UNA HISTORIA DE REFUGIADOS


Yusra Mardini tiene una cara aniñada, una sonrisa optimista y una voluntad de hierro. Su vida en Siria no era la de una familia especialmente acomodada, pero vivian bien. Su padre era entrenador de natación, y entrenó a sus hijas desde muy pequeñas, y su madre era fisioterapeuta.

La guerra de Siria cambió sus vidas, bajo los bombardeos, sin casa, sin futuro, Yusar y su hermana mayor Sara, se metieron en una balsa hinchable (prevista solo para 6 personas) con otros 18 refugiados, por la que habían pagado más de 1.500 $ cada uno a la mafia turca. Para sorpresa de todos, el motor de la balsa dejó de funcionar a los 20 minutos de estar en el mar, frente a las costas de Turquía. Yusra y Sara, no dudaron en tirarse al agua, junto con otro refugiados, y nadaron empujando la balsa hasta cerca de la Isla de Lebos. Más de tres horas agotadoras, luchando contra el mar, y donde los valientes nadadores estuvieron a punto de perecer ahogados por el frío y el cansancio. Dice ella que siendo nadadora, hubiese sigo absurdo morir nadando.

No fue este el final del periplo, más bien el inicio. La historia de los refugiados Sirios es humillante. En Lesbos ni siquiera les dieron comida o agua (estaba prohibido por la autoridades). Viajaron por Macedonia, Serbia y Budapest y llegaron a Alemania, donde no son ciudadanas de ninguna parte, pero al menos fueron acogidas en campos de refugiados. Yusra y su hermana pagaron más de 5.000 $ a las mafias en todo este deambular.

El conflicto armado en Siria ha dado lugar a una de las mayores crisis humanitarias de toda la región. 250 personas, la mayoría civiles, han muerto desde el estallido de la guerra en 2011. Desde principios de 2013 el número de refugiados sirios en los países vecinos se ha duplicado. Las cifras más recientes indican que 4 millones de refugiados sirios buscan asilo en Jordania, Líbano, Turquía, Irak y el Norte de África. Más de la mitad son niños y la mayoría de ellos están traumatizados por el horror que han vivido.

La historia de Siria nos podía haber ocurrido a todos, es la historia de las guerras por los recursos. Tenían una casa, estudios, una vida y han sido desprovistos de todo. El resultado es la paradógica figura de “expulsados retenidos”. No tienen pasaporte, no son de ningún sitio.

Pero las migraciones por la guerra, por los recursos y en el futuro no muy lejano, por el cambio climático, no son un patrimonio exclusivo de los paises pobres. En un futuro, van a existir desplazamientos climáticos masivos en el interior de los países ricos. Muy cerca de nosotros, las provincias de Almería y Murcia comenzarán a despoblarse a partir de 2040, debido a la fuertes sequías y al aumento de la temperatura. Y también habrá desplazamientos de países ricos hacia países más pobres, desde EE.UU. hacia México.

Yusra se lanza cada mañana a una piscina olímpica a las afueras de Berlín, donde vive ahora, para su entrenamiento rutinario. Se prepara para las olimpiadas de Tokio y representará a los refugiados. Su historia es una historia de superación y esfuerzo, que se hizo mediática. Fue recibida por el ex Presidente Obama, ha dado discursos ante las Naciones Unidas y ha sido nombrada Embajadora de Buena Voluntad del Alto Comisionado para los Refugiados de la Naciones Unidas (ACNUR).

Nosotros, desde el Sur, frente a las personas refugiadas que recibimos cada día en el Mediterráneo, no podemos permitirnos mirar para otro lado. La desgracia de tener que emigrar por la guerra, por el cambio climático o por la falta de recursos económicos para poder vivir, nos puede pasar a todos.

Carmen Ciudad
Women International League for Peace & Freedom

Aborto: ¿libertad o derecho?


