El 20 de agosto de 1936, hace unos ochenta años,
el teniente coronel Delgado Barreto al mando de una tropa de
legionarios y regulares procedentes de África entraba en Fuente del
Maestre, una localidad ubicada en la zona central de la provincia de
Badajoz, próxima a la Vía de la Plata, que contaba en ese año con
unos 8.300 habitantes. Sin encontrar apenas resistencia, la ocupación
del pueblo fue rápida. Bastó un paseo, una simple demostración de
fuerza y unos cuantos disparos para que los sublevados se hicieran
con su control.
Para entonces en el pueblo quedaban pocos
republicanos que pudieran haberles hecho frente. El día 9, después
de que los sublevados hubieran tomado ya Los Santos de Maimona,
Zafra, Almendralejo y Villafranca, corrió el pánico y numerosos
integrantes del comité local de defensa huyeron. Tampoco se quedaron
los milicianos dirigidos por el cacereño Antonio Villarroel que
habían llegado horas después tras ser avisados de la indefensión
en la que había quedado el municipio, ni la columna comandada por el
diputado comunista José María Cartón que, pasando por La Fuente
ese mismo día, se dirigió a la mañana siguiente a combatir a los
fascistas en Villafranca.
Una
vez tomada la población, el día 22 se constituyó una comisión
gestora integrada por conservadores, falangistas y reaccionarios,
presidida por el jefe local de Falange Española, Luis Periáñez, la
cual, entre sus primeras medidas, mandó tapiar calles para asegurar
la defensa del pueblo, requisar muebles y otros efectos de valor,
incautar la Casa del Pueblo, prohibir enérgicamente la ocultación
de personas en las casas, exigir la devolución de los objetos y
armas que hubieran sido robados, abrir una campaña de donativos en
oro –eufemismo para los vencidos- con el fin de contribuir con la
“salvación de España”i
y aniquilar de raíz toda disidencia.
La represión, que no dio inicio hasta cuatro días
después para que quienes hubieran huido se confiaran y regresaran,
estrategia seguida en otros pueblos, se ejecutó con total impunidad.
De poco sirvieron los trapos blancos en los postigos, que no hubo
piedad. Las fuerzas locales, en connivencia con la mayoría de los
que se habían opuesto a la República desde su misma proclamación,
incluida por supuesto la Iglesia, arremetieron con una sádica
planificación para que nunca más se volviera a soñar con una vida
más justa.
No perdonaban que trabajadoras y trabajadores de
todos los ramos tuvieran conciencia de clase, que se organizaran, que
cuestionaran la desigualdad, los privilegios, el despotismo, el
clericalismo, el orden natural y divino de siempre, que se
movilizaran y lucharan por un jornal justo, por un trato digno, por
ejercer el voto libremente, por sus derechos, que ansiaran trabajar
las tierras que los señores no ponían a producir.
Manifestación del 1 de mayo de 1931 por la calle Corredera. Fuente:
J. Lozano, Fuente del Maestre, la
imagen de cien años.
¿Cómo volver a consentir
la propagación de panfletos donde se denunciara abiertamente a los
terratenientes que amenazaban con despedir a todo aquel que no
les diera su voto, dejándolos
en la más absoluta miseria? ¿Cómo aceptar que las clases populares
entraran a formar gobierno y sus políticas se encaminaran a mermar
su poder absoluto? ¿Cómo permitir que un millar de obreros se les
enfrentara a través de un paro continuado hasta conseguir en enero
de 1933 unas condiciones laborales más justas y que ellos –los
señores, los que habían mandado siempre- tuvieran todavía que
cederles unas tres mil fanegas en arrendamiento?ii
¿Cómo tolerar, por mucho que hubieran sido ellos quienes habían
boicoteado las tímidas medidas de reforma agraria, que los
jornaleros tuvieran el atrevimiento de ocupar siquiera una de sus
fincas tras la victoria del Frente Popular?
No estaban dispuestos. Por eso, desde el momento
en el que se proclamó la República y se comenzó a legislar para
darle forma a la democracia, elementos militares, reaccionarios y
fascistas hicieron todo lo posible para frenar el avance de la lucha
obrera. También en Fuente del Maestre, donde el punto álgido de su
oposición tuvo lugar durante el Bienio Conservador, en concreto tras
la celebración del 1 de mayo de 1934, Día del Trabajador, cuyos
sucesos fueron recogidos por toda la prensa del país.
Después de pasar la jornada festiva en la Sierra,
centenares de hombres y mujeres se manifestaron en el pueblo,
desplegando banderas, coreando consignas, cantando la Internacional.
Cuando la guardia civil y la municipal
quisieron impedirlo, se produjo el enfrentamiento, que se saldó con
cuatro obreros muertos, numerosos manifestantes heridos y decenas de
detencionesiii.
