Karl Marx sobre España (1854-1856)




A lo largo de la segunda mitad del año 1854 y, dos años después, en el mes de agosto de 1856 Karl Marx se ocupó de España en una serie de artículos que publicó en New York Daily Tribune. Se trató de trabajos periodísticos de los que hoy llamaríamos alimenticios y que le daban para malvivir en una época en que estudiaba en Londres la economía política clásica que serviría de base a la magna obra El Capital.

Marx nunca estuvo en España. España era en principio uno más de los muchos países periféricos sobre  los que emitía sus crónicas sacadas de los corresponsales de los principales periódicos europeos.

En concreto, el interés por España nació a raíz del pronunciamiento militar protagonizado por los generales O´Donnell y Dulce  a finales de junio de 1854; uno más de las asonadas pretorianas tan típicas de la época, que solo pudo triunfar en los primeros días de julio  por el apoyo recibido de un pueblo en armas que impuso un gobierno progresista presidido por el mítico general Espartero.

Marx nos cuenta aquellos episodios de forma convencionalmente periodística: conspiraciones, movimientos de tropas y choques armados entre las fuerzas gubernamentales y las insurrectas, para terminar poniendo su atención en los levantamientos populares en Madrid y en otras ciudades. En la actuación de las milicias ciudadanas y en las barricadas en las ciudades Marx creyó ver o el último de los movimientos revolucionarios europeos que tuvieron su inicio en 1848 o el primero de los que tendrían inexorablemente que venir en los años siguientes.

Tras unos días contando lo que ocurre, Marx saca la siguiente conclusión:

“No hay otra parte de Europa, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en este momento” 

Si había en la Europa de entonces un “observador reflexivo” ese era Karl Marx, y en septiembre escribe a su amigo Engels que “España constituye su tema principal de estudio”. Y para estudiar a España acude a lo que considera la principal fuente de conocimiento de los fenómenos sociales: la historia.

Así en septiembre de 1854 envía al periódico norteamericano una serie de artículos bajo el título común de España revolucionaria que es un recorrido por la historia española en general y de los últimos cincuenta años en particular.

Marx que ha aprendido español y que ha consultado toda la bibliografía sobre España disponible en Europa nos cuenta la historia del país, pero en medio de la narración, ofrece un análisis del pasado en el que señala constantes que se repiten a lo largo del tiempo y que le sirven para comprender lo que estaba ocurriendo ante sus ojos.

Lo que  pretendo hacer es exponer ante ustedes algunas de esas claves o constantes percibidas por Marx y comprobar si se mantuvieron vigentes después de 1854, hasta qué punto siguieron condicionando la vida de los españoles y  lo siguen haciendo aún hoy.

Una primera cuestión que llama la atención de Marx es el sobresaliente papel de los militares en los procesos revolucionarios. Se pregunta: ¿cómo un ejército que ha perdido todas las batallas desde hacía siglos, cuya única victoria, contra Napoleón, hay que atribuirla a la lucha guerrillera y a la ayuda del ejército inglés, se erige en protagonista decisivo de la vida política española? Marx se responde: para su triunfo en España “los movimientos liberales han dependido constante y exclusivamente de la acción Militar”

Hasta 1844, añado, dada la debilidad de la burguesía revolucionaria con respecto a los detentadores del poder en el Antiguo Régimen, los liberales contaron con una fracción de las fuerzas armadas para regular las instituciones a su conveniencia. Estabilizadas las nuevas bases del sistema hacia 1844, la única batalla ganada por el Ejército-gendarme ha sido contra el pueblo español; en el siglo XIX contra las milicias nacionales o republicanas que trataban de profundizar y generalizar las conquistas revolucionarias al conjunto de la población; en el siglo XX contra el movimiento obrero y campesino. Gracias a su contribución a la causa burguesa, el Ejército recibió el inmenso honor de convertirse en exclusivo portador de los valores nacionales.

Una nación española que se construía mirando al pasado, valorando estúpidamente una sociedad inserta en una guerra permanente; guerras de reconquista y de conquista, dinásticas, imperiales, coloniales, civiles y guerras de clase; todas ellas con sus consabidos héroes guerreros  dispuestos a dar la vida por España y por el botín. Un botín que, a la altura de 1854, representaba casi la mitad del presupuesto del Estado.

