No ha mucho, leyendo a Martí Font
(La españa de las ciudades: el estado frente a la sociedad urbana),
reparé en la diferencia, confluencia y configuración de nuestra sociedad
global entre las sociedades abiertas y cosmopolitas y las sociedades
cerradas y homogéneas.
Las sociedades abiertas
y cosmopolitas se desarrollan en los barrios centrales y los sectores
más acomodados de las ciudades mundiales, especialmente de las grandes
urbes y sus áreas metropolitanas. Sus habitantes resisten mejor el
impacto social de la diversidad, viven y trabajan, de hecho, en una
realidad multicultural compartida en equipos de trabajo que les permite
conocerse, reconocerse, compartir intereses y espacios urbanos comunes y
generar modelos de convivencia fluidos.
Las sociedades
cerradas y homogéneas se articulan en los espacios rurales, cada vez más
despoblados, y en algunas de las periferias de las grandes
conurbaciones, marcadas por niveles más bajos de renta, falta de
trabajo, precariedad, segregación social y ocupación de “islas urbanas”
de colectivos homogéneos marcados por el orígen, el desarraigo, la
emigración, etc.
Desde entonces,
prendido en mi cielo de reflexiones e inquietudes, me acompaña el
nubarrón de esta dualidad, no tanto en su ser social, más o menos
descriptivo, como en su potente capacidad de alterar el devenir
político.
Hoy Don Quijote, o
Cervantes, o Cide Hamete, en su plena, aguda y crítica comprensión del
ser humano, me ha traído una hebra desde la que quizá deshilachar
algunos tonos oscuros de esta relación abierta y cerrada en nuestro
mundo globalizado, que me acompañan con el nubarrón que Martí Font dejó
posado sobre mi cabeza.
En el episodio de
los batanes, Don Quijote, tras pasar la noche amedrentado por el ruido,
desconocido para él, de unos mazos de batán que golpeaban cercanos y
preparado, como esforzado caballero, para afrontar los peligros y
aventuras que le esperaban, descrubre el origen humilde y pacífico de
tal estruendo.
Ante las risas y
las burlas de Sancho al ver a su señor en tal situación, Don Quijote se
dirige a él airado: “¿Estoy yo obligado, siendo como soy caballero, a
conocer y distinguir los sones y saber cuáles son de batán o no? Y más,
que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos
los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y nacido entre
ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes,
y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y cuando yo no
diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que quisiéredes.”
La cosa tiene que
ver, como ya se habrá adivinado, con distinguir el sonido de los
batanes: conocer, estar familiarizados, vivir en esas condiciones y,
después, ser capaz (o incapaz) de distinguir las esencias en las que han
desembocado nuestras experiencias.
A este respecto, me
horroriza constatarlo, en nuestra izquierda (o izquierdas), pintan
bastos. La izquierda progresista en la medida en que triunfa, fracasa.
En realidad lo que consigue es acceder al poder en mayor medida que
transformar la sociedad en la dirección que desea, de manera que su
voluntad es distorsionada: es menos capaz de transformar el mundo desde
el poder que capaz de controlar lo que el poder la cambia a ella,
alejándola de su intención primera.
Su triunfo es la
medida de su fracaso porque no consigue lo que persigue para todo el
mundo por igual, siendo que los que se emancipan del ruido de los
batanes pierden la noción de esa condición de existencia, que sigue
siendo constante y ensordecedora para aquellos que quedan atrapados.
A partir de ahí es
cada vez más difícil tener algo comprensible que decir a quienes no
disfrutan del silencio y siguen acomodados a aquellos primigenios y
distintos sonidos. El ruido de los batanes abre abismos que se rellenan
de todo tipo de esencias dispares, incomprensiones y emociones tan
oscuras como la profundidad oscura del abismo de la existencia.
Javier Moreno Ibarra
https://www.elcorreoextremadura.com/noticias_region/2019-03-04/2/30317/el-ruido-de-los-batanes.html
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