Las personas que pertenecemos al Movimiento
de Vida Independiente (MVI) en España,
llevamos años, y algunas varias décadas, intentando cambiar la
mirada sobre nosotras, las personas con diversidad funcional.
La diversidad funcional es una realidad insoslayable.
Representamos ya el 14% del total de la población y el número va
creciendo debido a varios factores, algunos medioambientales.
El concepto de diversidad funcional, en realidad personas
discriminadas por su diversidad funcional, con independencia de
consideraciones lingüísticas, no es un mero cambio de terminología,
sino el resultado de una profunda reflexión sobre nuestra propia
identidad. Está íntimamente ligado al ideario de Vida
Independiente. De hecho es en el Foro
de Vida Independiente donde se acuña. Y no es
casual, la filosofía de VI lleva impreso en su ADN el respeto a lo
que cada uno es, alejándose de las ideas capacitistas y
competitivas que otros modelos han venido imponiéndonos
históricamente.
Esta otra forma de reconocernos a nosotros mismos y presentarnos
ante los demás y supone por lo tanto, un cambio de paradigma.
Desde este modelo de Vida Independiente denunciamos situaciones y
aspectos cotidianos de vulneración sistemática de los derechos de
las personas con diversidad funcional, sustentada en modelos
opresores, que anulan nuestra capacidad de control sobre nuestras
propias vidas. Y no lo hacemos con ánimo victimista, sino como
reclamo de respuestas políticas a una situación que no es un
problema de las personas con diversidad funcional, sino un asunto de
todos, un asunto político y que por lo tanto, requiere de un
posicionamiento político.
¿El posicionamiento político a la hora de afrontar la
vulneración de nuestros derechos podría hacerse desde una
concepción productivista y excluyente tanto de la organización
social como de las relaciones y los recursos? Entiendo que no.
Planteamos un modelo de autoayuda, pero también de
interdependencia entre los miembros de la especie o si se prefiere,
entre los miembros de la comunidad. De esta forma los cuidados no
son entendidos a la manera tradicional, asistencialista, compasiva o
voluntarista, sino como provisión por parte de la sociedad de los
apoyos que cada cual precise para poder controlar y desarrollar su
proyecto vital.
Basado en los Derechos Humanos, al mismo tiempo propone una
forma distinta de organizarnos las personas, la producción, los
espacios y los tiempos, desarrollando políticas económicas no
productivistas ni competitivas, que favorece la economía del bien
común, siempre desde el respeto a la diversidad humana.
Es un modelo, por tanto, que entronca con la ecología política y
el ecofeminismo.
Proponemos soluciones localizables, en el entorno más próximo.
Que atienden el bienestar, las necesidades y actividades de las
personas, respetando los ritmos naturales y las relaciones familiares
y sociales.
En esta nueva forma de organizar la sociedad, la diversidad
funcional tiene mucho que aportar.
Si pensamos por ejemplo en el diseño de nuestras ciudades,
proyectadas para el uso de un determinado tipo de personas,
funcionalista, pero para un determinado tipo de funcionalidad
relacionado con la producción, coincidimos con el
urbanismo feminista en la necesidad de visibilizar la importancia de
los cuidados.
Como dice la economista feminista Amaia Pérez Orozco, el feminismo
reclama poner la sostenibilidad de la vida en el centro, o lo que es
lo mismo,
poner a las personas en el centro.
Nosotras,
las personas con diversidad funcional también reclamamos ciudades
cuidadoras, en las que los espacios no se proyecten con fines
productivistas exclusivamente, sino que se tengan en cuenta los muy
diversos tipos de personas, con sus distintas necesidades, que los
van a utilizar. Queremos que los niños y los mayores al igual que
las mujeres y los hombres con y sin diversidad funcional, se puedan
apropiar de estos espacios y que están conectados por medios de
transporte públicos accesibles, sostenibles y amables. Y estamos
convencidos de que esta concepción del espacio público,
facilitadora de las relaciones personales, los juegos y la
participación, será beneficiosa para todos permitiéndonos
cuidarnos, cuidar y que nos cuiden. Del mismo modo reclamamos también
el acceso a la vivienda digna, tanto económica como físicamente,
como forma imprescindible de permanecer incluidos en la comunidad.
Entroncando
también con el ecofeminismo abordamos el tema de los cuidados.
