Soberanía y democracia en Cataluña


«Una cabeza, un voto», que es un principio esencial de la democracia, está en conflicto con «una mentira, un voto» y también entra en colisión con «un show, un voto», dice Paolo Flores d’Arcais en «Democracia». La campaña por la independencia de Cataluña (ya hemos hablado aquí  y allá sobre el asunto) está sustentada en mentiras: no se trata de independencia, sino de democracia; Cataluña no saldrá de la Unión Europea; derecho a decidir; volem votar. Casi todos los actores han montado su propio show. Si el 61% de los catalanes no otorga validez a la consulta, ¿es democracia el referéndum del 1-O?

La argumentación lógica sobre la que se apoya la soberanía del ciudadano, es un deber recíproco de todos para con todos. Cuando ésta es sustituida por la mentira, dejamos en el camino parte de la dignidad que nos caracteriza como personas. Si la verdad no domina la vida pública además se niega a los ciudadanos la posibilidad de formarse una opinión autónoma y a efectuar una elección libre. La mentira en política es de por sí una «usurpación de soberanía». La campaña en favor de la independencia de Cataluña está plagada de falsedades y presenta una paradoja: se roba a los ciudadanos soberanía de elección para que decidan sobre su soberanía política. La democracia se ha convertido en Cataluña en una ficción con un guión que dice que ésta está movilizada: votaciones sin garantías, manifestaciones, escraches a instituciones, a partidos políticos contrarios a la independencia. Esta es la nueva liturgia.

Cataluña no saldrá de Europa tras la independencia dicen, a pesar de los desmentidos realizados por las autoridades de la Unión Europea. Esta mentira es repetida de manera incansable. Es un mantra que se presenta como una opinión, sustentada en la creencia subjetiva que finalmente esta circunstancia no se producirá. La mentira  es convertida en una opinión lícita y defendible. Y el hecho incuestionable: Cataluña no sería miembro de la Unión Europea en caso de independencia, queda degradado a mera opinión. La dicotomía verdadero/falso desaparece del debate público y es sustituida por un enfrentamiento entre opiniones simuladamente verdaderas. La falsa información ennoblecida en opinión se hace pasar por sentido común. ¿Cui prodest, a quién aprovecha?

Cuando en una elección —política o refrendaria— la verdad es falseada, sustituida y endulzada por un continuum de hechos verdaderos, simulación narrativa y efectos publicitarios, el principio «una cabeza, un voto» es sustituido por la posverdad: verdad alternativa o mentira emotiva repetida sin complejo en la que  los hechos son ignorados. En ésta la regla es: «una falacia, un voto». El uso obsceno, impúdico, deshonesto, de la palabra −la demagogia posverdadera−, reemplaza la voluntad de los ciudadanos por la voluntad de los demagogos. En estas circunstancias el ciudadano no decide, porque otros ya lo han hecho por él. Él sólo cree, aplaude, combate. Es una masa maleable y moldeable. Y el debate público se convierte en una prueba de pulsiones, emociones y malestares. El voto así no expresa voluntades autónomas, sino que es una simple herramienta de contable para que cuadre el balance que se quiere presentar. Es la amputación del voto. Se trata de vencer no de con-vencer. Mientras tanto unos siguen exaltando la bandera, la patria y la Constitución, a través de las juras de bandera para civiles, como la del fin de semana pasado en Girona, o la que se ha pedido hacer en Madrid. Otros juegan a llamar a la huelga general tras el referéndum. Y otros ponen sobre la mesa una declaración unilateral de independencia. Cada uno a lo suyo que el interés general es de todos.

En este escenario hablar de presos políticos, de fuerzas de ocupación, de medidas represoras o de intervención encubierta de la Generalitat, como hace cierta izquierda, en vez de fiscalizar la actuación del Gobierno ante cualquier exceso y exigir al Govern de la Generalitat la vuelta a la legalidad, es olvidar o desconocer que la ley es expresión de la voluntad de los ciudadanos. Y se quiera o no, con esta posición se debilita la capacidad del Estado para defenderse frente ataques ilegales.

Esta posición de la izquierda la ha llevado a renunciar a su coherencia democrática, sin darse cuenta que con ella abandona su compromiso de «devolver a los ciudadanos su fragmento de soberanía y la certeza de la legalidad». Olvida también las palabras que pronunció en el Parlamento de Cataluña ante el atropello que constituyó la aprobación de las leyes de referéndum y transitoriedad. Ella que debería ser, y ser reconocida, como el «guardián intratable de la democracia», remplaza el respeto por la verdad de los hechos, el no consentimiento de la desigualdad ante la ley que significa la ruptura de la legalidad y la argumentación lógica en el debate, por la mentira. ¿Cálculo interesado o miopía? En cualquier caso se trata de una oportunidad perdida para virar hacia una «democracia tomada en serio».

