GAZA SIGUE LLORANDO

Palestina, Siria, Afganistán, siguen llorando. Unas lágrimas a las que nos hemos acostumbrado. Imágenes de destrucción y sangre,  de mujeres y niños bombardeados, horrores de la guerra de ese lado del mundo. Guerras por los recursos, por el agua, por la identidad perdida. El conflicto palestino-israelí parece no tener fin. Cuatro generaciones de palestinos han nacido bajo el mismo horror, bajo una violencia que genera más violencia.

Antes, durante y después el establecimiento de Israel, el pueblo palestino ha sido víctima de un plan de violencia premeditado por parte del poder sionista. 531 pueblos desalojados, cerca de cinco millones de refugiados y desplazados, que viven en el abandono, que siguen reclamando el retorno a sus tierras y el reconocimiento de sus derechos nacionales.

¿Acaso Israel no recuerda que hace dos mil años los judíos palestinos, sus antepasados, se enfrentaron a las legiones del Imperio romano en una Massada sitiada y se suicidaron en masa antes de rendirse? ¿Han olvidado  la rebelión popular contra la invasión romana en la murieron miles de judíos palestinos y tuvieron que dispersarse una vez más por el mundo? ¿También olvidaron “la solución final” aplicada por los nazis? ¿No piensan que es esa misma dignidad extrema la que lleva a la resistencia de los palestinos ocupados? ¿Han perdido la memoria los judíos israelíes? Lo que sucede es que se han cristianizado tanto como sus perseguidores europeos y que ya llegaron a Palestina con el terror del exterminio a cuestas.

El castigo colectivo que los sionistas pretenden infligir a su adversario político, empuja al más irracional, loco y furioso de los odios y la ideología de Hamás también contribuye al ciclo acción-reacción, retroalimenta el conflicto y las operaciones militares. La respuesta de Israel, con el ejército mejor pertrechado del mundo, es siempre contundente, excesiva, y tremendamente cruel contra una población indefensa. Las batallas campales de estos días son David contra Goliat.

Israel se ha propuesto acabar con el “problema palestino” mediante el exterminio. Es el único estado de la región en el que las discrepancias políticas no pueden resolverse a través de acuerdos. La democracia no se improvisa, no se puede inventar a partir de la nada y aún menos puede surgir de pueblos que solo han conocido el totalitarismo.  Los palestinos no se ha resignado, no se resignarán nunca a dar por muerta y enterrada la utopía del regreso a sus tierras, ni a seguir con su dignidad masacrada.

Nos hemos acostumbrado a esta guerra, a la de Siria, a todas las guerras, a las migraciones de pueblos enteros y las vemos tranquilamente desde el sofá. Tal deshumanización produce miedo. Hay siempre algo que podemos hacer desde nuestra cómoda burbuja: colaborar con ACNUR, Cruz Roja, Médicos Mundi, Médicos sin Fronteras, Women Internacional League for Peace & Fredom, Cultura para la Paz,…etc. por mencionar solo a algunas de las muchas organizaciones que trabajan en zonas de conflicto, sin hablar ya de no conmovernos ante la injusticia.

"Matar a un hombre es un crimen,
 acabar con todo un pueblo,
 es un asunto a discutir..."

Ibrahim Tuqam, poeta palestino (1905-1941)


Carmen Ciudad/Foro Verde

La República catalana: un simulacro

La elección de Quim Torra como Presidente de la Generalitat significa que la política catalana está otra vez en modo simulacro. Simulacro de República. Ya lo dijo en su discurso de investidura, que tenían que aprender de los errores en los que habían incurrido para no volverlos a cometer. No para evitar que su actuación política incurra en la ilegalidad. Al contrario y usando sus propias palabras para hacer República. La hoja de ruta prometida ¿será un juego de apariencias o la legalidad será nuevamente vulnerada?

La política desplegada por las fuerzas políticas independentistas se funda en un juego de imágenes, que proyecta un enmascaramiento y desnaturalización de la realidad política y social de una Cataluña que mayoritariamente no es independentista. Planea la ocultación de la ausencia de la realidad política y social a la que aspiran. Es, en definitiva, una política que no tiene que ver con ninguna realidad, sino con su propio simulacro. El resultado de este juego puede ser —en contra de su deseo y voluntad original— la desaparición de la República que persiguen detrás del icono que adoran, al no remitir éste a ninguna realidad. Es el peligro de la iconolatría.

