Un país adormecido, una Europa en la encrucijada




En este país nunca ha habido un debate político serio sobre el modelo de Europa que queremos, ni siquiera un análisis público realista que desgrane, ante y para el conjunto de los ciudadanos, los pros, contras y porqués del sistema comunitario actual. Para que haya debate es necesario confrontar ideas, y en España la inmensísima mayoría de partidos no sólo han sido tradicionalmente europeístas convencidos –e interesados- sino que, y esto es lo peligroso, como sus ciudadanos, ni siquiera han querido plantearse que junto al maná de millones, la apertura de fronteras y el sinfín de cosas positivas que cada día nos llegan de Bruselas, el formar parte de la Unión Europea exige obligaciones y sacrificios. No tiene pues cabida al análisis crítico en una España donde partidos, medios, e incluso las propias instituciones europeas nos han adormecido con cloroformo, y nos hemos creído que los pardillos nórdico o centroeuropeos nos daban duros a cuatro pesetas. Hemos venerado a Europa como lo hace un niño pequeño con su padre, confiado, contento con una generosa paga semanal, y sin plantearnos que no hay progenitores perfectos.

Sirva de ejemplo que mientras en países como la vecina Francia en los medios, en las escuelas, en libros mayoritariamente leídos, se analizaba y se debatía hasta la saciedad la malograda Constitución, aquí limitábamos nuestro ejercicio de reflexión colectiva sobre el texto a poco más que dárselo a leer a los concursantes de Gran Hermano, quien sabe si esperando un debate profundo y logrado entre ellos. El resultado en el corto plazo fue una Francia sonrojada porque sus ciudadanos dijeron en referéndum no a la Constitución, y una España henchida de eurofilia. Pero en el medio plazo, hemos observado que dicho europeísmo se ha desinflado tan rápido o más que el del resto, de manera histórica, y sobre todo, histérica.

Y es que miren por dónde la crisis, al menos, nos ha hecho madurar, y de manera abrupta. Al hacernos mayores, hemos visto que nuestro padre también mete la pata, que no siempre responde como esperamos cuando las cosas vienen mal dadas. Azuzados por muchos políticos, mayoritariamente hemos respondido de manera enrabietada, entrando en esa preadolescencia en la que estamos convencidos que todos los males ocurren porque nuestros progenitores nos tienen manía o no nos entienden. Pero peor aún, llegado el momento de decidir cómo solucionar los problemas de nuestra familia europea, nos encontramos desorientados, desinformados y poco preparados para una reflexión conjunta sobre el marco económico, político y social en el que queremos vivir.

Estas elecciones europeas son trascendentes no porque de ellas saldrá por primera vez un presidente de la Comisión, o porque el Parlamento tenga hoy más poder que nunca. Eso son nimiedades de relativa trascendencia si pensamos que lo que realmente debe debatirse es un cambio profundo de modelo. Y para participar en la definición de dicho cambio es necesario dejar de ser eurotontos para convertirnos en una sociedad eurocrítica, y evolucionar de la visceralidad a la reflexión. Si nos dejan, porque nada parece indicar que el necesario debate colectivo vaya a producirse.

En esta campaña, el Partido Popular ha renunciado a hablar de modelos de Europa, toda vez que no le interesa que se modifique el actual, que es en el que se está moviendo con cierta solvencia a raíz de lo que le van dictando unas encuestas que mes dan opciones de ganar los comicios. El PSOE, parte de una socialdemocracia europea muy aferrada también al modelo actual, no plantea cambios de gran calado, y se limita a propuestas puntuales que al estar descontextualizadas de una narrativa europeísta sostenida en el tiempo el votante no entiende bien. Y ambos, en el Gobierno y en la cabeza de la oposición, igual que otros partidos, se enredan en debatir cuestiones domésticas que en la mayoría de los casos poco o nada tienen que ver con Europa. Por su parte, ciertos partidos modestos, con opciones de conseguir algún escaño, ofrecen sino cambios profundos, sí al menos alternativas nacidas de un relativo proceso de reflexión y debate propio del contraste de posiciones en sus procesos de primarias. Pero como les sucede también a ciertas bases socialistas que plantean ideas para una Europa distinta, se mueven en círculos minoritarios y les resulta complejo trasladar el debate al conjunto de la sociedad.

De nuevo nuestros políticos, una década después, deben elegir: ciudadanos adormecidos o un pueblo preparado y crítico. El cortoplacismo que beneficia a sus resultados electorales y a su posición particular en Europa, o poner facilidades para la creación en el medio plazo de una cultura cívica de corte europeísta radicada en ciudadanos preparados y críticos, empezando desde ya por presentar propuestas claras y debatibles por el conjunto de la sociedad sobre diferentes modelos de Europa. Hace una década se optó por lo primero, y de aquellos vientos estas tempestades. En esta campaña pueden sembrarse los vientos de una nueva Europa o los de la tormenta perfecta que acabe con ella. Esa es la verdadera trascendencia de estas elecciones.

                                                              Chema Cruz, periodista, analista de actualidad europea.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Cierto, de aquellos polvos, estos lodos y una buena parte del pueblo adormecido y aborregado..

Marta dijo...

Cuestionar esta Europa no quiere decir estar en contra de un proyecto común, sino de este proyecto común al que nos empujan como único.

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