El nivel de energía disponible por una sociedad, condiciona el nivel o calidad de vida de ésta. Y hoy la disponibilidad de energías fósiles
está en declive. El petróleo ya ha llegado a su cénit o pico y en los
próximos años viene el pico del gas y el del carbón. La relación entre
sistema financiero y energía la explica muy bien Manuel Casal. Señala
éste que el declive energético hará inviables los actuales sistemas monetarios. Y que la falta de crecimiento económico hará inviable el sistema financiero al estar éste basado en el interés compuesto. La austeridad financiera es, así, la receta empleada para sostener la tasa de ganancia del capital. Veamos cómo es esta relación.
Lo señalado anteriormente se puede
explicar con los dos sencillos gráficos que a aparecen a continuación,
—la idea de los círculos concéntricos la tomo del libro de Manuel Casal,
La izquierda ante el colapso de la civilización industrial,
que plasmo de manera aproximada en la figura 2 de abajo y desarrollo en
la figura 1—. Mientras en la primera figura, describe la actual relación
de la civilización industrial en la biosfera: la economía actúa como
capa o nivel omnicomprensivo que abarca todas las demás. Las restantes
capas quedan supeditadas a las leyes económicas que niegan a las demás;
la figura 2, representa la correcta inmersión de la especie y la
sociedad humana en la biosfera, en la cual el ambiente es el nivel o
capa en el que se incluyen los demás y actúa como límite de lo posible
para las sociedades humanas y no humanas, sin que ello implique la
negación o contraposición con los restantes niveles o capas.
Partiendo de la forma de la forma de inclusión del ser humano en la
biosfera y la relación con el ambiente descrita para la figura 1, el
principal motor de la sociedad en Occidente desde la Revolución
Industrial ha sido la fe en el progreso, entendido como crecimiento económico.
En coherencia con la organización económica, social y tecnológica de la
civilización industrial y con su postulado principal: el progreso, las
fuerzas políticas se han organizado en la defensa de los intereses de
los grupos sociales (clases) que representan, a fin de obtener una parte
mayor de la riqueza que se creaba, sin interesarse por los límites que
impone la biosfera. El caballo de batalla ha sido y es la distribución de la riqueza
que se genera. Hasta la segunda mitad del siglo XX ninguna fuerza
política cuestionó el dogma del crecimiento. En los años 60 del pasado
siglo el movimiento ecologista fue el primero que lo hizo. A partir de
este momento ha surgido una nueva divisoria política entre fuerzas productivistas o antiproductivistas
—o industrialistas y no industrialistas— según defiendan el dogma del
crecimiento económico sin límites (entendido como producción ilimitada)
o, por el contrario, que éste esté ceñido a los límites biofísicos y
termodinámicos que impone el planeta. Esta nueva divisoria establece una
nueva pugna política: la de los límites que impone la biosfera.
Figura 3. Gráfico en el que se relaciona la puesta en práctica de las divisas de la Revolución Francesa, el tiempo histórico en el que aparecen y la ideología que levanta la bandera (elaboración propia)
Si se realiza un análisis de las etapas
históricas que ha atravesado la civilización industrial, y se toma como
eje de dicho examen la divisa de la Revolución Francesa: libertad,
igualdad y fraternidad, se observará que tanto la lucha por la libertad
de la Revolución Liberal, como la lucha por la igualdad de la Revolución Socialista,
han tenido en su centro la disputa por la apropiación de los recursos
materiales, junto a otras luchas: control de los medios de producción y
distribución de la riqueza. La libertad burguesa exigida no era solo
política: solo control del poder del rey, reclamaba sobre todo libertad
económica: la liberación de los recursos naturales, la libertad de
comercio y de empresa que exigía la Revolución Industrial y que el
absolutismo no podía afrontar, merced de la intervención en la economía,
del déficit público y del grado de parasitismo del estamento nobiliario
y la Corte que consumían directamente —en Francia— un sexto —16.6%— del
presupuesto nacional. Y el anhelo de igualdad de la revolución
soviética: el acceso a la propiedad de los medios de producción,
conllevaba la necesidad de acceder a los recursos, para producir y
distribuir la riqueza estatalmente generada.
