Desde
hace tiempo se habla de nuevo mucho sobre las rupturas o
incumplimientos del "Contrato Social" y de la "Paz
Social". Intentaré reflejar de manera llana y sin profundizar
ambos conceptos, ya que a veces parece que no se entiende bien la
magnitud del mismo ni su alcance real. Es un "barrizal de
relativismo" el cual después de casi 3000 años de filosofía
occidental, y a saber cuántos más de Filosofía planetaria, aún no
se ha encontrado la clave universal, la verdad absoluta, en los
mismos. Son dos conceptos principalmente europeos y occidentales, por
lo que para poder explicarlo primero, es necesario hacer una breve y
burda recopilación de cómo se ha llegado hasta aquí. Y por
supuesto, y lamentándolo, será “extenso” para una breve
lectura, pues creo que al menos deben exponerse motivos y
razonamientos, pues un “porque no se puede” o un “la culpa es
de…” sin al menos algo de justificación, aunque para algunos
parezca sesgada, no es válido ni coherente.
La
“contractualidad social” es algo tan innato como el gregarismo
del ser humano. El pensamiento más generalizado es que sin unas
reglas, ni una moral y sin ninguna ética la vida no sería más que
una especie de “jungla”, en la que el mejor adaptado y el más
fuerte sería el que impondría su voluntad y deseo sobre los demás.
A ésta situación de “desamparo”, se le denominó "el
estado de la Naturaleza". No todos eran críticos con el estado
de la naturaleza, por ejemplo Rosseau dejaba claro que en la
naturaleza había una ética implícita, unas reglas que se cumplían
y que el hombre en la naturaleza era un ser inocente (una leona no se
come a sus cachorros por ejemplo) y que eran las reglas sociales las
que lo pervertían, ya Platón declamaba sobre el problema: no era el
estado de la naturaleza, sino el ser humano como tal, basado en su
capacidad de razonar, y poner dicha razón al servicio de sus deseos
y miedos. Y si nos vamos hasta Nietzsche… bueno mejor dejar a
Nietzsche, muchos no supieron lo que quería decir y lo
malinterpretaron…
En
los previos a la Edad Moderna de nuestra sociedad occidental, que es
cuando comienza a gestarse dichos conceptos de una forma más
agregada, se contemplan dos tipos de reglas: las "naturales"
y las "sociales". Las primeras conformarían las reglas
naturales y divinas, sería una especie de Derecho Natural (o divino
en el caso del cristrianismo feudal), que ya comenzaron a poner en
cuestión pensadores como Guillermo de Ockham, o los dos reinos de
Agustín de Hipona, con el que comienza a vislumbrarse la diferencia
entre “el reino de los cielos” y "reino de los hombres",
con sus normas y leyes específicas para la convivencia, una suerte
de “al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios”
que el “buen pastor” dicen que dijo. Éste derecho terrenal es
tomado como un Derecho Subjetivo, el que nace de acuerdos
particulares guiados por una moral generalizada en una comunidad.
Comienza
a retormarse el concepto de "ciudadano"
frente
al de súbdito, otro hecho histórico que va alimentando las
conciencias de la época. Concepto éste uno de los explicativos
necesarios para entender la amplitud del Contrato Social. El
ciudadano no es sólo el habitante de la ciudad, más bien es
poseedor de obligaciones y derechos, que exige y comienza a tener
poder de negociar, de contratar de pactar. Será su progresión la
que ponga en jaque al antiguo régimen feudal de servilismo y derecho
divino.
Y
he aquí que comienzan a plantearse en forma de "contrato"
las normas de convivencia, y de organización social. El germen del
liberalismo que nace con Locke y Hobbes, pues aunque sus tesis fueron
esgrimidas por los déspotas autoritarios de la época, son los que
siembran la semilla de otro concepto explicativo, vital, para
entender el contrato social: la “soberanía
individual”.