Por ese motivo, para el ejército lo importante no ha sido ganar o perder guerras sino hacerlas durables,  creando enemigos ficticios y un clima artificial de enfrentamiento entre buenos y malos españoles que necesitara la vigilancia del ejército-gendarme. Pero no se puede olvidar que de esa vigilancia resultan beneficiadas clases sociales que se benefician de las economías de guerra; es decir, que hacen del botín el elemento axial de la política económica. Todo les está permitido a los vencedores; a los señores jurisdiccionales del Antiguo Régimen y a una burguesía que ha acumulado capital de guerra en guerra y que ha configurado una modalidad de capitalismo impune tras la rendición del enemigo, basado en la búsqueda de rentas, la corrupción masiva, las puertas giratorias, los contratos públicos amañados, las cláusulas piratas de los contratos hechas leyes, el fraude o la evasión fiscal, etc. etc.

Marx, por supuesto, no podía llegar tan lejos pero nos adelanta algunas pistas al respecto ofreciendo el perfil de los héroes y villanos de la “revolución” de 1854, los generales Espartero, O´Donnell, Dulce, Narváez, etc.,  personas sin convicciones políticas sólidas, cobardes que mandan al combate a sus soldados mientras ya tienen preparada la huida por si su alzamiento fracasa, gente extraordinariamente cruel que está dispuesta a arrasar una ciudad o un país con todos sus habitantes si lo consideran necesario. Gente vendida al mejor postor –Espartero al gobierno británico; Narváez al francés- e interesada solo por su bienestar personal: Espartero terrateniente en La Rioja; O´Donnell y Dulce se pronuncian en 1854 para evitar la abolición de la esclavitud en Cuba donde tenían  importantes negocios. Cualquier parecido con dictadores posteriores no es mera coincidencia.

Una segunda cuestión, aunque no en importancia, de las que Marx se ocupa es, en términos de hoy, del “encaje territorial de España”. Marx resume ese problema con una de sus más célebres frases respecto a este país:

“España es un conglomerado de Repúblicas con un soberano nominal al frente”

Marx obtiene esta conclusión analizando la historia de España y, en concreto, la guerra de la Independencia. Napoleón creía que se haría dueño de España porque el Estado español estaba moribundo, y así era, pero se encontró que el pueblo y las ciudades estaban vivos. Se encontró con que, una tras otra, las juntas locales, en ausencia de Estado, le declaraban la guerra. Marx queda fascinado por un movimiento que no tiene parangón en toda Europa y que se reproduce en cada salto revolucionario: en 1820, en 1836 y ahora en 1854. A lo que Marx estaba asistiendo era a un combate, armas en mano, entre dos forma de construir la nación: la de los cruzados –mitad monjes mitad soldados- encabezada por un ejército profesional que llegaría a autodefinirse como “nacional” y la nación de los ciudadanos representada por las milicias locales progresistas, democráticas, republicanas o federales.

Lo que le extrañaba a Marx era que,  después varios siglos de monarquías absolutas en España, el poder municipal fuese tan fuerte y el Estado y la nación-cruzada tan débiles y tan contestados. La pregunta podría ser formulada hoy siglo y  medio siglo después; ¿por qué tras cuarenta años de totalitarismo franquista, el problema territorial antes definido por la pugna centralismo-localismo sigue vigente como una pugna entre el nacionalismo españolista y los nacionalismos periféricos?

Para responder a esto Marx plantea dos hipótesis. La primera incide sobre la connivencia entre las élites nacionales y las élites locales en torno a lo que he llamado el capitalismo-botín.

“El despotismo no ataca al autogobierno municipal cuando éste sirve directamente a sus intereses;  permite muy gustosamente a estas instituciones continuar su vida mientras dispensen a sus delicados hombros de la fatiga de cualquier carga y le ahorren la molestia de la administración regular”. 

¿Qué había interesado históricamente a los monarcas españoles? Que el municipio liberara de las tareas administrativas a los monarcas, encargándose de la recaudación fiscal, del orden público, de la beneficencia, etc., dejando a la monarquía la única tarea que le interesaba: los asuntos exteriores y  la guerra. Claro que  esa contribución de los municipios a la causa guerrera no fue gratuita; las elites locales obtuvieron su parte en el botín de guerra haciendo de la gestión de los asuntos estatales una vía de acceso a la propiedad y a la prevaricación. No es extraño, por tanto, que el movimiento republicano y libertario español del siglo XIX tuvieran al poder oligárquico local y no al débil Estado como el primero de sus adversarios y al municipalismo federalista como objetivo.

