"Como
el Uruguay no hay", es una frase que gritan con el acento
marcado los uruguayos cuando sacan pecho de las bondades de este
"paisito" encajonado entre Brasil y Argentina, a orillas
del Rio de la Plata. Tal expresión nació en la década de los
cincuenta, donde uno de los países de moda del momento, crecía
económicamente a un ritmo envidiable. Luego ya vendría el
estancamiento y la dictadura cívico-militar, que terminaría con
aquel calificativo que la proclamaba por entonces "la Suiza de
América".
Que
Uruguay está hoy en el mapa occidental bien identificado es
incuestionable. Su expresidente Pepe Mujica, la selección de fútbol,
el mate o sus reconocidísimos literatos: Horacio Quiroga, Onetti,
Benedetti, Eduardo Galeano... tendrán principalmente la culpa. Lo
que a veces, no se sabe es que en Uruguay solo viven 3 millones de
personas, con una densidad de población muy baja, y aun así hacen
tanto ruido en el mundo. Me gusta compararlos con los vascos, que
siendo el mismo número, abultan (con el mayor cariño y
reconocimiento) tanto, y te los encuentras en cualquier lugar de este
mundo.
La
República Oriental del Uruguay, nace en la primera mitad del XIX. El
estado antes que la nación. Un acuerdo diplomático entre Argentina
y Brasil, y donde tuvo gran peso Reino Unido, con intereses
comerciales en el Rio de la Plata, fundan el estado uruguayo. Luego
la construcción de la nación se encargaría de disfrazar e inventar
literatura bélica heroica por la conquista de la independencia, que
no van más allá de eso, la voluntad política de diferenciar una
identidad nacional que en el momento de la consecución del estado
propio era prácticamente idéntica que la argentina. En el propio
nombre del estado se refleja, "oriental" respecto a la
Argentina, y al rio "Uruguay", que significa "pájaros
pintados" en guaraní, como curiosidad.
Ya
vemos una primera excepcionalidad, el nacimiento no vino por “un
alzamiento de ningún pueblo oprimido por los colonos, y que fuera
liderados por un prócer de la patria”. De hecho, es conocido que
el General Artigas, que es el que ocupa ese lugar de protagonista en
la narración de las batallas por la independencia, siempre pensó en
algo más grande, un proyecto donde entraran más territorios de la
región sudamericana. Pero es que además, en Uruguay no hubo grandes
terratenientes, y tampoco la Iglesia católica tuvo implantación (no
había intereses por falta de población "evangelizable").
Además la poca población indígena fue exterminada, dando como
resultado una población étnicamente homogénea, solo alterada por
la llegada de esclavos afrodescendientes. Vemos entonces como es una
anomalía dentro de la historia del siglo XIX en Sudamérica. Los
terratenientes no tenían poder político, que era copado por una
clase política incipiente, la Iglesia tampoco tenía peso
significativo, sigue siendo el país más laico hasta el día de hoy
del continente, y la cuestión étnico-racial no era fruto de
disputas ni atención política.
Los
historiadores dibujan a Uruguay, como una pradera y un puerto. El
carácter ganadero ha sido y es fundamental, conociéndose
internacionalmente esa carne de alguna de las 9 millones de vacas
(tres veces el número de uruguayos) para hacer “asados”. Pero
quizás el puerto, por la exportación, pero sobre todo por la
importación de ideas europeas, tenga una mayor centralidad si
queremos entender este país. A principios del siglo XX, a ritmo de
las primeras democracias liberales occidentales, Uruguay ya tenía un
sistema de educación público y extendido, un estado laico, sufragio
femenino, derechos laborales y sociales al ritmo europeo, un sector
público de gran alcance... El "batllismo", como se llamó
el movimiento político impulsor de este progreso, en honor al
presidente José Batlle, hizo y dejó una idea de país que sigue
influyendo ya entrado el siglo XXI.
