumento a favor de esta opción defendía que solo se proporcionará la tecnología cuyo costo el país, o grupo social, pueda soportar. No se contempló la reducción de costos tecnológicos porque el beneficio económico ha de ser, una vez más, el único elemento intocable. De esta manera, el sujeto de la atención dejó de ser imperceptiblemente la comunidad y pasó a serlo “el cuerpo individual” con sus órganos y aparatos. Es lo que tenemos.

Responder a un problema comunitario con lógica de servicios médicos individuales

Entonces ¿no son necesarios los hospitales y las UCIs? En la respuesta a esta pandemia no hemos hablado de otra cosa y hemos reorganizado toda la vida social con el único objetivo de que estos servicios esenciales no se colapsaran.
Evidentemente no es discutible su imprescindible aportación al restablecimiento de la salud cuando esta se pierde, y más aún cuando se pierde tanto que el paciente queda al borde de la muerte. Pero deben estar al servicio de la Atención Primaria y no al revés. Tenemos, somos, cuerpo. Y cuando la adversidad llega a dañar nuestra biología, es la medicina, con todo el conocimiento de esta, la que ha de intervenir; la muy especializada cuando el daño es muy grave. Pero es muy amplio el campo de actuación en materia de la salud previo a ese daño grave.
En España tenemos un Servicio Nacional de Salud, no un Seguro de Servicios Médicos como en EEUU. Aunque son muchas las compañías multinacionales que en los últimos años han aparecido en la escena sanitaria, también en España, al amparo del ya mencionado AGCS (Acuerdo General de Comercio y Servicios)
Y ¿cuál es la diferencia? El seguro cubre determinadas prestaciones, las que se hayan contratado, a sujetos que hayan suscrito una póliza, cuyo precio dependerá del nivel de riesgo de la persona que lo suscribe. No hay más campo de actuación que el cuerpo de su cliente. El Servicio Nacional de Salud en cambio busca, o debería buscar, el Bien Común, en materia de salud, de la población sobre la que tiene competencia. Su actuación ha de velar por la seguridad de los alimentos, las garantías del agua y el aire, la disponibilidad, seguridad y vigilancia farmacológica, la vigilancia epidemiológica, por nombrar sólo las más clásicas, además de la red de servicios médicos. Su coste se contempla en los Presupuestos Generales del Estado y es una forma de redistribución de la riqueza, liberado de la presión de la rentabilidad económica, de modo que no debieran contribuir más los sectores más frágiles y enfermos de la población.
¿Qué nos ha pasado con la COVID-19? Que hemos tenido que responder a un problema comunitario con lógica exclusiva de servicio médico. Esto resulta, por principio, imposible. Veamos algunos números. Si se hubiera contagiado un 15% de la población, estaríamos hablando de unos 7 millones de personas contagiadas. Si de ellas el 20% hubieran necesitado hospitalización, necesitaríamos 1,4 millones de camas hospitalarias. Y, si de ellos, el 5% requiriesen UCI, se necesitarían 70 mil camas de UCI. Si los contagios se dan en poco tiempo y el tratamiento necesitara entre 4 y 6 semanas de duración, podríamos encontrarnos con una demanda, si no tan elevadas, sí a la mitad de estos números como mínimo. Si este u otro nuevo germen que circulara llegara a producir mayor morbilidad, afectando a un mayor porcentaje de la población, estos números quedarían pequeños. Es obvio que así no podemos responder.
Todavía nos queda otra esperanza basada en la tecnología: la vacuna. Por supuesto será una buena respuesta, sobre todo para los patrocinadores…, pero para la población va a depender de la capacidad de mutación del germen, de las características de la resistencia inmunitaria que genera y de las características de la vacuna que logre vencer primero las dificultades hasta llegar al mercado.

