La heterodoxia económica al rescate


El panorama postCovid-19 se presenta lleno de incógnitas de dimensiones planetarias. La humanidad se enfrenta a una situación que no se recordaba desde el final de la Segunda Guerra Mundial y sus devastadores efectos humanos, sociales, económicos, políticos y culturales. El puñetazo ha puesto de manifiesto que la mandíbula del campeón es de cristal, el boxeador favorito de la afición está drogui en la lona y el árbitro ha comenzado la cuenta para dar por vencedor por KO a un recién llegado, un simple “agente infeccioso microscópico acelular”. 

La hostia ha sido de campeonato y ha sembrado de incertidumbres el futuro pues nadie tiene una bola de cristal para elegir el camino a seguir a partir de ahora. Sin embargo, el pasado sí que puede ser analizado y ha llegado el momento de replantearnos la globalización y la división internacional del trabajo que, de facto, ha estimulado la deslocalización de la producción de muchos de los bienes de primera necesidad. Es evidente que este proceso ha hecho de China la fábrica del planeta, como la situación actual tristemente nos recuerda.

A escala global, la paralización de las actividades no esenciales es una interrupción dramática de la producción con graves consecuencias sobre el tejido productivo, especialmente entre autónomos y PYMEs, y que se apreciará en el abastecimiento a corto y medio plazo tanto de las frutas y verduras que consumimos en los hogares como de las piezas que se requieren en las cadenas de producción. También tendrá consecuencias profundas sobre la estructura productiva de lugares donde el turismo y la hostelería son un sector principal del empleo, pues las restricciones a la libertad de movimientos se repetirán con frecuencia.

En el mundo académico, en los tanques de pensamiento, en las patronales, en los gabinetes gubernamentales y en su reflejo en la prensa comienzan a vislumbrarse distintas vías de salida de urgencia: continuar con el modelo neoliberal preCovid-19, aplicar recetas keynesianas, apoyar un Nuevo Acuerdo Verde y, en mucho menor medida, defender el decrecimiento económico.

El régimen chino, un sistema capitalista de mercado de partido único que saldrá geopolíticamente reforzado de la crisis, ya ha anunciado la construcción de nuevas centrales térmicas, quemando el carbón de sus inmensas minas a cielo abierto para retomar la velocidad de crucero de su economía y suministrar productos al resto del planeta. El bajo precio actual del crudo y su almacenamiento a gran escala, augura que el resto de economías también utilizarán las reservas de petróleo para acelerar la producción. El precio de la reactivación exprés la pagaremos todos los habitantes del planeta en forma de mayores emisiones de contaminantes y gases de efecto invernadero.

La opción que contemplo como más verosímil para el mundo occidental, visto que pasado el susto retornará la ortodoxia económica, es un modelo similar al implantado tras la Segunda Guerra Mundial: economía de mercado con mayor intervención gubernamental en forma de líneas de financiación a las grandes empresas, inyecciones de liquidez y políticas fiscales redistributivas. A lo sumo, en la Unión Europea siguiendo la estela del Horizonte 2020, se introducirán medidas de fomento para proyectos de desarrollo sostenible y medioambientalmente respetuosos. Lo que está claro es que ya se han dado por inalcanzables los objetivos 20/20/20 para el año en curso (reducción del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero/ahorrar un 20% en el consumo de energía/alcanzar un suministro de energías renovables del 20%). Nos queda por conocer cómo se definirá el marco presupuestario para el periodo 2021-2027, si se aplicarán las medidas restrictivas del Pacto de estabilidad y crecimiento de 1997 y cuál será la capacidad de los países del sur para introducir sus demandas en la agenda.

Pero los momentos de crisis son tiempo también para la oportunidad. En este caso, habría que dar a la heterodoxia la ocasión de desplegar recetas diferentes al de la inevitable necesidad del crecimiento económico, cuanto más cuando esta crisis ha puesto en un segundo plano la emergencia climática. En estos momentos, dentro de la propia economía alternativa hay un debate entre los partidarios de la reconversión, los más próximos al dogma capitalista, y los defensores de la transformación radical (en su sentido literal de ir a la raíz) de la economía mundial. Más que un cambio de modelo económico, a lo que aspiran los promotores de la economía del bien común, del nuevo reparto verde (término acuñado por el malagueño Francisco Soler) es una transformación civilizatoria. Hay quien, como Fernando Prieto, utiliza un símil de plena actualidad: aplanar la curva del clima.

En Granada, dentro de nuestra modestia, hemos empezado a utilizar economía vital como concepto que, teniendo siempre presente el proceso de cambio climático y su amenaza a corto plazo, condensa, por un lado, la necesidad de reducir el consumo y la producción de bienes y servicios con el compromiso con la vida más próxima, vida de la naturaleza más próxima y, sobre todo, vida de las personas más próximas.

La heterodoxia preocupada por las personas y no por el crecimiento nos indica que debemos invertir en servicios públicos; desligar la renta de la productividad para no dejar a nadie atrás; reducir la jornada laboral para evitar la producción por encima de la capacidad de absorción del mercado; pagar un precio justo por los productos agropecuarios; consumir los productos y servicios locales, en los comercios más próximos; fortalecer las capacidades del teletrabajo; reducir la movilidad obligada; rediseñar las ciudades para el peatón; apoyar los medios de transporte colectivos, la bicicleta…

Mientras repitamos las recetas antiguas, volveremos a caer en las mismas dinámicas que nos han traído aquí y, cada nueva crisis será más grave que la anterior. Y el precio que habrá que pagar por el rescate será cada vez más alto y nuestra capacidad de reacción cada vez más pequeña.


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