Transición ecológica, justicia social y modernización política: un esbozo del patriotismo ecológico*



Asfixiados por el mercado y ahogados por la subida del mar que está causando el calentamiento global, necesitamos una alternativa política que acometa una ofensiva de modernización económico-ambiental, político-social y tecnológica. Diferente a toda la panoplia sostenible que pulula y cuyo último invento comunicativo es la «economía low cost sostenible» (Juan Verde). Una alternativa que no busque tener la razón, sino que diga la verdad. «Si las personas no son plenamente conscientes de lo que está sucediendo no podrán ejercer presión sobre los líderes. Y sin esa presión, los líderes políticos no harán nada» (G. Thunberg).

La unión de libertad y mercado es el huevo de serpiente que nos ha privado de la libertad para decidir sobre nuestras vidas y nos ha conducido al borde del colapso ambiental. No existe, ni puede existir, la libertad en una realidad de desigualdad social, precarización, desempleo estructural y falta de oportunidades (1). Y mucho menos cuando a esas circunstancias se le suma un contexto de crisis virológica —covid-19— y emergencia climática. Solo nos es posible elegir entre las opciones que nos ofrece el mercado: commodity (calidad estándar mínima) o premium (características especiales o calidad superior a la media). Un ejemplo es el turismo masivo y de baja calidad (low cost) que tenemos en España y al que continuamos vinculados a pesar de su insostenibilidad. La tiranía de la libertad de mercado nos ofrece lo único que puede entregar: poder elegir pero no poder decidir, democracia de mercado o democracia limitada.

Para evitar que la libertad de mercado, en la recuperación de la «economía de posguerra» que viene, se convierta en una déspota para el futuro es esencial una ciudadanía imbuida de virtud cívica —consciente de que es y lo que no es real: la crisis ecológica y el crecimiento ilimitado—, que imposibilite un endeudamiento ecológico insostenible de las generaciones futuras que reduzca su capacidad para tomar decisiones y satisfacer sus necesidades, en forma de externalidades intergeneracionales: agotamiento de recursos y degradación de los servicios y la calidad ambiental. 

Hemos de que tomar conciencia que el planeta ni los recursos no son nuestros, sino que pertenecen a todas las generaciones que lo habiten en el presente y en el futuro. No podemos, por tanto, continuar apropiándonos de los recursos igual que quien roba algo porque nadie lo ve. No hay libertad sin igualdad ni fraternidad. Sin ellas cada individuo —presente y futuro— no puede desplegar sus potencialidades. Y ese derroche de capacidades y talento ninguna sociedad se lo puede permitir.

De la misma manera que hay que desacoplar la libertad del mercado, hay que proceder con el patriotismo y la bandera. La «producción y la reproducción de la vida» en las sociedades industriales ha generado una crisis climática, de biodiversidad y de recursos que no existía en la época de las revoluciones de la libertad, ni en la de las revoluciones sociales en los siglos XVIII a XX. Por ello la savia debe sustituir a la sangre. Savia y Tierra en vez de sangre y tierra.
El patrón globalizado de producción de hoy, mediante cadenas de valor o producción en lugares remotos con bajos costes y nula protección ambiental, ha causado el desacoplamiento entre el espacio ambiental y el espacio político (2). Esto se observa cuando se hace el cálculo de la huella ecológica (3) de los Estados-nación que al estar esta incompleto, por no integrar el flujo neto de carbono incorporado de los países en desarrollo a los países desarrollados, da lugar a un ‘espejismo de reducción’.

La patria, entonces, no puede estar circunscrita al espacio político del Estado-nación, es preciso vincularla al espacio ambiental: que es el espacio «diacrónico» producido por las actividades de los individuos con capacidad para extender e imponerse en otros espacios geográficos, sin contigüidad territorial» ni temporal. La articulación de ambos espacios: el político y el ambiental, a través de la huella ecológica da lugar a un nuevo espacio político en el que las personas se expresan como ciudadanas,  ponen en práctica su virtud,  cumplen su obligación, ejercen su patriotismo: el de la «ciudadanía ecológica».

La idea del patriotismo, por tanto, ha de ser repensarla y conectada al medio ambiente. De la misma manera que durante decenios se ha inculcado a la ciudadanía la idea de que el consumo es bueno, es progreso, ahora se debe imbuir en la población la idea opuesta: la de reducir el consumo. Decrecer es lo correcto, lo patriótico, ya que la crisis ecológica y la emergencia climática demandan la reducción del espacio ambiental que cada individuo usa y la consiguiente huella ecológica que origina, hasta un límite que sea asumible por el planeta. Si mi modo de vida —mi huella ecológica— es insostenible, es decir, si ésta «pone en peligro o restringe las posibilidades de otras personas en el presente o en el futuro», mi obligación es reducirla. Reducir la huella ecológica es una virtud cívica y un acto de patriotismo ecológico.

