Cada vez que la derecha ve que se le
escapa el tiempo, detiene la historia. El tiempo se le escapó a la
derecha española al plantear un recurso contra el Estatuto de Autonomía
de Cataluña ante el Tribunal Constitucional. Y a la derecha catalana al
aprobar en el Parlamento de Cataluña las leyes de referéndum y
transitoriedad, con las que activó el bucle creación/salvación. La
derecha española ha detenido otra vez la historia con un uso
desproporcionado de la fuerza en Cataluña, en alianza con una derecha
catalana irresponsable que se ha instalado en una declaración unilateral
de independencia estrambótica y estrafalaria. Sin mayoría, sin ley. El
estado de cosas y la escalada del conflicto pide analizar la situación
desde la perspectiva de una teología política secular, para desvelar sin
filtros ni velos la gravedad de la situación.
El acontecimiento catalán irrumpe en
clave mesiánica. Quien proclama la excepción no es aquí la autoridad
vigente, sino quien viene a subvertir su poder. El tiempo se ha
detenido. Los frenos de mano han sido activados. ¿Volverán a rehacerse
las comunidades mesiánicas? ¿Habrá «repliegue de lo religioso en lo
profano»? La última aceleración interna de este tiempo, el de la
Constitución de 1978, ya detenido, es la declaración de vigencia del
tiempo mesiánico. Éste ya ha sido sancionado por el Rey, que ordenó el
cumplimiento y la consumación integral de la ley: es la «responsabilidad
de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y
el normal funcionamiento de las instituciones», ante el intento de
«quebrar la unidad de España y la soberanía nacional». Hay visto bueno
de la Unión Europea y de los poderes económicos americano y europeo.
Véanse las declaraciones del Vicepresidente primero de la Unión Europea
Franz Timmermans y los editoriales de los diarios Wall Street, Financial
Times, Le Monde y Liberation. Todas las decisiones están tomadas ya.
¿Nos encontramos otra vez en el umbral de una cruzada entre ángeles y
profetas? El ejército ha comenzado a desplazar efectivos –logísticos,
por ahora− a Cataluña.
El choque será entre la fuerza de los hecho y el peso de la ley, sin que quede espacio para la fuerza de la
razón. Cataluña y España ya han activado el modo comunidad mesiánica que
reclama salvación: unos declarando la independencia de la España
antidemocrática, franquista, con las masas en la calle; los otros
invocando protección contra la massa contaminada del pecado
original, que quiere romper la «Nación». Todo el foco está sobre
Cataluña, pero en el resto de España también están pasando cosas. Las
juras de bandera civiles, sus juramentos, y el compromiso de apoyo a la
seguridad y la defensa de España. Comienzan a asomar banderas de España
en los balcones. Manifestaciones en defensa de la unidad. El malestar y
el agravio que empieza a aflorar en el resto del país. Mucha gente está
harta de lo que consideran el chantaje catalán. Todavía no se ha cruzado
la línea de no retorno. Hay una ocasión más, una última oportunidad
todavía, para alcanzar algún tipo de entendimiento. ¡Aprovéchenla!
Si los independentistas habían demostrado
haber leído a Maquiavelo, el anuncio de la declaración unilateral de
independencia (DUI) denota que no han leído a Tzun Su. Han
calculado mal la repercusión que tendría una declaración unilateral de
independencia en una Europa plagada de tensiones territoriales latentes.
Y no supieron ver que la independencia de Cataluña generaba un
conflicto más allá de las fronteras de España, pues «si se permitiera a
una región ejercer unilateralmente, en un contexto de estado de derecho,
el derecho a la autodeterminación», ésta señalaría al resto de regiones
europeas que quisieran ejercer dicho derecho el camino para poner fin a
«la inviolabilidad de fronteras establecidas a precio de sangre»
(Diario Liberation). No se han dado cuenta, o no han querido ver, que
una declaración unilateral de independencia atenta contra uno de los
pilares de la Unión Europea: «el imperio de la ley». El Vicepresidente
primero de la Unión Europea ha enviado un ultimátum a Puigdemont: «Si la
ley no te da lo que quieres, te puedes oponer o trabajar para
cambiarla, pero no se debe ignorar». Y ha añadido: a veces imponer la
supremacía de la ley requiere «el uso proporcionado de la fuerza.» Los
independentistas no han medido las repercusiones exteriores de su
incitación a los ciudadanos a la desobediencia a las fuerzas de
seguridad del estado, su apoyo una huelga general, su petición de
retirada de las «fuerzas de ocupación» de Cataluña, la expulsión de la
fuerzas de seguridad del Estado de algunos municipios a instancias de
las instituciones locales, la total ausencia de garantías del
referéndum, la vulneración de todas las leyes.
Ante la soledad internacional Puigdemont
busca, desesperado, la mediación del Arzobispo de Barcelona y del Abad
de Montserrat. Está derrotado y lo sabe, pero su opción es redoblar el
desafío. El Gobierno de Rajoy sólo está sostenido por el respaldo de la
Unión Europea, como ultima barrera para evitar el contagio de una
epidemia secesionista en otros países europeos. Rajoy sólo es el mal
menor, el dique de contención. Sea cual sea el desenlace, la gripe se
extenderá por Europa. El camino lo ha marcado Cataluña. España ha
quedado desacreditada en Europa por la gestión de la crisis catalana y
por la actuación de las instituciones catalanas. Ningún partido político
está a la altura del desafío histórico al que nos enfrentamos. Costará
que Europa vuelva a confiar en nosotros.
«Cuando Dios creó a los ángeles –reza un hadith−
estos alzaron la cabeza al cielo y preguntaron: “Señor, ¿con quién
estás?”. El respondió: “Estoy con aquel que es víctima de una
injusticia, hasta que su derecho sea restablecido”.» Hoy este
restablecimiento será por la ley.
Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/04/el-tiempo-que-resta/
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