Decía en el
primer artículo de esta serie que el siglo XXI es y será el siglo
de la ecología política. Para entender esta afirmación y la época
en la que nos hallamos, hemos de partir de un hecho: el contexto
ecológico está derrotando a la política, a la economía y a la
sociedad, y ha adquirido una primacía que antes era ignorada. Su
emergencia ha contribuido a la
ruptura del bipartidismo tradicional y al nacimiento de un nuevo
ciclo político.
Pero ésta es sólo la
primera etapa de la entrada en la escena institucional de
un nuevo discurso y una nueva dialéctica: la de la ecología
política. La
centralidad de las cuestiones medioambientales ha alcanzado a la
reordenación del tablero político. Dicho
de otra manera, el tablero político se está rediseñando para
encarar los nuevos desafíos del siglo XXI con la llegada de
la ecología política,
que es la herramienta
para afrontar los retos globales.
El nuevo
tablero político refleja, por tanto, no sólo la problemática
social derivada de la lucha por el reparto de la riqueza acumulada, a
través de la clásica divisoria izquierda/derecha o la nueva
arriba/abajo, sino que, por primera vez, los problemas ambientales
van a poder ser puestos encima de la mesa, por una fuerza política
que defiende la transformación del actual sistema depredador de
producción y consumo, en otro que sea respetuoso con los límites
biofísicos del planeta. La reordenación del tablero político se ha
materializado, por consiguiente, desde una doble perspectiva:
cuantitativa, con la nueva correlación de fuerzas surgida; y
cualitativa, con la entrada en las instituciones de un tercer polo
ideológico, la ecología política, aunque todavía de manera
incipiente y de la mano de otras fuerzas políticas. En este nuevo
contexto más complejo, multipartidario y con tres espacios
ideológicos en competencia (izquierda, derecha y ecología
política), se manifiesta una nueva divisoria que antes estaba
soterrada, silenciada.
Esta divisoria
es la denominada productivismo/antiproductivismo. Su dialéctica
traza la frontera entre los límites de la acumulación de riqueza y
los límites biofísicos del planeta. Es la divisoria central del
actual tablero político, pues subordinada y subsume la dialéctica
de acumulación/reparto de la riqueza, de la izquierda y la derecha,
en la dialéctica de los límites y la equidad, que propone la
ecología política, al estar dicha acumulación condicionada y
limitada por los límites físicos del planeta. Es, además, una
divisoria transversal, que interpela a las personas por encima de sus
adscripciones ideológicas previas, para construir una nueva
identidad política. La razón de su centralidad y primacía es
evidente y fácil de entender: sin medio ambiente, no hay sociedad
humana. Esta divisoria, asimismo, tiene el efecto de poner a las
fuerzas políticas frente al contexto de crisis ecológica en el que
estamos inmersos, obligándolas a posicionarse del lado del planeta o
contra el planeta, a que elijan un nuevo modelo de producción y
consumo o continúen consintiendo la depredación de
recursos hasta el agotamiento.
Esta dialéctica fortalece a la ecología política, pues a medida
que las restantes fuerzas políticas varíen su posición a favor de
un modelo de producción y consumo respetuoso con el planeta, la
ecología política aparecerá ante los ciudadanos como una fuerza
política para el cambio, útil y necesaria. Y si este postulado es
aceptado ya por parte de la izquierda, puede decirse, entonces, que
una parte de la izquierda se está haciendo o es ecologista.
En este
contexto, la coincidencia de ciertas izquierdas con la ecología
política, debe dar fruto. Es
el momento de pasar de las palabras a los hechos. Debe haber una
confluencia mirando
al futuro, en el sujeto
con capacidad de agregación política que, sin duda, es la ecología
política. Esta es la
dimensión
ganadora,
porque si hay un hecho constatado es que el planeta es finito y los
desafíos que tenemos por
delante son globales: el
cambio climático, la crisis de recursos, las personas migrantes y
refugiadas procedentes
de territorios en guerra o agotados por el saqueo de los recursos,
la desigualdad entre hombres y mujeres, que la
crisis ecológica intensifica y acentúa
en las
comunidades deprimidas. Es
el momento de reemplazar
los
conceptos del siglo XX,
por otros propios del siglo XXI:
competitividad por cooperación, economía
de mercado por economía para el
bien común, y globalización por conciencia global, de repensar la
libertad y la igualdad a luz de la justicia y la fraternidad. Es
momento de recuperar los valores de cuidado y protección de los
recursos naturales, de
demandar un nuevo modelo de trabajo productivo y reproductivo.
Déjenme que
para construir un mundo compartido, también termine hoy con unos
versos de Paul Celan: «Donde hay hielo hay frescura para dos./Para
dos: por eso te hice venir./Un aliento tal de fuego te
rodeaba–/venías de la rosa.»
Francisco
Soler
0 comentarios:
Publicar un comentario