La crisis catalana está poniendo de manifiesto, hoy más que nunca, que la democracia corre el riesgo de no significar ya nada en España. ¿Quién defiende la democracia?

Paco Soler 
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/09/26/soberania-democracia-cataluna/ 

Soberanía, ley y violencia en Cataluña


A la vista de los acontecimientos de Cataluña, no podemos más que reivindicar el pensamiento de Montaigne, quien decía que «las leyes mantienen su crédito no porque sean justas sino porque son leyes». Y decía a este respecto otro francés universal, Derrida, que las leyes «no se obedecen porque sean justas sino porque tienen autoridad». El Estado sabe que en Cataluña su autoridad es menguante. La prueba de ello es el envío de 6.000 Policías Nacionales y Guardias Civiles de refuerzo o el adelantamiento por la Mesa del Congreso de los Diputados de la creación de la Comisión para la Evaluación y la Modernización del Modelo Territorial que estaba prevista para la próxima semana. Y el independentismo sabe que su autoridad —social, política y moral— crece. En esa estamos. En la pugna de soberanías, leyes y violencias. Unos reclaman democracia otros la autoridad de la ley. Si en el artículo anterior analizaba la realidad catalana desde la realidad nacida de las leyes de referéndum y transitoriedad, en este la analizaré desde el interior del orden constituido.

El deseo de justicia ha desbordado la ley en Cataluña. Es dentro de la justicia donde se está produciendo el choque. Para unos ésta es la aplicación de la ley, y la no aplicabilidad de la ley da como resultado una justicia sin fuerza. Y una justicia impotente no es justicia. Para otros la justicia es democracia, poder decidir. Poder decir. Pero este decir no puede ser expresado de cualquier manera, ha de ir acompañado de garantías, procedimientos y derechos. Es lo propio, lo característico, de una democracia procedimental como la nuestra. De lo contrario la democracia se convierte en una coartada, en un concepto abstracto sin existencia real, en un simple sonido −flatus vocis−. Y en Cataluña lo que estamos viendo es una fábrica de mentiras.

En Cataluña se está produciendo el despotismo de la minoría que busca la independencia sin mayoría, sin procedimiento y sin garantías. Es la negación misma de la democracia, cuyo primer mandamiento es luchar por la democracia, contra los adversarios de la democracia, dentro de la democracia.

La insuficiencia de la democracia hace aflorar dimensión del poder, de la misma manera que lo aflora la insuficiencia de la ley. Una lo hace desde la mentira de la palabra, la otra desde la fuerza de la ley o de la policía. Despotismo o abuso/opresión es mala pareja para una elección. ¿Acaso la razón del más fuerte es siempre la mejor? ¿Quién es el mejor: el opresor o el déspota? ¿Quién es el más justo?

Si las leyes se obedecen porque tienen autoridad, como dice Derrida, la debilidad de la ley alienta la revuelta. No contribuye a la resolución de la crisis territorial de Cataluña, ni a la crisis política que late bajo ella, que una parte de la izquierda continúe instalada en el callejón sin salida del rechazo vacío, donde sólo le queda exclamar, como hizo Iglesias en la Diada, «Visca Catalunya lliure i sobirana» o decir que en España hay «presos políticos». Estas manifestaciones no debilitan la cerrazón obcecada del Gobierno del Estado de instalarse en la fuerza de la ley, sino que favorece el debilitamiento de la autoridad de la ley. «La autoridad de las leyes sólo reposa en el crédito que se les da. Se cree en ellas, ese es su único fundamento». Y este marasmo no ayuda a que la razón deje de seguir apareciendo «como una extranjera» en este conflicto.

Es necesario por tanto recuperar el nexo que hay entre ley y democracia, y abandonar por antidemocrática toda política –estatal o autonómica, gubernamental o parlamentaria− que socave la legalidad y transforme «la democracia formal en democracia ficticia». La concesión de espacio a la ilegalidad o la connivencia con ella «es un espacio sustraído a la democracia», al distorsionar radicalmente el mecanismo de formación del consenso. Este nexo no se va a restituir polarizando el espacio político en Cataluña entre quienes no renuncian a que «lo justo sea fuerte» y quienes sólo actúan desde la voluntad opuesta para que «lo fuerte sea justo». Por el contrario con esta actitud la democracia muta en «democracia lobotomizada», en la que como en este caso  se instala un ciclo acción/reacción de fuerza/revuelta que amenaza con persistir ad infinitum.