La
soberanía podríamos definirla como el poder de hacer y deshacer, de
tomar decisiones, la capacidad de llevar el rumbo o el timón que
tenían los poderes premodernos y modernos, “el soberano”. Cuando
se difumina y atomiza por estos dos pensadores, por necesidad de
empoderar a los “soberanos” de la época frente al empoderamiento
vía divina que otorgaba la Iglesia católica, pasa al estrato
individual de cada uno de los ciudadanos: el poder "natural"
de regirse uno por sí mismo dentro de una sociedad, su estado de
naturaleza pero ligado a una comunidad, su derecho natural pero
puesto al servicio de las normas de la convivencia social. Un poder
que es cedido, en aquella época a un soberano, hoy día a través de
las elecciones a las personas que ejercen la titularidad política y
administrativa, en los sistemas de representación democráticos
modernos, a cambio de vivir bajo un "Derecho Pactado", un
derecho suma de derechos subjetivos, unas normas que protejan a los
ciudadanos y los hagan convivir en un sentimiento de seguridad, el
cual Kant, a través de su autodeterminación individual de
ciudadanos soberanos y racionales, quiso elevar a un carácter
universal.
No
sólo se exige seguridad frente a las agresiones o amenazas de otras
comunidades, o normas que erradiquen la violencia, e implanten
sistemas de justicia que arbitren conflictos. Una vez que las
comunidades van creciendo, los "belicosos" y ácratas
señores feudales van siendo domesticados, erradicando su derecho
natural y divino y pasándolos por el tamiz del derecho de los
hombres, se va poniendo coto al poder de la Iglesia, se van
perfilando los grandes Estados Modernos Europeos tras años de
guerras y coaliciones de sangre. Es en ese momento cuando ideas
antiguas cómo la igualdad, la justicia, la libertad comienzan a
aflorar de nuevo, tímidamente al principio, junto con los derechos a
la propiedad privada, al justo enriquecimiento, al plan de vida
personal, etc.
Con
los hechos que ya se han explicado de forma tan superficial, estos
deseos nuevos llegan a tambalear y cuestionar las jerarquías socio
políticas de la época y sus monarcas autoritarios. Es Cromwell en
Inglaterra el que vuelve a retomar ideas de autogobierno,
consolidando el Parlamento como depositario de la soberanía de los
ciudadanos, como garante de las normas de convivencia, como germen y
tutor del "Contrato Social". No es algo novedoso lo de
Cromwell, lo novedoso es que se hiciera en una potencia de la época.
Antes de él algunas repúblicas italianas, las confederaciones
europeas, los consejos feudales, incluso la Iglesia y sus concilios,
habían mantenido de una forma u otra prácticas deliberativas,
democráticas y de representación, pero es con Cromwell cuando
comienza a plantearse la idea de "soberanía difusa" de una
forma patente en uno de los grandes estados-nación y se vuelve a
empoderar a la ciudadanía. Claro está que la trampa estaba en a
quién se podría considerar ciudadano-soberano.
Se
perfila al ciudadano en dicha época como alguien con obligaciones y
derechos, con propiedades, con capacidad de independencia material y
con recursos propios, mostrando una nueva cara de la desigualdad y la
frustración. Y como era lógico, dichas desigualdades y agravios
comparativos llevan a nuevas ideas que desembocarán en varias
revoluciones. Una de las más importantes es la revolución francesa:
tras años de germen de ideas como la igualdad, la solidaridad y la
libertad, es cuando el Contrato Social toma su forma casi definitiva
bajo la pluma de Rousseau. Un pacto, un acuerdo por el cual un
pueblo, o la humanidad, no sólo se protege y convive, sino que debe
perseguir valores más altos que los deseos o los miedos inherentes a
cualquier cohabitación gregaria, en el cual la protección de los
más débiles frente a los poderosos impregna los discursos éticos y
políticos.