Esta ciudadanía, diferente a la tradicional, se construye de manera concreta y material. Entonces son conciudadanos y conciudadanas no solo aquellos que comparten nacionalidad y contigüidad territorial y temporal, sino también aquellas que habiten o puedan habitar en el futuro el espacio creado por la huella ecológica. La justificación de esta extensión está en evitar la externalización de los efectos negativos de la degradación ambiental, debido a la capacidad que tenemos para extender e imponer a los habitantes de otros espacios geográfico/políticos y tiempos las consecuencias ambientales de los actos que afectarán a su capacidad de tomar sus decisiones. 

¿Y cuál es el estado del patriotismo ecológico de los españoles? El estudio realizado por investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona (ICTA-UAB) (4) sobre el crecimiento económico, el medio ambiente y la prosperidad (5), nos dice que está regular.

La mayoría de los encuestados (59%) está a favor de continuar con el crecimiento, ya que puede combinarse con la sostenibilidad ambiental (lo que se conoce como crecimiento verde).

Más de un tercio de la población (37%) preferiría ignorar o detener el crecimiento económico para lograr la sostenibilidad ambiental. De este porcentaje El 21% se mostró a favor de ignorar el crecimiento como objetivo político, mientras que el 16% apoyó detenerlo por completo (decrecimiento). Y alrededor del 40% de la población cree que «una buena vida sin crecimiento económico es posible». Sólo el 4% expresó una clara e incondicional apuesta a favor del mismo (crecimiento a cualquier precio).

Un 44 % cree que el crecimiento económico podría detenerse en los próximos 25 años, mientras que casi el 30 % cree que éste podría ser infinito. Y el 80% cree que es necesario para crear puestos de trabajo.

También nos muestra la baja calidad del patriotismo ecológico de los españoles la inexistencia de obligaciones de justicia ambiental —erróneamente camufladas bajo el discurso de la sostenibilidad— y la prioridad que se otorga a las obligaciones de justicia social sobre las de justicia ambiental, interconectadas a través de la huella ecológica de tal manera que la primera no puede existir sin la segunda y viceversa.

Puede afirmarse, por tanto, que la «ciudadanía ecológica» no se halla aún ni en el primer estadio de desarrollo. Para avanzar en su consecución el patriotismo ecológico —en cuanto virtud cívica— puede favorecer que las necesidades de todas las generaciones —y no solo las preferencias de la actual— queden salvaguardadas. En el ámbito de la economía esta virtud se fragua con el principio de equidad intergeneracional. Una verdadera España social necesita una economía ecológica e intergeneracional, en cuanto que no hay libertad, igualdad ni fraternidad sin el cuidado de la vida. El covid-19 nos ha enseñado que la economía se puede parar, que podemos producir menos para vivir con dignidad. Y de todo ello debemos extraer la enseñanza de que ningún español puede ser dejado atrás ni que reducir la huella ecológica no es una opción sino una necesidad (6).

El covid-19 ilustra la «inviabilidad de las políticas del siglo XX», que no se adaptan a las «vulnerabilidades» ni a la «crisis sistémica del siglo XXI» que es ambiental, energética, financiera y productiva. Una «ciudadanía ecológica» requiere que nos interroguemos sobre el país que queremos: un país que explota y descuida a sus ciudadanos o un país que los cuida y les ayuda a desplegar sus potencialidades. 

Si queremos volver al país de antes del covid-19 —de insostenibilidad y de injusticia— la salida a la crisis económica es la creación de cantidades ingentes de dinero, como se está haciendo. La deuda crecerá así más rápido que el PIB, alimentando una burbuja de deuda que acabará estallando. Para este tipo de salida la estrategia es la reconstrucción.

Y si queremos un país nuevo, un ‘país de los cuidados’ (7) —democrático, justo, sostenible— ahora se dan las condiciones propicias para que florezcan nuevos mecanismos que antes no parecían viables: como unos servicios públicos robustos, ahora desmantelados por las políticas neoliberales. Pero la premisa para instalarnos en este nuevo país es asumir que somos ecodependientes e interdependientes. El covid-19 ha puesto dramáticamente de manifiesto el sentido de ambos términos. Que somos dependientes de la naturaleza. Hay una estrecha vinculación entre la pérdida masiva de biodiversidad y la merma de protección que esta perdida supone, como hemos visto. Pero de igual manera dependemos de la sociedad y poco podemos hacer en solitario, como nos han enseñado los trabajadores y trabajadoras de los servicios esenciales: médicas, enfermeros, celadoras, auxiliares de clínica, transportistas, reponedoras, cajeros, policías. Colectivamente hacemos más. 