Sí, se puede actuar con otra lógica: la lógica comunitaria

Ya en el siglo XIX se logró controlar importantes epidemias de cólera, por ejemplo, en Londres, sin ni siquiera conocer la existencia de los gérmenes y su posibilidad de producir enfermedades. Y esta capacidad sigue existiendo. La Epidemiología es una herramienta clave para entender, y por tanto controlar y prevenir, la conducta de la enfermedad en la comunidad y para detectar sus causas en las características concretas de las formas de vida de los pueblos. Es un elemento esencial de un Sistema Nacional de Salud, sin la cual este no puede tener éxito. Detener la circulación del virus parando el mundo, es matar moscas a cañonazos.
En 1977, en cuanto existió una cartera de Sanidad en el primer Gobierno democrático de España, una de las primeras medidas que tomó fue recuperar las plazas de Epidemiólogos. Desde la II República existía una red de Vigilancia Epidemiológica en España que había desaparecido en los 40 años de dictadura. En 1978 se había recuperado la red anteriormente existente y la Ley General de Sanidad de 1986 puso las bases para hacerla capilar en el Servicio Nacional de Salud. Sin embargo, en las últimas décadas esa capilaridad fue decayendo ante los recortes económicos.
En realidad, su cometido principal es tener actualizado el mapa de riesgos de la población encomendada. Era la encargada de detectar dónde la vida social (en sentido amplio) se ve resquebrajada y es esperable que deje crecer la enfermedad. Y también es la responsable de localizar las fortalezas comunitarias con las que se puede contar para superar dichos riesgos. La vigilancia permanente que ha de llevar a cabo debe ser tanto local, como nacional e internacional. Pero no hay inversión, ni voluntad política para afrontar solidariamente los problemas sociales. Parece que se prefiere ignorarlos, no investigarlos. Así, el peso de la Epidemiología se desplazó hacia donde sí era posible la investigación, hacia la Epidemiología Clínica, basada en casos clínicos, no en la población.
Son muchas las multinacionales farmacéuticas y tecnológicas que financian multitud de Ensayos Clínicos de alto nivel para validar nuevos tratamientos y técnicas diagnósticas, que puedan sostener la medicina basada en la evidencia. Pero la Epidemiología y su potencial en investigación ha quedado muy reducida en el marco del Sistema Nacional de Salud, prácticamente tres cometidos la ocupan. El primero, la organización y gestión de servicios médicos; el segundo, disponer de una medicina basada en la evidencia que haga eficiente los servicios médicos; y, en tercer lugar, a la prevención de enfermedades sostenida sobre el control médico de los factores de riesgo de enfermedades, y las vacunas.
La consecuencia es lógica: tenderán a poder beneficiarse de esta medicina la población con recursos económicos, la que pueda recurrir a la medicina privatizada. Pero ya no podemos olvidar que, ante los problemas poblacionales, comunitarios, no individuales, parece que nos esperan experiencias como las de la COVID-19.
La esperanza sanitaria ante la pandemia se inscribe en volver a pensar en salud para todos, y no sólo en enfermedades ya instauradas. En la búsqueda de otro modelo de sociedad que no promueva las desigualdades sociales, buscando soluciones sólo para ricos. Porque parece demostrado que los problemas poblacionales, cuando estallan, además también afectan a los ricos.
En otra ocasión hablaremos de Epidemiología. De la Vigilancia Epidemiológica que faltó en los preámbulos de la COVID-19.

Fdo. Ana Solano y Víctor Navarro
Médicos de Salud Pública
https://solidaridad.net/por-que-se-ha-desbordado-nuestro-sistema-de-salud-con-esta-pandemia/

Energía y posicionamiento político


Los estudios sobre el agotamiento de los recursos energéticos son abundantes en la literatura científica. Partiendo de ellos Naciones Unidas y agencias internacionales han establecido diferentes escenarios sobre el futuro. Como punto de partida del análisis posterior, tomaré los escenarios que establece Margarita Mediavilla, miembro del grupo de energía, economía y dinámica de sistemas de la Universidad de Valladolid:

Escenario 1. Globalización. Establece un escenario de optimismo económico y alto crecimiento. Libre comercio que beneficia a todos y permite corregir desigualdades sociales y problemas ambientales.

Escenario 2. Capitalismo verde. Es una versión amigable del anterior que establece la prioridad de protección del medio ambiente y a la reducción del medio ambiente, utilizando los avances tecnológicos, la desmaterialización de la economía y la economía de servicios y de la información.

Escenario 3. Desglobalización. Competición regional y vuelta a la soberanía nacional. Autosuficiencia e identidad regional. Esfuerzos en seguridad, proteccionismo y desglobalización. Poca atención a los bienes comunes, a la protección del medio ambiente y a la cooperación al desarrollo. Pocos esfuerzos en la difusión de la tecnología. Progreso tecnológico lento.

