Las
crisis tienen la virtud de sacar a relucir las desigualdades
preexistentes. Muchas se encontraban ocultas a los ojos por el velo
de la cotidianidad. Este es el caso de la Educación. En cuanto
pasamos a un sistema online de estudio y de evaluación se le ven las
goteras al sistema educativo, que ha afectado a nuestro alumnado de
forma desigual.
Por
un lado, nos encontramos a una minoría del profesorado que no
estaba habilitado para poner en funcionamiento una clase online y que
han tenido verdaderas dificultades para poder seguir con su práctica
docente. Por otro lado, tenemos una parte del alumnado, que suele
coincidir con el que más fracasa escolarmente, o con el alumnado
vulnerable (ya sea socialmente o por problemas idiomáticos), que se
ha desconectado durante este proceso o tiene serias dificultades para
poder seguir las clases. A lo que hay que añadir una aparente
paradoja: aunque el alumnado de secundaria sea “nativo digital”,
es decir, que ha nacido con un móvil en la mano y sabe usar los
programas estilo Instagram, Tiktok o Twitter, no necesariamente esto
implica que sepan usar correctamente el correo electrónico, un
procesador de textos o que hagan búsquedas correctas de información
en internet sin ir directamente a la Wikipedia. Por consiguiente, no
es suficiente con ser nativos digitales, sino que hay que enseñarles
y entrenar habilidades para su correcto uso.
Esta
situación anómala que vivimos ha afectado más al alumnado de clase
baja que al resto. Por grande que haya sido el esfuerzo del
profesorado para compensar las carencias, la indudable e importante
función socializadora de la Escuela ha quedado suspendida
temporalmente, lo que ha afectado más a los menos favorecidos. Esto
es debido a que el escaso capital cultural, la poca ayuda que le
pueden ofrecer sus progenitores para hacer los deberes, a veces la
falta de medios adecuados para poder estudiar o conectarse (ya sea
porque no tienen ordenador y sólo tienen móviles, o porque
comparten un ordenador entre varias personas), etc., lastran su
aprendizaje. Por no hablar de que una parte importante del proceso de
enseñanza-aprendizaje se realiza a través del contacto directo y de
las emociones, que son difícilmente sustituibles por las plataformas
online y los vídeos que se graban los y las docentes. Es cierto que
la brecha digital es un problema, pero en realidad es un síntoma de
la brecha social que existe entre nuestro alumnado.
El
problema no sólo es económico (falta de recursos económicos para
estar conectados), aunque podría ser solventado con una inversión
por parte del Estado (como ocurre en algunas CCAA), sino que es
también cultural, de capacidades y habilidades para poder aprender
en este paso a la enseñanza online. Y aún teniendo los medios para
realizarlos arrastrarían otros problemas como
el
desfase curricular y cultural respecto al alumnado más favorecido
que impide el cumplimiento de la tan manoseada igualdad de
oportunidades. Dicho de otra manera, la desconexión de una parte del
alumnado que el Ministerio de Educación cifra en un 10% sobre los
8,2 millones de alumnos/as de enseñanzas generales,
es
otra cara de la segregación escolar por clase social que ya existía
antes de la crisis del COVID19 y que amenaza con agrandar la brecha
educativa precedente.
De
hecho, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (OEI) ha realizado proyecciones sobre
las consecuencias que tendrá el cierre de colegios por la pandemia.
Entre los posibles efectos negativos que sugiere el informe destaca
que el impacto por el cierre de los centros escolares en España
podría ser de hasta el 3% de la desviación estándar. Es decir, un
alumno que vuelva a clase el 1 de junio perdería el equivalente a un
11% de lo que se aprende en un curso escolar. También calcula que
habrá repercusiones negativas en el largo plazo, como sería la
reducción de un 1% del salario al alumnado afectado cuando alcancen
los 30 y 40 años. Tendría, además, un impacto sobre la tasa de
abandono escolar que podría aumentar sensiblemente en el alumnado
vulnerable.