Dicen
Selma James y María Rosa dalla Costa
en su libro Donne e sovversione sociale :
"Tener tiempo" significa trabajar menos. Tener tiempo
para estar con los niños, ancianos y enfermos no quiere decir
apresurarnos para hacerles una visita rápida en los garajes en que
se estaciona a niños, viejos e inválidos. Significa que nosotras,
las primeras en ser excluidas estamos luchando para que todas las
otras personas que están excluidas -los niños, los viejos y los
enfermos- puedan reapropiarse la riqueza social, se reintegren a
nosotras y todos junto a los hombres, sin depender unos de otros sino
autónomamente, tal como las mujeres lo queremos para nosotras,
puesto que su exclusión del proceso social directamente productivo,
de la existencia social, ha sido creada como la nuestra, por la
organización capitalista”.
Teniendo en cuenta que es una traducción al español y a pesar de
que es probable que las autoras no conozcan el ideario de Vida
Independiente, me atrevo a incluir a las personas con diversidad
funcional entre los excluidos que enumeran y reclamo también para
nosotras esa reapropiación de la riqueza, autonomía e inclusión
social.
Compartimos con otros grupos sociales la lucha por nuestros
Derechos, la denuncia de nuestra discriminación.
Así, al igual que las personas LGTBQI, desde la realidad de
nuestros cuerpos no normativos reclamamos respeto y puesta en valor
de la diversidad humana. Como los movimientos negros de lucha contra
el apartheid, reclamamos nuestros derechos civiles. O como los
movimientos feministas exigimos igualdad de oportunidades y
empoderamiento, por decir algunas. Priorizando el empoderamiento se
previene de la violencia hacia nosotras, las personas con diversidad
funcional, pero especialmente la que se ejerce sobre las mujeres y
las niñas con diversidad funcional.
Pertenezco a esa generación de mujeres que reivindicó el derecho
al propio cuerpo, empezó a usar masivamente los métodos
anticonceptivos, defendió la maternidad y el aborto libres, se
incorporó masivamente a la universidad y al trabajo. Empezó a poder
tomar decisiones propias sin necesitar la autorización de su padre o
su marido.
A pesar del camino que aún queda por recorrer y de todo lo que
queda por corregir, aprendimos a valorar la libertad propia y el
control de nuestras vidas. Cuando se es consciente del valor de estos
logros ya nunca más se puede renunciar a ellos voluntariamente.
Si lo trasladamos a la realidad de las personas discriminadas por
su diversidad funcional, vemos que hay demasiadas similitudes como
para que sea casual. La opresión responde siempre, con matices, a
unos patrones fijos que se repiten con un mismo resultado: el
sometimiento, la falta de empoderamiento, la anulación de la persona
oprimida. Es la situación en la que nos encontramos y contra la que
tenemos que luchar a diario. En el caso de las niñas y mujeres con
diversidad funcional se suman las dos condiciones, dando como
resultado la doble discriminación que muchas venimos denunciando.
Queremos controlar nuestros cuerpos y nuestras vidas, poder
participar de lo público cuando queramos, sin dar explicaciones.
Necesitamos poder acceder a todos los bienes y servicios sin permiso
de nadie. Queremos poder proyectar y gestionar lo privado con los
apoyos necesarios y suficientes. En definitiva, dejar de ser “objetos
de” para ser sujetos de derecho.
Como nos dejó dicho Marita
Iglesias Padrón, mujer con diversidad
funcional, activista del Foro de Vida Independiente y feminista:
“Tanto
el género como la diversidad funcional son construcciones sociales
basadas y generadas por una ideología imperante en nuestra sociedad,
pero como tales construcciones sociales, pueden ser moldeables y
transformadas en otras con otros valores y simbología. Ahí se
vislumbran las claves para empezar a romper la situación actual,
dando lugar a otra donde hallemos nuevos equilibrios entre valores y
respeto a la diferencia que permitan, entonces sí, una participación
social de la mujer en plano de igualdad”.
Y refiriéndose a la filosofía
del propio Movimiento, como nueva forma de vernos y ser vistos:
“La
radicalidad, la innovación y la trasgresión de la filosofía del
Movimiento de Vida Independiente está principal e
incuestionablemente en interiorizar la conciencia del derecho a
controlar la propia vida en el mismo grado, al menos, que se le
reconoce a cualquier otro ser humano”.
Obviamente, apoyar y proteger estos derechos debe ser una tarea
colectiva, concretada en compromisos políticos.
Coral Hortal Japón
Este texto surge de mi intervención en la Jornada formativa que
Equo Sevilla organizó el pasado 2 de Abril, a la que invitó a
colaborar a miembros de la Federación
de Vida Independiente (FEVI) y a miembros de
Vida Independiente Andalucía (VIAndalucía).
Está basado en mi presentación de los contenidos de la jornada.
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