Al tiempo que el consistorio acordaba en pleno gratificar por su
“actuación heroica” a los guardiasiv,
de los que alguno también había resultado herido, la Comisión
Ejecutiva de la UGT denunciaba la complacencia del gobierno central
ante ese tipo de hechosv
y el diputado comunista Cayetano Bolívar condenaba enérgicamente el
abuso de la fuerza pública en este pueblo ante la misma cámara del
Congresovi.
Pero esta actuación represiva no fue más que la
antesala de la que se sucedería tras la ocupación de la población,
cuando tuvo lugar un verdadero genocidio, del que incluso fueron
víctimas familias completas. Con un absoluto sentido ejemplarizante,
muchas mujeres fueron violadas, humilladas, rapadas y purgadas, para
luego, después de que el aceite de ricino hubiera hecho su efecto,
ser paseadas públicamente e incluso llevadas a misa para el escarnio
de todosvii.
La “vaca”, el nombre que recibió el coche que los transportaba
por el sonido característico de su claxon, estuvo haciendo viajes
diariamente por los meses siguientes a las tapias del cementerio, a
la vez que, cual macabra campana de Pavlov, iba induciendo un miedo
que se transmitiría por generaciones.
La tradición oral hace referencia a unas cifras
que oscilan entre las 300 y 350 personas fusiladas, de las que el
historiador Javier Martín Bastos ha podido documentar 203, no sin
advertir de la ocultación de datos, los eufemismos y omisiones en
las inscripciones de defunciones de los registros civilesviii.
A estas pérdidas humanas habría que sumar otras seis condenadas a
pena capital, y que han sido documentadas por la historiadora Candela
Chavesix.
Con edades comprendidas entre los 17 y 64 años y
una edad media en torno a los 35, más de la mitad eran jornaleros.
Sorprende el elevado número de zapateros, hasta catorce, un gremio
que había sido muy contestatario. Un trece por ciento eran miembros
de la Corporación Municipal o dirigentes de la Casa del Pueblox.
También fueron mujeres, doce, cantidad que los testimonios orales
elevan a quince. Todos, víctimas de los “paseos”, que tuvieron
lugar desde el día 24 de agosto hasta el 14 de noviembre de 1936 y,
de forma puntual, el 6 de septiembre de 1937. Asesinatos en masa sin
juicio alguno, con días fatídicos, como el 17 de septiembre de
1936, tres días después de cuando se conmemora al Cristo de las
Misericordias, patrón del pueblo, en el que se llegan a contabilizar
hasta 25 fusilados.
Martín Bastos, que ha abordado la represión
franquista en la provincia de Badajoz, presenta a Fuente del Maestre
como una de las localidades más castigadas –la décima en cuanto
al número de víctimas documentadas en su investigaciónxi.
Sin duda, esta desproporcionada magnitud sólo puede explicarse si se
atiende a la significativa relevancia que tuvo la lucha obrera, al
elevado grado de concienciación y organización, así como a la alta
movilización social habida desde 1931, como respuesta al dominio
absolutista de unas cuantas familias que se habían perpetuado en el
poder desde tiempos inmemoriales. Por eso el carácter planificado,
ejemplarizante y depurador del exterminio franquista, cuya naturaleza
no guarda relación con la violencia desatada entre el golpe de
estado y la ocupación del pueblo.
Antes del 20 de agosto, el Comité Local había
incautado armas, saqueado y detenido a todo aquel que hubiera
conspirado contra la legalidad democrática y se hubiera manifestado
a favor de la sublevación. Francisco Espinosa, a partir de algún
testimonio recogido, refiere como la derecha de este pueblo reconoció
que los presos fueron tratados “si no con respeto y dignidad,
tampoco de forma despiadada y cruel”xii.
Si bien en la noche del 9 y el 10 de agosto tuvieron lugar once
ejecuciones, éstas fueron ordenadas por Villarroel y practicadas por
la columna de milicianos que dirigía, quienes habían llegado de
fuera después de que la mayoría de los dirigentes republicanos
fontaneses ya hubieran huido y los presos hubieran sido puestos en
libertad.
La elocuencia de las cifras,
la planificación y la tipología de la violencia franquista muestran
en cambio una represión de corte fascista a la que todavía hay que
sumarle otro siniestro componente. Damnatio
memoriae, la condena de la memoria.
Es decir, la política de olvido programado, que se impuso primero a
base de terror durante la dictadura franquista. El historiador
Joaquín Pascual recuerda como en los años cincuenta, cuando apenas
era un niño, muchas mujeres se quedaban rezando sin pasar de la
puerta de entrada al cementerio, donde se encuentra el grueso de la
fosa común, para no ser identificadas. Luego, se aceptaría de forma
tácita e interesada desde la Transición Democrática.
Como en todo el país, en Fuente del Maestre sólo
se reparó la memoria de los vencedores. El 9 de septiembre la
Comisión Gestora acordaba en pleno celebrar honras fúnebres en
sufragio de las víctimas de las “milicias rojas”xiii.