Escenario 4. Ecologista. Cambio de valores. La sociedad reacciona contra el consumismo sin sentido y contra la falta de respeto por la vida. Ciudadanos y países deciden ser ejemplo verde para el resto. Barreras al comercio. Eliminación de las barreras a la información. Búsqueda de soluciones regionales a los problemas sociales y medioambientales. Cambio drástico en el estilo de vida. Gobernanza descentralizada. Autonomía local. Y cooperación.

Los escenarios 1 y 2 requieren mucha energía. El escenario 3 es ciego a los problemas ambientales y conduce a la guerra por los recursos, porque no se plantea un cambio de modelo. El escenario 4 puede ser sostenible.

Si encuadramos a las fuerzas políticas, presentes en los Parlamentos, en uno de los escenarios, obtendríamos el siguiente resultado: Ciudadanos se encuadraría en el escenario 1. PSOE, Podemos e IU se encuadrarían en el escenario 2, pues ninguna de las tres fuerzas políticas de la izquierda ha renunciado al crecimiento económico y su apuesta por el abandono de las energías sucias es ficticio pues está supeditado a la cuestión social. PP estaría encuadrado en el escenario 3, en cuanto que dicha fuerza política es más conservadora que liberal. Y EQUO se encuadraría en el escenario 4.

El triunfo de Trump y el auge de la extrema derecha en Europa, nos ha introducido en el escenario 3. La opción entre globalización neoliberal y globalización social-sostenible —escenarios 1 y 2— ya no es posible. En un escenario de agotamiento de recursos energéticos, como el actual, no caben opciones de alto consumo energético como las de los escenarios 1 y 2. La única opción diferente, que puede oponer un discurso sólido frente a los neoconservadores-extrema derecha ante el escenario 3, es la que apuesta por el decrecimiento y es consciente de los límites del planeta. Esta es la opción ecologista del escenario 4.

Hoy, más que nunca, es necesaria para afrontar la crisis civilizatoria en la que vivimos, una opción ecologista, autónoma y fuerte. Una opción que defienda, como ejes de su política, valores de anticonsumismo, defensa de la tierra, la vida y la cooperación. Desde la ecología política debe apostarse, por tanto, por una estrategia que deje de mirar por el retrovisor de la izquierda, para empezar a mirar por el parabrisas de la ecología política. El camino lo ha anticipado Austria: la ecología política es la alternativa frente al fascismo, y una alternativa nunca se construye dentro de otros.

La ecología política —EQUO— debe desplegar, sin demora, un discurso que establezca la divisoria productivismo/antiproductivismo. Esta es la divisoria principal del actual tablero político. Traza la frontera entre los límites de la acumulación de riqueza y los límites biofísicos del planeta y permite a ecología política aparecer ante los ciudadanos como la única opción posible frente a la extrema derecha. A la vez que obliga a las restantes opciones políticas a posicionarse del lado del planeta o contra el planeta. Las fuerza a que elijan entre un nuevo modelo de producción y consumo, defiendan la tierra y la vida o consientan el derrumbe de la actual civilización. Esta divisoria, además, es transversal, pues interpela a las personas por encima de sus adscripciones ideológicas previas, y construye una nueva identidad política.

Esta estrategia discursiva contribuiría, por tanto, a que la ecología política apareciera como un polo ideológico diferente, autónomo, de la izquierda y la derecha y tendría la ventaja de fortalecer al partido político que la representa —EQUO—, a medida que las restantes opciones políticas fueran aceptando el modelo de producción y consumo propuesto desde ella. La estrategia discursiva deberá completarse con una estrategia política institucional que impida que la cooperación con otras opciones políticas, por la concurrencia a las elecciones en listas conjuntas, invisibilice a la ecología política y la haga aparecer como una opción política subalterna. Una solución a dicho inconveniente sería la adscripción de los diputados a los grupos mixtos de los parlamentos. Se trata que los socios comprendan que la cooperación política no exige una acción política institucional unitaria.

La ecología política debe mostrarse, y ser percibida, como una estrategia de defensa de la gente y de supervivencia social. Como la alternativa que quiere infectar a la gente del realismo del siglo XXI: el del cambio climático, el del agotamiento de recursos y de la crisis de biodiversidad. Para ello debe desplegar estrategias como las indicadas.





Francisco Soler

¿CHINA SI O CHINA NO?


