En la crisis catalana se puede afirmar la
existencia de una coincidencia en los elementos primarios del voto y
del juramento. El núcleo esencial de ambas instituciones: un pacto
sagrado −que están en la base de la política de Occidente− habita en su
centro, bien sea en su manifestación laica, bien en su manifestación
religiosa. Pero a pesar de la coincidencia, existen diferencias entre
ambas instituciones: la naturaleza absoluta y la imposibilidad de
abjurar del juramento y la naturaleza democrática y reversible del voto.
Esta identidad que existe entre uno y
otro, entre voto y juramento, nos muestra hasta que punto la crisis
catalana ha deformado el voto, hasta convertirlo en juramento. Al ser el
juramento un lenguaje que se realiza en los hechos, la correspondencia
que hasta ahora existía entre palabras y actos propia del voto en
democracia, la fuerza de los hechos la ha trasladado al juramento. Los
partidarios de la independencia serían así los garantes de la palabra. Y
sus palabras juramentos conformados. Creían que tenían la capacidad de
convertir en hechos todo lo que decían. Bajo estas premisas actuaron en
las votaciones que de los días 6 y 7 en el Parlament de Catalunya.
El juramento se convirtió en la crisis catalana –como decía Licurgo− en
«lo que mantiene unida la democracia». Véase la votación del llamado
referéndum del 1-O. Y los acontecimientos ponen de manifiesto que la
dirección del procés está siendo la propia de juramentados que
buscan el martirio, como esfuerzo y obligación (sagrada) en el camino a
la independencia. Depositaron su fe en Ella a cambio de su protección,
garantía y apoyo.
Tras estos acontecimientos el pacto
sagrado que encierra la votación ha degenerado en un pacto
mágico-religioso, en un fetiche, que se agita para invocar la
independencia. Es el agente de la operación mágica. El voto así emitido
no responde a los valores sociales que lo identifican como elemento de
expresión de voluntad democrática. Se asemeja más a una cosa vacía de
sentido, más cercana a un símbolo algebraico privado de significado,
susceptible de recibir cualquier interpretación: en este caso la de ser
un dispositivo apto para «generar conflicto y desconexión forzosa»,
según el plan independentista. Este voto es la enfermedad del voto, un
puro mecanismo de agi-pro.
Y la actuación del gobierno está más
próxima a la práctica de un exorcismo con el que se quiere expulsar,
sacar o apartar la entidad maligna de España: la crisis catalana, que de
una acción política que posibilite la resolución de un conflicto −de
orden político, no de orden público− que posee un amplio elenco de
actuaciones: desde la negociación y el diálogo entre las partes, a la
aplicación del artículo 155 de la Constitución.
El Gobierno de España y Govern de Cataluña revelan con sus actos que han renunciado a proceder como animales políticos, para ser prototipos del homini religiosus. Esta
concepción mágico−religiosa que se advierte en el conflicto catalán
desvela un aspecto que es común a las dos partes del conflicto: su
arcaísmo. Como los romanos, ambas partes parecen creer que lo sagrado
sigue siendo parte del derecho. Este rasgo evidencia que la separación
entre lo religioso y lo político es aún incompleta en España. Puede
resultar controvertido el grado en que se encuentra presente lo arcaico
en cada parte, pero no la existencia del fantasma. Este espectro nos ha
hecho hasta ahora residentes perpetuos de la «franja de la
ultra-historia» y nos ha mantenido siempre a un paso del inframundo del
Hades y de la violencia que W. Benjamín llamaba «divina».
Las masas ya han sido sacadas a la calle.
Se están usando como elementos de presión: así se usaron cuando fueron
convocadas ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, cuando se
concentraron ante los lugares de residencia de las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado, cuando se usaron para expulsar a estas fuerzas de
seguridad de algunos municipios catalanes. Y se usarán como contramuros
frente al Parlament de Catalunya para impedir que se produzca
una marcha atrás en la declaración de independencia y ante el Tribunal
Superior de Justicia para condicionar la acción de éste hacia una
dirección determinada. En la fase actual del conflicto el juramento ha
desbordado al voto.
El Liber differentiarum de
Isidoro nos dice que la diferencia entre ley y Evangelio, es que «en la
ley está la letra, en el Evangelio la gracia […] la primera ha sido
dada para la transgresión, la segunda para la justificación; […] en la
ley se observan los mandamientos, en la plenitud del Evangelio se
consuman las promesas.» Este texto leído en clave profana, y en clave de
voto y juramento, ayuda a esclarecer el espíritu que late en la crisis
catalana. Cataluña como laboratorio político del resto de España,
anuncia con su crisis el tránsito de la democracia a la Nación. Eso
significa la conversión del voto en juramento.
Paco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2017/10/10/del-voto-al-juramento/
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