Cada parte en este conflicto tiene su ley y cada parte puede invocar, por tanto, su legítimo derecho a ejercer la violencia conservadora de su ley. El Estado lo está haciendo. La Generalitat la ejerce de forma indirecta desobedeciendo la ley del Estado. ¿Y cuando éstas no basten qué ocurrirá?

Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/09/24/soberania-ley-violencia-cataluna/

Sobre la soberanía y Cataluña



El gobierno parece no haberse dado cuenta, o no quiere darse cuenta, que la aprobación de las Leyes de Referéndum y Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República por el Parlamento de Cataluña, ha establecido un estado de excepción que ha hecho emerger un nuevo poder soberano sobre el cuerpo social en ese territorio. La expresión estado de excepción debe ser entendida, aquí, en cuanto categoría política que establece los límites del Estado y de la ley, y no como una transgresión jurídica en el interior de la pirámide de fuentes del orden normativo consptituido, que ataca la jerarquía normativa y la distribución de competencias establecida.
Esta excepcionalidad, por tanto, no puede ser anulada por la sola suspensión de los efectos jurídicos de dicha ley por un tribunal, pues las leyes de referéndum y transitoriedad no emanan de una norma jurídica (la Constitución o el Estatuto), sino de una decisión: la Resolución 5/X del Parlamento de Cataluña, que declaró que el pueblo de Cataluña es un sujeto político soberano, y que es de facto una suspensión revolucionaria de la soberanía española en ese territorio. La decisión adoptada por el Parlamento de Cataluña es un acto de poder soberano puro y extremo, no un acto caprichoso o arbitrario como se está diciendo. Y como tal acto  soberano sólo está sometido a la voluntad de quien la adopta, que es primera e independiente de toda consideración sobre el derecho de esa decisión. Esta decisión se justifica sólo en la medida en que provee las condiciones necesarias para que la excepción que crea pueda ser reapropiada por la nueva norma.
La situación que se vive en Cataluña no es la situación de caos que precede al orden que será restablecido, como entiende y dice el gobierno. El estado de excepción allí creado es la situación resultante de la sustitución de un orden: el de la Constitución Española, por otro: el de la nueva República de Cataluña, contenido en las leyes de referéndum y de transitoriedad fundacional aprobadas. La sustitución de la ley vigente por la nueva no anula aquélla, la expulsa. Crea un vacío que quiere ser reapropiado, tanto por el poder constituido como por el nuevo poder constituyente que emerge, mediante la construcción de ficciones. Cada uno las suyas. Unos porque quieren aparecer como un estado naciente que ya funciona como tal. Otros porque quieren transmitir la sensación que el edificio institucional sigue intacto pese a los sucesos acontecidos. Es desde la lógica de la nueva realidad creada en Cataluña desde donde efectúo el análisis, no desde la realidad constituida, ni desde mi posición personal en este asunto: de rechazo a la vía unilateral emprendida.
El actual momento es para quienes apoyan las tesis independentistas el de la efectiva redención del pasado incumplido merced del despertar presente. Nada los apartará del camino emprendido. Han conseguido, pese a la improbabilidad del suceso, la primacía de la política disruptiva sobre la historia reciente. Su fe es que finalmente prevalezca su historia –su relato– sobre la política vigente. Y esta fuerza no se destituye sólo con querellas y policía, que son instrumentos que operan exclusivamente en el interior de un orden constituido, sin capacidad para coaccionar a otra soberanía. Está inspirada por la épica de las grandes gestas. Su pócima mágica es la fe mesiánica en el milagro de la acción y en el poder del instante que casi la mitad de Cataluña siente: ¡ahora o nunca!
La defensa del orden constitucional vigente –suelo de cualquier acción política, que no sólo alcanza a las medidas represivas, sino que comprende también las políticas– por quienes se oponen a la independencia de Cataluña, sin embargo, no va más allá de la reparación de las grietas producidas en el orden constituido, a pesar que el statu quo ha saltado por los aires, y que la excepción que se ha instaurado es percibida como la posibilidad de romper con el continuum de la historia de los vencedores de 1714, como medio para dejar atrás una historia que acumula ruinas.
La legalidad de Cataluña ya no es la misma que está vigente en el resto de España. Ya no se puede invocar por el Gobierno de la Nación el espacio político fundado por la Constitución de 1978 y esperar sin más sus efectos taumatúrgicos. Éste ha sido desmontado y tras el referéndum del 1-O, y si hay una mayoría de síes a favor de la independencia, lo que es más que probable, quedará destruido. Casi la mitad de la sociedad catalana ya no opera en el plano de la legalidad de la Constitución de 1978. Ha proyectado un nuevo plano constitutivo y constituyente cuyo holograma estamos viendo, que se materializará en una declaración de independencia tras el referéndum, en caso de obtención de mayoría de sufragios o de impedimento de la votación por el Estado.
La fuerza de los hechos consumados sitúa los actos que se están produciendo en un «no-lugar», que es el espacio de excepción creado, al no emanar éstos ni estar vinculados al orden constituido. La pretensión del Gobierno de España de juzgar mediante los tribunales e impedir a través de las fuerzas de seguridad la desobediencia al orden constituido en Cataluña resulta, por tanto, vana, fatua, ineficaz, por cuanto opera en un plano distinto del que se están produciendo los hechos y es un coste que los partidarios de la independencia tienen asumido. E inútil y peligrosa si la restauración de la legalidad a través de los diferentes medios con que cuenta el Estado, incluido el de establecer una excepción en el orden constituido mismo, no va acompañada de medidas dirigidas a satisfacer las pretensiones políticas de la sociedad catalana.
La sociología jurídica nos dice que en situaciones de desobediencia generalizada de la ley, la fuerza coercitiva del Estado será efectiva sólo frente al 15% de la población. La represión tiene un límite. A día de hoy los ciudadanos que se niegan a obedecer la ley en Cataluña –de acuerdo con las encuestas– se aproximan del 10% del total de la población española, que representa el 41% de la población catalana. E in crescendo. Ello quiere decir que la capacidad de coerción del Estado en Cataluña se acerca a su máximo. Ante la situación creada consecuencia de la inacción absoluta del Gobierno de España me pregunto: ¿estamos ante una impericia convertida en impotencia, ante un gobierno de registradores y abogados del estado que no entiende nada, o ante la creación de las condiciones objetivas para la aplicación de la doctrina del shock?
En esta situación límite –ya sea por incompetencia o por aplicación de la terapia del desastre– la alegoría del choque de trenes no sirve, pues ambas partes: gobierno estatal y gobierno autonómico, están actuando en planos diferentes, y esta disonancia impide que se llegue a producir ni tan cacareada colisión ni llegar a un pacto. Pero la realidad es más cruda: el 2-O cada tren continuará su marcha por la vía que transita. ¿Qué sucederá entonces? No se sabe. Pero en ese caso se abren escenarios como el artículo 155 de la Constitución, el estado de sitio u otros peores. Parece que Nerón se quiere reencarnar y prender fuego a Roma de nuevo, para poder volver a contemplar el incendio, desde su palacio, cantando y tocando la lira.


Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/

Migraciones y cambio climático


Los migrantes, una nación sin pueblo, no sólo tienen que huir de otros hombres para sobrevivir. Con el colapso climático también deben huir del planeta. Ellos son los migrantes climáticos. Sienten en su cuerpo la inhospitalidad de la Tierra y además reciben en su rostro la escasa solidaridad y ausencia de fraternidad de sus nuevos vecinos. La patria, para aquellos a los que esta palabra todavía dice algo, sólo significa la imposibilidad de sobrevivir. Son nuda hominum. Hombres desnudos de estatuto jurídico, sin un régimen legal que los proteja, no reconocidos por el derecho internacional como refugiados. Meros seres humanos. ¿Puede llegar a ser usado el colapso climático como un instrumento biopolítico de control de flujos migratorios y dominación?

Sujetos políticos en su país, pero sin estatuto jurídico en su huida, los migrantes climáticos se han convertido en sujetos de segunda clase. No están –entre los ciudadanos− pero son retenidos. El resultado de esta indefinición es la paradójica figura de los «expulsados retenidos». Meras existencias de frontera. Vidas desnudas ante el poder soberano de la Naturaleza y del Estado, a la que quedan reducidos estos seres humanos sin derecho ni ciudadanía. En ellos la trilogía clásica estado-nación-territorio queda truncada. Pero desde su abandono y desprotección ellos, los migrantes climáticos, nos interrogan. Ponen en cuestión nuestro estatuto de ciudadanos de la Unión Europea, blancos y occidentales, titulares de derechos.

