Fuente del Maestre, de los pueblos extremeños más castigados por la represión franquista


El 20 de agosto de 1936, hace unos ochenta años, el teniente coronel Delgado Barreto al mando de una tropa de legionarios y regulares procedentes de África entraba en Fuente del Maestre, una localidad ubicada en la zona central de la provincia de Badajoz, próxima a la Vía de la Plata, que contaba en ese año con unos 8.300 habitantes. Sin encontrar apenas resistencia, la ocupación del pueblo fue rápida. Bastó un paseo, una simple demostración de fuerza y unos cuantos disparos para que los sublevados se hicieran con su control.

Para entonces en el pueblo quedaban pocos republicanos que pudieran haberles hecho frente. El día 9, después de que los sublevados hubieran tomado ya Los Santos de Maimona, Zafra, Almendralejo y Villafranca, corrió el pánico y numerosos integrantes del comité local de defensa huyeron. Tampoco se quedaron los milicianos dirigidos por el cacereño Antonio Villarroel que habían llegado horas después tras ser avisados de la indefensión en la que había quedado el municipio, ni la columna comandada por el diputado comunista José María Cartón que, pasando por La Fuente ese mismo día, se dirigió a la mañana siguiente a combatir a los fascistas en Villafranca.

Una vez tomada la población, el día 22 se constituyó una comisión gestora integrada por conservadores, falangistas y reaccionarios, presidida por el jefe local de Falange Española, Luis Periáñez, la cual, entre sus primeras medidas, mandó tapiar calles para asegurar la defensa del pueblo, requisar muebles y otros efectos de valor, incautar la Casa del Pueblo, prohibir enérgicamente la ocultación de personas en las casas, exigir la devolución de los objetos y armas que hubieran sido robados, abrir una campaña de donativos en oro –eufemismo para los vencidos- con el fin de contribuir con la “salvación de España”i y aniquilar de raíz toda disidencia.

La represión, que no dio inicio hasta cuatro días después para que quienes hubieran huido se confiaran y regresaran, estrategia seguida en otros pueblos, se ejecutó con total impunidad. De poco sirvieron los trapos blancos en los postigos, que no hubo piedad. Las fuerzas locales, en connivencia con la mayoría de los que se habían opuesto a la República desde su misma proclamación, incluida por supuesto la Iglesia, arremetieron con una sádica planificación para que nunca más se volviera a soñar con una vida más justa.

No perdonaban que trabajadoras y trabajadores de todos los ramos tuvieran conciencia de clase, que se organizaran, que cuestionaran la desigualdad, los privilegios, el despotismo, el clericalismo, el orden natural y divino de siempre, que se movilizaran y lucharan por un jornal justo, por un trato digno, por ejercer el voto libremente, por sus derechos, que ansiaran trabajar las tierras que los señores no ponían a producir.
Manifestación del 1 de mayo de 1931 por la calle Corredera. Fuente: J. Lozano, Fuente del Maestre, la imagen de cien años.

¿Cómo volver a consentir la propagación de panfletos donde se denunciara abiertamente a los terratenientes que amenazaban con despedir a todo aquel que no les diera su voto, dejándolos en la más absoluta miseria? ¿Cómo aceptar que las clases populares entraran a formar gobierno y sus políticas se encaminaran a mermar su poder absoluto? ¿Cómo permitir que un millar de obreros se les enfrentara a través de un paro continuado hasta conseguir en enero de 1933 unas condiciones laborales más justas y que ellos –los señores, los que habían mandado siempre- tuvieran todavía que cederles unas tres mil fanegas en arrendamiento?ii ¿Cómo tolerar, por mucho que hubieran sido ellos quienes habían boicoteado las tímidas medidas de reforma agraria, que los jornaleros tuvieran el atrevimiento de ocupar siquiera una de sus fincas tras la victoria del Frente Popular?

No estaban dispuestos. Por eso, desde el momento en el que se proclamó la República y se comenzó a legislar para darle forma a la democracia, elementos militares, reaccionarios y fascistas hicieron todo lo posible para frenar el avance de la lucha obrera. También en Fuente del Maestre, donde el punto álgido de su oposición tuvo lugar durante el Bienio Conservador, en concreto tras la celebración del 1 de mayo de 1934, Día del Trabajador, cuyos sucesos fueron recogidos por toda la prensa del país.

