El discurso del candidato a la presidencia de la Generalitat —acusado de xenófobo y supremacista por la oposición— pidiendo el voto para un gobierno provisional, instalado en el simbolismo de una República imposible, alejado de los principales problemas de los ciudadanos, mantiene a Cataluña en un tiempo fake. Sostiene una controversia lateral que silencia e invisibiliza otra primera urgente y trascendente: la anomalía en la que están instaladas las relaciones de la humanidad con el planeta, que no debe ser usada como pretexto para no pensar una reformulación del modelo civilizatorio.
Teniendo importancia esta cuestión, tiene
la que realmente se le puede dar ante la realidad incuestionable del
cambio climático. Es una cuestión de prioridades. Y aunque las prioridades pueden ser distintas en los diferentes actores políticos, la crisis climática debe concernirnos de manera prioritaria
al no existir un planeta de recambio. Hemos de interrogarnos pues sin
dilación sobre: ¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos
ecológicos que trae este siglo?; ¿cómo vamos a abordar la agenda
climática y la agenda social del siglo XXI?; ¿cuál sería la forma de
organización territorial del Estado que mejor serviría para afrontar el
reto climático: las Comunidades Autónomas, un Estado federal o
confederal, una organización biorregional o un estado independiente?
En Cataluña no se está luchando contra el
cambio climático, ni se están queriendo ver los riesgos que éste
conlleva. En el resto de España tampoco. Por eso para hablar de vida como pedía el candidato a la Presidencia de la Generalitat, es urgente afrontar la crisis climática.
Esta si es una situación real de excepción, que sino la remediamos no
nos permitirá hablar de nada en Cataluña, ni en España. El ciclo en el
que estamos no es solo político: autonomista o republicano como afirman
algunos grupos en el Parlament, sino climático y de cambio
civilizatorio. De supervivencia. En este contexto no tiene sentido crear
diferencias identitarias y continuar usando el mapamundi para
establecer fronteras donde antes no las había. Hoy el nuevo mapa es el planeta, no el territorio. Guste o no guste es así.
La solución biorregional
como modelo de organización territorial no es un mero ejercicio teórico
de la teoría política verde, sino un modelo que puede dar respuesta a
muchas reivindicaciones que desde Cataluña se están reclamando para su
autogobierno. Es una mirada a «una vida humana y una
política» no estatal y no jurídica que reivindican la mayoría
parlamentaria independentista y otros grupos de la Cámara. A la vez es
una palanca de resistencia frente una mundialización
desigual y una globalización uniformadora, que no establece barreras,
pero ordena límites: limita los intercambios a aquellos que resulten
posibles dentro del territorio y del planeta y no trata de imponer un
molde económico, cultural y político desde el Estado, la clase o el
género dominante.
La biorregión es un
marco que se puede armar dentro del Estado de acuerdo con las
características singulares que definen a cada biorregión social,
política, climática, hídrica y geológicamente, con respeto a sus
sistemas naturales, sus estructuras de intercambio interiores y
exteriores, sus propias necesidades como comunidad, sus sistemas de
sostenimiento biológico a largo plazo, sus ritmos propios. Y, todo ello,
con observancia del significado profundo que tienen para la gente que
vive en cada una de ellas. Ya que el 48% de los catalanes que vota
independentista no es independentista, estas pautas pueden constituir un punto de partida sobre las que llegar a construir un consenso transversal o al menos mayoritario en el Parlament de Catalunya sobre la organización institucional del autogobierno.
Continuar un discurso fake
que no solo abusa de las palabras, que se empeña en el ilusionismo de
un proceso constituyente para construir un estado independiente en forma
de República, desde una unilateralidad quiebra la legalidad constituida
y que no goza del apoyo de la mayoría de ciudadanos catalanes, adrezado
con campañas de señalamiento y declaraciones contra los «malos
catalanes», se hace irrazonable en cualquier contexto político, pero aún
más en el contexto climático cada día más adverso en que vivimos, en el
que el calor y la escasez de agua ya están presentes en la vida
cotidiana de los ciudadanos. Este discurso mentiroso solo es el símbolo de la pugna entre las derechas españolas
para asegurarse un mercado propio, en la lucha por la financiarización
de todo lo que la Naturaleza brinda. Batalla en la que el control físico
del territorio es una prioridad estratégica.
La resolución del contencioso no requiere
por tanto derruirlo todo y volver a construirlo todo nuevamente, como
sería del gusto de los independentistas. Solo basta con mover un palmo
el foco para salir del bucle. Abordar la cuestión nacional e identitaria desde una perspectiva diferente. La solución, o al menos una de las posibles, es buscar vínculos que nos anclen al planeta y no al mundo (territorio) como hasta ahora. Ese vínculo es el de la afinidad,
más amplio que la identidad y no excluyente. La afinidad aporta sentido
y dirección a los diferentes sentimientos de pertenencia, sin limitar
ni coartar la mezcla entre ellos. No es una camiseta como la identidad.
Es una «matriz estructural» de lo que es común a los seres humanos: la pertenencia a un mismo planeta y a una misma especie biológica,
por encima de los yoes histórica y socialmente creados: la nación, la
clase, el género o la relación con el mercado y el consumo de bienes y
servicios.
Así concebida la cuestión ésta no queda reducida a la terra patria (a la tierra paterna), sino que se amplía al planeta terra. En la era de la crisis climática es necesario crear junto a la conexión entre sociedad y democracia, otra entre planeta y democracia.
Lo que hasta ahora era puramente contexto (el planeta), a partir de
ahora también es objeto de decisiones, objeto político, objeto central
de la democracia. Y quizás deba ser también sujeto. La terra patria es así el planeta terra, la tierra de todos y para todos. Esta conjunción entre planeta y democracia se materializa institucionalmente en la biorregión.
La lengua, la historia o la cultura ya no definen en la práctica la cuestión nacional, desde ahora ya es determinada por la cuestión climática. Los cálculos más optimistas calculan ciento cuarenta millones de migrantes climáticos en los próximos treinta años, cifra que se irá incrementando a medida que el cambio climático se haga más profundo. El sujeto biológico (la especie) se hace sujeto político. La Nación da paso así a la Nación planetaria: la comunidad formada por todos los seres humanos; asociada a un territorio: el planeta; que tiene una cultura compartida: las leyes de la Naturaleza; que comparte cierto grado de solidaridad, manifestada en la existencia de los servicios ambientales y el necesario cuidado de los mismos; y que comparte cierto grado de memoria histórica, a través de la información de experiencias de miedo y estrés transmitidas en el ADN, la memoria de nuestros antepasados.
Esta manera de afrontar la cuestión nacional, acorde con el cambio epocal en el que nos encontramos, se interroga «por lo que somos», por delante de por quiénes somos.
La pertenencia adquiere así diferente significado y evidencia la
disfuncionalidad actual de la vieja receta de soberanía e identidad. La
iniciativa está sobre la mesa. ¿Se atreverá alguien a abanderarla? No lo
sé, pero Facebook ha escogido Barcelona para instalar un centro de
control de ‘fake news’.
Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/13/la-catalunya-fake/
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