La globalización es un término que hasta hace algunos años nos era ajeno o incluso nos parecía alejado de nosotros, una globalización que no está claro si primero fue a nivel cultural, social o económico -o todo a la vez-, pero que hoy en día nos hace sentir partícipes de unos lazos que cada vez nos unen más con lo distante y nos hace perder parte de nuestra identidad y de nuestra independencia, independencia en aras de un mundo teóricamente más igualitario y donde estas pautas de relaciones nos hacen sentir más partícipes en este planeta que -por otra parte- la mayoría de los ciudadanos desconocemos en su complejidad y diversidad.

Estas reglas del “juego” se mezclan con lo que Adam Smith, allá por el siglo XVIII, ya definió como el liberalismo económico, donde la máxima de su teoría económica era la no intervención del Estado en los mecanismos de la economía, ya que esta se autoregula por la ley de la oferta y la demanda. Hoy hablamos de un neoliberalismo que sería lo mismo que el liberalismo pero acentuando la desregularización del sistema económico o el desmantelamiento del Estado como garante del ajuste entre los más que más tienen y los más desfavorecidos, para que así -en teoría- el sistema se sienta libre para crear riqueza y con ello bienestar.

¿Y qué tiene que ver esta pequeña reflexión con el título del artículo? Pues la respuesta viene a continuación. Estos días se está gestando una guerra comercial entre Europa y China, el motivo esencial es la venta de paneles solares chinos a precios muy reducidos en el mercado europeo. Desde Bruselas se acusa a China de practicar el dumping, es decir, vender un producto por debajo del coste real para desplazar a sus competidores y así hacerse con el mercado, con la posibilidad del cierre de las empresas que fabrican estos paneles en Europa. En un principio esto nos llenaría de orgullo y algunos exclamarían: !!Por fin le hacemos frente a la industria China!!, !!Ya era hora de que defendamos nuestros puestos de trabajo!!, gritarían otros. Estas reacciones nos parecerían desde nuestro punto de vista lógicas y hasta loables en tiempos de crisis.

Así pues, las autoridades europeas amenazan a China con subir los aranceles los paneles solares entre un 11% y un 47%, aunque en teoría esta subida sólo se realizaría durante un periodo de 6 meses, en la segunda mitad de este año 2013. Pero como suele suceder, las cosas no son tan sencillas. Por un lado China amenaza con subir los aranceles a los vinos europeos (siendo Francia la más perjudicada) y a los tubos de acero. En términos cuantitativos, si la subida de aranceles se hacen efectivas son los exportadores chinos los más perjudicados, ya que ellos exportaron a la UE paneles solares por un valor de 27000 millones de dólares en 2012, no llegando las exportaciones de vino a los 1000 millones de dólares.

Con esta medida se pretenden salvar 25000 empleos en la UE, relacionados con la fabricación de los paneles solares. Aunque esta guerra comercial podría tener consecuencias nefastas para otros sectores productivos, ya que según la propia Federación Alemana de la Industria (BDI), 1 millón de personas dependen de las exportaciones a China, solo en Alemania.

Puede ser verdad que China fabrique los paneles por debajo del coste, ¿pero sólo lo hace con estos productos?, ¿es que nunca nos preguntamos cómo se puede fabricar tan barato?, ¿cuantas empresas europeas ya han desaparecido por la competencia de los fabricantes chinos o de otros países asiáticos?. ¿Por qué ahora se actúa con esta producción en concreto?.

Más allá de las condiciones laborales chinas -que sí constituirían una práctica de “dumping social” que no quiero hacer objeto de este post- este posible enfrentamiento comercial me lleva a plantearme otra serie de cuestiones. ¿Y si no fuera tan negativo que la UE se inundara de placas solares baratas chinas? ¿Qué beneficios podríamos obtener con esta “competencia desleal”? Los estudios de eficiencia energética sobre la producción eléctrica doméstica, nos aportan unos datos esperanzadores sobre la obtención de nuestra propia energía a precios muy competitivos. Debemos de disponer de unos 30m2 de tejado orientado al sur en nuestra latitud, en este espacio libre podríamos instalar las placas necesarias para producir la energía eléctrica que necesita un hogar medio. La instalación ronda unos 4000 euros, y la amortización de la instalación se logra a los 6 años aproximadamente (calculando el consumo medio de una familia española en unos 670 euros anuales) , a partir de este momento la energía es gratis durante el resto de los 25 años de vida útil (por ahora) que tiene una instalación de este tipo. Es verdad, que necesitamos estar conectados a la red eléctrica para obtener la electricidad en momentos de lluvia o en época invernal. Esta dependencia se puede compensar, con lo que se denomina el balance neto, es decir “vender” a las compañías eléctricas el sobrante de energía producida en épocas de máxima captación gracias a los contadores reversibles. Así, al final de año, se hace una simple resta y pagamos la diferencia (si la hubiera) a la compañía eléctrica.