Después de pasar la jornada festiva en la Sierra, centenares de hombres y mujeres se manifestaron en el pueblo, desplegando banderas, coreando consignas, cantando la Internacional. Cuando la guardia civil y la municipal quisieron impedirlo, se produjo el enfrentamiento, que se saldó con cuatro obreros muertos, numerosos manifestantes heridos y decenas de detencionesiii. Al tiempo que el consistorio acordaba en pleno gratificar por su “actuación heroica” a los guardiasiv, de los que alguno también había resultado herido, la Comisión Ejecutiva de la UGT denunciaba la complacencia del gobierno central ante ese tipo de hechosv y el diputado comunista Cayetano Bolívar condenaba enérgicamente el abuso de la fuerza pública en este pueblo ante la misma cámara del Congresovi.

Pero esta actuación represiva no fue más que la antesala de la que se sucedería tras la ocupación de la población, cuando tuvo lugar un verdadero genocidio, del que incluso fueron víctimas familias completas. Con un absoluto sentido ejemplarizante, muchas mujeres fueron violadas, humilladas, rapadas y purgadas, para luego, después de que el aceite de ricino hubiera hecho su efecto, ser paseadas públicamente e incluso llevadas a misa para el escarnio de todosvii. La “vaca”, el nombre que recibió el coche que los transportaba por el sonido característico de su claxon, estuvo haciendo viajes diariamente por los meses siguientes a las tapias del cementerio, a la vez que, cual macabra campana de Pavlov, iba induciendo un miedo que se transmitiría por generaciones.

La tradición oral hace referencia a unas cifras que oscilan entre las 300 y 350 personas fusiladas, de las que el historiador Javier Martín Bastos ha podido documentar 203, no sin advertir de la ocultación de datos, los eufemismos y omisiones en las inscripciones de defunciones de los registros civilesviii. A estas pérdidas humanas habría que sumar otras seis condenadas a pena capital, y que han sido documentadas por la historiadora Candela Chavesix.

Con edades comprendidas entre los 17 y 64 años y una edad media en torno a los 35, más de la mitad eran jornaleros. Sorprende el elevado número de zapateros, hasta catorce, un gremio que había sido muy contestatario. Un trece por ciento eran miembros de la Corporación Municipal o dirigentes de la Casa del Pueblox. También fueron mujeres, doce, cantidad que los testimonios orales elevan a quince. Todos, víctimas de los “paseos”, que tuvieron lugar desde el día 24 de agosto hasta el 14 de noviembre de 1936 y, de forma puntual, el 6 de septiembre de 1937. Asesinatos en masa sin juicio alguno, con días fatídicos, como el 17 de septiembre de 1936, tres días después de cuando se conmemora al Cristo de las Misericordias, patrón del pueblo, en el que se llegan a contabilizar hasta 25 fusilados.

Martín Bastos, que ha abordado la represión franquista en la provincia de Badajoz, presenta a Fuente del Maestre como una de las localidades más castigadas –la décima en cuanto al número de víctimas documentadas en su investigaciónxi. Sin duda, esta desproporcionada magnitud sólo puede explicarse si se atiende a la significativa relevancia que tuvo la lucha obrera, al elevado grado de concienciación y organización, así como a la alta movilización social habida desde 1931, como respuesta al dominio absolutista de unas cuantas familias que se habían perpetuado en el poder desde tiempos inmemoriales. Por eso el carácter planificado, ejemplarizante y depurador del exterminio franquista, cuya naturaleza no guarda relación con la violencia desatada entre el golpe de estado y la ocupación del pueblo.