Toda mujer que se plantea interrumpir su embarazo ha de encarar —de la forma cruda, incluso cruel— su libertad. Como otras veces, en otros lugares y tiempos, el intento de legalización del aborto en Argentina días atrás, ha reproducido las razones, posiciones y debates y la polarización social entre partidarios y opositores. Uno de los defectos del debate como se ha conducido hasta ahora, es que aborda la cuestión desde la perspectiva de los derechos. Pero si se quiere encontrar una salida a la regulación del aborto es necesario cambiar el marco del debate, llevándolo a un terreno que sea más propicio para el consenso. Para ello la cuestión debería ser planteada desde la óptica de la libertad y la tolerancia. Aborto: ¿libertad o derecho?

Un derecho es el poder, la capacidad, que el ordenamiento jurídico concede a un individuo para poder exigir a terceros una conducta positiva o negativa de hacer o de no hacer algo. El único derecho que tiene explícitamente reconocido el feto —si posteriormente ve la luz— es patrimonial: el derecho a la herencia. Y la libertad es la capacidad del individuo para obrar según su propio criterio o voluntad, sin que le pueda ser impuesto el deseo de otro u otros de manera coercitiva. El derecho es un poder que es otorgado; la libertad, sin embargo, es una potencia innata, que no ha de ser concedida, consentida ni autorizada.

Una de las libertades que gozamos en nuestra sociedad es la libertad de conciencia. Y libertad de conciencia es tolerancia, que significa la contemplación del individuo por otros desde el exterior de su otredad. Es reconocimiento del otro, respeto por la diferencia y por la pluralidad. Es capacidad para comprender y para hacerse comprender. Es moderación y templanza. Y asimismo es responsabilidad —en cuanto componente básico del comportamiento moral, que sólo responde a la moral propia— que surge de la cercanía con el otro. ¿Y hay cercanía mayor que la de la madre con el feto? Reconocimiento y tolerancia son, pues, la única posibilidad de convivencia.

Entendida la interrupción del embarazo como el ejercicio de la libertad de conciencia, abarca ésta tanto la libertad psicológica o libertad de decisión, como la libertad moral o libertad de elección. El poder o capacidad de decisión sobre el embarazo así entendido, lo tiene la mujer de manera originaria, es innato a ella, no necesita que este poder le sea otorgado por otro. Aunque la Constitución reconoce que todos tienen derecho a la vida, y se puede entender que el feto está dentro de la esfera de significación del adverbio ‘todos’, no ha desempoderado a la mujer para ejercer su libertad en caso de embarazo, ni ha apoderado al Estado para que la ejerza en su lugar mediante una prohibición. Nada dice la Constitución en tal sentido.

La decisión de interrumpir el embarazo está ubicada en el ámbito interno de cada mujer y reclama la no injerencia de terceros en la adopción de la misma. Esta concepción de la interrupción del embarazo como una libertad extrae la decisión del ámbito moral (derecho) y la trae al ámbito de la democracia (libertad). Y ello sólo es posible con una ley de plazos que no criminalice a la mujer por el ejercicio de su libertad y legalice el aborto hasta un plazo determinado sin someter dicha decisión a condición alguna.

Pero si la interrupción del embarazo es configurada como un derecho, aunque sea el derecho a abortar, niega que la mujer tenga la soberanía de decidir sobre su embarazo en virtud de su libertad de conciencia. La consideración del aborto como un derecho significa que otro debe dar su consentimiento para que la mujer tenga ese poder. Configura una mujer con una capacidad de decisión limitada. Así entendidas las cosas este derecho se asemeja a una concesión de una parte de la sociedad sobre el ámbito de decisión interno de las mujeres. Sobre su ámbito de libertad. La mujer podrá decidir sólo en los supuestos autorizados para ejercer el poder concedido, con menor o mayor amplitud según se trate de una ley prohibicionista o de supuestos más o menos restrictiva. Al ser una decisión tomada por otro, por quien le otorga el ámbito de poder, éste se convierte en el dueño de la libertad de la mujer. Una cuestión de libertad de conciencia de la mujer, se convierte en una cuestión de la voluntad de otro.