La segunda hipótesis es aún más reveladora. Dice Marx:

“Así la vida local de España, la independencia de sus regiones y municipios, la diversidad del estado de la sociedad, (son) fenómenos basados originariamente en la configuración física (geográfica) del país y  a la diversidad de los modos cómo las distintas regiones se emanciparon de la dominación mora para formar pequeñas entidades independientes”

Marx retrotrae los particularismos españoles (la invertebración que decía Ortega y Gasset) a la reconquista,  a la manera en que cada región se emancipó de los musulmanes. Marx no desarrolla esta idea pero podría haberlo hecho así: No fue la misma “reconquista” la que se produjo en el tercio norte protagonizada autónomamente por los pueblos que colonizaron los valles del Duero y del Ebro y dieron lugar a sociedades más igualitarias que la “reconquista” que se produjo en la mitad sur y, especialmente, en Andalucía, que fue realizada por los monarcas del norte, por señores jurisdiccionales a sus servicios. Esas dos formas de colonización darían lugar con el tiempo a la “diversidad de modos” que dice Marx, de modos de producción, a la diversidad de capitalismos.

No entenderemos la historia de España ni tampoco el momento actual sin tener en cuenta que antes de ser un Estado plurinacional (todas las naciones son una invención interesada) España ha sido y es un Estado pluricapitalista que ha vivido momentos de concierto y momentos de conflictos agudos como el actual. En este orden, la unidad de España es un mito, nunca ha existido, ni siquiera con Franco; ha sido una entente entre elites centrales y periféricas y todas juntas contra el pueblo.

Una tercera cuestión: Marx quedó fascinado por la capacidad revolucionaria del pueblo español; por las guerrillas y las juntas de 1808; las milicias de 1820, 1836, 1840, las que observaba en 1854, y las que tendrían lugar entre 1868-1873 y que describiría Engels. Sin embargo, se da cuenta de que el pueblo nunca alcanza lo que quiere; se cree que derribando gobiernos tiránicos lo que tenga que venir ya es necesariamente distinto, carece de líderes propios y confía la nueva gobernanza a aquellos que se presentan como “revolucionarios” pero que son los herederos de las viejas clases dirigentes.

Eso había ocurrido en 1808, cuando las juntas locales elegidas por el pueblo fueron  dirigidas por clérigos, militares o por los antiguos gobernantes que temen que el giro revolucionario les arrastre. Estaba ocurriendo también en 1854, cuando ganada la lucha contra el gobierno conservador, el pueblo vitorea a su líder: el general Espartero.

Ese lapsus por parte de los revolucionarios se ha manifestado repetidamente en los textos constitucionales. Constituciones que recogían indudables avances en torno a las  aspiraciones populares pero también artículos que recogían los intereses de los grupos dominantes. Las hemos llamado constituciones “de consenso”, pero eran en realidad  constituciones “híbridas”, un solapamiento de principios antitéticos cuya resultante final dependerá de la correlación de las fuerzas futuras. Así Marx opina de la constitución de 1812, de La Pepa.

“Pueden señalarse en la Constitución de 1812 inconfundibles síntomas de un compromiso concluido entre las ideas liberales del siglo XVIII y las oscuras tradiciones teocráticas”. 

Ni que decir tiene que las constituciones españolas que no incluían los privilegios de las “oscuras tradiciones”, como la de 1856 a cuyo parto estaba asistiendo Marx, la de 1873 o la de 1932, o  no nacieron o fueron abolidas por golpes militares: el de O´Donnell en 1856, el de Pavía en 1873 o el de Franco en 1936.

La Constitución de 1978 fue también una constitución híbrida. España se convirtió en un Estado democrático, social  y de derecho pero, en paralelo, consagró como “instituciones especiales” a la monarquía, a la iglesia y al Ejército; es decir, a las mismas instituciones que han construido el Estado y la nación española desde la Edad Media; al monarca se le permite hacer negocios con la guerra, con la iglesia se conciertan escuelas y hospitales mientras al ejército y a la industria de la guerra se le conceden miles de millones y la salvaguarda de la unidad de España.