Antes del 20 de agosto, el Comité Local había incautado armas, saqueado y detenido a todo aquel que hubiera conspirado contra la legalidad democrática y se hubiera manifestado a favor de la sublevación. Francisco Espinosa, a partir de algún testimonio recogido, refiere como la derecha de este pueblo reconoció que los presos fueron tratados “si no con respeto y dignidad, tampoco de forma despiadada y cruel”xii. Si bien en la noche del 9 y el 10 de agosto tuvieron lugar once ejecuciones, éstas fueron ordenadas por Villarroel y practicadas por la columna de milicianos que dirigía, quienes habían llegado de fuera después de que la mayoría de los dirigentes republicanos fontaneses ya hubieran huido y los presos hubieran sido puestos en libertad.

La elocuencia de las cifras, la planificación y la tipología de la violencia franquista muestran en cambio una represión de corte fascista a la que todavía hay que sumarle otro siniestro componente. Damnatio memoriae, la condena de la memoria. Es decir, la política de olvido programado, que se impuso primero a base de terror durante la dictadura franquista. El historiador Joaquín Pascual recuerda como en los años cincuenta, cuando apenas era un niño, muchas mujeres se quedaban rezando sin pasar de la puerta de entrada al cementerio, donde se encuentra el grueso de la fosa común, para no ser identificadas. Luego, se aceptaría de forma tácita e interesada desde la Transición Democrática.

Como en todo el país, en Fuente del Maestre sólo se reparó la memoria de los vencedores. El 9 de septiembre la Comisión Gestora acordaba en pleno celebrar honras fúnebres en sufragio de las víctimas de las “milicias rojas”xiii. El 7 de julio de 1938 se exhumaban sus cuerpos del pozo del cementerio donde habían sido arrojados, para después ser enterrados con toda solemnidad en una capilla del convento de los franciscanos. Y hasta la llegada de la democracia, una lápida en el muro exterior del crucero de la iglesia parroquial recordaba sus nombres, junto con los de los caídos por la patria en acción de guerra.

A los fusilados de la represión fascista, nada. Cuando por fin en el 2002 una corporación socialista decidió homenajearles con la colocación de un monolito, tres años más tardes el Partido Popular sustituyó la leyenda: “En memoria de los que perdieron su vida por la democracia y la libertad” por la de: “En recuerdo de las personas humildes que están enterradas en el subsuelo de este cementerio”, volviendo a sumir su recuerdo en la más profunda invisibilidad de la fosa en la que siguen yaciendo. Y todavía pudo ser peor, recuerda Pascual, ya que sobre la misma se pretendió construir unas hileras de nichos, lo que hubiera imposibilitado cualquier iniciativa de exhumación futura. La propuesta, que fue contestada enérgicamente, acabó derivando en la creación de una aséptica e innominada zona ajardinada.
Monolito en el cementerio municipal antes y después del cambio de la leyenda. Fotografía de realización propia.

Esta desmemoria programada y estos continuos embistes a los intentos de reparación de la dignidad de los represaliados, que habría sanado heridas, contribuido a hacer justicia y favorecido una reflexión crítica y constructiva de nuestro presente, le conviene al sistema. Ochenta años después sigue interesando perpetuar la imagen de una Extremadura del aquí no pasó nada, del sufrieron igual los dos bandos, del aquí nunca hubo lucha obrera, de señores y criados, del conformismo y la resignación, del no te signifiques ni te metas en política. La imagen que hemos creído e interiorizado, la que todavía sigue proyectándose, al tiempo que desmovilizando a buena parte de la población.

Pero lo cierto es que, en esta tierra, en Fuente del Maestre, sí hubo movimiento obrero. Sí hubo una lucha organizada para la conquista de derechos y la dignificación de la vida. Los hechos y las cifras de los fusilados en la tapia Oeste del cementerio lo corroboran. Lo que ocurre es que quienes detentan el poder saben que, si se reparase su dignidad, se hiciera justicia, se dieran a conocer los episodios traumáticos de la represión franquista, se construyeran nuevos relatos con base en la verdad histórica y éstos se contaran en las escuelas, la memoria de los vencidos podría ser el acicate de una ciudadanía más consciente y más movilizada. Acciones con las que, irresponsablemente, jamás podrán estar de acuerdo.

