Por jacobina entiendo a toda minoría que
se haya erigido o se erija en redentora de los pueblos sin los pueblos,
sean déspotas ilustrados, miembros de la montaña, putchistas
decimonónicos, líderes socialdemócratas, leninistas, padres de las
patrias y otros niños del Palau, profesionales de la política, y
economistas de la corriente económica principal para quienes, ceteris paribus, ya no queda por delante más historia que una repetición sine die
de lo que hoy acontece. Una característica común a todos ellos es que
aprovechan las ilusiones colectivas que contribuyen a crear para
conducirlas en beneficio propio.
Aquí y ahora, los jacobinos de derecha y
de izquierdas están de capa caída. Todavía en los años ochenta, la
ofensiva neo liberal de la derecha se arropaba en principios que ponían
en manos de los empresarios, que ya no al Estado, la alternativa a los
problemas del paro y de la recesión: favoreciendo el enriquecimiento de
la minoría de plutócratas y empresarios –se decía-, se favorece la
inversión y, por tanto, el empleo; la iniciativa privada es más
eficiente que la pública, etc. Hoy treinta años después, tras comprobar
amargamente qué ha sido del empleo y del bienestar bajo su mandato, en
plena debacle del sistema que contribuyeron a crear, los neo-liberales
han sustituido sus viejos argumentos por otro más rudo y racial: “por la
cara”, y todo aquel que se atreva a cuestionar el fraude, sean parados,
pensionistas, enfermos, padres de alumnos, desahuciados a los bancos
será considerado como “antisistema”, y deberá atenerse a las
consecuencias sin que las imágenes salgan por la televisión.
No deja de ser cínico que los
representantes más genuinos del capital descalifiquen a las víctimas
como antisistema cuando a lo largo de la historia ha sido el capital el
que ha destruido civilizaciones preexistentes, o si no que se lo
pregunten a los afro-americanos, cuyos antepasados fueron extraídos de
su sistema de vida por los emprendedores del XVII y del XVIII para ser
encadenados en bodegas y vendidos como esclavos. Pero el descrédito
político les importa un pimiento a los jacobinos de la derecha; al fin y
al cabo ellos han contribuido a minimizar la política y el Estado,
reducirlos a poco más que el aparato represivo, y lo que les importa
realmente es traer aceleradamente las reformas para que el capital,
especialmente el financiero, se reproduzca sin cortapisas.
Otra cosa es lo que les está ocurriendo a
los jacobinos de izquierda, a los otrora socialdemócratas que jugaron a
desarrollar las fuerzas productivas para proceder a una mejor
redistribución de la riqueza entre las clases más necesitadas. Todo el
aparato político, más los miles de empleados públicos, clientes
cooptados por el partido, se están quedando sin cometido desde que los
beneficiarios actuales del reparto son las empresas y las entidades
financieras que consiguen recapitalizarse en detrimento de todos. Sin
nada que repartir, los benefactores socialistas, percibidos como
coautores del actual desaguisado, metidos en sus cosas, reciben
sucesivos batacazos electorales.
Asistimos a la crisis de la política
vista como responsabilidad, y por tanto patrimonio, de una “clase”.
Ante el improbable retorno a las bases del consenso del siglo XX entre
trabajadores organizados y capital que parió el Estado del Bienestar, la
ciudadanía de izquierdas no tiene más que una salida: romper con el
jacobinismo; no hay más salida a la situación actual que la gente se
ocupe colectivamente de los asuntos que le competen, desde la
consecución de un sistema financiero a su servicio hasta la construcción
de una educación reglada innovadora e ilusionante. Sencillamente, lo
que se requiere puede resumirse en un solo concepto: democracia real.
La gente busca canales de participación
política real, ser tenida en cuenta, y ya está tomando decisiones en ese
sentido. Hay opciones políticas que apuntan en ese sentido. ¿En qué
pueden contribuir los partidos de izquierdas tradicionales, herederos
del centralismo democrático y de la veneración interesada al gran
jefazo, al cambio que se observa? De una forma sencilla: desapareciendo
como “clase”; abandonando la idea de que la acción política se
circunscribe a la lucha por el poder dentro de la organización; teniendo
la valentía de renunciar a seguir gestionando la nada a cargo de los
contribuyentes; levantando las barreras de entrada que, por preservar el
modus vivendi, petrifican las jerarquías y obstaculizan el paso de la
ciudadanía y sus problemas a las organizaciones políticas.
Ese cambio no se conseguirá sólo con
voluntarismo o altruismo. No ocurrirá sin cambiar la estructura de
recompensas en la profesión, premiando a quienes se dediquen a
potenciar las capacidades políticas de los ciudadanos; es decir, a
políticos que llamaremos “de proximidad”. Se necesitarán reformas muy
profundas para conseguirlo: reformas en el sistema electoral; reformas
en el organigrama, financiación y concepción de los partidos; reformas
que permitan la permeabilidad y rotación de la representación; reformas
institucionales para hacernos ver que la política es cosa de todos.
Carlos Arenas Posadas
https://encampoabierto.com/2012/10/29/adios-a-los-jacobinos/
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