La
situación de la pandemia coloca a una parte del alumnado en una
situación muy precaria, ya que no pueden seguir aprendiendo, lo que
nos demuestra la importancia de la Escuela como tabla de salvación
que puede servir para que muchos alumnos/as no caigan en la exclusión
social.
Por
consiguiente, si queremos una Escuela más inclusiva y que afronte
los verdaderos problemas que aquejan a nuestra Educación, que no son
otros que las desigualdades educativas múltiples y las desigualdades
de oportunidades educativas, debemos encarar los problemas fuera del
debate empobrecido que se ha instalado en los medios de comunicación
y de los discursos vacuos de la “modernización” de la Escuela
que tienen algunos partidos y grupos de presión empresariales.
Nuestro
sistema educativo debe ser más inclusivo. Para ello las políticas
educativas han de estar unidas a políticas de carácter social, ya
que el problema del alumnado vulnerable no se soluciona sólo
aportando más recursos económicos, sino produciendo un cambio en
los barrios deprimidos donde viven. Eso significa que hay que subir
el nivel cultural, en general, de nuestro alumnado para compensar las
diferencias con el más favorecido.
Hay
que enterrar el discurso de la meritocracia, basado en la falsedad de
“quien quiere, puede”, ya que obvia los graves condicionantes
sociales, culturales y económicos que lastran las posibilidades de
unos alumnos/as, mientras que a otros los catapultan hacia las
estrellas. Este discurso es reaccionario puesto que tiende a ocultar
las desigualdades de clase bajo la figura del “triunfador”, del
hombre (o mujer) hecho a sí mismo que logra escalar en la pirámide
social con su solo esfuerzo. Ejemplos de ellos tenemos algunos como
Amancio Ortega; obvia decir que en España hay un sólo Amancio
Ortega y que ese tipo de “triunfo”, de ser deseable, no es el
destino de la inmensa mayoría de nuestro alumnado.
Tenemos
que realizar políticas que reduzcan la segregación escolar por
clase social. Somos un país bastante segregador dentro de la UE, con
Comunidades como Madrid que son de las más segregadas de Europa. No
podemos permitir que en nuestro país tengamos centros guetto.
Habría que redistribuir al alumnado con dificultades de aprendizaje
y al alumnado inmigrante entre todo el sistema educativo. No se
debería permitir que la Concertada siga escogiendo a su alumnado
por razones de clase social, obviando que juega un papel auxiliar y
de apoyo a la Educación Pública. Esta máquina de segregación por
clase social que es la Escuela concertada compite para obtener fondos
de las Consejerías de Educación en detrimento de la Pública.
Dicho desvío de fondos, justificado por una supuesta “libertad de
elección” por parte de los padres y madres no es otra cosa que
seguir acentuando la brecha social y educativa, puesto que empobrece
a la Enseñanza Pública muy necesitada de personal y recursos y que
atiende al alumnado con mayores dificultades.
Hay
que realizar una fuerte apuesta por una formación continúa de
calidad para nuestros docentes a lo largo de toda su vida laboral,
que supere los más que claros límites de la formación impartida
por los órganos dependientes de las Consejerías de Educación. La
calidad del profesorado marca, sin duda, la calidad del sistema.
Estos
y otros tantos asuntos deberían ser prioridad para aquellos que
creen que la Escuela debe jugar un papel de redistribución de los
roles en nuestra sociedad y no sólo como reproductor de las
desigualdades sociales (aunque siempre se den de manera deformada).
La crisis del COVID19 ha desvelado aquellas problemáticas, más allá
de la brecha digital, que estaban presentes en nuestra sociedad y que
hay que abordar para lograr un siglo XXI más justo socialmente y que
dé más oportunidades a aquellos que no las tienen.
Por
Pedro González de Molina.
Profesor
de Geografía e Historia. Ex-Secretario de Educación y Formación de
Podemos Canarias. Militante de CCOO.
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