i Archivo Municipal de Fuente del Maestre. Acta de sesión de 24 de agosto de 1936.
ii La Voz, (Madrid), “Un grave paro obrero resuelto satisfactoriamente”,31 de enero de 1933, p. 1.
iii La Voz, (Madrid), 2 de mayo de 1934, p. 1
iv Archivo Municipal (…). Acta de sesión de 7 de mayo de 1934
v La Libertad, (Madrid), “Unión General de Trabajadores. Solidaridad con los trabajadores de Puertollano”, 4 de mayo de 1934.
vi El Sol, (Madrid), 18 de mayo de 1934, “La sesión de las Cortes” p.2
vii Testimonio recogido por M. Almoril, cit. en F. Espinosa, La Columna de la Muerte, Barcelona, Crítica, 2003, p. 158.
viii J. Martín Bastos, Pérdidas de vidas humanas a consecuencia de las prácticas represivas franquistas en la provincia de Badajoz (1936-1950), Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2013, p. 85, 215.
ix C. Chaves Rodríguez, Justicia militar y consejos de guerra en la Guerra Civil y Franquismo en Badajoz. Delitos, sentencias y condenas a desafectos, Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2014.
x F. Espinosa, op. cit., p. 158.
xi J. Martín Bastos, op. cit., p. 944.
xii F. Espinosa, op. cit., p. 154.
xiii Archivo Municipal (…). Acta de sesión de 7 de septiembre de 1937.

 
Alfonso Suárez Pecero


Alfonso Suárez Pecero (1983) es licenciado en Historia y en Humanidades (Universidad de Extremadura). Cuenta con un Máster en Arquitectura y Patrimonio Histórico (Universidad de Sevilla) y otro en Gestión y Desarrollo Cultural (Universidad de Guadalajara – México). A lo largo de su desarrollo académico y profesional, se ha ido especializando en temas relacionados con las identidades y percepciones culturales, la memoria colectiva y el patrimonio y paisaje cultural.



Adiós a los jacobinos


Por jacobina entiendo a toda minoría que se haya erigido o se erija en redentora de los pueblos sin los pueblos, sean déspotas ilustrados,  miembros de la montaña, putchistas decimonónicos, líderes socialdemócratas, leninistas, padres de las patrias y otros niños del Palau, profesionales de la política, y economistas de la corriente económica principal para quienes, ceteris paribus, ya no queda por delante más historia que una repetición sine die de lo que hoy acontece. Una característica común a todos ellos es que aprovechan las ilusiones colectivas que contribuyen a crear para conducirlas en beneficio propio.

Aquí y ahora, los jacobinos de derecha y de izquierdas están de capa caída. Todavía en los años ochenta, la ofensiva neo liberal de la derecha se arropaba en principios que ponían en manos de los empresarios, que ya no al Estado, la  alternativa a los problemas del paro y de la recesión: favoreciendo el enriquecimiento de la minoría de plutócratas y empresarios –se decía-, se favorece la inversión y, por tanto, el empleo; la iniciativa privada es más eficiente que la pública, etc.  Hoy treinta años después, tras comprobar amargamente qué ha sido del empleo y del bienestar bajo su mandato, en plena debacle del sistema que contribuyeron a crear, los neo-liberales han sustituido sus viejos argumentos por otro más rudo y racial: “por la cara”, y todo aquel que se atreva a cuestionar el fraude, sean parados, pensionistas, enfermos, padres de alumnos, desahuciados a los bancos será considerado como “antisistema”, y deberá atenerse a las consecuencias sin que las imágenes salgan por la televisión.

No deja de ser cínico que los representantes más genuinos del capital descalifiquen a las víctimas como antisistema cuando a lo largo de la historia ha sido el capital el que ha destruido civilizaciones preexistentes, o si no que se lo pregunten a los afro-americanos, cuyos antepasados fueron extraídos de su sistema de vida por los emprendedores del XVII y del XVIII para ser encadenados en bodegas y vendidos como esclavos. Pero el descrédito político les importa un pimiento a los jacobinos de la derecha; al fin y al cabo ellos han contribuido a minimizar la política y el Estado, reducirlos a poco más que el aparato represivo, y lo que les importa realmente es traer aceleradamente las reformas para que el capital, especialmente el financiero, se reproduzca sin cortapisas.