La configuración del aborto como un derecho concedido, sitúa la decisión en el ámbito de la moral. En el terreno del bien y del mal. El debate es entonces una lucha por la hegemonía entre concepciones morales opuestas en la que al final habrá un ganador y un perdedor. Con esta concepción la decisión que corresponde al ámbito íntimo de la mujer, se sitúa en el centro del ágora como objeto de debate moral −entre una moral religiosa y otra laica−, de debate político y de debate social. En esta contienda todos reclaman su poder de decidir por otros: unos exigiendo su derecho a que el Estado permita un hacer, un hacer concreto, que consiste en abortar; otros clamando que el Estado lo impida. El resultado es siempre de suma cero: la ganancia de uno implica una perdida exacta del otro. La autorización o prohibición del aborto —en definitiva de la libertad de conciencia de la mujer− queda entonces sujeta la correlación de fuerzas que exista en el Parlamento en cada momento.

Esta configuración del aborto, por último, considera a la mujer como un ser necesitado de tutela y por tanto incapaz para tomar correctamente ciertas decisiones, además de ser un signo de intolerancia e inmadurez democrática al establecer —con la solo con la autoridad y legitimación de los poderes que la sancionan y aplican como única razón— la supremacía de una opción moral sobre otra.

Una sociedad democrática y ética debe buscar en la regulación del aborto una solución ganancia-ganancia, en lugar de adoptar soluciones ganancia-pérdida. Dada la pluralidad de concepciones morales existentes, la configuración del aborto como un ejercicio de la libertad de conciencia, es un signo de madurez y tolerancia democrática, que no interfiere en el ámbito de decisión interno de la mujer y mantiene esta decisión en el ámbito del que nunca hubo de salir.

Esta configuración de la interrupción del embarazo crea para la mujer un contexto que le permite ejercer su libertad y tomar la decisión sin soportar los costes de criminalización, sufrimiento psíquico e incertidumbre que acarrea una legislación restrictiva o prohibicionista. La concepción del aborto como un ejercicio de la libertad de conciencia, crea una realidad social suave para la mujer, la cuida en ese trance y la ayuda a restañar sus heridas. Las mujeres necesitan cuidados, no que salven sus almas. Lo demás es música celestial.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/08/10/aborto-libertad-o-derecho/


¿Cuándo comienza el siglo XXI?


El Consejo de la Unión Europea dice en su web, que el incremento de temperatura estará, a final de siglo, por encima de los 2ºC que establece el Acuerdo de París y que este incremento puede alcanzar los cinco grados si no se adoptan las medidas adecuadas. Señala además la Agencia de Medio Ambiente de la ONU que los planes de reducción de emisiones presentados por los estados firmantes, conducen a un incremento de 2,7ºC, que otros organismos cifran en 3,5ºC grados. El mundo que viene será más cálido, ¿cuándo comienza el siglo XXI?

Superar los dos grados del Acuerdo de París se puede resumir en los cuatro hitos de este párrafo. —y las cifras inversas del siguiente— que lo dicen todo: las olas de calor afectarían a la mitad de la población mundial, las sequías serían el pan de cada día en el Mediterráneo, la producción de alimentos se reduciría de manera ostensible e incremento del nivel del mar.

Por debajo de ese límite, sin embargo, la exposición a olas de calor se reducirían un 89%, las inundaciones un 76%, el declive de las cosechas un 41% y el estrés hídrico un 26%. Esta es la diferencia entre dar cumplimiento o no cumplir con el Acuerdo de París.