Europa es un punto neurálgico para las migraciones climáticas que llegan desde África y Oriente Próximo. Pero para muchas personas será imposible huir. Sólo quienes gozan de buena salud o posen más recursos podrán emprender el éxodo, el abandono de todo lo que son y de todo lo que tienen. Las poblaciones inmovilizadas entretanto habrán de padecer situaciones humanitarias más graves que quienes emigran. Muchos serán abandonados a su suerte en zonas semiabandonadas, inhóspitas, sin la protección del estado y en contextos angustiosos. Es necesario preguntarse, por ello, si cuando el colapso climático se haga más profundo, estas regiones pueden llegar a convertirse en «espacios de excepción» donde todo sea posible, a modo de modernos campos de concentración. Sin alambres de púas, barreras, rejas, sólo con barreras climáticas.

Pero las migraciones climáticas no son un patrimonio exclusivo de los países pobres. Habrá también desplazamientos climáticos masivos en el interior de los países ricos. Dentro de la propia Unión Europea. Y en el interior de los países que la integran: Almería y Murcia comenzarán a despoblarse a partir de 2040, debido a la sequía y al aumento de la temperatura. Y también los habrá desde los países ricos hacia los países pobres: desde EE.UU. hacia México, como prevé el gobierno de este país.

¿Cuáles son entonces los derechos de los migrantes climáticos? ¿Quién será responsable del bienestar económico y de la nueva ubicación de las masas de desplazados en un planeta más caliente, que hoy hace huir a 25 millones de personas, que se espera se incrementen hasta los 250 millones en 2050 y que sean 1.200 millones en 2080, según la ONU y ACNUR? ¿Quién garantizará los derechos de quienes queden inmovilizados en sus lugares de origen?

Hasta ahora estas preguntas se han respondido desde el puro azar de haber nacido en uno u otro lugar. Nacimiento significa nacionalidad, ciudadanía, derechos. Los «derechos son atribuidos al hombre en cuanto soporte del ciudadano» de un Estado-nación. El migrante climático –al igual que todo refugiado− rompe esa unidad. La inclusión diferenciada de nacionales y de migrantes −a los que se reconocen derechos civiles y sociales básicos, pero no derechos políticos−, es hoy una concepción obsoleta de la ciudadanía. La dinámica planetaria de la crisis climática no conoce contextos de interacción enmarcados dentro de las fronteras y la exclusión de los migrantes –también los llamados climáticos− es incompatible con la igual relevancia moral de todos los seres humanos. Esta dinámica deja al desnudo la política migratoria de la UE: insolidaria y con un alto coste económico y moral, al desplazar a terceros países las masas de desplazados para contener a los migrantes en las fronteras de esos países, a cambio de elevadas cantidades de dinero −caso de Turquía o Marruecos−. Con ellos se desplaza de modo figurado la emisión de emisiones de CO2 realizadas durante más de 150 años por sus miembros y el resto de países de industrialización temprana. No querer ver una realidad ayuda a no ver otras.

El colapso climático y los desplazamientos humanos masivos han colocado sobre la mesa la necesidad de una nueva concepción de la ciudadanía y el debate fronteras abiertas/fronteras cerradas. Constata este evento la necesidad de desplegar políticas de protección, no de seguridad.

Habrá que establecer, por tanto, un nuevo marco conceptual que defina el estatuto de quienes huyen, de quienes quieren huir y no pueden y de quienes no huyen. G. Agamben nos muestra cual puede ser el camino: el abandono de los conceptos fundamentales que representan los sujetos de lo político −el hombre, el ciudadano y sus derechos, el pueblo soberano, el trabajador− y la reconstrucción de la arquitectura política desde la figura del refugiado: «el concepto guía ya no sería el ius del ciudadano, sino el refugium del individuo», como paradigma de un nueva conciencia histórica. El refugiado se muestra en esta tarea como una categoría ético-política que delimita las otras categorías clásicas que han servido para validar las estructuras e instituciones en que nos movemos. «En cuanto habitante externo de un orden que no le reconoce como ciudadano pleno, contiene la potencialidad ética y política para cuestionar ese orden.»

El colapso climático plantea la paradoja que el planeta es nuestro único refugio, al tiempo que más partes del mismo dejan de serlo cada día. Esto convierte a las ciudades, cada vez más, en espacios de refugio, no sólo para los que huyen, también para para quienes no huyen. Significa esto que todos debemos aprender a reconocer el refugiado que somos, aunque estemos inmóviles.


