Si hoy queremos llegar a final de mes, debemos dejar atrás los falsos dilemas, mirar a la Medusa de frente sin quedar petrificados
y abordar la más irrefutable cuestión política de cuantas tenemos que
afrontar como seres humanos: «las condiciones que requiere la
continuidad de nuestra especie en un planeta limitado». Es decir, como
enfrentar la crisis climática y ecológica. De lo contrario, los seres
humanos ―en este verse como habitantes del mundo sin ver el planeta―
deberemos enfrentarnos, por nuestra desobediencia a la pureza, a una
cuarta ruptura: la existencial. La extinción.
Los científicos nos están diciendo que no hacemos lo suficiente
para combatir el calentamiento global y la emergencia climática. Que
son necesarios «cambios sin precedentes y en todos los aspectos de la
sociedad» para limitar el calentamiento a 1,5ºC. Transformaciones que
―según la ONU― habrán de constituir «una reorganización sistémica de los
factores tecnológicos, económicos y sociales, incluyendo paradigmas,
objetivos y valores».
Pero como decirlo a una sociedad en la que la propensión al consumo es
mayor entre las rentas bajas que entre las altas ―mayoritaria por
tanto―. Como decirlo cuando sabes que cada día que pasa, cada mes, cada
año que retrasamos la adopción de las medidas que conlleven reducciones
netas del consumo exigirá que las que tomemos posteriormente ―al
disponer de menos tiempo para llevarlas a cabo― deban ser más radicales y
dolorosas y gravar más a los que menos tienen y enriquecer a los que
más tienen. Hace falta muchísima pedagogía
para la comprensión profunda de la emergencia climática y como nos está
afectando ya, a la cual no pueden renunciar los partidos políticos.
Hay que hablar de la emergencia climática con franqueza para
generar las condiciones políticas necesarias y repetirlo una y otra vez
para vacunar a la gente contra el mensaje de la extrema derecha que no
se está cortando en explicar la crisis a su manera, negándola, y en
beneficio de su propio plan político. Y para que a medida que la
realidad vaya demostrando los hechos sobre los que se está advirtiendo, la gente tenga una comprensión cabal de lo que sucede, por qué sucede y cuales son las alternativas.
La rebelión
de amplios sectores sociales por sus expectativas arruinadas, la
creciente desigualdad, la corrupción persistente y una profunda
sensación de frustración, con las «crecientes tensiones sociales y
políticas» que está ocasionado, es evidente que tienen que ver con factores como los avances tecnológicos, la productividad, las políticas fiscales regresivas, el cambio climático o el declive de los combustibles fósiles.
La
emergencia climática y el declive energético apuntan a que las políticas
para combatir y atajar la desigualdad no podrán provenir ―como antaño―
de la extracción sin freno de materias primas ni del incremento del
consumo agregado de los hogares. Y que las inversiones públicas que se
destinen a combatir la desigualdad, las transferencias sociales y el
aumento del salario mínimo habrán de cumplir la regla: ‘emisiones cero’.
Esto es tanto como decir que al igual que el incremento de la desigualdad y las tensiones sociales y políticas muestran los límites del sistema económico, la crisis climática y ecológica exterioriza los límites del planeta que
permiten la vida, de los cuales: el ozono estratosférico sigue estable;
agua dulce, calcificación de los océanos, y usos del suelo están en
riesgo de ser sobrepasados; y biodiversidad, agotamiento del nitrógeno y
el fósforo y clima ha sido desbordados. Y para muestra un botón: Qatar
ha comenzado a refrigerar las calles para combatir el aumento de las
temperaturas.
Si las políticas surgidas del pacto
neoliberal de la década de los 90 del siglo pasado explican un cierto
regreso a la lucha de clases del siglo XIX y la primera mitad del siglo
XX, la crisis ecológica, de la que el calentamiento global es una manifestación, ha destapado un conflicto entre generaciones que condena a los jóvenes a la inseguridad
climática, alimentaria, laboral, económica y familiar. Éste se ve en la
irrupción social del movimiento Juventud por el Clima y las huelgas
climáticas globales. Y en la aparición de otros movimientos homólogos
como Madres por el Clima o Científicos por el Clima.
Los múltiples retos del siglo XXI requieren, por tanto, la reconstrucción del pacto social roto por las élites. Y demandan, además, la institución de un pacto entre generaciones,
que garantice a las futuras generaciones el uso del planeta y de unos
recursos, al menos, en las mismas condiciones en que nos fue entregado
por las anteriores, de manera que las acciones actuales no condicionen a
aquéllas su capacidad para tomar sus propias decisiones.