¿Y cuales son los inconvenientes de este sistema de producción eléctrica?. En primer lugar la legislación vigente no es nada clara en cuanto a la gestión del balance neto. En segundo lugar existe un interés por parte de las grandes compañías eléctricas de seguir monopolizando el sistema energético y no olvidemos que estas compañías controlan tanto la producción como la distribución de la energía, ya sea por los medios tradicionales (termoeléctricas, nuclear o hidroeléctrica) como de las renovables (eólica, termosolar o fotovoltaica).

En España no se sabe cuanto vale producir y distribuir un Kwh, bueno rectifico, sabemos lo que las compañías dicen que cuesta producirlos y transportarlos, pero hasta ahora se han negado a admitir a auditorías externas para evaluar estos costes. Sospecho que estos costes no son reales, si no ¿cómo se puede entender que en la presente reforma del sistema eléctrico español las compañías “asuman” 2700 millones de euros de lo que desde el Estado llama el “déficit tarifario”? Me cuesta creer que las compañías eléctricas vayan a perdonar” a la ciudadanía esta gran cantidad de dinero.

Si esto fuera cierto, porqué no incentivar este tipo de instalaciones en todos los hogares que tengan la posibilidad de hacerlo y también -a gran escala- en las fábricas y naves industriales, reduciendo la factura de la energía que supone un gran lastre para las empresas y con ello reducir los costes de los productos que fabrican.

No sé como Adam Smith vería esta situación, por un lado estaría la disyuntiva de favorecer al más competitivo (en este caso a las empresas de placas solares chinas), por otro continuar con el monopolio energético actual que genera tan pingues beneficios a estas empresas y que se supone que repercuten esta riqueza en la sociedad, o bien con la posible creación de mini-productores que contribuyen al sistema globalizado de producción eléctrica.

Lo anteriormente expuesto me hace cuestionar que la globalización es solo interesante siempre y cuando no se toquen ciertas líneas rojas de privilegios y connivencias entre poderes políticos y económicos. A pesar de todo, me gustaría convivir en una sociedad con energías limpias y baratas... mi esperanza es verlo algún día.



Juan de Mata Toledo Muros.

FRACTURA HIDRÁULICA (fracking)


Rectificar es de sabios, empecinarse en los errores es de burros (pido perdón, a estos simpáticos animales, por tan horrible comparación).


Anónimo, y oído desde pequeño a mi padre, que en paz descanse.