Para alcanzar ese objetivo, la exigencia de reducción de emisiones y el establecimiento de objetivos intermedios que adopten las fuerzas políticas en el interior de cada estado, España en este caso, resulta determinante para el devenir futuro de la humanidad. Estos objetivos se recogen en el siguiente cuadro comparativo:

                            

El cuadro de arriba contiene los compromisos de reducción de emisiones —vigentes— que han fijado las principales fuerzas políticas en España. Oscilan entre el 26%, sobre emisiones de 2005, del PP —recogidos en su proposición de ley de cambio climático y transición energética presentada en el Congreso de los Diputados— para 2030 y el 30%, sobre emisiones de 1990, del partido verde (EQUO), a nivel estatal, para 2020. Objetivo que en Andalucía amplía éste al 40%. Unidos Podemos propone una reducción del 35%, sobre emisiones de 1990, en la proposición de ley de cambio climático presentada en el Congreso de los Diputados. Objetivo que se aleja de las recomendaciones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, IPCC, para llegar a una economía sin emisiones en 2050, pues una reducción del 35% proyecta un incremento de temperatura superior a 2,4ºC, que además está por debajo del umbral de reducción del 40% establecido por la UE.

La primera conclusión que se extrae del cuadro es que salvo el compromiso de reducción del partido verde, el empeño del resto de fuerzas políticas para mantener la temperatura global del planeta por debajo del incremento de 2ºC acordado en París es escaso.

El anterior Gobierno del Partido Popular ya indicó en el documento que envió a la Comisión Europea en marzo del año pasado —que recogía la proyección de las emisiones de España hasta mediados de siglo—, que lo esperado era que las emisiones de gases de efecto invernadero de España, entre 2017 y 2030, no bajaran si no se tomaban medidas extraordinarias. Y no parece que los compromisos indicados —con la salvedad indicada del partido verde— contengan esas medidas extraordinarias.

La segunda consecuencia, de los compromisos de reducción que proponen las diferentes fuerzas políticas, es que el efecto que  producirían es el de un alargamiento de la era de los combustibles fósiles, ya que menores e insuficientes reducciones al inicio del programa de mitigación continuarán incrementando el nivel de carbono en la atmosfera y de la temperatura que se quiere reducir. Esta es la trampa —o trampantojo— que esconden las propuestas de todas las fuerzas políticas analizadas. Muestran una preocupante falta de voluntad política —por unas u otras causas— para acometer la necesaria reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. La respuesta a esos datos es sencilla: son un lavado verde de cara a la insostenibilidad de un modo de vida inadmisible, ilógico y absurdo. Un ejemplo lo vemos en las declaraciones de la Ministra para la Transición Ecológica que en declaraciones recientes señalaba que el objetivo de reducción de España debía ser del 20%.

La incongruencia en este asunto comienza a ser visible en ciertas izquierdas. Admitió la Ministra —con toda naturalidad— que en el proceso de transición «habrá ganadores y perdedores». Nadie ha replicado sus declaraciones inaceptables, ni siquiera Podemos, adalid de la justicia social hoy y socio del POSE en el Parlamento murciano, con quien propone un objetivo de reducción para aquella región del 40% para 2030. ¿Improvisación, ignorancia o qué?

El acortamiento de la era fósil al que aludía más arriba, exige que el programa de mitigación deje atrás la filosofía de reducciones lineales acumulativas. Y adopte la contraria: mayores esfuerzos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero al inicio y decrecientes en el tiempo. El objetivo no es la economía hipocarbónica que plantean las fuerzas políticas convencionales (productivistas), si no la descarbonización de la economía que propugna el partido verde. No es una simple cuestión de matiz, es una cuestión de modelo.

A punto de cumplirse el año 2020 sin que se hayan alcanzado los porcentajes de reducción que pedía la formación ecologista, EQUO debería reivindicar como objetivo para 2030, al menos, una reducción de emisiones del 55% sobre emisiones de 1990, si se quiere alcanzar la completa descarbonización de la economía en 2050. Y tampoco debería aceptar que el objetivo de neutralidad en carbono que quiere aprobar la UE en la directiva de gobernanza en diciembre, quede indeterminado: «tan pronto como sea posible», sin que se establezca una fecha de cumplimiento límite. En el Congreso de los Diputados, en el seno de la coalición electoral que mantiene con otras fuerzas políticas, sin embargo, ¿apoyará o consentirá el partido verde un compromiso de reducción de emisiones inferior al manifestado en su programa electoral o defenderá una reducción drástica de las mismas en consonancia con aquél?

