El País del domingo 2 de septiembre de 2018
presentaba un pequeño reportaje de Ignacio Zafra, que recogía la opinión
de cuatro historiadores acerca de la iniciativa de Pedro Sánchez de
crear una Comisión de la Verdad sobre el franquismo. Paul Preston decía
que ya es tarde para crear esa Comisión, porque los verdugos ya no
pueden pedir perdón a las víctimas; Santos Juliá decía que eso tiene
sentido “cuando los testigos de los sucedido están vivos” y que aquí ya
se conoce casi todo; Moradiellos decía que “no va a sentar una verdad
oficial”; y José Álvarez Junco añadía que está en contra de esa verdad
oficial.
Otro historiador, Julián Casanova, replicaba en su muro de Facebook el día 3 de septiembre una entrevista que le hizo Infolibre
y tampoco se mostraba partidario de una Comisión de la Verdad, en este
caso por extemporánea. Reconocía, sin embargo, lo siguiente: “Hay que
sacar toda la verdad histórica, toda la información, pero no soy
partidario de una comisión ad hoc”.
Nos faltaba Antonio Elorza, que pontificó finalmente el día 5 de septiembre, también en El País.
Decía que la “verdad histórica” ya está establecida en cuanto a las
responsabilidades. Faltaría una nimiedad: el resarcimiento de las
víctimas. Y terminaba manifestando sus dudas sobre si los líderes
políticos herederos de las ideologías presentes en la Guerra asumirían
los crímenes. Citaba, incluso, tres de esos crímenes, sólo tres: García
Oliver y su amparo de la FAI; los comunistas en Paracuellos; y el PNV
con Santoña.
Finalmente, Álvaro Soto, el día 6, escribía otro
artículo en el que no veía con agrado una Comisión de la Verdad, después
de tanto tiempo y porque “ya tenemos ‘verdades’ históricas rigurosas y
reconocidas”. Pero su artículo se titulaba “Contra el olvido”. ¿En qué
quedamos?
Vaya por delante mi desprecio sin paliativos a estas
opiniones por una primera razón: casi ninguna demuestra saber lo que es
una Comisión de la Verdad y todas desconocen el papel y el significado
de las víctimas. Además, confunden una Comisión de la Verdad con una
tesis doctoral. Y, en el fondo, lo que se manifiesta es la preocupación
por que una Comisión de la Verdad ponga sobre la mesa su papel
historiográfico, su autoridad en tanto que historiadores “oficiales”.
Estos historiadores pueden ser “expertos” en historia, pero no lo son en
comisiones de la verdad . Su palabra, por lo tanto, no vale más que la
de cualquier otra persona; y el valor de esa palabra dependerá de la
sabiduría que demuestren. En este caso, poca.
Las asociaciones de víctimas del franquismo, sin
embargo, y las asociaciones de defensa de los derechos humanos llevan
varios años reclamando la creación de una Comisión de la Verdad. ¿Qué
quieren estas asociaciones? Desde luego, no quieren otro libro de
historia, ni siquiera otro libro para combatir a negacionistas y
revisionistas, cosa que siempre hace falta.
Quieren conocer todos los nombres de las víctimas,
las circunstancias de su muerte, los autores de la misma, quién dio la
orden, quién la ejecutó, si fue el gobierno, si el ejército, si unos
paramilitares, si cuadrillas de bandoleros, si se ajustaba al derecho
nacional e internacional vigente.
Quieren localizar todas y cada una de las fosas (las
del campo republicano y las del campo franquista; eso sí, sin
mezclarlas, cada una en su departamento), sacar los huesos,
identificarlos, entregarlos a los familiares o a las asociaciones de
defensa de los derechos humanos. Y esto en público, no como mero “honor
de los muertos” en la privacidad familiar.
Quieren conocer si, además de matarlos, los
torturaron, si les robaron sus bienes, si les obligaron a trabajar como
esclavos; quién los contrataba para esos trabajos; quién se adueñó de
sus bienes. Quieren saber si esos crímenes han conocido ya alguna reparación. Quieren conocer la verdad, que lleva oculta más de ochenta años. Una comisión “contra el olvido” precisamente.
Y cuando conozcan la verdad, reclamarán justicia y
reparación, claro. Pondrán en manos de los jueces la información. Y si
los jueces no hacen nada, como ahora, pedirán reparación al gobierno.
Pedirán una ley que dignifique a las víctimas, que las diferencie de los
asesinos, que las honre. Una ley que condene la apología del crimen y
que expulse de la sociedad a los apologetas, que limpie los escenarios
de contertulios solidarios con los asesinos, lo sean por mala fe o por
ignorancia.
No necesitamos un nuevo libro de historia, por eso no
necesitamos una comisión de historiadores. Por cierto, el Pacto de
Santoña podrá merecer el juicio político que se desee, pero no es
responsable de ningún tipo de crímenes contra la humanidad, por lo que
no forma parte de los objetivos de estudio de una Comisión de la Verdad.
Tampoco necesitamos recuperar la Segunda República o,
como dicen algunos, la “memoria democrática”, por eso tampoco
necesitamos una comisión de republicanos. A este respecto, sí queremos
conocer la responsabilidad de García Oliver, pero no en abstracto, sino
ante asesinatos concretos, con todas sus circunstancias; como también
queremos saber el papel de Carrillo en Paracuellos, que éste ocultó
hasta en sus memorias póstumas, pero no se busca un análisis e
interpretación del anarquismo y del comunismo durante la República. De
eso sí van hablando los historiadores y tendrán que hacerlo, quizá, los
“herederos políticos”, pero no es tarea de ninguna Comisión de la
Verdad.
Sólo necesitamos conocer la verdad oculta: los
nombres de las víctimas, los de sus asesinos, el lugar del ocultamiento
del cadáver, todo lo que se ocultó hace cuarenta años, a pesar de la
Constitución. Para eso necesitamos una Comisión de la Verdad.
Después vendrán otras cosas por añadidura: nuevos
libros de historia, que interpelarán a los “expertos”; nueva imagen de
la política republicana, que redefinirá los rostros de unos y de otros;
nueva imagen del franquismo, que hará posible culminar la Transición,
ahora ya sin espadones y sin los otros poderes fácticos con sus diversos
aliados, que nos subyugaron desde 1975 hasta aquí.
Marcelino Flórez
https://rememoracion.blog/2018/09/09/los-expertos-ante-la-comision-de-la-verdad/
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