¿Por qué y desde cuándo hablamos de fracking?
Fractura hidráulica es la traducción castellana del término anglosajón fracking, utilizado para referirse a una técnica de extracción de hidrocarburos no convencional. Técnica que viene utilizándose intensiva y extensivamente, en USA, desde hace algo más de una década.
Aunque el fracking se conoce desde hace algo más de un siglo, los cambios adoptados en los materiales utilizados para la fracturación de la roca y la evolución tecnológica alcanzada para perforar horizontalmente a grandes profundidades, han permitido explotar yacimientos de hidrocarburos no convencionales que era impensable rentabilizar hasta principios de este siglo.
La técnica de extracción de hidrocarburos convencional (petróleo y gas natural), conocida mucho antes de su explotación intensiva (desde mediados del siglo XIX y fundamentalmente durante el siglo XX y hasta hoy día), ha permitido un desarrollo tecnológico sin precedentes en la civilización occidental, pero las consecuencias de tal desarrollo ponen en evidencia una serie de alteraciones ambientales que amenazan la salud del Planeta y de quienes lo habitamos.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) hizo público, en noviembre de 2010, que la producción de petróleo alcanzó su máximo nivel de extracción (pico o cénit del petróleo) en 2006. Este hecho, junto al preocupante aumento de la demanda (incorporación de países como China, Brasil e India) pone en evidencia la insostenibilidad del actual sistema económico y el modelo de vida que, en la civilización occidental, lleva aparejado.
El modelo económico en el que se asienta nuestra sociedad occidental está sustentado sobre el petróleo y sus derivados, para el transporte (Gasolina, turbosina, diesel…), para el uso industrial o doméstico (queroseno, gas natural -propano, butano-, fuel oil…) y también como materia prima para la fabricación de disolventes, aceites lubricantes, pinturas, tintas, productos agrícolas, cauchos, ceras, asfaltos, plásticos, neumáticos, poliéster, detergentes, fungicidas, plaguicidas, nylon, … Sin el petróleo y sus derivados la vida que conocemos actualmente sería literalmente, si no imposible, al menos muy diferente.
Es en este contexto global donde debemos situar la actual polémica sobre la fractura hidráulica. ¿Es oportuno continuar con un modelo de sociedad basado en las energías fósiles? ¿Debemos seguir, a pesar de las emisiones de gases de efecto invernadero, del calentamiento global, del altísimo riesgo de contaminación basando el desarrollo tecnológico en el mundo de los hidrocarburos? EEUU, el mayor de sus consumidores, apuesta por continuar apurando las energías fósiles aunque sea a base de la extracción de petróleo y gas no convencional (pizarra o esquisto, arenas compactas, arenas bituminosas…).
Desde hace unos años, desde que se concedieron los primeros permisos de estudio, investigación y prospección en el País Vasco, la polémica ha ido creciendo al mismo ritmo que los permisos de investigación y prospección han alcanzado a la mayoría de nuestras comunidades autónomas.


