De por qué es
necesario separar nuestras identidades
Tribulaciones de una germanista en apuros 2
Nota: Este texto
utiliza lenguaje no sexista. Cuando no hay un referente concreto, el
femenino se emplea para incluir el masculino. Específicamente, donde
dice ‘madre’ léase ‘madre y/o padre’.
Necesitamos separar
las varias identidades que nos conforman (y de las que habla Amartya
Sen), aunque sea imposible hacerlo, como hemos visto en la entrega
anterior, porque vivimos en una sociedad que ya no es tribal. Se
trata en este caso de una aporía, más que de una paradoja.
Mi madre me cuenta,
satisfecha de su aportación, que le ha dicho a mi hijo que siempre
debe recordar que la familia es su centro. Yo me estremezco cuando la
oigo decir eso. Me imagino a un mafioso nombrando la ‘familia’
mientras se pasa el pulgar por la mejilla. Las sesiones de psicología
sistémica (‘honrarás a tu padre y a tu madre’) no me han
quitado la desconfianza hacia la solidez del tronco familiar,
paralizante con frecuencia (aquí habría que distinguir, en Europa,
entre sociedades mediterráneas y germánicas, como poco, pero no
cabe).
La sangre es más
espesa que el agua. Hacemos lo imposible por que nuestras hijas
entren en el colegio que creemos mejor, y pensamos que defraudar para
ello está justificado. Y si no, hacemos una denuncia global a todas
las que han entrado en el cole, que alguna seguro que lo ha hecho mal
y quedaran plazas libres, y así entramos a costa de alguna
despistada. Somos, quizá, profesoras que, quizá, nos sentimos
perturbadas por la excesiva confianza en sí mismas de algunas
alumnas, pero claro, nuestra hija tiene problemas con una profesora
porque ésta es muy autoritaria. O porque no sabe dar clase. Y anda
que nuestra amiga cómo defiende a su hija, con lo borde que es la
niña (la mía no es borde, por eso yo sí que la defiendo con
razón).
Recuerdo que cuando
la Thatcher entró en guerra por las Malvinas un profesor de inglés
nos contó que al mismo tiempo su hijo (el de la Thatcher) se perdió
creo que en Sudáfrica y que empleó medios estatales para buscarlo,
mientras mandaba a la muerte a hijas de otras. No sé si lo habrían
dicho de un Primer Ministro varón.
Tampoco sé si es
verdad y no voy a entrar en ello ahora. En cualquier caso, para ser
creíbles en nuestras identidades profesionales, es imprescindible
separar nuestra identidad de madres (recuerden, el femenino es
incluyente) de otras identidades. Para ello debemos agrandar el
círculo de las que nos interesan y a las que cuidamos más allá de
las nuestras, de nuestra familia. Imagínense a una rectora que da
más subvenciones a la facultad en la que estudia su hija. O una
jueza que utiliza sus influencias para que su hija no cumpla condena,
o para condenar a la novia de su hija, que no le gusta.
El estado ya está
para eso, claro, para anular los privilegios de grupo, sea familiar,
ideológico, religioso, racial. Pero no es solo labor del estado. No
se puede llevar a cabo sin nuestra colaboración. Todas las
ciudadanas, madres o no, debemos aspirar a ver más allá, a intentar
captar las necesidades de otras personas y grupos de personas, además
de las de nuestras hijas. Qué corazón tan pequeño, si solo quepo
yo y mis hijas (sic). Si lo hago más grande soy más sabia, más
feliz, más valiente, más verdadera. Vale, cuesta, pero…
Y aquí entra
Marshall Rosenberg y la comunicación no violenta. Nuestra forma de
comunicar busca más la descalificación del prójimo y afirmación
del ego que otra cosa porque sirve los intereses de grupos
hegemónicos de sociedades jerárquicas milenarias, a saber, la
conservación del poder. No nos asombra la crueldad porque la vivimos
soterrada pero constantemente en nuestra forma de dialogar, que está
impregnada de violencia: descalificar a la otra, qué lista soy, he
quedao estupendamente con esa frase, me dejo avasallar, o no me dejo
avasallar (lo mismo es). Él propone que intentemos ver la necesidad
que hay detrás de cada queja o ataque. Y que expresemos las nuestras
a su vez, en vez de atacar o quejarnos. Una buena forma de arropar
con lindezas verbales a otras personas, además de nuestras hijas.
Creo que la imagen
con la que podemos medio armonizar nuestro papel de madres con los
otros más sociales es la de considerarnos, como madres, custodias de
un ser que no es nuestro sino de sí mismo, de la sociedad, o de
nadie. En cualquier caso, tampoco somos tan decisivas. No nos demos
tanta importancia…
Lagarta
1 comentarios:
Me ha encantado.gracias Luisa
Publicar un comentario