Si el Acuerdo de París acaba en fiasco y se mantiene la tendencia actual, el propio Consejo de la Unión Europea señala que, a finales de siglo, el incremento será de tres, cuatro o cinco grados. Parag Khanna dibuja —ver imagen de abajo— una perspectiva sombría, espeluznante, atroz de los efectos de un calentamiento de 4ºC.

                                 

Pero el cambio climático —más allá de los efectos ecológicos y las consecuencias sociales que acarrea— trae un mal de fondo que no está siendo percibido o no se quiere advertir. Si a la postre se produce un cambio climático «peligroso», fuera de control, nos exponemos a que los principales grupos sociales —en un contexto de desorientación existencial instigada por una percepción real o inducida de que no hay suficiente para todos— renuncien a la concepción intocable de la dignidad humana actual y abdiquen de los derechos humanos y a la protección de las minorías desfavorecidas en aras de su salvación. Este devenir se traduciría en el desencadenamiento de una  «crisis hitleriana en el siglo XXI» y en la vuelta de las «masas sobrantes», que Amery anuncia en su libro: ‘Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor’. Y respondiendo la pregunta que da título a esta entrada, diré que el inicio del siglo XXI puede ser fijado en el momento del ascenso al poder del nazismo en el siglo pasado.

Esta es la gran responsabilidad que tienen los actores políticos: que no solo han de ser conocedores de la catástrofe que constituye la crisis climática y sus repercusiones sociales, si no que además deben ser conscientes de la nueva «elección moral» que acompañará a un cambio climático fuera de control y las consecuencias de ésta. ¿Qué ocurrirá cuando las clases dirigentes perciban a la masa como una amenaza del nivel de vida actual? ¿Aparecerán nuevas «definiciones de los que sobran»? El sentimiento de justicia tiene una raíz biológica, emocional, que enlaza con la necesidad de preservar la armonía frente a la competencia por los recursos ¿Se eliminaría al 80% de «residuos del bienestar» que amenazan la supervivencia de la especie? Los viejos espectros vuelven a pasear a la luz del día con el pretexto de la crisis migratoria. El Mediterráneo se llena de cadáveres y las olas de calor se suceden.

Si queremos evitar el desencadenamiento de masacres por el agua o la tierra cultivable, la creencia sobre la escasez de recursos no puede convertirse en imaginario social. La alternativa es desarrollar políticas que recuperen capacidades antiguas como la justicia, la equidad y la fraternidad. Esta nueva política, en la práctica, tiene su traducción en la asunción de la responsabilidad con la biosfera, en una prosperidad sin crecimiento, en la realización de los deberes frente a las generaciones futuras, la conjunción de la agenda climática y la agenda social y en el desarrollo de la resiliencia al lado de la sostenibilidad. Es responsabilidad de todos que iniciemos el camino descrito, el cambio climático nos ha interpelado.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/08/06/cuando-comenzo-el-siglo-xxi/

HIPERCONECTIVIDAD Y CADENAS DE SUMINISTRO: UNA REALIDAD POLÍTICA RENOVADA


Si las fronteras están destinadas a separar territorios y sociedades, ¿por qué se acumulan entonces cada vez más poblaciones a lo largo de ellas?”
Parag Khanna
Conectografía: mapear el futuro de la civilización mundial


Para Khanna (Khanna, P. Conectografía: mapear el futuro de la civilización mundial. PAIDÓS Estado y Sociedad, Barcelona, 2017) el incremento de las infraestructuras globales de conectividad (conexiones de transportes, energía y comunicaciones) está creando una sociedad que trasciende los estados y avanza hacia una civilización de redes globales en la que, al mismo tiempo que la conectividad genera una nueva geografía política (conectografía en el lenguaje de Khanna), se genera un paisaje neomedieval de competición y colaboración entre gobiernos, empresas y colectivos ciudadanos: se compite por la autoridad, pero pero no queda otra que colaborar para abordar los desafíos globales, los desafíos de una emergente civilización global en red caracterizada por tres ideas clave interconectadas:

1.- Conectividad reemplazando a la división: nos dice más un mapa de conexiones de transportes, energía y comunicaciones (autopistas, oleoductos, redes eléctricas y tramas de internet) que los mapas de fronteras territoriales.