Dos visiones contrapuestas
No cabe la menor duda que la energía es uno de los vectores esenciales en la construcción de cualquier civilización. Esta afirmación es compartida por ambas visiones, sin embargo, los modelos de sociedad que representan las hacen contrapuestas. Mientras las energías fósiles representan la globalización, las energías renovables representan la glocalización.
Quienes apuestan por el fracking apuestan por mantener el modelo energético del pasado reciente (siglos XIX y XX) basado en las energías fósiles (energías que se han evidenciado sucias y contaminantes, finitas y no renovables). Apostar por el fracking, es seguir insistiendo en mantener los actuales hábitos de consumo e ineficiencia, o lo que es lo mismo, proponer un modelo social insostenible y antidemocrático pues concentra la producción y la distribución energética en manos de una oligarquía multinacional que hace de la dependencia a los hidrocarburos su poder.
La apuesta por el fracking basa sus argumentos en dos ideas motoras: alcanzar nuevos yacimientos que posibiliten un posible abaratamiento de los precios, provocando una supuesta soberanía energética y la creación de multitud de puestos de trabajo (no debemos olvidar que los conceptos que desarrollan estas ideas motoras son: crecimiento, competitividad, consumismo y autoridad de los mercados). Sin embargo, esta postura no se para a considerar que el petróleo se produce en el interior de la Tierra por la transformación de la materia orgánica acumulada hace millones de años, lo que lo convierte en un recurso natural no renovable.
En la actualidad el petróleo es utilizado como el principal recurso energético para la industria y los transportes en el denominado mundo occidental o “desarrollado”, aunque se hace necesario recordar que en la antigüedad su uso era diferente y hasta mistad del siglo XIX no empieza a utilizarse como base para el alumbrado en las grandes ciudades. A finales del siglo XIX, y sobre todo durante el siglo XX, se empieza a utilizar como combustible para los motores y, por tanto, para el transporte. ¿Por qué digo esto? Porque parece que sin petróleo no sería posible la vida cuando, en realidad, ha sido utilizado como base energética sólo durante un siglo. Quienes apuestan por el fracking, no consideran, tampoco, las nefastas consecuencias que las emisiones de CO2, CFC, Metano… están provocando en la atmósfera (calentamiento global) y sus desastrosas consecuencias para la vida en la Biosfera. El modelo social que proyecta este modelo energético, como ya ha quedado puesto de manifiesto, es consumista, ineficiente, insolidario, irrespetuoso con el medio ambiente y muy antidemocrático pues su gestión se concentra en poquísimas manos y configura un modelo de globalización.
Quienes nos oponemos al fracking, representamos una visión diametralmente opuesta de sociedad. Apostamos por un modelo energético del siglo XXI, que sustituya los hidrocarburos como base del modelo energético actual y que se decante por invertir en los avances tecnológicos producidos en el mundo de las energías desde que el calentamiento global ya no es cuestionado por nadie, desde que ha sido aceptado como evidencia científica e irrefutable y que, por tanto, nos obliga a reducir, en la medida de nuestras posibilidades, las emisiones de gases de efecto invernadero.
Las energías renovables no son una novedad. Los molinos de viento, el sol, las norias… han sido utilizados para diversas acciones como moler, regar, calentar,… Los avances tecnológicos, que tienen que ver más con el siglo XXI que con el pasado, están permitiendo dar un uso diferente a estas energías renovables, limpias, no contaminantes, respetuosas con el medio ambiente y bastante más democráticas ya que su gestión configura un modelo de glocalización.
Sin entrar a considerar la soberanía energética que representan las energías renovables, he de comentar, también, la descentralización que representan las renovables frente a la centralización de las energías fósiles (hay yacimientos donde los hay y, desde esos lugares, han de ser transportados al resto del mundo, lo que supone un incremento del gasto innecesario y un mayor riesgo de accidente).
Si consideramos, además de todo lo expuesto, el conocimiento y la propiedad de patentes de las diferentes tecnologías la comparación no se soporta. El fracking y el cóctel de químicos que, junto a la arena y los millones de toneladas de agua dulce, se inyectan en las entrañas de la Tierra, es tecnología y patente americana, mientras que las renovables ponen a España entre los países que lideran a nivel mundial estas tecnologías. (De hecho son empresas españolas las que están desarrollando los parques renovables en los EEUU).
La defensa del modelo económico y social, basado en las energías fósiles, es cortoplacista y anticuada por cuanto mira más al modelo del siglo XX que al del siglo XXI. Las energías alternativas deben superar las contradicciones que el actual modelo no ha sabido superar. Debemos basar nuestra tecnología en energías limpias y no contaminantes que reduzcan y eviten las emisiones de CO2 y Metano, principalmente. Debemos basar nuestra tecnología en unas energías renovables que hagan sostenible cubrir nuestras necesidades y que sepan respetar los límites de la Biosfera. La sociedad glocal debe apostar por un modelo energético solidario y eficiente, que no olvide que la energía es uno de vectores imprescindible en cualquier civilización y que ésta no debe seguir obviando las condiciones de vida de más de la mitad de la población mundial
Las posibilidades reales de conocer la situación mundial, a través de los medios de comunicación, fundamentalmente Internet, han provocado una revolución del conocimiento, no sólo en cuanto a la información sino también a su inmediatez. Esta transformación está generando una conciencia glocal de que otro desarrollo económico, político, social y cultural es posible. Así pues, apostar por continuar o no con el uso de las energías fósiles, nos muestran dos visiones contrapuestas de entender y comprender que conceptos como futuro, desarrollo, progreso… no tienen una única y determinada dirección, son opcionales, son posibilidades que se nos ofrecen para elegir otros posibles futuros, otros posibles desarrollos u otras diferentes maneras de entender y comprender qué es y cómo progresar colectivamente, en sociedad.


¿Quiénes están detrás del fracking y qué nos ofrecen?
En España, quienes apuestan por la fractura hidráulica, son fundamentalmente empresas multinacionales con fuertes intereses económicos. En octubre de 2012, según su propia página web, se constituyó, para defender los intereses del fracking en España, la plataforma Shale Gas España, patrocinada por diferentes empresas del sector. La construcción de este poderoso lobby tiene como objeto principal influir todo lo posible en quienes toman las decisiones (los gobiernos) para que éstas sean beneficiosas a sus intereses.
Pero ¿qué nos ofrecen a cambio? Lo fundamental ya ha quedado expuesto más arriba: posible abaratamiento de los precios en la adquisición de energía y supuesta creación de empleo.
Sin embargo, se olvidan mencionar que en el proceso de reflujo o de retorno a la superficie (sólo se recupera entre un 15 y un 80 % del fluido inyectado, el resto se queda en el subsuelo) del gas natural se liberan, también, otros gases como el metano, residuos altamente tóxicos, cancerígenos, mutagénicos, metales pesados y otros elementos radioactivos. Olvidan mencionar, también, la contaminación y toxicidad de acuíferos subterráneos y en superficie. La sobre explotación de recursos finitos como el agua potable para la agricultura, la ganadería y la propia vida humana.
Las consecuencias para la salud humana y la del planeta se ponen en una balanza para competir con los posibles beneficios de unas empresas que, una vez alcanzados sus objetivos económicos, se marcharán dejándonos un paisaje transformado, contaminado y arruinado, imposible de reutilizar.
Lo dicho, el uso del petróleo y sus derivados ha permitido un desarrollo tecnológico sin precedentes en la civilización occidental, pero las consecuencias de tal desarrollo ponen en evidencia una serie de alteraciones ambientales de altísimo riesgo que amenazan la propia vida del Planeta. Aún estamos a tiempo, “rectificar es de sabios, empecinarse en los errores es de burros”.




