A
veces sospecho que me estoy quedando sin argumentos. Que estoy
dejando de creer en las promesas y hasta en las palabras. Que la
posibilidad de que dejen de matar a mujeres hombres que un día
dijeron amarlas es una quimera.
No
soy de natural conformista y nunca he sido de esos fatalistas que
aseguran que no hay nada nuevo bajo el sol, que siempre ha habido
ricos y pobres y que siempre los habrá, del mismo modo que guerras o
racismo. No hace tantos años llegué incluso a creer que al menos en
nuestro país la igualdad entre los sexos se atisbaba en el horizonte
y que el machismo se encontraba en franca retirada.
La
igualdad era el discurso social hegemónico, las leyes que la
promovían se aprobaban por unanimidad, las mujeres destacaban en lo
académico y se incorporaban al mercado de trabajo garantizando sus
ansias de autonomía. Los hombres aceptaban estos cambios con
naturalidad y era más fácil observar sus resistencias en su falta
de iniciativa, en el modo en que las dejaban hacer en público o en
cómo se escaqueaban en lo doméstico, que en su defensa de los
discursos conservadores.
Tal
era el optimismo que interpretábamos el incremento de las denuncias
por violencia de género como el resultado del aumento de la
sensibilidad ante un fenómeno en retroceso que llevaba a las
víctimas a denunciarlo en cuanto mostraba sus primeros síntomas.
Cada año crecían los recursos para proteger a las víctimas, se
empezó a formar a quienes las acompañaban en el proceso (policías,
jueces) e incluso a intervenir psicopedagógicamente con algunos
victimarios.
Al
rechazo social a los ejecutores de maltrato se unía una protección
efectiva de las víctimas que buscaba ayudarlas a cortar con los
lazos de dependencia económica y emocional que las hacían volver
con los agresores, y la presencia creciente de hombres en las
manifestaciones cuestionaba el silencio cómplice en el que se
apoyaban los agresores para justificar culturalmente su
comportamiento con las mujeres.
Las
críticas contra la Ley de violencia de género hablaban de sus
insuficiencias, de que al limitar su aplicación a la violencia en
las parejas heterosexuales parecía cuestionar el carácter de género
del resto de las violencias machistas contra las mujeres (el acoso
sexual, la violación, el asesinato...), de no hablar de las
violencias que sufren los colectivos LGTB.
Hablo
de una época en la que predominó la idea de que bastaba con que la
acción política denunciara los privilegios masculinos, al tiempo
que empoderaba a las mujeres, para que la sororidad entre estas y el
aislamiento de los hombres más refractarios nos fuera llevando a un
contrato social más igualitario. Una época en que la unanimidad
lograda en torno a la Ley contra la violencia de género creó la
sensación de que la lucha por la igualdad y contra las violencias
machista había dejado de tener color político y nos hizo confundir
la crisis de legitimidad del machismo con el principio del fin de su
derrota, subestimando su capacidad de adaptación.
Hubo
voces, apenas escuchadas, que sin cuestionar que lo prioritario era
acabar con las desigualdades que sufren las mujeres, alertaban de lo
injusto y peligroso que era olvidar a los hombres, de lo importante
que era apoyarlos en el cambio que se les exigía para transformar su
desconfianza en conciencia de los beneficios universales de la
igualdad.
Se
ignoró el temor, no siempre consciente, de muchos hombres que creen
que lo que busca el feminismo es invertir las relaciones de poder
entre los sexos, y fue un error creer que se puede posponer
indefinidamente el abordaje de la violencia de género que sufren los
niños en su proceso de socialización para que sean homófobos,
repriman sus emociones, se expongan a riesgos innecesarios, usen la
violencia en la resolución de los conflictos...
No
se vio que al incorporar los problemas de los hombres a las políticas
de igualdad no se pretende igualar sus problemas a los de las
mujeres, ni supone un reparto de los recursos, sino que busca que
vean que se cuenta con ellos en el diseño del futuro en igualdad que
propone el feminismo. Que lo que se precisa es combatir las
resistencias de los hombres, animándoles a que abandonen sus
privilegios, a que dejen de soportar el precio que pagan por los
mismos y a que vean la necesidad de deconstruir las masculinidades.
Después,
la Crisis acabó con muchos espejismos; primero fue la supresión del
Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y la del Ministerio de
Igualdad, a las que siguieron los recortes del Gobierno del PP que
dieron paso a un discurso neo- y post-
machista
que, haciendo bandera de la igualdad efectiva frente a las medidas de
discriminación positiva, logró ponernos a la defensiva.
Faltan
recursos para apoyar a unas víctimas sobre las que se ha extendido
la sospecha de las denuncias falsas, pese a que la mitad de las que
resultan asesinadas lo son pese a haber denunciado su situación, sin
que nadie, ni jueces ni delegaciones de gobierno, asuman ninguna
responsabilidad por dejarlas desprotegidas. Se trata de un retroceso
de consecuencias incalculables.
Hartas
ya de estar hartas, las feministas convocaron el 7N de 2015 a cientos
de miles de personas que recorrieron las calles de Madrid para exigir
una lucha sin cuartel contra las violencias machistas. El 21 de
octubre de 2006 celebramos en Sevilla la primera manifestación de
hombres contra la violencia machista para acabar con el silencio
cómplice de la mayoría, y en el tiempo transcurrido se ha avanzado
mucho en este terreno, pero el número de las asesinadas no desciende
y la experiencia de los países más igualitarios nos demuestra que
no va a descender si no logramos una implicación más activa y
consciente de los hombres.
Por
eso, el próximo 21 de octubre, diez años después de aquella
primera manifestación, hemos vuelto a convocar en Sevilla a hombres
de todo el Estado para demostrar que, a pesar de todo, somos muchos
los que vemos que el machismo es violencia. Aspiramos a ser muchos,
pero nuestro éxito será lograr que quienes no acudan se sientan con
la necesidad de justificar su ausencia.
José
Ángel Lozoya Gómez
Miembro
del Foro y de la Red de hombres por la igualdad
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