Este esquema de la actuación independentista se advierte en el discurso de investidura rupturista de Torra. En la autoproclamación como President vicario de Puigdemont que éste ha hecho de sí mismo o en el Govern legitimista que quiere nombrar. Modo de actuar que es una falsificación. Algo parecido puede decirse de la actuación del Gobierno de España. Que el 52% de la población de Cataluña desee seguir siendo española, no enmascara ni desnaturaliza el deseo de independencia existente. Al contrario, estos porcentajes indican que los catalanes desean mayores cotas de autogobierno. Y aunque los dos gobiernos conocen la incapacidad de su simulacro para sustituir la realidad, unos conjeturan como avanzar ante los errores del Estado: «el Estado español nunca falla», dicen; otros piensan que ya escampará.

El escenario resultante es que Madrid no puede con todo y Barcelona no tiene fuerza para romper la baraja, Enric Juliana dixit, lo que nos coloca en un escenario de debilidad mutua asegurada. Es necesario, por tanto, desplazar los sentimientos e hibridar los diferentes deseos, pues el conflicto ni se va a resolver solo, ni se soluciona desde el unilateralismo de unos y el inmovilismo de otros. La putrefacción del contencioso catalán conlleva el riesgo que convertir también en un simulacro la democracia española. La solución judicial operada hasta ahora no puede ser vista como signo de fortaleza del Estado, capaz de resistir cualquier embate, sino como un atributo de la rigidez del Gobierno. El problema de las respuestas rígidas es el mismo que el de la estructuras de esta naturaleza, que los signos de colapso pasan desapercibidos y cuando éste se produce lo hace de manera súbita y catastrófica con un derrumbe. Y la rigidez también está presente en el sectarismo.

Por casualidad me he fijado en la composición y estructura de las dos banderas —española y catalana— y como reflejan las idiosincrasias. La bandera española está formada por tres franjas. Una, la central muy ancha, asemeja un bloque. Traslada una imagen pétrea  y una sensación de pesadez y rigidez. La catalana con nueve franjas estrechas aporta una imagen de liquidez y transmite una sensación de flexibilidad, de olas del mar. Significativamente ambas comparten los mismos colores, su disposición horizontal y el predominio del amarillo sobre el rojo, símbolo de lo mucho que unos y otros comparten, diferencias de ADN al margen, claro..

Cataluña no es un espacio virtual, ni España vive encapsulada en el Consejo de la Mesta. Tanto España como Cataluña son realidades híbridas en las que ni unos ni otros pueden atribuirse el derecho de establecer estricciones a los otros, sino que deben ser configuradas como realidades de creación y transformación. Una forma de crear ese espacio es la vía biorregional —apuntada en la anterior entrada— que se funda en la diversidad y en un mayor grado de autonomía; desplaza de la organización territorial la atención sobre la identidad, para ponerla en la relación con la Naturaleza; y, además, pone en el primer plano político el principal reto que tenemos en este siglo XXI: el cambio climático. Dejen, pues, unos, de practicar vudú con las imágenes del 1 octubre y, otros, de jugar a don Tancredo.

Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/16/la-republica-catalana-un-simulacro/

La Catalunya fake


El discurso del candidato a la presidencia de la Generalitat —acusado de xenófobo y supremacista por la oposición— pidiendo el voto para un gobierno provisional, instalado en el simbolismo de una República imposible, alejado de los principales problemas de los ciudadanos, mantiene a Cataluña en un tiempo fake. Sostiene una controversia lateral que silencia e invisibiliza otra primera urgente y trascendente: la anomalía en la que están instaladas las relaciones de la humanidad con el planeta, que no debe ser usada como pretexto para no pensar una reformulación del modelo civilizatorio.

Teniendo importancia esta cuestión, tiene la que realmente se le puede dar ante la realidad incuestionable del cambio climático. Es una cuestión de prioridades. Y aunque las prioridades pueden ser distintas en los diferentes actores políticos, la crisis climática debe concernirnos de manera prioritaria al no existir un planeta de recambio. Hemos de interrogarnos pues sin dilación sobre: ¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos ecológicos que trae este siglo?; ¿cómo vamos a abordar la agenda climática y la agenda social del siglo XXI?; ¿cuál sería la forma de organización territorial del Estado que mejor serviría para afrontar el reto climático: las Comunidades Autónomas, un Estado federal o confederal, una organización biorregional o un estado independiente?