Otra cosa es lo que les está ocurriendo a los jacobinos de izquierda, a los otrora socialdemócratas que jugaron a desarrollar las fuerzas productivas para proceder a una mejor redistribución de la riqueza entre las clases más necesitadas. Todo el aparato político, más los miles de empleados públicos, clientes cooptados por el partido, se están quedando sin cometido desde que los beneficiarios actuales del reparto son las empresas y las entidades financieras que consiguen recapitalizarse en detrimento de todos. Sin nada que repartir, los benefactores socialistas, percibidos como coautores del actual desaguisado, metidos en sus cosas, reciben sucesivos batacazos electorales.

Asistimos a la crisis de la política vista como responsabilidad, y por tanto patrimonio, de una “clase”.  Ante el improbable retorno a las bases del consenso del siglo XX entre trabajadores organizados y capital que parió el Estado del Bienestar, la ciudadanía de izquierdas no tiene más que una salida: romper con el jacobinismo; no hay más salida a la situación actual que la gente se ocupe colectivamente de los asuntos que le competen, desde la consecución de un sistema financiero a su servicio hasta la construcción de una educación reglada innovadora e ilusionante. Sencillamente, lo que se requiere puede resumirse en un solo concepto: democracia real.

La gente busca canales de participación política real, ser tenida en cuenta, y ya está tomando decisiones en ese sentido. Hay opciones políticas que apuntan en ese sentido. ¿En qué pueden contribuir los partidos de izquierdas tradicionales, herederos del centralismo democrático y de la veneración interesada al gran jefazo, al cambio que se observa? De una forma sencilla: desapareciendo como “clase”; abandonando la idea de que la acción política se circunscribe a la lucha por el poder dentro de la organización; teniendo la valentía de renunciar a seguir gestionando la nada a cargo de los contribuyentes; levantando las barreras de entrada que, por preservar el modus vivendi, petrifican las jerarquías y obstaculizan el paso de la ciudadanía y sus problemas a las organizaciones políticas.

Ese cambio no se conseguirá sólo con voluntarismo o altruismo. No ocurrirá sin cambiar la estructura de recompensas en la profesión, premiando a quienes se dediquen a  potenciar las capacidades políticas de los ciudadanos; es decir, a políticos que llamaremos “de proximidad”. Se necesitarán reformas muy profundas para conseguirlo: reformas en el sistema electoral; reformas en el organigrama, financiación y concepción de los partidos; reformas que permitan la permeabilidad y rotación de la representación; reformas institucionales para hacernos ver que la política es cosa de todos.


Carlos Arenas Posadas
 https://encampoabierto.com/2012/10/29/adios-a-los-jacobinos/

Ochenta años después

La derrota del franquismo está siendo muy lenta. No obstante, las celebraciones en este octogésimo aniversario van quedando relegadas a la extrema derecha, con Intereconomía de protagonista, además de otras opiniones erráticas de la todavía legal Fundación Francisco Franco o alguno de sus miembros, que encuentran acomodo en las páginas de ABC, y aparte de algunas parroquias católicas, que siguen acogiendo el acontecimiento sin avergonzarse. Para la gente normal, la fecha del 18 de julio no pasa de ser un mal recuerdo.

La historiografía también ha dado pasos definitivos. Atrás ha quedado la justificación del Alzamiento Nacional con la falacia de la revolución comunista o de la Cruzada con la hipérbole de la persecución religiosa. En la sociedad, el golpe de Estado también va perdiendo las justificaciones, a pesar del esfuerzo permanente que realiza la Iglesia católica con su martirologio y a pesar de los negacionistas, encabezados por Stanley G. Payne, que se retrotraen a la Revolución de 1934 o la proclamación de la República para encontrar justificación del golpe de Estado.