Los gráficos 1 y 3 ponen de manifiesto
que la batalla política ha estado centrada en el nivel económico y
político del gráfico 2, obviando los restantes niveles. Ello ha llevado a
una subversión de dicho orden y a la preponderancia de lo económico
sobre todo lo demás con olvido del nivel antropológico —entendido como
la repercusión de y sobre la especie, tanto humana como restantes— y el
ambiente —o biosfera— que da sustento a la vida en el planeta, tal y
como se indica en la figura 1. Esta subversión ha llevado a considerar
el medio ambiente como un subconjunto de la economía, como un mero stock
de aprovisionamiento para la actividad productiva. Diversos estudios
revelan, sin embargo, la falacia del mito de la calidad de vida ligada al crecimiento del PIB,
ya que por encima de un determinado nivel de renta per cápita anual
(13.000 euros), no hay mayor calidad de vida, sino mayor consumo de
energía y recursos materiales, superficial y destructivo.
Una relectura en clave ambiental de
los acontecimientos políticos del último tercio del siglo XX, nos
muestra nuevos hitos significativos que proporcionan una nueva
comprensión de ese período histórico. En la década de 1970
la destrucción de la Naturaleza dejó de ser un mal condenable, para
pasar a ser contemplada como una «pérdida de servicios». En 1971 se publicaron los resultados del trabajo de modelización del mundo titulado World Dynamics,
que llegó a la conclusión que la economía mundial tendía a estancar su
crecimiento y a colapsarse como resultado de una combinación de la
disponibilidad de los recursos, la sobrepoblación y la contaminación. En
1972 se publicó el Informe Meadows sobre Los límites del crecimiento, con un fuerte impacto. Posteriormente el sistema económico mundial ha seguido muy de cerca el escenario de declive económico (escenario “caso base”) previsto en él. 1973 fue el año de la primera crisis del petróleo. En la década de 1980
comienza la extralimitación ecológica y el negacionismo tanto climático
como de los límites biofísicos de la economía. Entre 2005-2008 se
estima que se alcanzó el máximo nivel en la producción de petróleo (pico
del petróleo). Y en 2008 se produjo la segunda crisis del petróleo.
No debe despreciarse la conexión entre
los hitos ambientales indicados y el giro de la economía que
posteriormente se produjo. El precedente fue en plena II Guerra Mundial,
en 1941, con firma de la Carta del Atlántico,
declaración conjunta de los Estados Unidos y Gran Bretaña en la que se
acordó que todos los estados deberían tener igual acceso a las materias
primas que les fueran necesarias para su prosperidad económica. El
segundo paso se dio en 1957, con la creación de la CEE como un «orden de mercado» u «orden de competencia». En 1970
se produjo el resurgir del neoliberalismo y arrancó el proceso de
financiarización de la economía. En lo político este resurgir se tradujo
en la elección de una triada de presidentes neoliberales: Valéry
Giscard d’Estaing (1974), Margaret Thatcher (1980) y Ronald Reagan
(1981). En España, la muerte del dictador en 1975 permitió que nos
sumáramos desde el inicio al renacimiento neoliberal con la aprobación
de la Constitución de 1978, que es el pacto fundacional
del neoliberalismo en España y cuyo texto ha marcado el rumbo que ha
seguido nuestro país. La principal lectura que hay que hacer de su
aprobación no es la que hace la izquierda como legitimación de la
continuidad del pasado, sino como un instrumento de tránsito hacia el
futuro neoliberal.
Y en estas llegamos a la reforma del artículo 135 de la Constitución,
que prohibió el déficit público y antepuso el pago de la deuda a
cualquier otra necesidad pública. Esta reforma es una vuelta de tuerca
más, en España, de la política neoliberal instaurada en 1978, cuyo
efecto práctico ha sido la «desposesión generalizada de la riqueza» a
las clases populares, sin reparo alguno, por los detentadores del
capital.