La
República del Uruguay parece una socialdemocracia de las que ya se
fueron en Europa. El estado interviene en la economía sin
cuestionamiento ideológico ninguno. La educación pública es toda
una institución social, y la universidad tiene coste cero para los
estudiantes. La luz, el agua, la distribución del petróleo, las
telecomunicaciones... todas empresas públicas integradas en una
administración estatal inmensa. Y el país crece. Uruguay atrae
inmigrantes de todo el mundo, por su baja tasa de desempleo y buenos
índices de calidad de vida. Además posee la tasa más baja de
inseguridad ciudadana de la región, donde este tema se está
tornando central. Pero es que además, el capital económico
internacional también se siente atraído por la estabilidad
económica y social para hacer llegar sus inversiones. ¿Les funciona
la socialdemocracia? Creo que sí.
Tampoco
sufrieron la ola neoliberal salvaje que les tocó vivir a estados
cercanos, como gran ejemplo, Chile. Durante la dictadura algunas
ideas presentadas como "técnicas" avanzaban hacia esto,
pero el regreso del sistema representativo democrático trajo de
nuevo las ideas socialdemócratas que vienen definiendo la idea de
país. Los derechos laborales, defendidos por una central sindical
con gran peso en la escena política, son muy amplios, y son
habituales los paros y concentraciones con éxito para los intereses
de los trabajadores.
En
2004, por primera vez en la historia, un gobierno de izquierdas
llegaría al poder. El Frente Amplio, una coalición de partidos que
alberga desde socialdemócratas, hasta declarados comunistas, pasando
por ex-tupamaros (guerrilla urbana en tiempo de la dictadura). Desde
entonces se potenciaron aún más las políticas sociales, con
especial atención al género, la diversidad sexual y la cuestión
raza-etnia. Trascendió también internacionalmente la "legalización"
del cannabis, que aun en desarrollo, sí que permite actualmente una
tolerancia social plena a su consumo público. En materia
medioambiental, Uruguay se abastece en el 85% por energías
renovables. Tal es así que este año no cambiarán la hora en
verano, “ya no hay ahorro energético que lo justifique”
explicaba el Presidente Tabaré Vázquez, de un ala más centrista
dentro del Frente Amplio que su predecesor José Mujica, y con la que
también pretende subir el consumo de establecimientos hosteleros al
anochecer antes.
La
centralidad de la clase política y de los partidos en el sistema,
provocó desde principio del anterior siglo, la mayoría de los
conflictos se dirimieran en la arena electoral. Esto va cambiado
durante las últimas décadas donde también movimientos sociales y
organizaciones de la sociedad civil tienen una activa participación
en una sociedad altamente politizada. Una cultura política
comunitaria, e inmersa en este sentido laico y de "lo público"
que arrastra desde principios del XX el sentido del estado uruguayo.
Una excepcionalidad en su región.
La
estancia con motivos académicos en la Facultad de Sociales de la
Universidad de la República, cundió en 5 meses al que escribe acá
su visión para llegar a este acercamiento, que al menos es una de
las caras de la realidad uruguaya. La misma que tiene también sus
brechas abiertas, con un sistema público sanitario deficiente, una
excesiva centralización administrativa y de servicios en la capital
montevideana, y una “cesta de la compra” de coste muy elevado (a
precios nórdicos, para que se hagan una idea). El metro cuadrado de
vivienda también está a alto precio. Los salarios dan, para que no
existan desahucios ni pobreza energética extendida, pero permiten un
ahorro limitado. Y como cuestión política que se torna central en
democracia: la “amnistía” e impunidad respecto a los crímenes
en dictadura sobre los que se basó la transición consensuada es
tema de debate público. Tras dos plebiscitos, donde los ciudadanos
refrendaron la “ley de caducidad” la movilización no cesa en sus
reclamos de justicia y memoria democrática, mientras dentro del
partido de gobierno existen diferencias internas al respecto.
Uruguay
es un país en auge, que se coloca en el mapa, y que tiene muy claro
su modelo. Una de las alternativas progresistas más sólidas de
Sudamérica.
Pablo
Domínguez