La interpretación de la equidistancia, sin embargo, aquella del “todos fuimos culpables” de Vidarte o de “no fue posible la paz” de Gil Robles, que terminaba calificando a la Guerra como una catástrofe colectiva inevitable, que había que olvidar, esa interpretación tarda más en caer. A veces reverdece, incluso, y uno puede encontrar autorizados artículos de opinión en El País cargados de expresiones como “contienda fratricida”, “cataclismo colectivo”, “deplorable catástrofe de atrocidades homicidas” y otras varias, así dichas, sin más precisión, que conducen inevitablemente a la arcaica catástrofe colectiva que nos invitaba a olvidar.

Pero esta tesis de la equidistancia ya no cuaja, como lo hizo durante el régimen de la Transición, porque ahora existen las fosas abiertas y, paso a paso, van apareciendo todos los nombres y sus esqueletos. “Aquello” ya no se puede ocultar. Por si quedaban dudas para algunos, el Tribunal Supremo calificó los crímenes del franquismo como crímenes contra la humanidad. Lo hizo en el razonamiento QUINTO de la sentencia 102/2012 de la Sala de lo Penal, por la que absolvía al juez Garzón del delito de prevaricación, con estas palabras: “Los hechos anteriormente descritos, desde la perspectiva de las denuncias formuladas, son de acuerdo a las normas actualmente vigentes, delitos contra la humanidad en la medida en que las personas fallecidas y desaparecidas lo fueron a consecuencia de una acción sistemática dirigida a su eliminación como enemigo político”. Como razonaba Antonio Elorza en El País el 1 de noviembre de 2008, de los crímenes nazis a Karadzic, una calificación (jurídica) adecuada de los crímenes vale más que una cascada de libros”. 

Pese a quien pese, esta es la novedad del octogésimo aniversario. De modo que para la ciencia histórica, el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 fue un acto “fuera de toda legalidad”, que atentó “contra la forma de gobierno”, proyectando y ejecutando un “crimen contra la humanidad”, según está demostrado historiográficamente y aseverado por la Audiencia Nacional y por el Tribunal Supremo. Fin del debate interpretativo.

La sociedad, sin embargo, camina más lenta y el franquismo perdura. Pero el camino para remediarlo no es la ocurrencia que acaba de tener el abogado Eduardo Ranz con la aquiescencia de Zapatero, de emprender una iniciativa legislativa popular para mejorar algunos aspectos de la conocida como Ley de Memoria Histórica. El movimiento memorialista, sin necesidad de personalismos anacrónicos, hace ya mucho tiempo que viene buscando el acuerdo de los partidos con representación parlamentaria para crear un Comisión de la Verdad, que asiente con todo rigor la verdad histórica ya conocida y que oriente a los poderes públicos acerca de la legislación deseable, como han hecho todas las comisiones de la verdad en los países que sufrieron dictaduras criminales. Esta es la tarea en el octogésimo aniversario del crimen


Marcelino Flórez

«ENTRE TODOS LAS MATAMOS»


A veces sospecho que me estoy quedando sin argumentos. Que estoy dejando de creer en las promesas y hasta en las palabras. Que la posibilidad de que dejen de matar a mujeres hombres que un día dijeron amarlas es una quimera.

No soy de natural conformista y nunca he sido de esos fatalistas que aseguran que no hay nada nuevo bajo el sol, que siempre ha habido ricos y pobres y que siempre los habrá, del mismo modo que guerras o racismo. No hace tantos años llegué incluso a creer que al menos en nuestro país la igualdad entre los sexos se atisbaba en el horizonte y que el machismo se encontraba en franca retirada.

La igualdad era el discurso social hegemónico, las leyes que la promovían se aprobaban por unanimidad, las mujeres destacaban en lo académico y se incorporaban al mercado de trabajo garantizando sus ansias de autonomía. Los hombres aceptaban estos cambios con naturalidad y era más fácil observar sus resistencias en su falta de iniciativa, en el modo en que las dejaban hacer en público o en cómo se escaqueaban en lo doméstico, que en su defensa de los discursos conservadores.

Tal era el optimismo que interpretábamos el incremento de las denuncias por violencia de género como el resultado del aumento de la sensibilidad ante un fenómeno en retroceso que llevaba a las víctimas a denunciarlo en cuanto mostraba sus primeros síntomas. Cada año crecían los recursos para proteger a las víctimas, se empezó a formar a quienes las acompañaban en el proceso (policías, jueces) e incluso a intervenir psicopedagógicamente con algunos victimarios.