2.- Descentralización y agregación: los países se descomponen hacia multiplicidad de ciudades y megaciudades (áreas territoriales de influencia) que buscan autonomía financiera y diplomática y a la vez buscan agregarse en mancomunidades regionales de recursos compartidos para sobrevivir.

3.- Cadenas de suministros (mercados energéticos, producción industrial y flujos de finanzas, conocimiento y talento) organizadas en un mundo sin fronteras: la hiperconectividad permite la transformación hacia un sistema global crecientemente complejo que atraviesa fronteras mediante las asociaciones de cadenas de suministro. 

Esta situación tiene afectaciones económicas (con economías más integradas e interdependientes), demográficas (con aumentos globales de la movilidad de las poblaciones) y climáticas (cambio climático, crisis climática, adecuación de la agenda social y climática). El mundo se torna más complejo e incierto y se hace necesario el planteamiento de escenarios futuros para enfrentarse a la gestión de lo que viene. Sin embargo los indicios que podemos rastrear nos sitúan al mismo tiempo en una situación y su contraria, de tal manera que necesitamos ajustarnos más a desentrañar procesos que a determinar predicciones. Por tanto construir una visión atinada del futuro no es tanto una cuestión de elecciones binarias como de la articulación de una mezcla de varias visiones. Éste es el marco de complejidad e incertidumbre en el que se debe insertar el logro de la resiliencia colectiva a las situaciones previsiblemente adversas que se avecinan.

En todo este entramado hay una visión que se pone especialmente de relieve: en 2030 más del 70% de la población mundial vivirá en ciudades que, en su mayor parte, estarán ubicadas a menos de 80 kilómetros del mar. Hoy ya más de la mitad de la población del planeta vive en las grandes ciudades y sus regiones metropolitanas (Martí, J.M. La España de las ciudades. El estado frente a la sociedad urbana. EDLibros, Barcelona, 2017). Para estos autores estamos ingresando en una época en la que las ciudades tendrán más importancia que los estados. La conectividad es el patrón de esta civilización en ciernes, caracterizada por la tendencia creciente a la urbanización, la omnipresencia de la tecnología y la importancia central de las infraestructuras físicas (carreteras, puentes, redes energéticas y de internet…) y sociales (salud, educación, conocimiento, talento...)

Es decir, nos enfrentamos a un escenario que recorre los puntos críticos desde la conectividad a la resiliencia en un mundo en el que los entramados globales de transporte, energía y comunicaciones generan conectividad y cadenas de suministro de valor que nos obligan a reinterpretar la geografía y la geopolítica en términos de conectografía. Esta situación está caracterizada por la hiperglobalización, la influencia económica, política y social de las las megaciudades, la descentralización del estado hacia los entornos urbanos y la agregación de éstos en pro de la satisfacción colaborativa de sus necesidades en torno a infraestructuras físicas y sociales. Dentro de estas necesidades, ocupa un lugar no menor el afrontamiento de los retos de resiliencia ante la complejidad y la incertidumbre que se acumulan en un mundo en transformación y amenazado por las consecuencias críticas del cambio climático. 

No se trata de pronosticar la desaparición del estado a favor de las ciudades o las cadenas de suministro de las corporaciones privadas, sino de presagiar los conflictos y reconfiguraciones de la gobernanza entre las reglas del mercado, los estados y las redes subestatales de regiones urbanas y ciudades conectadas entre sí por las cadenas de suministro. Se trata de entender la complejidad que aportan la conectividad y las cadenas de suministro al escenario de lucha de poder entre la política y la economía, entre la lógica estatal de la posesión y del control del territorio y la lógica económica del uso y obtención de beneficio de los recursos. Y se trata también de asumir que los conflictos futuros estarán menos relacionados con el establecimiento de nuevas fronteras y más con el control de las conexiones y la búsqueda de equilibrio entre las necesidades locales y las conexiones globales.


