Nuestro
tiempo nos impone el reto histórico de encajar el sistema
socioeconómico dentro de los límites del planeta. Pero la
crisis climática, a la vez, nos brida la oportunidad para construir
una nueva idea de España: moderna,
sostenible, generosa, solidaria, abierta, feminista.
Una España capaz de contribuir a que el proyecto europeo recupere su
mejor dirección. Una España que cuide. Una España que no excluya.
Una España que ofrezca orden, seguridad, protección y reglas claras
para todos, pero en especial para quienes más las necesitan.
Pero
no hacemos lo suficiente
en la lucha contra el calentamiento global, nos dicen los
científicos.
España ―advierten― será uno de los países más afectados de la
UE. Y la zona mediterránea se calienta más rápidamente. En ella la
temperatura ya se ha incrementado 1,5ºC. Y cuanto más se caliente
el planeta, más se instalará entre nosotros el discurso perverso:
“no hay para todos”, cargando sobre
los más débiles y sobre la naturaleza la defensa de los privilegios
que algunos tienen.
Así
pues, todo el tiempo que perdamos hoy, todo el esfuerzo que
regateemos hoy, se volverá contra los y las españolas que hoy están
naciendo y que serán los protagonistas del siglo XXI en un mundo más
cálido y más difícil: con inseguridad
climática, alimentaria, laboral, económica, familiar, afectiva. Sin
derecho
al futuro.
La transición
ecológica que tenemos que llevar a
cabo no es un experimento:
se trata de generalizar y masificar aquello que sabemos que funciona.
Hoy podemos hacer lo que no se pudo hacer antes por una coincidencia
de factores que nunca se habían dado juntos: consenso científico,
tecnologías maduras, dirección política europea comprometida con
la descarbonización y una ciudadanía activa ―que ha sido capaz de
promover las movilizaciones ecologistas más importantes de la
historia― y ha construido un nuevo sentido común de mayorías.
El
desbloqueo de
la actual política de insostenibilidad pasa, por tanto, por una
transición ecológica y
energética,
que
parta de una
declaración de la emergencia climática
y la aplicación de políticas acordes con lo señalado por la
ciencia, dotadas de recursos económicos suficientes para
realizarlas; de decir la verdad a la ciudadanía
respecto a la crítica situación climática y ecológica que vive el
planeta y de la responsabilidad del crecimiento económico en la
degradación actual; de una reducción drástica de las
emisiones en el menor tiempo
posible, según lo planteado por la comunidad científica; y
de la participación
ciudadana
en la supervisión y
garantía
de cumplimiento de las medidas climáticas que sean adoptadas.
Pero
los desafíos se superponen
y el climático no es el único. Nos enfrentamos al declive de las
energías fósiles; a una
mutación radical del mundo del trabajo y del modelo productivo
provocado por la digitalización y la automatización;
al incremento de las desigualdades económicas,
cronificación de la precariedad laboral e implantación del miedo
como condición vital en amplias capas de la población; a demandas
de plena igualdad de
las mujeres en un contexto de
creciente crisis de cuidados; pérdida de legitimidad y
de capacidad de cohesión de los sistemas políticos como
consecuencia de la ruptura unilateral del contrato social por parte
de las élites y un teatro de juego geopolítico
progresivamente más inestable y convulso.
En
España, estas tendencias
globales se manifiestan con algunas peculiaridades: el bloqueo
institucional provocado por la
primacía del interés de los partidos sobre cualquier consideración
del interés general, potenciador de la desafección de los
ciudadanos respecto a las instituciones; la necesidad de repensar
el encaje afectivo e identitario de
los distintos pueblos y naciones de España
en un proyecto común tras el agotamiento del modelo autonómico
nacido en 1978; y la hipertrofia territorial que rompe España en dos
países contrapuestos: la España
urbana y la España vaciada.
Por
ello no podemos esperar más. Ya no queda tiempo si no queremos
perder el tren del clima y el del nuevo mundo que llega. Es el
momento de hacer la apuesta definitiva
que se estudie en los libros de historia. Esa que cambie
radicalmente nuestro país, nuestra
economía, nuestras formas de vida y la manera de relacionarnos con
el planeta.
La
gran transformación que
necesita España requerirá
modificar nuestra relación con la Naturaleza, reorganizar la
economía, reordenar el territorio, blindar derechos, establecer
deberes, dar primacía al interés general sobre el partidista,
cuestionar privilegios, repartir con justicia los esfuerzos y
transformar costumbres e imaginarios arraigados. Por su esencia
política esta transformación está en disputa y puede modularse
desde valores, compromisos, intereses y definiciones muy diferentes.
Este es el cambio queremos y ponemos sobre el tablero político. ¿Te
apuntas a esta España?
Francisco
Soler
Candidato Nº
1 al Senado
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