Vivimos
en un planeta esquilmado, quebrado, con un patrimonio neto natural
inferior al 50 por 100 del capital natural que existía antes de la
industrialización. Su cuenta de explotación también presenta pérdidas.
Éstas se traducen en una deuda de carbono, en forma de cambio climático,
para la generación actual y para las generaciones futuras. Ignoramos
que las decisiones que hoy adoptamos causarán problemas irreversibles e
incertidumbres a las generaciones futuras. Olvidamos la naturaleza
limitada de los recursos naturales y la capacidad del planeta de
reciclar los residuos. Vivimos instalados en el mito del crecimiento
económico y la guerra soterrada por los combustibles fósiles que están
perturbando el planeta.
Para
buscar respuesta al abuso de la Naturaleza, acudo a la tragedia griega
de Antígona y tomo como punto de aproximación el conflicto entre los
seres humanos y la divinidad. Entre las leyes de los hombres y las de
los dioses. Es importante advertir la imposibilidad moderna de la
tragedia debido a la sustitución de la razón sagrada por la irónica. Es
esta oscilación la que nos indica el camino. Etimológicamente lo sagrado
es lo que funda, lo esencial, lo que protege. E ironía significa fingir
ignorancia. El uso del significado etimológico de ambos términos, en el
ámbito de la relación de los seres humanos con la Naturaleza, nos
muestra la negación del carácter esencial de las leyes de la naturaleza
realizado y su reemplazo por las leyes económicas, desvelando la
naturaleza irónica del cambio climático. Esta afirmación conlleva, a su
vez, la negación de la naturaleza trágica de este acontecimiento, en
cuanto que admitirla equivaldría a negar la culpa del ser humano en la
producción del cambio climático, ya que la culpa, en la tragedia, es una
fatalidad que deriva de un acontecimiento sobre el que el ser humano no
tiene control. Aceptar la naturaleza trágica del cambio climático,
supondría admitir la tesis de quienes sostienen que éste es un
acontecimiento originado por la variabilidad natural del clima, no por
el hombre.
En
la ironía posmoderna del cambio climático y la crisis ecológica y de
biodiversidad, que no tragedia, en cuanto que la culpa hay que buscarla
en los hombres y no en los dioses, la Naturaleza, que se niega a ser el
cuerpo fecundo de la actividad económica del hombre, representa a
Antígona. Los seres humanos encarnan el papel de Creonte, el rey que
impone la ley humana de la economía. Y el cambio climático, resultado de
la infracción de las leyes de cierre de ciclos de la naturaleza,
representa a Polinices, el hermano muerto y no enterrado de Antígona. El
calentamiento global simboliza la pérdida de la conciencia del hombre
de su pertenencia a la Naturaleza, semejante a la que producía el no
enterramiento de los cadáveres para los antiguos. Un tabú. Los residuos
(de carbono) quedan en el agua, en la tierra, en el aire, sin enterrar,
como en el mito griego, condenados a vagar por el planeta sin
desaparecer, igual que las almas de los muertos, no enterrados, que
vagaban por la orilla del río Leto sin poder sumergirse en él. Son la
forma posmoderna de la imposibilidad de olvidar el calentamiento global.
De martirio de hombres, especies y ecosistemas. Se infringe así la más
antigua de las leyes biológicas: la de la higiene, y tanto los seres
humanos como la naturaleza sólo pueden sobrevivir.
Para
sumergirnos en el río Leto y superar el acontecimiento irónico que
constituye el cambio climático, es necesario que aceptemos que los
límites del planeta son los elementos esenciales en los que se funda la
vida. Son lo que nos protege. Son sagrados. Pero si en nuestro afán de
decidir por nosotros mismos y actuar de manera independiente del
entorno, continuamos fingiendo ignorancia, negando los límites, la
Naturaleza nos mostrará la finitud de cualquier ley humana. «La ironía
dramática de lo callado [,entonces,] será abrasadora.»
Francisco Soler
Abogado, poeta, ensayista y artículista sobre temas
de ecología política
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