La política de mercados libres de la derecha y la propuesta de amplia prosperidad de la izquierda, ambas sin protección del medio ambiente,
han desembocado en una crisis financiera, energética y climática. Ésta
está transformando el significado del ‘nosotros’. «Lo nuestro» está
siendo reemplazado por: «nosotros primero».
Optar por «lo nuestro» es lógico. Abandonar a los demás, creer que
nosotros estamos primero, es una reacción de miedo que nos hace sentir
bien. Más seguros. Ante ello surge la pregunta: ¿para enfrentarnos a
esta situación es suficiente la solidaridad o necesitamos un valor que
cree unos lazos más fuertes?
Hacer lo que
nos hace sentir bien, es más fácil que hacer lo que es lógico. Un
ejemplo de ello fueron las elecciones ganadas por Reagan prometiendo que
la fiesta del consumo podía continuar, tras el anuncio de Jimmy Carter
de que el petróleo y el gas estaban agotándose y eran necesarios
sacrificios graduales y realistas. Éste fue el primer caso de influencia
electoral de las cuestiones ambientales. ¿Están haciendo lo mismo Trump
con su ‘América primero’; Iglesias cuando dice que ya que no se puede
hacer una enmienda a la totalidad del sistema, aunque vamos al desastre
ecológico, lo importante ahora es dar de comer a la gente; o Juan Carlos
Monedero cuando dice: «hablando de decrecimiento no se ganan
elecciones». ¿Ante
la dureza de los años que vendrán, caerán las banderas de la
solidaridad para mantener el nivel de vida actual? ¿La negaremos como
Pedro negó a Jesús de Nazaret? Al mantener y promover las izquierdas y
las derechas las mismas políticas de producción y consumo sin límite,
que nos han traído a este punto: ¿estamos instalados en lo que Manuel
Casal llama «antes fascistas que sencillos»?
Lemas y afirmaciones como las de Trump, Iglesias o Monedero expresan valores conservadores
que, desde una y otra perspectiva, ignoran las leyes del planeta. El
del primero empuja a la apropiación y a la guerra por los recursos. Las
de los segundos los sitúan en la irresponsabilidad ambiental, porque
sin energía y con un planeta deteriorado, mañana, será improbable que
se pueda dar de comer a tantos como somos hoy y mucho menos a los muchos
más que se espera que seamos mañana (1).
Todos ellos padecen un desfase moral. Y transmiten valores del mundo
del siglo XX. Pero ese mundo ya no existe. ¿Se autoengañan y nos
conducen al suicidio colectivo o engañan y arrastran a la gente al
abismo en su ambición por el poder? ¿O es simple ignorancia?
Estamos
destruyendo el lugar hermoso que es este planeta, cuyas condiciones
benignas posibilitaron el acontecimiento de la vida. Pero a pesar de no
tener un planeta de repuesto seguimos con la fiesta. El mal que hacemos
al planeta se vuelve contra nosotros. Y se volverá contra nuestros
nietos. Ese será el precio a pagar si se mantiene un nivel de producción
y consumo insostenible. ¿Dejaremos que ellos nos maldigan?
Para evitar
destruir el planeta y sortear la trampa del nuevo fascismo ambiental que
acecha, no basta con apostar por un cambio de modelo energético, con
realizar una transición a las energías renovables —que hasta la derecha
secunda— y confiar en la tecnología para la resolución del cambio
climático. Es necesaria una inmersión colectiva en nuevos valores
dirigidos al cuidado, a la responsabilidad, a la equidad. Y a la resiliencia.
Cambiar las
cosas es cambiar el modo que la gente tiene de ver el mundo. Seguir
pensando, pues, en términos de mercado libre como las derechas o de
prosperidad amplia como las izquierdas, sin cambiar los valores morales
de la sociedad es crear y creer en la ilusión de un capitalismo verde.
La crisis del sistema climático que hemos inducido exige la
transformación del modelo industrial de civilización, no solo del
energético. Para evitar esta artimaña —que a quienes más perjudica es a
los más débiles y a los que menos han contribuido al colapso—, es
necesario un reseteo moral. Dicho de otra manera, que la sociedad se
sustente en una elección moral diferente, que escoja un modo de vida
acorde con los límites que nos impone el planeta. Si nuestro bienestar
procede en última instancia de los recursos, agotados éstos el bienestar de la sociedad en el futuro deberá tener otro origen.
Para llevar a cabo este cambio social es crucial que dominen la esfera pública los sentimientos de empatía, cuidado, responsabilidad e interdependencia, acompañantes naturales de los valores necesarios para restaurar las capacidades antiguas —justicia y equidad—
precisas para preservar —entre las naciones y dentro de ellas— la
armonía en la competencia por unos recursos cada día más escasos.
Debemos
construir para ello una solidaridad más fuerte, fundada en lazos de
hermandad entre quienes comparten, no solo intereses de clase,
económicos o nacionales, sino también destino. Esta solidaridad fuerte
es la fraternidad. Desde ella emergen nuevos valores, derechos y deberes vinculados a la justicia: la equidad intergeneracional; el gobierno ético: como gobierno cimentado en los derechos humanos y en los derechos de los seres no humanos; el desarrollo humano; y la construcción de la paz positiva.
Solo desde una postura moral así conformada podremos superar el reto
que tenemos planteado como especie, sin olvidar injusticia de las
políticas neoliberales ni el fascismo que nos acecha. La sociedad ha de
prepararse para el postcolapso de la civilización industrial. Un día si
no, mientras soportamos la ira de la Naturaleza, aflorarán preguntas
sobre nuestra relación con el planeta que harán surgir en nosotros el
dilema del verdugo.
Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/08/17/es-suficiente-la-solidaridad/
(1) ¿Hemos llegado al pico de comida? La escasez se cierne a medida que las tasas de producción mundial disminuyen:
Tom Bawden indica en en el artículo del 28.1.2015, publicado en The
Independent, que maíz, arroz y hasta trigo y pollo desaceleran el
crecimiento de su producción. Recientes investigaciones indican además
que la producción de huevos, carne, verduras, soja, y así hasta 21
productos básicos, está empezando a quedarse sin impulso. Mientras la
población mundial continúa creciendo. Se espera llegue a nueve mil millones en 2050. Los problemas causados por la creciente población
se han visto agravados por el crecimiento de las poblaciones adineradas
de la clase media en países como China y la India, que exigen una dieta
más sustanciosa. Si a lo anterior se une el pico del fósforo (2) —más
complejo y difícil que el del petróleo— y las implicaciones que tiene
para la inviabilidad a largo plazo —incluso a medio— de la agricultura
industrial, al ser éste un recurso no renovable, puede comprenderse que
las luces rojas se hayan encendido.
(2) Por qué el agotamiento del fósforo debería preocuparte, Iñaki Berazaluce, Yorokubu, 2.12.2013Ante el declive del fósforo para la agricultura, Jesús Bermúdez, Crisis energética, 18.8.2018
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