Según
Jeremy Rifkin, los modelos de sociedad, las civilizaciones, se pueden
definir a partir de la combinación entre los sistemas de
comunicación y las fuentes de energía que utilizan para la génesis
y el mantenimiento de sus propias estructuras económicas y sociales:
la madera, la energía hidráulica, el carbón, el petróleo, la
electricidad…se han sucedido como fuentes energéticas
primordiales; la escritura, la imprenta, las telecomunicaciones han
sido el paralelo en los sistemas de comunicación.
Todas ellas
han propiciado tecnologías productivas que han condicionado la
estructura social, el modo cultural de concebir la vida, la
ideología, la religión, el reparto de la riqueza, la posibilidad de
que la justicia, la igualdad y la libertad sean o no una realidad y
para quién sí y para quién no.
La
revolución agrícola, con la energía hidráulica, nos trajo la
escritura y las primeras civilizaciones complejas.
La primera
revolución industrial del carbón y la máquina de vapor fue
acompañada del ferrocarril y fue posible gracias a los cambios
sociales que introdujo la invención y la utilización de la imprenta
en los inicios de la edad moderna.
La segunda
revolución industrial, basada en el petróleo y la electricidad,
trajo los sistemas de transporte basados en el automóvil (con sus
sistemas de fabricación en serie) y la primera generación de los
sistemas de comunicación basados en la electricidad: la radio y el
teléfono.
Cada uno de
los momentos indicados ha sido acompañado por importantes cambios en
la conciencia humana, individual y colectiva. Parece que eso que
llamamos civilización está formado por un complejo de relaciones
entre energía, comunicaciones y conciencia.
Hoy, el
complejo energía-comunicación-conciencia está marcado por el cenit
y el declive a la vez del petróleo como fuente primordial de
energía, por la revolución de internet y las redes sociales en las
comunicaciones y por los cambios individuales y colectivos en la
conciencia humana, mucho más difíciles de determinar.
En 2005 el
85% de la energía consumida en el mundo provenía del petróleo y
hoy hay voces autorizadas que hablan de que en 10 ó 30 años las
reservas mundiales de petróleo habrán llegado a su punto máximo
(es decir, a partir de ahí y hasta más o menos final de siglo
veremos cómo el petróleo es cada vez más difícil y caro de
extraer, con todas las tensiones políticas que eso conlleva).
Las energías
límpias y renovables como la eólica y la solar, aunque
tecnológicamente desarrolladas, presentan serios problemas por la
combinación de dos de sus principales características: la
discontinuidad de su producción y la imposibilidad de su
almacenamiento. Ello hace que no se pueda disociar el momento de la
producción de la energía del momento de su consumo y que la
producción energética a partir de éstas fuentes no pueda ajustarse
a sistemas que permitan abaratar sus costes.
El hidrógeno
es susceptible de ser transformado en gas a partir de agua a la que
se le aplica un proceso eléctrico, con la felíz posibilidad de ser
almacenado, usado como combustible en forma de gas o de revertir el
proceso y volver a obtener energía eléctrica: es lo que vulgarmente
se denominan pilas de hidrógeno.
La
tecnología para llevar a cabo estos procesos está incipiente pero
suficientemente desarrollada (hay quien se atreve a aventurar que tal
vez en diez años veremos resultados sorprendentes alrededor de esta
metodología de obtención de energía). El reto no es tecnológico,
sino económico y político.
Las
consecuencias sociales del uso de fuentes de energía y procesos de
transformación energética al alcance de todo el mundo y de la
consiguiente implantación de redes de energía de generación
distribuida (redes de prosumidores de energía, en las que seremos
productores y consumidores a la vez, en un mercado energético
horizontal con más forma de red que de pirámide) acarrearán
previsiblemente procesos de redistribución del poder económico y
político.
En
definitiva, un sistema energético paralelo y muy similar al sistema
de relaciones que se está implantando en la sociedad mundial a
través de las redes sociales de la mano de la comunicación por
internet.
Ahí tenemos
un atisbo del complejo energía-comunicación-conciencia de la
sociedad que viene: estructuras de producción y consumo energético
más democráticas y horizontales, modos de comunicación social y
decisión política más participativos e igualitarios.
Si yo fuera
uno de los magnates de la economía del petróleo (grandísimas
factorías de automóviles, petroleras enormes, refinerías y todo lo
que en nuestra economía depende del petroleo: plásticos, envases,
ropas...y capacidad financiera) estaría preocupado por las
posibilidades de perder hegemonía económica y predominio político
en la sociedad del hidrógeno que se avecina, con un más que
probable transvase de poder desde la capacidad de producción hacia
las acciones de consumo.
Todo, claro
está, si están en lo cierto los que proclaman que las sociedades se
definen a partir de la combinación entre los sistemas de
comunicación, las fuentes de energía que utilizan y la conciencia
individual, política y social resultante.
Tengo un
amigo, al que muchos tachan de chiflado, que defiende que la actual
situación económica responde a una ofensiva de los poderes
económicos hacia las instituciones políticas y la sociedad civil
para posicionerse en condiciones de ventaja ante la posible pérdida
de hegemonía que se les viene encima.
Yo no soy
depositario de una capacidad de especulación tan fantástica, pero
sí creo que la lógica mercantil del beneficio por encima de todo
funciona de tal manera que produce estos resultados de devastación,
ya lo ha demostrado en otras ocasiones: arrasará con todo lo que
consideramos bueno y digno y que tanto nos ha costado conseguir.
...Y deduzco
como necesaria una alianza entre lo público y lo civil, el estado y
la sociedad para atajar el miedo que quizá los poderes económicos
tienen a perder su hegemonía.