Javier Moreno Ibarra


Green washing

¿Se puede mostrar acatamiento al Acuerdo de París sobre cambio climático y tener como objetivo el crecimiento económico? Mantener los tratados del TTIP, TISA, TTP o CETA. Hablar de sostenibilidad, de crecer con energías renovables. Encontrar en los discursos referencias a las incomodidades que el cambio climático ya está produciendo y producirá en la vida cotidiana de los españoles. Y no enunciar siquiera la necesidad de decrecer. La receta mágica que se usa, es la llamada transición energética. Pero a pesar de los malabarismos lingüísticos del green washing, la respuesta sigue siendo: no. No es posible conciliar crecimiento económico y lucha contra el cambio climático. Una premisa anula a la otra.

Para compatibilizar economía y clima la receta es sustituir el objetivo del crecimiento económico por el de la prosperidad sin crecimiento.  Pero no es este el camino por el que vamos. Una muestra es el debate del techo de gasto para los presupuestos del año que viene. El entendimiento al que hay que llegar no es solo sobre el gasto social y el actividad económica. Ese debate está cojo si conjuntamente no se aborda la cuestión de las emisiones de CO2 a la atmósfera y su limitación, los efectos que se derivan y las soluciones que es necesario adoptar.

A día de hoy está claro que la base sobre la que se deberían construir los Presupuestos Generales del Estado no es el gasto financiero, si no el gasto social y el cuidado del medio ambiente. En 2017 España experimentó el mayor incremento de emisiones desde 2002. En Sevilla ya se ha medido un incremento que supera el umbral de incremento de 1,5°C establecido en el Acuerdo de París: 1,53ºC; en Granada el incremento medido es de 1,34ºC y en Málaga del 1,13ºC.
A día de hoy los pronósticos dicen que los episodios de sequía serán cada vez más frecuentes, prolongados e intensos. Pero esto los presupuestos no lo saben.

El anterior Gobierno del Partido Popular —en un documento enviado a la Comisión Europea en marzo del año pasado, que contenía las proyecciones de emisiones hasta mediados de siglo— ya reconoció que lo esperado era que entre 2017 y 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero de España no bajaran si no se tomaban medidas extraordinarias. ¿Ha tomado, ha preparado o ha anunciado alguna el nuevo Gobierno? ¿O está haciendo la política climática a expensas del ciclo electoral?

Resulta ilustrativo que el Gobierno, tras la creación del Ministerio para la Transición Ecológica no haya puesto de manifiesto en el debate sobre el techo de gasto esta realidad y enunciado las directrices de una modificación que haga del presupuesto un instrumento efectivo para combatir el calentamiento global. ¿Esta es la utilidad del Ministerio para la Transición Ecológica recién creado? ¿Está el Gobierno instalado en el juego del green washing?

Asimismo es llamativo el planteamiento electoralista a corto plazo de cierta izquierda que se descubre en sus respuestas. En la de Juan Carlos Monedero que dice —como recoge Manuel Casal en el libro ‘La izquierda ante el colapso de la civilización industrial’—: «hablando de decrecimiento no se ganan elecciones». Y en la de Pablo Iglesias a la pregunta Jordi Évole, sobre si aplicar políticas expansivas para salir de la crisis equivalía a incentivar el consumismo: «tú y yo nos podemos poner de acuerdo en que el capitalismo nos conduce al desastre ecológico, pero ahora lo importante es dar de comer a la gente». Sin energía y con la biosfera deteriorada, se podrá dar pan hoy, pero es improbable, mucho, que se pueda dar mañana, al menos a tanta gente como hoy. ¿Qué le dirán mañana a la gente que les votó, cuando el sol abrase la tierra, falte el agua y el mar inunde sus ciudades? ¿A quién echarán la culpa? Esa realidad que ni izquierda ni derecha quieren enunciar, no pueden admitirla públicamente porque entonces todo su discurso político se derrumbaría. Y esta actitud sugiere que aceptan la realidad o su tiempo habrá pasado.

