A
lo lejos desde las costas gaditanas, se divisa un punto en
movimiento, es algo insignificante. Así parecen ser las cosas que
no se ven. No hay empatía con lo desconocido.
Conforme pasa el
tiempo, se va dibujando la silueta de un jardín flotante donde
apenas tienen espacio para respirar los apretujados pistilos de las
proteas. Abajo del jardín están las profundidades del océano,
arriba un cielo inalcanzable, están en medio de la nada. Esa nada
oscura y salada que cerró para siempre los pétalos en flor de la
esperanza de muchos de aquellos que soñaron con llegar al “otro
lado”.
Lentamente, se empiezan a escuchar sus voces, a mirar sus
rostros a sentir su desesperación. Desde mi privilegiada posición
los miro como si de una película se tratara, como espectadora de un
drama que no me pertenece. Me imagino sus nombres, que tienen una
familia, que tienen ilusiones, que tienen necesidades.
Ahora soy
protagonista de esa película que en principio se me hacía lejana.
Siento su hambre, su sed, escucho sus plegarias… Ya el punto
abstracto ha desaparecido y en su lugar quedó la cruda realidad, esa
que no quería ver, esa que me resulta ajena desde mi observatorio
digital. Ellos, “los otros”, los que no tuvieron la suerte de
nacer en esta tierra, a los que la naturaleza vistió de ébano,
parecen distintos, parecen ser parte de un juego macabro donde están
destinados a ser las víctimas eternas.
La patera empieza a
inquietarse, se sacude por el miedo, algunos saltan expulsados por la
histeria; a pocos metros de la orilla niños y mujeres se abrazan
para correr juntos tierra adentro. Esta vez han ganado el juego, ha
llegado una nueva temporada a sus escuálidas vidas, ahora son
migrantes y su destino puede que sea mejor o puede que se encuentren
otra vez atrapados entre las profundidades de un mar de injusticias y
un cielo lleno de promesas inalcanzables.
DBM
0 comentarios:
Publicar un comentario