El
concepto ya estaba formado, el uso que se le diera de las diferentes
visiones posteriores es otro asunto. Así hasta incluso con la
revisión de Marx sobre la ética teleológica y determinista de los
medios de producción y el capitalismo, el contrato sigue estando, y
seguirá estando entre la gran totalidad de los pensadores modernos:
Weber, Oakesshot, Gramsci, Macpherson, Von Hayek, Rawls, Dworkin,
entre otros, incluso el anarcoliberal Nozick, lo esgrime, aunque sea
un `pacto mínimo´.
Pero
con el Contrato Social y la Paz Social creció y se fortaleció otra
idea: el capitalismo.
Que será criticado duramente por unos y defendido por otros, dejando
en algunos debates el Pacto Social como una anotación marginal,
presente en todos los debates pero relegado a segundo plano. Es la
Paz Social circunscrita al capitalismo la que toma protagonismo,
quedando el Pacto cómo algo superado y aceptado. Situación que
comienzan a criticar otros pensadores más contemporáneos como
Habermas o Taylor, y anterior a ellos, pero muy ácidamente, Hannah
Arendt y su definición del “homo laborans” y el “homo faber”,
frente a la cualidad republicana del ser humano.
Así
pues el Contrato Social en el pensamiento occidental moderno nace
cómo un acuerdo entre partes, en el cual una, poseedora de la
soberanía y el poder difuso (la ciudadanía), lo cede a otra, que lo
concentra y lo usa para proteger a la anterior y hacer cumplir sus
esperanzas, deseos, afanes, o planes de vida, bajo las premisas
acordadas. Y por ende, se entiende que la Paz Social se alcanza, o
intenta alcanzar, cumpliendo, o intentando cumplir, todos los puntos
recogidos en dicho contrato. Esta visión contractualista tiene luces
y sombras, como las que plantean la ecología o el feminismo, las de
las minorías frente a las mayorías, la defensa de las culturas o
identidades, los conflictos, la riqueza, etc.
Tras
este burdo, somero y breve resumen (perdón por lo generalista) de la
historia acumulativa e inconclusa del Contrato y la Paz Social-
ejercicio con el que se ha pretendido explicar brevemente la
auténtica dimensión de los dos conceptos tan ligados a la humanidad
occidental, y occidentalizada, y sus sociedades- creo que ahora si se
puede entender claramente la gravedad de la expresión "no se
cumple el Contrato Social", o "Peligra la Paz Social"
cuando se dice en nuestro país, región o continente.
Cedemos
nuestro poder soberano, en el caso español, para que se concentre en
todo ese inmenso aparato de coacción weberiana que componen el
Estado, las Autonomías, las Diputaciones, Comarcas, Ayuntamientos o
Distritos. Y tenemos que soportar que se incumpla el mandato expreso
por el que se les votó y eligió: mantener el Pacto Social para
fortalecer la Paz Social, a través de los incumplimientos de
programas y promesas electorales, que los llevanron “al poder”.
Hemos llegado al punto en el que, dejando de lado corrupciones o
ideologías, se nos insta a que el Pacto Social no puede cumplirse,
pero que tenemos que ceder nuestras demandas en el contrato suscrito
para que la Paz Social se siga perpetuando, pues la Paz Social es
deseada para que todo siga igual.