Resulta extravagante, por ello, que a pesar de la trampa mortal en que las derechas y las izquierdas nos sitúan, los diputados del partido verde presentes en el Congreso de los Diputados, no hayan puesto la realidad encima de la mesa —dentro o fuera del hemiciclo— , abriendo el debate sobre la destrucción ambiental, el sobregiro, el endeudamiento ecológico a las generaciones futuras y exigiendo reformas para que el trámite de la aprobación del techo de gasto contemple el límite del gasto ambiental permitido, expresado en forma de huella de carbono, huella de agua y huella ecológica. U otra herramienta que pudiera ser más adecuada. ¿Para que están allí entonces?

La batalla cultural de las palabras cobra, por tanto, especial importancia para desvelar esa realidad silenciada y la necesidad de no continuar instalados en el presente del crecimiento económico. El escenario dibujado por el cambio climático reclama la creación un nuevo relato que genere cambios a partir de un reenmarcamiento de la realidad. Exige imaginar el futuro para que éste no devore a nuestros niños, como consecuencia de las malas decisiones de hoy.


Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/07/28/green-washing/

"SAMSARA"


No creas que hablo árabe, “Samsara” es el nombre de uno de mis perfumes preferidos. No se de donde me viene a mi este gusto por lo oriental, quizás porque ¿qué niño o niña no ha jugado a subirse a una alfombra voladora? Samsara es un perfume de la familia de los orientales, con notas amaceradas y florales, mezclado con toques de jazmín, rosa, ylang-ylang y vainilla.
 
Bien sabes que en la vida hay momentos que delimitan la existencia. Uno de esos momentos los viví en Marruecos. Era una noche estrellada, acababa llegar del desierto,  la brisa movía las palmeras altas y delgadas. Era una noche de esas calurosas de verano y cenábamos en la terraza del hotel. Yo me reía y no se de qué hablaba; pero tenía ese raro sentimiento de felicidad plena que solo nos ocurre algunas veces y el aroma de mi perfume, "Samsara", envolvía aquel pequeño paraíso de mi existencia.
 
Pero, los momentos felices son cruelmente efímeros. Marruecos fue un sueño extraño y cuando regresé de el todo se convirtió en una   pesadilla. Aparecieron las disputas, las lágrimas, el dolor y una amargura que pensé que sería eterna. Nunca más pude volver a observar las filigranas de las palmeras en el cielo, no pude volver a escuchar la alegre risa de esos niños, ni disfrutar de la comida árabe, que tanto me había gustado, sin recordar esa etapa de mi vida. Durante mucho tiempo fuí incapaz de usar "Samsara", e incluso de reconocerlo por la calle sin sentir ganas de vomitar para expulsar toda mi tristeza.
 
Desde entonces han pasado años. Años intensos, con mucho trabajo interior,  que me han aportado un poco de sabiduría y experiencia; años que me han enseñado a relativizar, a volver a trabajos de cooperación estúpidamente abandonados. He comprendido que el amor es eterno mientras dura, que siempre se renace desde las cenizas, que todos los túneles tienen un final y, sobre todo, he comprendido que lo mejor de la vida siempre está por llegar. Hoy puedo usar de nuevo "Samsara" sin asociarlo a mis tragedias personales. Vuelve a ser a lo que siempre fue: un perfume profundo, elegante, sensual, que a veces me pongo sin más,  por puro placer, antes de acostarme; porque los perfumes, como los vinos, te hacen viajar muy lejos y entonces, solo entonces, vuelvo a ser aquella niña a la que le gustaba subirse a una alfombra voladora.


Carmen Ciudad