Estas dependencias hacen necesario crear espacios comunes de solidaridad, de transferencia de riesgo y transferencia de riqueza, a la vez que respetamos los límites del planeta y nos integrarnos armónicamente en la naturaleza (7). Reconoceremos, así, a todas la misma dignidad que a nosotros si queremos «vivir vidas que merezcan la pena ser vividas», justas. Si queremos un ‘nuevo país’ la estrategia entonces es un nuevo reparto de los recursos, de los cuidados y del poder. Un reparto verde.


Francisco Soler


Notas

* En esta entrada he tomado como fuentes el artículo de Andrew Dobson: «La ciudadanía ecológica» y la charla de Luis González Reyes: «Como educar en el contexto de crisis múltiple»:
http://isegoria.revistas.csic.es/index.php/isegoria/article/view/437/438


(1) Con un 16% de trabajadores pobres, 1 de cada 5 españoles en riesgo de pobreza o exclusión social y un crecimiento de la pobreza extrema (5’4%), amén del paro y la precariedad laboral, el trabajo por hacer es inmenso.

(2) La huella ecológica es el espacio usado para «producir y reproducir la vida» de un individuo, una empresa, un municipio, un estado.

(3)Ese desacoplamiento no es solo espacial —traslado de la producción a lugares remotos con mano de obra barata y escasa o nula protección ambiental— sino también temporal o intergeneracional —debido a las externalidades que ubicamos en el futuro consecuencia del agotamiento de recursos y la contaminación—.


(5) Un resumen del estudio es el que se transcribe a continuación: «El debate público y académico de larga data sobre el crecimiento económico, la prosperidad y la sostenibilidad ambiental ha ganado recientemente un nuevo impulso. Sin embargo, carece de una perspectiva amplia sobre la opinión pública. Las encuestas de opinión anteriores generalmente ofrecían una opción dicotómica simple entre crecimiento y protección del medio ambiente. Este estudio examina las creencias y actitudes públicas sobre una gama más amplia de aspectos del debate sobre el crecimiento. Con este fin, realizamos una encuesta en línea que incluyó una muestra representativa de 1008 ciudadanos españoles en todo el país. Mediante el análisis factorial, identificamos seis dimensiones distintas de las actitudes públicas, denominadas: prosperidad con crecimiento; límites ambientales al crecimiento; optimismo general; prioridad equivocada; PIB sobrevalorado; y control gubernamental. Analizamos aún más varias preguntas específicas asociadas con el debate sobre el crecimiento, como las relativas a la tasa de crecimiento del PIB deseada, la posición preferida del entorno de crecimiento y las creencias sobre, así como las razones, para un posible final o continuación del crecimiento. Encontramos que la mayoría de los encuestados favorecen tasas de crecimiento del PIB de más del 3%. Una mayoría considera que el crecimiento y la sostenibilidad ambiental son compatibles (crecimiento verde), mientras que aproximadamente un tercio prefiere ignorar el crecimiento como un objetivo de política (crecimiento) o detenerlo por completo (decrecimiento). Solo muy pocas personas desean un crecimiento incondicional (crecimiento a toda costa). Alrededor de un tercio de los encuestados cree que el crecimiento puede ser interminable. Examinamos cómo se relacionan entre sí el apoyo o el desacuerdo con diferentes afirmaciones sobre el crecimiento, y cómo están influenciadas por las variables sociodemográficas, de conocimiento, de ideología/valores. En general, estos hallazgos pueden informar los debates públicos sobre el paradigma de crecimiento y sus posibles alternativas al proporcionar una comprensión más matizada de la opinión pública. Hacemos sugerencias para futuras investigaciones, incluida la modificación de las preguntas de la encuesta sobre crecimiento y medio ambiente mediante la oferta de un conjunto más diverso de opciones de respuesta.»


(6) A pesar de que las clases dirigentes —la española también— solo tratan ponerse a salvo fuera del mundo, porque saben que la fiesta se ha acabado, que hemos llegado a los límites del planeta. Por ello han decido extraer (apropiarse) todo lo extraíble para ellas y sus hijos.

(7) Caen fuera del patriotismo ecológico las políticas de «quien contamina paga». Un ejemplo de estas políticas son los mercados de emisiones de CO2.




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