Y
aquí es cuando debemos plantearnos si realmente el Contrato, el
Pacto (Pax Pacis) cumple las expectativas, si la Paz que proporciona
está bien fundamentada y es sólida. Porque nuestro Contrato se basa
en el bienestar y salvaguarda de nuestros derechos a cambio de no
ejercer el poder natural propio, a cambio de no enfrentarnos
abiertamente a las instituciones y someternos, a cambio de vivir bajo
el Estado de Derecho que debe velar por las ciudadanía y crear un
contexto en el que podamos alcanzar la autodeterminación individual
kantiana, o la colectiva. Derechos y bienestar que, por la deriva
antes descrita, hoy deben ser “mantenidos” dentro de una lógica
capitalista, muy circunscrita al crecimiento constante. No soy
economista, pero hay especialistas de dicha disciplina que indican
que dicho crecimiento constante debe ser revisado. No voy a centrarme
por tanto en autores como Marx, Keynes, Rawls o Krugman que defienden
la justa redistribución y el papel de la política en la economía,
frente a otros muchos que indican que el Pacto Social es inviable a
las cotas en las que está, ya que los mercados son los que deben
imperar sobre la política. Para mí el Contrato queda invalidado
cuando los instrumentos (la economía, el capitalismo, los mercados,
los medios de producción) son los que condicionan las voluntades de
la ciudadanía soberana, porque condicionan la política. La Paz
Social no me sirve de nada cuando se instaura sobre instrumentos
heterótrofos y caníbales que devoran el planeta y las expectativas
de sus habitantes, socavada por la imposibilidad de sustentarse en el
Contrato Social al que debería suscribirse. Cuando sólo sirve para
seguir manteniendo los privilegios de unos pocos frente a las
frustaciones de muchos. Cuando tanta lucha por medrar como especie,
tantos avances que se han logrado, con la ayuda del capitalismo, en
el conocimiento, en lo social, en lo político, queda doblegada al
servicio de una especie de nuevo feudalismo, en los que los “derechos
hereditarios” se perpetúan por acumulación de riqueza y poder,
por diferenciación basada en recursos materiales transferibles,
siendo ya innecesario el “derecho divino” de los títulos
nobiliarios de la era feudal. Ahora lo permite el Estado de Derecho,
ése que nace del Contrato Social, ése que intenta perpetuar una Paz
Social, que ha sido “manoseada” y tergiversada, siendo ahora
usada para seguir manteniendo dicha diferenciación entre los que
tienen la posibilidad de ser mejores a través de una
autodeterminación que se iza en sus recursos, y los que deben seguir
igual si no tienen los recursos, o no quieren jugar con las mismas
reglas que protege ese Estado de Derecho, ése que les da ventaja a
los que sí pueden.
Es
hora de replantearnos las bases de la convivencia, de la Paz Social,
en base a un nuevo Pacto revisado. El primero comenzó bien, pero su
fallo fue basarse en la “posibilidad de” y no en blindar los
deseos y anhelos de la ciudadanía, en evolucionar basándose en la
posesión, acumulación y diferenciación materialista, en vez de
hacerlo en la dignidad y la autodeterminación. El fallo ha sido
dejar que los instrumentos sean el fin, y no que el fin use los
instrumentos. Es hora de replantearse un Pacto en el cual la
solidaridad, igualdad, justicia, bienestar, autodeterminación y
libertad dejen de ser principios y sean realidades blindadas; en el
que la Soberanía política no sea sólo un acto de cesión cada
cuatro años, sino que sea una capacidad constante de ejercicio del
control de una de las partes contratantes, frente a los desvíos que
pueda ejercer la otra respecto del contrato.
Es
hora de ampliar nuestra soberanía más allá de lo político: en lo
energético, en lo alimentario, en lo social, en lo ecológico, en la
dignidad de ser humano en definitiva. Es hora de blindar el respeto
al medio ambiente, a nuestro entorno, que nos condiciona y al que
estamos ligados, porque es un derecho que debemos dejar a las
generaciones venideras. Plantearnos un Pacto en el cual las personas
sean lo primero, no los recursos, ni la economía, ni la
productividad, ni la competencia. En algún momento hay que comenzar
a plantearlo y no sólo decir que el Pacto se rompe o vulnera, sin
proponer un nuevo Pacto, sin proponer alternativas. No basta con
mantener la Paz Social, hay que fundamentarla sólidamente por encima
de los vaivenes de lo económico. Adaptarla a una auténtica moral de
las personas… y no como ahora, basada en una moral humanamente poco
ambiciosa, que usa una ética más que dudosa al servicio de los de
siempre, pero con otro disfraz.
Rafael
Ruiz Herbello. Ciudadano
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