Al rechazo social a los ejecutores de maltrato se unía una protección efectiva de las víctimas que buscaba ayudarlas a cortar con los lazos de dependencia económica y emocional que las hacían volver con los agresores, y la presencia creciente de hombres en las manifestaciones cuestionaba el silencio cómplice en el que se apoyaban los agresores para justificar culturalmente su comportamiento con las mujeres.

Las críticas contra la Ley de violencia de género hablaban de sus insuficiencias, de que al limitar su aplicación a la violencia en las parejas heterosexuales parecía cuestionar el carácter de género del resto de las violencias machistas contra las mujeres (el acoso sexual, la violación, el asesinato...), de no hablar de las violencias que sufren los colectivos LGTB.

Hablo de una época en la que predominó la idea de que bastaba con que la acción política denunciara los privilegios masculinos, al tiempo que empoderaba a las mujeres, para que la sororidad entre estas y el aislamiento de los hombres más refractarios nos fuera llevando a un contrato social más igualitario. Una época en que la unanimidad lograda en torno a la Ley contra la violencia de género creó la sensación de que la lucha por la igualdad y contra las violencias machista había dejado de tener color político y nos hizo confundir la crisis de legitimidad del machismo con el principio del fin de su derrota, subestimando su capacidad de adaptación.

Hubo voces, apenas escuchadas, que sin cuestionar que lo prioritario era acabar con las desigualdades que sufren las mujeres, alertaban de lo injusto y peligroso que era olvidar a los hombres, de lo importante que era apoyarlos en el cambio que se les exigía para transformar su desconfianza en conciencia de los beneficios universales de la igualdad.

Se ignoró el temor, no siempre consciente, de muchos hombres que creen que lo que busca el feminismo es invertir las relaciones de poder entre los sexos, y fue un error creer que se puede posponer indefinidamente el abordaje de la violencia de género que sufren los niños en su proceso de socialización para que sean homófobos, repriman sus emociones, se expongan a riesgos innecesarios, usen la violencia en la resolución de los conflictos...

No se vio que al incorporar los problemas de los hombres a las políticas de igualdad no se pretende igualar sus problemas a los de las mujeres, ni supone un reparto de los recursos, sino que busca que vean que se cuenta con ellos en el diseño del futuro en igualdad que propone el feminismo. Que lo que se precisa es combatir las resistencias de los hombres, animándoles a que abandonen sus privilegios, a que dejen de soportar el precio que pagan por los mismos y a que vean la necesidad de deconstruir las masculinidades.

Después, la Crisis acabó con muchos espejismos; primero fue la supresión del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y la del Ministerio de Igualdad, a las que siguieron los recortes del Gobierno del PP que dieron paso a un discurso neo- y post-
machista que, haciendo bandera de la igualdad efectiva frente a las medidas de discriminación positiva, logró ponernos a la defensiva.

Faltan recursos para apoyar a unas víctimas sobre las que se ha extendido la sospecha de las denuncias falsas, pese a que la mitad de las que resultan asesinadas lo son pese a haber denunciado su situación, sin que nadie, ni jueces ni delegaciones de gobierno, asuman ninguna responsabilidad por dejarlas desprotegidas. Se trata de un retroceso de consecuencias incalculables.

Hartas ya de estar hartas, las feministas convocaron el 7N de 2015 a cientos de miles de personas que recorrieron las calles de Madrid para exigir una lucha sin cuartel contra las violencias machistas. El 21 de octubre de 2006 celebramos en Sevilla la primera manifestación de hombres contra la violencia machista para acabar con el silencio cómplice de la mayoría, y en el tiempo transcurrido se ha avanzado mucho en este terreno, pero el número de las asesinadas no desciende y la experiencia de los países más igualitarios nos demuestra que no va a descender si no logramos una implicación más activa y consciente de los hombres.

