Cada
vez que se pronuncia esta frase imagino a uno o más hombres
decidiendo si asumen o no el riesgo a que se les reta.
El
año pasado tuve el placer de colaborar como docente para un
curso online
de
Gizonduz [programa dirigido a los hombres que depende de
Emakunde–Instituto Vasco de la Mujer] titulado «Hombres, igualdad
y masculinidades».Me correspondió elaborar la unidad didáctica
“Masculinidades y violencia”, y el texto que introducía la
unidad trataba de explicar la importancia de entender la relación
que existe entre masculinidad y violencia. La violencia es una parte
esencial de la socialización de la masculinidad que busca afirmar la
virilidad de quienes la practican para evitar parecer lo que no deben
ser: débiles, homosexuales o femeninos. Este maridaje entre
masculinidad y violencia está tan naturalizado que pasa
desapercibido y nos cuesta ver que la mayoría de los protagonistas
directos de las peleas —en colegios, campos de fútbol, incidentes
de tráfico, sitios de copas o protestas— son hombres, que la
violencia sigue siendo el argumento decisivo en la resolución de
todo tipo de conflictos, que los protagonistas y las víctimas más
frecuentes son hombres,y que es preciso acabar con este vínculo para
combatir las violencias machistas y abordar la deconstrucción de la
masculinidad.
El
alumnado del curso podía optar, para ser evaluado, por desarrollar
un trabajo en el que debían contar algún episodio del que hubieran
sido testigos [o del que tuvieran conocimiento cierto]en que uno o
más hombres se hubieran visto presionados a actuar violentamente o a
poner sus vidas en peligro para no ser tildados de poco hombres; en
el relato debían desarrollar el contexto, el motivo, los
protagonistas, lo ocurrido y lo que hicieron o dejaron de hacer las
personas que observaron los hechos. Sus relatos muestran la
frecuencia con que niños y adultos asumen riesgos para evitar que se
cuestione su hombría: imitan a otros más diestros o temerarios
buscando el reconocimiento del grupo que valora la violencia o el
riesgo, beben más de la cuenta aunque tengan que conducir,o se
enfrentan por conflictos entre sus hijos.
Me
falta espacio para contar tantas historias: la del padre del niño de
dos años al que agarra fuertemente del brazo porque llora el primer
día de colegio mientras le dice: “No llores porque tienes que ser
fuerte y valiente. ¡Si eres todo un chicarrón! Las niñas se van a
reír de ti si sigues llorando”; la del chaval tildado de "maricón"
que salta desde cinco metros de altura al mar y se rompe la mano al
darse con una piedra, lo que le impidió volver a bañarse ese
verano,aunque enseñaba orgulloso su “herida de guerra”,la prueba
de su pertenencia al grupo de los hombres; o la de los jóvenes que
se pelean por una chica, el suspirante para impresionarla y el novio
para defenderla y demostrar su virilidad, cada uno apoyado por sus
amigos y todos cumpliendo las expectativas de los testigos, con
quienes coinciden en que los hombres siempre han de estar dispuestos
a pelear, aunque pierdan o aunque puedan recurrir a la policía que
está a pocos metros.
"Maricón",
"nenaza", "rajado", "blandengue",
"gallina", "cobarde", "poco hombre", "a
ver si tienes cojones"…Estas expresiones siguen constituyendo
un auténtico reto y un detonante de comportamientos de riesgo
—beberse cada uno una botella de ron, correr los toros o saltar por
encima de una fila de coches aparcados— que pueden acabar en
accidentes y lesiones de importancia. El miedo a reconocer que se
tiene miedo está detrás de muchos episodios de conducción
temeraria,escaladas peligrosas, resistencia al condón en relaciones
sexuales de riesgo, etcétera. El miedo a que los hijos sean —o
parezcan ser— unos cobardes lo vemos en los padres que los educan
en la no violencia pero que a la vez les invitan a defenderse si son
agredidos, sin percatarse de que para lograrlo han de ser tan
violentos como el agresor. La predisposición de los varones a
exponerse a peligros, actuando de manera irresponsable contra sí
mismos para validar su hombría, forma parte del aprendizaje de la
masculinidad desde pequeños, una alta dosis de machismo que explica
por qué las lesiones y las muertes por accidentes son más
frecuentes entre la población masculina y que la masculinidad pueda
ser considerada factor de riesgo.
Los
relatos del alumnado también hablan de chicos maltratados desde la
infancia por ser poco viriles, de quienes prefirieron salir corriendo
a enfrentarse a otros, o de insumisos al servicio militar, acusados
de maricas, a los que golpearon y detuvieron por negarse a dejar que
los"hicieran hombres" entre la incomprensión de muchos y
la solidaridad de un movimiento que resultó imparable. Pero la
mayoría de los varones tiene que dejar de ver la prudencia como
sinónimo de cobardía y empezar a cuestionar la heroicidad, la
misoginia, la homofobia, las jerarquías o la virilidad, si quieren
evitar que ese "tener que ser"los tenga dolorosamente
cogidos por lo que presumen poseer.
Por
cierto, para guisar unas buenas criadillas de toro lo único que hace
falta son 400 gramos de criadillas, pimienta negra, cuatro dientes de
ajo, aceite de oliva y dos patatas.
José
Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la Igualdad
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la Igualdad