Isidro Maqueda


DECÁLOGO DE LA BANCA EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN


  1. El Dinero es mío. Todo el dinero del mundo tiene que estar controlado por Mí; está ahí para que Yo lo gane: primero lo fabrico, después lo paseo para que se llene de valor con el trabajo, sudor y sangre de mucha gente, y una vez cargado debe volver conmigo.

  1. Antes lo mío era hacer negocios con el dinero de muchos, cobrándole a cada cual por los servicios que hacía, y animando a la gente a ahorrar mediante los intereses que les daba. Ahora, Yo el Banco soy propiedad de unos cuantos expertos en ingeniería financiera, cuyo objetivo es especular con productos cada vez más sofisticados y opacos, para “desbancar” a los demás competidores mundiales, y hacerme más fuerte, aunque para ello me vea en la necesidad -lamentablemente- de tener que hundir a alguna que otra nación.

  1. No se trata hoy de trabajar para solucionar problemas de clientes individuales o grupales de personas humanas, sino de conquistar el mercado mundial al precio que sea, porque sólo seguirán comiendo los mejor situados en el mundo omnipotente del Mercado Único.

  1. Mi utopía es el crecimiento monetario indefinido. Para ello es necesario destruir lo viejo (del pasado hay que hacer añicos) para crear continuamente nuevas necesidades, explotar al máximo las posibilidades, y tratar de reducir al patrón oro no sólo el tiempo, sino hasta las dudas y los sueños del enemigo, que es todo aquel que no tenga el dinero conmigo.

  1. Excepto los genios de gran valía que se matan a buscar esa utopía (y bien que les pago), la gente sólo es interesante en grandes números, grandes consumos, grandes operaciones. Gracias a aquellos supertalentos, esta pandilla de “mataos” pueden tener seguros sus ahorros, y Yo contribuir a la perpetua creación de empleo.

  1. Todos estos son los nuevos valores que me hacen sentir verdaderamente orgulloso y disfrutar de mi función como Banca. Y no esos hermanastros que copan los setenta paraísos fiscales diseminados por todo el mundo...

  1. Desde el final de la guerra fría, cuando nos quedamos campeones únicos de la economía mundial, nos lanzamos a poner en práctica nuestra utopía, inventando nuevos productos financieros más complejos, conectados con intereses de bancos de cualquier parte del mundo, de grandes empresas de fabricación de armas, de cosméticos, de medicinas, de alimentación transgénica..., lo que ha fortalecido el sistema bancario mundial.

  1. La clientela que no ha conseguido hacerse experta en finanzas ha dejado a mi disposición cantidad de dinerito contante y sonante en todo el mundo, que empleo en lo que me parece bien; por otra parte, Yo no doy intereses por la confianza de los depositarios en mí: son ellos los que tienen que pagar por todos los productos que voy creando y los servicios con que he conseguido hacerme en los últimos siglos.

  1. ¿Qué era eso de “Obra Social” que hacían las Cajas de Ahorros? ¿Se puede seguir creyendo que una entidad bancaria es una obra de caridad para los pobres? ¿Se crea así riqueza, o se parchea “ad infinitum”? Hemos conseguido seriedad en las cuentas, rentabilidad del Mercado, suprimir obras sociales: AHORA es cuando todo va a funcionar.

  1. Este decálogo se resume en una idea: En la total incapacidad para resolver los problemas que plantea la aldea global, y en su increíble capacidad para agravarlos, el neoliberalismo demuestra que no funciona: hay que cambiarlo.

Manolo Aljarafe
Terrible verano del 2011