Términos
como precariedad, desclasamiento, desigualdad, hasta ahora, estaban
circunscritos al ámbito de las relaciones socioeconómicas. El cambio
climático, sin embargo, ha modificado la frontera del significado de
estas palabras, y de otras, agregando un nuevo sentido: el ambiental,
hasta ahora desconocido e ignorado, pero que ha de ser puesto sobre el
tablero político. Esta resignificación reclama la creación de un nuevo
relato de innovación, que genere cambios a partir de un reencuadramiento
de la realidad. Un ejemplo de esta evolución es el enunciado
‘precariedad ambiental’. La batalla cultural de las palabras tiene
especial importancia en el desvelamiento de esta realidad silenciada, a
la vez que saca a la ecología de los márgenes y la coloca en el centro
político.
El
estado del bienestar que se construyó en Europa, después de la II
Guerra Mundial, se levantó hipotecando el futuro. Sin tener en cuenta el
coste ambiental del mismo. Este éxito ocasionó, sin embargo, un efecto
negativo: malestar ambiental. Este malestar es la polución atmosférica,
la lluvia ácida, la contaminación de suelos y aguas o el agotamiento de
recursos naturales. Es soportable. Y como cualquier malestar físico se
puede eliminar con un analgésico: el consumo. La posterior
intensificación y profundización de esta política económica depredadora,
encaminada a una producción sin límite, ha transformado este malestar
en precariedad ambiental: agujero de la capa de ozono, cambio climático,
agotamiento de recursos naturales, afectación de los sistemas de
sustentación de la vida. A pesar de la amenaza que esta constituye, no
existe conciencia colectiva sobre la precariedad ambiental, hándicap que
incrementa la importancia de la lucha por el significado de las
palabras.
Un
análisis del consumo de recursos naturales y de la capacidad de la
biosfera para regenerar los ecosistemas, pone de manifiesto que hemos
vivido por encima de las posibilidades ecológicas del planeta. A este
hecho lo llamaré consumismo ambiental. Esta expresión pretende abrir el
foco y hacer referencia no sólo al hecho del exceso de consumo, sino
también mostrar que el consumo puede ser parte del problema: exceso de
consumo de recursos naturales y destrucción los sistemas de sustento de
la vida; o bien parte de la solución, porque actos como consumir,
reciclar la basura, no malgastar el agua, utilizar el transporte público
de manera preferente y reducir el uso del vehículo privado u otorgar
preferencia al consumo de productos locales y ecológicamente
responsables, han dejado de ser un mero acto privado y una opción
individual, para convertirse en un gesto político con repercusión actual
y futura.
La
consecuencia que se deriva de ese consumismo es el endeudamiento
ambiental, individual y colectivo, con el planeta. Un indicador lo mide:
la huella ecológica. Se ha producido a través de una expansión
cuantitativa del consumo de recursos naturales (gasto ambiental), sin
tener en cuenta la tasa de generación y regeneración de los ingresos
ambientales (recursos renovables y servicios ambientales de sustento de
la vida). Para mantener el nivel de la tasa de beneficio económico, por
tanto, se han detraído recursos, ambientales y económicos, destinados a
gasto social. A pesar de ello la creencia que «cuando la economía vuelva
a crecer volveremos a consumir igual», sigue siendo mayoritaria en la
sociedad. Esta creencia es propia de una sociedad que no ha tomado o no
quiere tomar conciencia de la posición de subordinación y dependencia
que el ser humano tiene respecto a la Naturaleza. El mayor problema no
es, por tanto, el endeudamiento ambiental, sino la escasa conciencia de
la precariedad de nuestra relación con la Naturaleza.
El
análisis realizado en algunos estudios cualitativos sobre la crisis en
España, permite aventurar la hipótesis de que es posible extrapolar la
reacción de ciertos grupos sociales ante el consumo y la precariedad
laboral, a las conductas productoras de endeudamiento ambiental, a pesar
de la crisis climática que soportamos, al actuar el consumo como
estimulante frente al tedio que produce esta sociedad. Igual que
determinados grupos de jóvenes han asumido la precariedad laboral como
«condición de vida», como una circunstancia con la que hay que «contar y
saber manejarse en ella», la escasa conciencia por el deterioro
ambiental que conlleva nuestra forma de vida, hace que éste pueda ser
percibido de similar manera: como una contingencia con la que hay que
contar. Como el precio que hay que pagar por disfrutar de un consumo
ilimitado. La ausencia de conciencia ambiental junto a cada vez peores
condiciones laborales, hacen que carezca de sentido la lógica de
disciplina ambiental, de sacrificio consumista, para preservar el
planeta para las generaciones futuras. De resultar cierta esta hipótesis
estaríamos ante un cierto nihilismo ambiental en los grupos sociales de
renta baja y bajo nivel de cualificación y estudios. Coincide la
aparición de este nihilismo con el giro electoral que se está
produciendo hacia opciones de extrema derecha nacionalista, xenófoba y
supremacista, en algunos países, que tienen como uno de los pilares de
su programa político mayor endeudamiento y precariedad ambiental.
El
estudio: «De la moral del sacrificio a la conciencia de la
precariedad», establece una correspondencia entre modelo de consumo,
acceso a la propiedad y explotación laboral, que, además, pone de
manifiesto la conexión directa que hay entre éstas y la explotación de
la Naturaleza: «La condición precaria implica un modelo de consumo
completamente desligado del acceso a la propiedad, y en ese sentido una
ruptura con la lógica del sacrificio y el ahorro orientado a consolidar
un patrimonio. Desde una posición más activista se habría de adaptar el
modo de vida a un consumo muy modesto para no entrar en los altos
niveles de explotación laboral a los que habría que someterse para
reproducir los viejos modos de consumo y de acceso a la propiedad.» Si
en condiciones de crisis económica y de trabajo cada vez más precarias,
ciertos grupos sociales de renta más baja, han reaccionado rechazando el
ahorro («…si yo gano 1.000 euros y me puedo permitir comprarme 500 en
ropa…¿para qué trabajo, para guardar?»), la misma reacción de estos
puede preverse ante la necesidad de ahorro ambiental, en favor de las
generaciones futuras, que exige el cambio climático para evitar un
incremento de temperaturas catastrófico. El riesgo que existe es que
esta deserción se extienda y llegue se generalice. En este caso será
necesaria mucha pedagogía social, para no hacer inútil, estrategias
éticas como las apuntadas antes: convertir a cada individuo en parte de
la solución y no del problema. Hipótesis, ideas, para la reflexión,
debate, experimentación y uso, en su caso. Para ganar la batalla de las
palabras. Y la de las ideas.
Paco Soler
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