Francisco Soler
http://www.eldiario.es/andalucia/NovusOrbis/Migraciones-cambio-climatico_6_683541643.html

YA NADIE INVIERTE EN UNA PASIÓN


El otro día, a modo de broma, me contaba una amiga que "ella se enamoró de su marido a primera vista, que hubiese sido mejor echarle otro vistazo".


No tengo nada en contra del amor a primera vista, más bien pienso que la química que se produce entre dos personas es necesaria como base para una relación. Pero lo que ocurre es que a veces nos enamoramos sin echar otro vistazo. Y quizás, viendo los resultados a mi alrededor, sin excluirme a mí misma, es conveniente en más de un caso.

Quiero referirme a lo que un amigo ocurrente llama Amor a Primera VISA. Esos amores que tienen el epicentro en la cartera en lugar de en el corazón. Conozco a más de dos personas que caen fácilmente en esas trampas. Claro, que entonces me sale el lado protector, al mismo tiempo que cruel, y me tengo que  morder la lengua para no preguntar: ¿Pero de verdad  piensas que se han enamorado de ti o de tu cuenta bancaria?

Y es que esta deflación mundial se nota también en el terreno emocional. No se mueve nada, todo está parado. Los que se iban a separar, siguen juntos ante el futuro tan incierto que se presenta y los hay quienes inician una relación como si fuera un Plan de Pensiones, algo que les permita pasar una vejez con una compañía, no importa a qué precio !Menudo aburrimiento! Me refiero a gente de edad madura porque lo que son los jóvenes, entre los mini-jobs, los info-jobs y buscar trabajo, ya tienen bastante.

Casi nadie invierte  en una pasión;  sino que se buscan operaciones fuera de todo riesgo.  Por poner un ejemplo, el ex-marido de una amiga le propone dejar a su actual pareja para volver con ella, siempre que le ofrezca garantías...

- !Ni que yo fuera una plancha! Le ha constestado ella.
- Una plancha o un lavavajillas... que tiene una garantía más larga, le he dicho yo para terminar de descorazonarla.


Algunas parejas en las que se ha acabado el amor, permanece exclusivamente el pragmatismo. ¿Cómo renunciar a tantas comodidades, a tanta seguridad como da el dinero? ¿Cómo emprender el camino de las carencias y de la inseguridad? El chiste que viene al caso es:
- Si yo no tuviera tanto dinero, ¿me seguirías queriendo?, le pregunta el marido a su esposa.
- Claro que sí, cariño, y te echaría mucho de menos.
Es esta obsesión por la seguridad la que nos pierde, ya sea en el amor o en otras cuestiones.


Alain Touraine, Premio Principe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010, dice que "Nuestra impotencia económica, social y cultural no es  consecuencia de la crisis sino su causa”. Asegura Mr. Touraine que son tres conceptos los que nos pueden sacar de la situación que vive Europa: El Feminismo, la Ecología y el Respeto a las Minorías. Pero cuidado porque Touraine no quiere decir que la solución a esta crisis tiene que venir de  las mujeres; sino del Feminismo, que es otra cosa muy distinta.

Debo reconocer que este reputado sociólogo, autor entre otros de un libro llamado "El Mundo de las Mujeres" me ha dejado “pillada”  con afirmaciones tales como que  en el mundo contemporáneo ya no existen más horizontes por conquistar, por lo que tendemos a "descubrirnos a nosotros mismos" y que en ese sentido las mujeres estamos mejor preparadas que los hombres. También afirma que hemos pasado de una sociedad de hombres a una sociedad de mujeres, una sociedad que funciona con normas femeninas, donde la conciencia sexual femenina guiará hacia nuevos cambios...Esta claro que hasta el planeta tierra, que ya está pidiendo a gritos cambios, tiene género femenino.

Seguro que Mr. Touraine no ignora que las mujeres siempre hemos estado en crisis. Quizás por eso estamos mejor preparadas para adaptarnos a las dificultades y hemos desarrollado una tremenda resiliencia. Pero como el premio Príncipe de Asturias no se lo dan a nadie por decir pamplinas -porque de lo contrario, ya me lo hubiesen dado a mi- voy a proponer que apostemos por amistad, coherencia e integridad a primera vista.¡Y como no! Apostemos por el riesgo de una pasión, aunque sea al menos una de esas de verano, porque ya decía sabiamente Ovidio que“en el amor no basta con atacar. Hay que tomarse la plaza”.

 Carmen Ciudad/ Woman Internatinal League for Peace & Freedom-WILPF