Sin estas dos alianzas no será posible reconstruir la cohesión social fracturada,
de la que son expresión conflictos como los chalecos amarillos, el
Brexit, las revueltas de Chile, Brasil o Ecuador, el auge de la extrema
derecha y los partidos populistas, los gobiernos iliberales de Europa
del Este. O la propia crisis independentista de Cataluña, que goza de
apoyo en amplias capas de la población y de una juventud inmersa en la
inseguridad y la falta de perspectivas laborales. Independencia que es
sentida por muchos como la única vía que les permitirá escapar de un
presente sin alternativas.
La primera tarea de las fuerzas
políticas, por tanto, tras las elecciones del 10-N, debe ser el cambio
de sus hábitos: el fin del bloqueo político y de la inacción climática.
La superación del bloqueo político,
primer paso para avanzar en la solución del desencuentro entre Cataluña
y el resto de España y del resto de empresas pendientes, se traduce en
la necesidad de generar espacios de diálogo y alcanzar nuevos pactos y alianzas políticas, económicas, sociales y de sostenibilidad, con los los que generar ilusión en el futuro en territorios y grupos sociales.
El acceso al agua, la
fragilidad de los ecosistemas, la alimentación, la salud y la
seguridad se agravará en las próximas décadas de continuar la inacción climática, atentando contra nuestra seguridad actual y futura.
Es ineludible, por tanto, establecer un nuevo compromiso con las generaciones de españoles y españolas que nacen hoy, pero también con las generaciones futuras. Y esta alianza ha de ser de igualdad y libertad, es decir, económica y social. A la vez que un pacto de equidad y fraternidad, es decir, climático y ecológico, para evitar que el presente se convierta en tirano y déspota de si mismo y del futuro.
Es ineludible, por tanto, establecer un nuevo compromiso con las generaciones de españoles y españolas que nacen hoy, pero también con las generaciones futuras. Y esta alianza ha de ser de igualdad y libertad, es decir, económica y social. A la vez que un pacto de equidad y fraternidad, es decir, climático y ecológico, para evitar que el presente se convierta en tirano y déspota de si mismo y del futuro.
La inacción de los gobiernos, su falta de
respuestas políticas a la emergencia climática y ecológica, hace
ineludible la asunción por todas las fuerzas políticas de las reivindicaciones del movimiento de justicia climática, como programa político común: declaración de emergencia climática y ejecución de políticas acordes con lo señalado por la ciencia y dotadas de recursos económicos suficientes para abordarlas; decir la verdad
a los ciudadanos respecto a la crítica situación climática y ecológica
que vive el planeta y señalar la responsabilidad del crecimiento
económico en la degradación actual, al ser una garantía para llevar a
cabo un giro efectivo, pues sin una adecuada comprensión de la gravedad
de la crisis no se podrá salir del estado de inacción actual; acción inmediata:
consistente en la reducción drástica de emisiones en el menor tiempo
posible, de acuerdo con lo planteado por la comunidad científica; democracia real,
mediante la puesta en marcha de instrumentos ciudadanos participativos
de supervisión y garantía de cumplimiento de las medidas climáticas que
sean adoptadas; y justicia climática,
convirtiendo ésta en el centro de toda acción para evitar que los que
menos ha contribuido al problema y los sectores más vulnerables sean los
que más sufran los efectos.
¿Y si, como sociedad, no estamos
dispuestos a hacerlo? Habremos de vivir ―cada día más― lo que Churchill
llamó «la era de las consecuencias», pues el capitalismo que viene
―escoltado por el calentamiento global y el declive de los combustibles
fósiles― reordenará la sociedad de forma que ésta funcione para sus
propósitos, con reformas amparadas en el paraguas de la innovación, lo
tecnológicamente avanzado y las empresas creativas, tales como: la
inteligencia artificial, la automatización, la robotización, el
tratamiento masivo de datos o la captura de carbono.
El capitalismo se está pintando de verde y
como ciudadanos debemos saber elegir y optar por aquellas ideas que
resultan inspiradoras en lo moral y fértiles en lo teórico, aptas para
iniciar la senda hacia una economía poscrecimiento, como el Acuerdo Verde para España, aunque no sepamos bien como realizarlas. Debemos enfocarnos en hacer lo que es necesario, en vez de hacer lo que es políticamente posible.
Las decisiones que hoy se adopten han de ser, por tanto, las más adecuadas.
No aquéllas que sean definidas como las mejores que se pueden adoptar
en un entorno lleno de incertidumbres. No podemos ser conformistas y
hacer solo la parte que nos toque. Es necesario que hagamos comprender a
«la gente» que no está dispuesta a renunciar a sus smartphones, a la
comida rápida, los viajes ‘low cost’, a la ropa barata, a los
automóviles o a la tecnología ―nosotros incluidos―, que el consumismo
sin límite nos está llevando al abismo. Que es necesario y posible vivir de manera más justa, simple y sobria.
No hay puntos intermedios entre la acción y la inacción, pero si
caminos diversos, urgencias y niveles de miedo. El envite es un órdago a
la grande. Hay que tirar del freno de emergencia.
Francisco
Soler
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