La constitución de 1878 instauró el Estado de las Autonomías como fórmula para conseguir el encaje territorial de las regiones o, lo que es lo mismo, para que los distintos capitalismos españoles tuvieran en las competencias autonómicas los mecanismos institucionales para consolidar sus “modos” que decía Marx de acumular capital. El 4 de diciembre de 1977 el pueblo andaluz demostró que era un verso libre que no quería que  Andalucía siguiera siendo el mercado colonizado que la había conducido al subdesarrollo. El pueblo confió al PSOE el liderazgo de una nueva época para que cambiara las cosas, pero no lo ha hecho. Si acaso, ha conseguido que el partido y una parte del pueblo andaluz hayan sido recompensados por su sumisión al modelo de 1978. El resultado es que Andalucía sigue ocupando hoy como en 1978 los últimos lugares en aquellas variables que miden el progreso y el bienestar y el primero en los que miden las deficiencias.

Al referirse a todas las revoluciones fallidas que he mencionado, Marx escribió:

“Al proclamarse la Constitución (de 1812) fue recibida por entusiasta alegría pues en general las masas esperaban la súbita desaparición de sus sufrimientos sociales por el mero cambio de gobierno. Cuando descubrieron que la Constitución no poseía tales poderes milagrosos, las exageradas esperanzas con que fue saludada se trocaron en decepción, y en esos apasionados pueblos meridionales no hay más que un paso de la decepción a la cólera”. 

Eso ha pasado en las elecciones del 2-D, pero la cólera es siempre ciega o conducida por quienes están interesados en promoverla para fines reaccionarios y dirigirla contra los que cuestionan la legitimidad del capitalismo como botín. En una situación parecida a esta, Ortega y Gasset reconocía su impotencia intelectual cuando decía: “no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”. Marx, por el contrario, sí sabía lo que nos pasaba porque aprendió mucho de la historia.



Por Carlos ARENAS POSADAS
(Texto de la conferencia que iba a pronunciar en la Universidad de Sevilla el día 12 de diciembre de 2018 en un acto conmemorativo del 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, suspendido por el rectorado)
https://encampoabierto.com/2018/12/13/karl-marx-sobre-espana-1854-1856/        



HERMANO YUSSUF


Más de 48.000 personas llegan en patera a las costas andaluzas y triplican las cifras de 2017...detrás de ese titular hay 48.000 historias, 48.000 esperanzas, 48.000 vidas en definitiva. Y muchas miles más, incontables, que quedaron sesgadas por el camino o ahogadas en la gran fosa común llamada Mar Mediterráneo. Cada una de esas personas tiene nombres y apellidos, familia y un corazón que late al mismo ritmo que el nuestro.. pero tienen algo más: mucho miedo, miedo a no llegar, miedo a ser rechazados, miedo a no poder sobrevivir, miedo a no poder pagar el peaje exigido por las mafias, miedo a ser expulsados y caer en manos de la desesperanza o de las propias mafias que les vendieron un futuro desvanecido…

Hay que tener presente que nacer en un lugar u otro es una cuestión totalmente aleatoria y que todos tenemos la responsabilidad de construir un mundo mejor, empezando por cuidar el planeta donde habitamos, pues sin ese hábitat imprescindible para el ser humano, en breve estaremos en peligro de extinción...pero a la vez es ineludible que nos proclamemos ciudadanos del mundo y exijamos una justa redistribución de los recursos y de la riqueza. En caso contrario, estamos abocados a un incremento insostenible de la desigualdad social; no podemos permitir que el mercantilismo salvaje juegue al ajedrez con nuestro futuro.

La presión migratoria se ha agudizado en nuestro país y concretamente en Andalucía por las políticas xenófobas aplicadas por Italia, donde el Vicepresidente y Ministro del Interior Mateo Salvini, sin pudor alguno, blinda los puertos italianos y arenga a las masas atenazadas por la resaca de la crisis económica vivida en los últimos años. El mediterráneo amuralla las vías marítimas de entrada en Europa . Los discursos y las políticas anti-inmigración han aupado a Donald Trump a la Casa Blanca y a Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil.Y esas políticas neofascistas han cruzado el Atlántico y se instalan progresivamente en Europa, donde Jean Marie Le Pen abonó convenientemente el terreno antieuropísta, patriótico, xenófobo y excluyente. Y aquí toma la alternativa Vox con los mismos mensajes populistas, proponiendo soluciones tajantes a fenómenos complejos como la inmigración. Es indignante que en zonas como Almería, concretamente El Ejido, se haya apoyado de una forma significativa esta opción, cuando han sido justamente los inmigrantes quienes han levantado con su trabajo, precario y poco saludable, esa zona desértica. Se ha generado riqueza, se ha repoblado un territorio condenado al más feroz abandono. 