El 7 de julio de 1938 se exhumaban sus cuerpos del pozo del
cementerio donde habían sido arrojados, para después ser enterrados
con toda solemnidad en una capilla del convento de los franciscanos.
Y hasta la llegada de la democracia, una lápida en el muro exterior
del crucero de la iglesia parroquial recordaba sus nombres, junto con
los de los caídos por la patria en acción de guerra.
A los fusilados de la represión fascista, nada.
Cuando por fin en el 2002 una corporación socialista decidió
homenajearles con la colocación de un monolito, tres años más
tardes el Partido Popular sustituyó la leyenda: “En memoria de los
que perdieron su vida por la democracia y la libertad” por la de:
“En recuerdo de las personas humildes que están enterradas en el
subsuelo de este cementerio”, volviendo a sumir su recuerdo en la
más profunda invisibilidad de la fosa en la que siguen yaciendo. Y
todavía pudo ser peor, recuerda Pascual, ya que sobre la misma se
pretendió construir unas hileras de nichos, lo que hubiera
imposibilitado cualquier iniciativa de exhumación futura. La
propuesta, que fue contestada enérgicamente, acabó derivando en la
creación de una aséptica e innominada zona ajardinada.
Monolito en el cementerio municipal antes y
después del cambio de la leyenda. Fotografía de realización
propia.
Esta desmemoria programada y estos continuos
embistes a los intentos de reparación de la dignidad de los
represaliados, que habría sanado heridas, contribuido a hacer
justicia y favorecido una reflexión crítica y constructiva de
nuestro presente, le conviene al sistema. Ochenta años después
sigue interesando perpetuar la imagen de una Extremadura del aquí no
pasó nada, del sufrieron igual los dos bandos, del aquí nunca hubo
lucha obrera, de señores y criados, del conformismo y la
resignación, del no te signifiques ni te metas en política. La
imagen que hemos creído e interiorizado, la que todavía sigue
proyectándose, al tiempo que desmovilizando a buena parte de la
población.
Pero lo cierto es que, en
esta tierra, en Fuente del Maestre, sí hubo movimiento obrero. Sí
hubo una lucha organizada para la conquista de derechos y la
dignificación de la vida. Los hechos y las cifras de los fusilados
en la tapia Oeste del cementerio lo corroboran. Lo que ocurre es que
quienes detentan el poder saben que, si se reparase su dignidad, se
hiciera justicia, se dieran a conocer los episodios traumáticos de
la represión franquista, se construyeran nuevos relatos con base en
la verdad histórica y éstos se contaran en las escuelas, la memoria
de los vencidos podría ser el acicate de una ciudadanía más
consciente y más movilizada. Acciones con las que,
irresponsablemente, jamás podrán estar de acuerdo.
i
Archivo Municipal de Fuente del Maestre. Acta de sesión de 24 de
agosto de 1936.
ii
La Voz, (Madrid), “Un grave paro obrero resuelto
satisfactoriamente”,31 de enero de 1933, p. 1.
iii
La Voz, (Madrid), 2 de mayo de 1934, p. 1
iv
Archivo Municipal (…). Acta de sesión de 7 de mayo de 1934
v
La Libertad, (Madrid), “Unión General de Trabajadores.
Solidaridad con los trabajadores de Puertollano”, 4 de mayo de
1934.
vi
El Sol, (Madrid), 18 de mayo de 1934, “La sesión de las
Cortes” p.2
vii
Testimonio recogido por M. Almoril, cit. en F. Espinosa, La
Columna de la Muerte, Barcelona, Crítica, 2003, p. 158.
viii
J. Martín Bastos, Pérdidas de vidas humanas a consecuencia de
las prácticas represivas franquistas en la provincia de Badajoz
(1936-1950), Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2013,
p. 85, 215.
ix
C. Chaves Rodríguez, Justicia militar y consejos de guerra en la
Guerra Civil y Franquismo en Badajoz. Delitos, sentencias y condenas
a desafectos, Tesis doctoral, Universidad de Extremadura, 2014.
x
F. Espinosa, op. cit., p. 158.
xi
J. Martín Bastos, op. cit., p. 944.
xii
F. Espinosa, op. cit., p. 154.
xiii
Archivo Municipal (…). Acta de sesión de 7 de septiembre de 1937.
Alfonso
Suárez Pecero
Alfonso
Suárez Pecero (1983) es licenciado en Historia y en Humanidades
(Universidad de Extremadura). Cuenta con un Máster en Arquitectura y
Patrimonio Histórico (Universidad de Sevilla) y otro en Gestión y
Desarrollo Cultural (Universidad de Guadalajara – México). A lo
largo de su desarrollo académico y profesional, se ha ido
especializando en temas relacionados con las identidades y
percepciones culturales, la memoria colectiva y el patrimonio y
paisaje cultural.