Creo
va siendo hora de que nos demos cuenta de que no podemos seguir un
minuto más alimentando el círculo vicioso, de acción reacción, en
el conflicto catalán y entre Cataluña y España. No puede ser que
gastemos el tiempo y la energía de forma tan nociva para los
intereses comunes. Tenemos problemas mayores que requieren toda
nuestra atención. Cuando dentro de unas pocas décadas miremos este
periodo de la historia de España y Cataluña el juicio será muy
severo si no logramos resolver el conflicto con rapidez, de modo que
todas las partes se consideren satisfechas, y logremos ponernos todos
a una a resolver la gran crisis de nuestro tiempo, la ecológica y
especialmente la climática. Crisis en la que nos jugamos el futuro,
aunque hoy no esté en el centro de la agenda política. Cuando el
Titanic se dirige hacia el iceberg lo urgente es ponernos de acuerdo
en cambiar de rumbo. Lo letal es seguir escuchando la música en la
cubierta consumiendo los menguantes recursos como si no tuvieran
límite, pelearse por ver qué bandera ondea sobre el mástil
principal en el momento del choque o discutir quiénes se subirán a
las insuficientes lanchas salvavidas.
Sólo
podremos romper el círculo vicioso si estamos dispuestos a dejar de
considerar la cuestión catalana como oportunidad para el logro de
objetivos políticos particulares por encima del bien común e
incluso contra el bien común. Nadie va a ganar si la situación se
sigue emponzoñando: cuanto peor, peor. La democracia en España está
retrocediendo ante nuestros ojos cada vez que damos una vuelta de
tuerca al conflicto, de uno y otro lado. Y sólo volviendo al
espíritu democrático, sólo poniendo los valores y las prácticas
democráticas en el centro, podremos resolverlo de forma que no haya
perdedores ni ganadores. Cualquiera que sueñe con una victoria total
sobre su adversario se equivoca y probablemente lo sepa pese a que
sus acciones y sus palabras parezcan desmentirlo. No la habrá. Sólo
superaremos esta situación si estamos dispuestos a verlo como una
oportunidad para mejorar la calidad de nuestra democracia, de manera
que lo resolvamos fortaleciendo nuestras instituciones y
profundizando en la misma. Cualquier tentativa autoritaria de
solución sólo nos aleja de la solución.
La
primera premisa para romper el círculo vicioso es abrir un espacio
de diálogo franco y sincero. Hoy hay opciones políticas que tratan
de rentabilizar su posición negando la posibilidad misma de abrir un
espacio de diálogo con sus adversarios. La sociedad tiene decirles
que ya basta: siéntense a dialogar, contribuyan a resolver el
problema, dejen de ser parte del mismo y pasen a ser parte de la
solución.
Un
principio básico de la democracia es que todos los conflictos
políticos, con intereses contrapuestos, se tienen que resolver sobre
la base del diálogo y la negociación. Es necesario explicitar y
llegar al fondo de todos los intereses, de todas las
reivindicaciones, de todos los agravios sentidos por una y otra
parte. Esta fase de diálogo debe culminar con unas conclusiones
claras sobre las que trabajar. ¿Cuáles son las necesidades, de una
y otra parte a satisfacer? Sobre esta base podremos centrarnos en
trabajar en las posibles soluciones.
Tenemos
que partir de la base de que siempre hay varias soluciones diferentes
posibles para satisfacer las necesidades. Y no podemos negar ninguna
posible solución como hipótesis. Una vez explicitadas todas, será
el momento de evaluar cual o cuales tienen más posibilidades de
resolver el conflicto y hacerlo de la forma más satisfactoria para
las partes. Es muy importante pensar así para no bloquear las
soluciones posibles. Voy a ser claro expresando lo que pienso: la
independencia de Cataluña, sentida como una necesidad por una parte
importante de la sociedad catalana, es un satisfactor a una necesidad
más profunda. La necesidad más profunda tendrá que explicitarse en
el espacio de diálogo, pero podemos adelantar alguna formulación:
demanda de más y mejor autogobierno, demanda de reconocimiento como
país, como nación.
Esas
demandas podrían satisfacerse con la independencia si hubiera una
mayoría social suficiente y es una opción que no puede ser
descartada a priori, como tampoco puede ser puesta sobre la mesa como
el único final posible. Porque aunque nos pusiéramos de acuerdo,
que deberíamos hacerlo, en dejar abierta esa posibilidad, como han
hecho Gran Bretaña y Canadá, la experiencia dramática del Brexit
nos debe alertar sobre la importancia de que cualquier solución a un
problema de independencia o desconexión de un marco político y
territorial común, como son Europa y España, no pueden dejarse al
arbitrio de una mayoría simple. Sólo una mayoría cualificada,
probablemente de dos tercios de la población, estaría legitimada
para dar un paso tan irreversible. Los actores políticos que quieren
provocarla de forma unilateral, sin estar respaldados por esa mayoría
cualificada, están socavando las bases de la convivencia de la
sociedad catalana. Por otra parte, quiénes invocan a la
constitución para bloquear la negociación política y hablan de
bloque constitucionalista haciendo uso partidista de nuestra Carta
Magna, están negando igualmente una posibilidad de solución y
socavando también las bases de la convivencia en Cataluña y en
España. La Carta Magna es modificable si es necesario, como ya lo
hemos visto en España por presiones de agentes externos de
naturaleza económica. ¿Cómo no va a poder ser modificada para
resolver un conflicto de naturaleza interna de orden territorial? El
estado de las autonomías es una solución a la articulación
territorial, pero no es la única. Dos de las naciones más poderosas
del mundo, EEUU y Alemania, nos ofrecen otros modelos de articulación
territorial entre estados. España puede y debe encontrar su propio
modelo para resolver el conflicto territorial, desde los principios
de igualdad, libertad y solidaridad entre todos los españoles.
Si aprovechamos el año nuevo para darnos una oportunidad de afrontar
el conflicto ampliando nuestra perspectiva, si aceptamos como síntoma
de madurez democrática el hecho de que los parlamentos estén hoy
más fragmentados y recojan más sensibilidades, y si tomamos esos
dos puntos de partida como oportunidad de avance democrático, 2019
puede ser el año en que las sociedades catalana y española nos
demos una oportunidad de reencontrarnos. Como andaluz nacido en
Barcelona, nieto y bisnieto de mallorquines, valencianos y andaluces,
como viajero amante de todos los rincones de España que procura no
dejar un año sin visitar Cataluña, deseo profundamente que podamos
encontrar un acomodo para todas las partes y apelo a la fraternidad
como base para lograrlo. La fraternidad y los valores de solidaridad
y cooperación que emanan de ella son el fundamento sobre el que
profundizar simultáneamente en libertad e igualdad entre todos los
españoles. Y los necesitamos para resolver nuestros conflictos
contraponiéndolos al miedo y al odio, neutralizándolos, y como
fundamento de la lucha común en la que necesitamos encontrarnos, la
lucha por un futuro de esperanza en equilibrio con la naturaleza, en
la que Cataluña, como Andalucía y España, pueden jugar un papel de
liderazgo mundial si nos lo proponemos. Si queremos ser grandes
tenemos la oportunidad de hacerlo luchando juntos por nuestro futuro
común.
Esteban
de Manuel Jerez, Prof. Universidad de Sevilla, coportavoz de Equo
Andalucía, publica en el blog letras emergentes
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