No es inteligente abominar de nuestros hermanos del sur o de allende los mares pues, desempeñando trabajos que muchos de nosotros no queríamos y en condiciones inhumanas en muchas ocasiones, han contribuido a nuestro desarrollo. ¿O conocemos a muchos españoles que estén dispuestos a dormir encerrados a riesgo de morir en un incendio como en Rus (Jaén) hace dos años? ¿Conocemos a muchas personas oriundas del terreno que cuiden a nuestros mayores y dependientes durante 24 horas sin desfallecer y cobrando 600 euros la que más, sin seguridad social ni derecho alguno? La culpa de la desigualdad y de la pobreza nunca es del débil, del pobre, del trabajador…

La responsabilidad es del sistema que tiende torticeramente a enriquecer cada vez más a los amancios, ortegas y compañía, a los que consideramos nobles porque regalan scanner a los hospitales, pero no pagan impuestos aquí para que se reformen y equipen las infraestructuras sanitarias con dinero público, y deslocalizan sus empresas para explotar vilmente a los trabajadores en otros países donde la protección social brilla por su ausencia...Y es que mientras la doble moral impere, la brecha social se incrementará…

Europa es responsable, desde la época del colonialismo, del empobrecimiento de Africa, por tanto, es necesario que impulse políticas de desarrollo reales que permitan la sostenibilidad ecológica y económica de los países esquilmados...La opción debe ser invertir, no cerrar las fronteras…

Mientras tanto, hermano Yussuf, nunca serás mi enemigo…


Encarna Páez 
Alcaldesa de  de Villanueva de Tapia
 http://malagactualidad.es/opinion.html








Frente al odio, esperanza

Flamencos sobrevolando Doñana. Foto: Héctor Garrido

Hoy, después de saber el resultado de las elecciones autonómicas andaluzas hay mucha gente en shock. Y para salir de ese estado es necesario contar con claves de interpretación que a nuestro entender no se están dando. Es momento de pararse a reflexionar, tanto la sociedad civil, organizada o no organizada, como las organizaciones políticas, para entender bien el mensaje de las urnas y dar una respuesta adecuada. Andalucía ha servido de prueba piloto de la campaña que prepara el populismo ultraconservador y xenófobo en Europa, de la mano del asesor de Donald Trump, Steve Bannon, que ha diseñado la campaña y el discurso de VOX, y que cuenta con recursos necesarios y el relato propicio, para asaltar el parlamento europeo constituyendo un poderoso grupo parlamentario.

En Andalucía se da la circunstancia de que hemos tenido 40 años de un gobierno incapaz de reducir la desigualdad y la pobreza, que amenaza al 46% de la población, situación fronteriza, cultura cortijera y caciquil persistente. Estamos a la cola de una Europa que ha impuesto la precariedad laboral y el miedo al futuro, sin voluntad de emprender una agenda social que dé respuesta a las demandas sociales.  Este es el caldo de cultivo favorable al populismo ultraconservador y xenófobo que ha llevado a la presidencia a Trump, canalizando la justa indignación de aquellos dejados en la cuneta por el «sistema establecido». Saben que hay una base social propicia en todo el mundo y encuentran sus votantes en los barrios olvidados, en los municipios fronterizos, allí donde el paro o la emigración es el único horizonte y allí dónde son más visibles los nuevos chivos expiatorios, las personas migrantes.

