En
la nueva fase del capitalismo del siglo XXI, la concepción que colocaba
al ser humano en el centro de las cosas (antropocentrismo), ha sido
profundizada hasta convertirlo en una fuerza geológica (antropocenismo).
Esta profundización se va a intensificar aún más con «la
sistematización de las tareas, los algoritmos y los robots». En 20 años
se prevé que desaparezca el 50% del empleo y que sea sustituido por
autómatas y androides. El escenario energético al que nos dirigimos es
de guerra por los recursos, competición regional, vuelta a la soberanía
nacional e incremento de tensiones entre regiones y/o culturas, que en
buena medida se refleja, ya, en el discurso del nuevo presidente Trump y
de la extrema derecha europea. Hemos de unir al escenario energético
descrito, la nueva era climática en la que nos encontramos, al haberse
sobrepasado en el 2016, a nivel global, el umbral de 400 partes por millón de CO2
en la atmósfera. Este umbral permanecerá así y no
descenderá ya durante generaciones, siglos.
El
cambio de era en el que nos encontramos, invalida las recetas de hace
40 años. El capitalismo ha intensificado la explotación de los
territorios. La explotación de los cuerpos, que ha tocado techo, está
siendo sustituida, principalmente, por la explotación de la psique. Ello
hace necesario que nos planteemos nuevas preguntas. ¿Es suficiente la
igualdad para enfrentarnos a un planeta en cambio climático, unos
recursos energéticos en declive y un mundo sin trabajo? Implementar la
igualdad entre países enriquecidos y países empobrecidos o dentro de
cada país, incrementa la huella ecológica o alguno de sus indicadores
sectoriales: huella de carbono o la huella de agua. ¿Es legítimo,
entonces, implementar políticas de igualdad a costa de incrementar la
huella humana en el planeta? Buscar igualdad material, más allá del
límite en los recursos del planeta y en las necesidades de las
generaciones futuras, establece las condiciones para crear más
desigualdad en el futuro: climática y/o material (mayor temperatura, más
sequía, menos producción de alimentos). Piénsese en el consumo de
combustibles fósiles o de recursos naturales más rápido que su tasa de
regeneración (pesquerías) o aquellos que se generan a escala temporal
geológica, no humana (recursos minerales). Equidad, no igualdad,
entonces. Equidad intra e intergeneracional.
La
primera tarea en este tiempo es, por tanto, evitar que el medio
ambiente se transforme en una nueva causa de desigualdad social. La
igualdad, para ello, tiene que ser remozada. Precisa nuevos apellidos.
Ejemplos de ello: «igualdad frente a», «igualdad dentro de». Igualdad
frente al cambio climático, igualdad dentro de los límites del planeta.
Esta reconstrucción requiere que la igualdad sea atravesada de
fraternidad, de empatía y de cuidado de los otros. Sea impregnada de la
ética de la responsabilidad, de equidad intergeneracional y de deber de
cuidado de la biosfera. De esta manera, la igualdad, se vincula, al
igual que la libertad, a la justicia, y posibilita la satisfacción de
las necesidades de la generación presente y de las generaciones futuras,
sin que por ello se sobrepasen los límites ecológicos de la biosfera.
La igualdad, de esta manera, se hace equidad.
El
contexto energético y climático ante el que nos encontramos, está
determinando el escenario político, dirigiéndolo a una polarización,
creciente, entre las fuerzas políticas que, más adelante, serán los
polos de la confrontación: de un lado, neoconservadores y extrema
derecha, de otro, las fuerzas ecologistas. Esta predicción comienza a
ser corroborada por la realidad. La primera confirmación de este
escenario se produjo en Austria, este año pasado, con la victoria del candidato
ecologista en la disputa de la presidencia del estado, elección que el
Tribunal Constitucional austriaco, en una controvertida resolución,
ordenó que se repitiese. Ratifica el análisis, la situación en la que se
encuentra la izquierda: con el pie cambiado, sin apenas recursos
discursivos. Sin proyecto. Melancólica. Debatiéndose entre: ser parte
del universo neoliberal (socioliberales) o confrontar desde los márgenes
del sistema (izquierda tradicional y nuevas izquierdas), cuya única
propuesta es una política económica keynesiana que devuelva el estado
del bienestar, sin reparar que no existen recursos naturales ni planeta
para continuar una producción sin límite capaz de generar igualdad. Sólo
una fuerza política como la ecologista, consciente de la necesidad del
decrecimiento de la producción y de los límites del planeta, puede
oponer un discurso sólido a los neoconservadores. La ecología aparece,
de esta manera, como única alternativa frente a la extrema derecha y el
fascismo que viene.
Es
necesaria una estrategia que contrarreste la tendencia autodestructiva
de la derecha, que nos está conduciendo a una peligrosa competición por
los recursos, en un planeta enfermo y en constante degradación. Un
ejemplo de la estrategia que hay que desplegar, son las líneas básicas
de actuación que propone la ecología política: cuidado de las personas,
cuidado del medio ambiente y modelo económico sostenible, que conforman
los ejes principales de su programa político. En primer lugar, renta
básica universal (RBU), parte esencial de un nuevo modelo de estado del
bienestar, que es el derecho de todo ciudadano a percibir una cantidad
periódica que cubra, al menos, las necesidades vitales sin que por ello
deba contraprestación alguna, cuyos primeros ensayos –totales o
parciales– ya han comenzado en países como Finlandia, Holanda, o
Islandia. En segundo lugar, soberanía alimentaria, elemento de conexión
entre el cuidado de las personas y el del medio ambiente, que es el
derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados,
accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a
decidir su propio sistema alimentario y productivo. Y, en tercer
término, un modelo económico verde, que combata de raíz la explotación
tanto del hombre como de la Naturaleza, centrado en el bien común y la
equidad entre generaciones, cuyos ejes estructurales son: decrecimiento
de la producción, transición energética, economía social y
transformadora y economía feminista y de los cuidados. La pregunta es:
¿existe, fuera de la ecología política, visión y voluntad política, para
acompañarla en el camino a la fraternidad, que es más que un cambio de
paradigma? No. Pero la soledad de ésta no puede servirle de coartada
para apostar por objetivos pequeños.
Paco Soler
Abogado, poeta, ensayista
http://www.laopiniondemalaga.es/blogs/barra-verde/la-igualdad-tras-la-fraternidad.html
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