Por eso, el próximo 21 de octubre, diez años después de aquella primera manifestación, hemos vuelto a convocar en Sevilla a hombres de todo el Estado para demostrar que, a pesar de todo, somos muchos los que vemos que el machismo es violencia. Aspiramos a ser muchos, pero nuestro éxito será lograr que quienes no acudan se sientan con la necesidad de justificar su ausencia.


José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad

La naturaleza irónica del cambio climático


Vivimos en un planeta esquilmado, quebrado, con un patrimonio neto natural inferior al 50 por 100 del capital natural que existía antes de la industrialización. Su cuenta de explotación también presenta pérdidas. Éstas se traducen en una deuda de carbono, en forma de cambio climático, para la generación actual y para las generaciones futuras. Ignoramos que las decisiones que hoy adoptamos causarán problemas irreversibles e incertidumbres a las generaciones futuras. Olvidamos la naturaleza limitada de los recursos naturales y la capacidad del planeta de reciclar los residuos. Vivimos instalados en el mito del crecimiento económico y la guerra soterrada por los combustibles fósiles que están perturbando el planeta.

Para buscar respuesta al abuso de la Naturaleza, acudo a la tragedia griega de Antígona y tomo como punto de aproximación el conflicto entre los seres humanos y la divinidad. Entre las leyes de los hombres y las de los dioses. Es importante advertir la imposibilidad moderna de la tragedia debido a la sustitución de la razón sagrada por la irónica. Es esta oscilación la que nos indica el camino. Etimológicamente lo sagrado es lo que funda, lo esencial, lo que protege. E ironía significa fingir ignorancia. El uso del significado etimológico de ambos términos, en el ámbito de la relación de los seres humanos con la Naturaleza, nos muestra la negación del carácter esencial de las leyes de la naturaleza realizado y su reemplazo por las leyes económicas, desvelando la naturaleza irónica del cambio climático. Esta afirmación conlleva, a su vez, la negación de la naturaleza trágica de este acontecimiento, en cuanto que admitirla equivaldría a negar la culpa del ser humano en la producción del cambio climático, ya que la culpa, en la tragedia, es una fatalidad que deriva de un acontecimiento sobre el que el ser humano no tiene control. Aceptar la naturaleza trágica del cambio climático, supondría admitir la tesis de quienes sostienen que éste es un acontecimiento originado por la variabilidad natural del clima, no por el hombre.

En la ironía posmoderna del cambio climático y la crisis ecológica y de biodiversidad, que no tragedia, en cuanto que la culpa hay que buscarla en los hombres y no en los dioses, la Naturaleza, que se niega a ser el cuerpo fecundo de la actividad económica del hombre, representa a Antígona. Los seres humanos encarnan el papel de Creonte, el rey que impone la ley humana de la economía. Y el cambio climático, resultado de la infracción de las leyes de cierre de ciclos de la naturaleza, representa a Polinices, el hermano muerto y no enterrado de Antígona. El calentamiento global simboliza la pérdida de la conciencia del hombre de su pertenencia a la Naturaleza, semejante a la que producía el no enterramiento de los cadáveres para los antiguos. Un tabú. Los residuos (de carbono) quedan en el agua, en la tierra, en el aire, sin enterrar, como en el mito griego, condenados a vagar por el planeta sin desaparecer, igual que las almas de los muertos, no enterrados, que vagaban por la orilla del río Leto sin poder sumergirse en él. Son la forma posmoderna de la imposibilidad de olvidar el calentamiento global. De martirio de hombres, especies y ecosistemas. Se infringe así la más antigua de las leyes biológicas: la de la higiene, y tanto los seres humanos como la naturaleza sólo pueden sobrevivir.

Para sumergirnos en el río Leto y superar el acontecimiento irónico que constituye el cambio climático, es necesario que aceptemos que los límites del planeta son los elementos esenciales en los que se funda la vida. Son lo que nos protege. Son sagrados. Pero si en nuestro afán de decidir por nosotros mismos y actuar de manera independiente del entorno, continuamos fingiendo ignorancia, negando los límites, la Naturaleza nos mostrará la finitud de cualquier ley humana. «La ironía dramática de lo callado [,entonces,] será abrasadora.»

Francisco Soler

Abogado, poeta, ensayista y artículista sobre temas de ecología política