Ello nos pone en la pista de dos hipótesis: una, que la derecha es consciente de la intensa e irremediable escasez que viene; dos, el diagnóstico equivocado de la crisis que hace la izquierda, pues no se trata de una cuestión puramente económico-financiera que exige redistribuir, sino que además será necesario pisar el freno y relocalizar.
La insistencia de la izquierda en el crecimiento económico es un error
anacrónico que parte de una comprensión superficial de la actual crisis,
por cuanto el crecimiento económico del que gozamos y la complejidad de
los modernos Estados está en relación directa con la cantidad
disponible de energía con alta tasa de retorno energético que
proporcionan las energías fósiles, actualmente en fase de declive.
Con el mantenimiento del mito del
crecimiento, la izquierda se encierra en un bucle del que no puede salir
y se desliza por el marco de la derecha. Tras la proclamar que la
austeridad es mala, ¿cómo piensa explicar a la sociedad que la austeridad es mala pero la frugalidad material es buena?
Sin quererlo ni buscarlo legitima la austeridad financiera que ha
impuesto el capital, al mantener el debate dentro del marco que ésta ha
establecido, en vez hacer una impugnación total del sistema y establecer
otro marco para el debate político: el de la transición civilizatoria hacia una sociedad de prosperidad sin crecimiento.
Como bien explica Manuel Casal en su
libro, la actual creación de dinero bancario a escala mundial está
basada en la perpetua creación de deuda, lo cual requiere que la
economía de mañana sea, en términos cuantitativos, mayor que la de hoy
para permitir no solo devolver el crédito sino también pagar los
intereses. La Gran Recesión de 2008-2009 —que fue una
crisis con origen ambiental— fue un efecto del agotamiento del
petróleo, de haber alcanzado el pico de producción.
El esquema de crecimiento actual asentado
en la expansión del crédito, requiere un flujo creciente de energía
barata que alimente la economía real. Cuando ese flujo de energía fósil
barata se ha secado debido al cenit del petróleo, el sistema ha
comenzado a fallar y seguirá esa senda hasta el colapso. Si no se pueden
pagar los intereses de la deuda el sistema no es viable. Y hoy no cabe
esperar siquiera que se alcance la capacidad de devolver el principal
de los préstamos vivos.
Separar lo financiero de la base material
de la economía ha sido posible un tiempo, pero esta disociación no es
posible mantenerla a largo plazo. La Gran Crisis de 2008 ha evidenciado
que «lo sociopolíticamente posible es (…) un subconjunto de lo posible
físicamente». Lo que está más allá de los límites que impone la
biosfera, por tanto, está fuera de las posibilidades de la política. Así
pues, en vez de aplicar recortes, austeridad y rescates financieros,
operaciones que —como dice Antonio Turiel— no son más que un plan de
liquidación de activos para pagar una deuda impagable y con los
intereses prometidos, es necesario que la deuda ecológica sea tenida en cuenta, se implemente una política de recortes de la producción excesiva para la biosfera y superflua para la sociedad, un plan de austeridad energética y un objetivo de rescate y restauración de las partes dañas de la biosfera.
No hemos vivido por encima de nuestras posibilidades financieras, como
gusta acusar a la derecha, sino por encima de los límites del planeta,
que es un matiz que siempre queda oculto.
Siguiendo el hilo conductor que trazan
las divisas de la Revolución Francesa y partiendo de los retos y
amenazas que —como especie— hemos de afrontar en el siglo XXI: la
transición civilizatoria y el cambio climático, hemos de dirigir la
evolución de nuestros valores hacia la fraternidad y encaminarnos hacia la inmersión real de la civilización humana dentro de los límites de la biosfera.
Propuestas de este calado, hoy por hoy, solo están siendo formuladas
por el movimiento decrecentista/colapsista y la ecología política. Jugar
con las reglas del sistema no sirve y quienes debido a su realismo
político han han impugnado el sistema han sido adjetivados de
terroristas. La vía por la que hemos de transitar —como sociedad y como
especie— pasa, por tanto, por recorrer el camino que va desde el
austericidio financiero hasta la austeridad energética voluntaria y planificada, la autolimitación, la frugalidad y la vida simple.
Francisco Soler
0 comentarios:
Publicar un comentario