Pero hay un elemento aún más determinante de esta ofensiva y que pasa aún más desapercibido. La amenaza de colapso económico por falta de recursos energéticos y materiales, la pugna por el espacio vital de Estados Unidos y de Europa, por lograr asegurarse, usando todos los medios disponibles, incluida la guerra, el abastecimiento de unos yacimientos menguantes de petróleo y gas, de minerales raros imprescindibles para mantener la sociedad de la información y que están en el corazón de África, por asegurarse el suministro de fosfatos para la agricultura, etc. Y para ese escenario es muy funcional, como lo fue en los años 30, el auge de ideologías autoritarias capaces de generar sentimiento de unidad en torno a símbolos patrios y señalando a unos enemigos que nos invaden y amenazan nuestra cultura cristiana con sus mezquitas y sus velos. El discurso del odio, autodestructor, es funcional para un capitalismo que ha superado los límites del planeta y que es incapaz de emprender la vía de la cooperación y la fraternidad para asegurar un buen vivir universal dentro de los límites planetarios.

Pero no podemos resignarnos. Frente a la política del odio, solo se puede contraponer la esperanza bien fundamentada en que otro mundo es posible si estamos dispuestos a pararnos a pensar y cambiar nuestra forma de actuar partiendo de una premisa sencilla sobre la que cimentar un amplio consenso social: no tenemos planeta B y ni la vía del sálvese quien pueda, ni la del odio que lleva a la guerra por los recursos son la solución. Para ello es necesario volver a poner en el centro los mejores valores humanísticos tanto religiosos como laicos que ha construido la humanidad, unir la voz de los científicos hijos de la ilustración con la de los líderes éticos del mundo.

El odio no se apaga ni con más odio ni con más fuerza. Pero el amor y la bondad son radicales y revolucionarios. Esto lo comprendieron muy bien los primeros cristianos que opusieron a la brutalidad de Roma el amor. Y los revolucionarios franceses cuando proclamaron la fraternidad como una de las divisas del mundo nuevo que querían alumbrar. Aunque la burguesía se apropió de la libertad a secas. Y el socialismo olvidó la fraternidad. Esta última, la fraternidad, es la bandera a levantar y reivindicar. Donde todas las personas caben sin exclusión y todas las aportaciones suman. No hay barrera más dura de atravesar, a pesar de su aparente fragilidad que la del amor y la fraternidad.

Ésta es la semilla que hay que plantar y hacer germinar en esta sociedad nuestra desesperanzada. Una semilla que ha de ser regada con la ilusión. Porque sin ilusión y sin esperanza la democracia se marchita, como estamos viendo en estos tiempos de los Trump, Le Pen Salvini, Bosonaro. Es necesario que hablemos sin tapujos de lo que está ocurriendo social y ambientalmente, a la vez que transmitimos ilusión y esperanza. Sí. Hemos de repetir este mensaje una y otra vez.

En estos tiempos en que parece que puede soplar, otra vez, el huracán de la historia, ni el humanismo ni la solidaridad quizás sean suficientes. Quizás sean necesarias invocaciones más poderosas. Y no hay nada más poderoso que el amor, que políticamente se traduce como fraternidad. Esta forma de política no impide ni la contundencia de la palabra, ni la acción civil no violenta de la sociedad, ante los retos climáticos y ecológicos que tenemos que afrontar y la inoperancia y dejadez de los políticos actuales, que han corrompido y pervertido el noble arte de la política y con su actitud están comprometiendo la supervivencia de muchas personas. Por ello hemos de (re)construir la situación desde todos los ámbitos.

Para ello tenemos que volver a ordenar nuestra escala de valores y repensar cómo nos movemos, alimentamos, producimos y consumimos nuestra energía y todos los bienes necesarios para asegurarnos un buen vivir en equilibrio con la naturaleza. La buena noticia es que Andalucía tiene una gran riqueza agrícola, sol y viento de sobra, una rica tradición rural con valiosos saberes ancestrales junto con universidades con grupos e institutos de investigación punteros. Es posible vivir mejor consumiendo menos energía y menos recursos. Sólo necesitamos activarnos en torno un proyecto común de esperanza. Desde lo pequeño, desde lo cotidiano. Desde lo hermoso. Tenemos que desplazar las cosas medio palmo. Medio palmo de profundidad para que todo sea diferente. Eso es una revolución. Esa es nuestra tarea hoy.


Esteban de Manuel-Coportavoz de Equo Sevilla
Francisco Soler-Coportavoz de Equo Andalucía  
https://www.eldiario.es/andalucia/enabierto/Andalucia-Frente-odio-esperanza_6_843125724.html