En Cataluña no se está luchando contra el cambio climático, ni se están queriendo ver los riesgos que éste conlleva. En el resto de España tampoco. Por eso para hablar de vida como pedía el candidato a la Presidencia de la Generalitat, es urgente afrontar la crisis climática. Esta si es una situación real de excepción, que sino la remediamos no nos permitirá hablar de nada en Cataluña, ni en España. El ciclo en el que estamos no es solo político: autonomista o republicano como afirman algunos grupos en el Parlament, sino climático y de cambio civilizatorio. De supervivencia. En este contexto no tiene sentido crear diferencias identitarias y continuar usando el mapamundi para establecer fronteras donde antes no las había. Hoy el nuevo mapa es el planeta, no el territorio. Guste o no guste es así.

La solución biorregional como modelo de organización territorial no es un mero ejercicio teórico de la teoría política verde, sino un modelo que puede dar respuesta a muchas reivindicaciones que desde Cataluña se están reclamando para su autogobierno. Es una mirada a «una vida humana y una política» no estatal y no jurídica que reivindican la mayoría parlamentaria independentista y otros grupos de la Cámara. A la vez es una palanca de resistencia frente una mundialización desigual y una globalización uniformadora, que no establece barreras, pero ordena límites: limita los intercambios a aquellos que resulten posibles dentro del territorio y del planeta y no trata de imponer un molde económico, cultural y político desde el Estado, la clase o el género dominante.

La biorregión es un marco que se puede armar dentro del Estado de acuerdo con las características singulares que definen a cada biorregión social, política, climática, hídrica y geológicamente, con respeto a sus sistemas naturales, sus estructuras de intercambio interiores y exteriores, sus propias necesidades como comunidad, sus sistemas de sostenimiento biológico a largo plazo, sus ritmos propios. Y, todo ello, con observancia del significado profundo que tienen para la gente que vive en cada una de ellas. Ya que el 48% de los catalanes que vota independentista no es independentista, estas pautas pueden constituir un punto de partida sobre las que llegar a construir un consenso transversal o al menos mayoritario en el Parlament de Catalunya sobre la organización institucional del autogobierno.

Continuar un discurso fake que no solo abusa de las palabras, que se empeña en el ilusionismo de un proceso constituyente para construir un estado independiente en forma de República, desde una unilateralidad quiebra la legalidad constituida y que no goza del apoyo de la mayoría de ciudadanos catalanes, adrezado con campañas de señalamiento y declaraciones contra los «malos catalanes», se hace irrazonable en cualquier contexto político, pero aún más en el contexto climático cada día más adverso en que vivimos, en el que el calor y la escasez de agua ya están presentes en la vida cotidiana de los ciudadanos. Este discurso mentiroso solo es el símbolo de la pugna entre las derechas españolas para asegurarse un mercado propio, en la lucha por la financiarización de todo lo que la Naturaleza brinda. Batalla en la que el control físico del territorio es una prioridad estratégica.

La resolución del contencioso no requiere por tanto derruirlo todo y volver a construirlo todo nuevamente, como sería del gusto de los independentistas. Solo basta con mover un palmo el foco para salir del bucle. Abordar la cuestión nacional e identitaria desde una perspectiva diferente. La solución, o al menos una de las posibles, es buscar vínculos que nos anclen al planeta y no al mundo (territorio) como hasta ahora. Ese vínculo es el de la afinidad, más amplio que la identidad y no excluyente. La afinidad aporta sentido y dirección a los diferentes sentimientos de pertenencia, sin limitar ni coartar la mezcla entre ellos. No es una camiseta como la identidad. Es una «matriz estructural» de lo que es común a los seres humanos: la pertenencia a un mismo planeta y a una misma especie biológica, por encima de los yoes histórica y socialmente creados: la nación, la clase, el género o la relación con el mercado y el consumo de bienes y servicios.

Así concebida la cuestión ésta no queda reducida a la terra patria (a la tierra paterna), sino que se amplía al planeta terra. En la era de la crisis climática es necesario crear junto a la conexión entre sociedad y democracia, otra entre planeta y democracia. Lo que hasta ahora era puramente contexto (el planeta), a partir de ahora también es objeto de decisiones, objeto político, objeto central de la democracia. Y quizás deba ser también sujeto. La terra patria es así el planeta terra, la tierra de todos y para todos. Esta conjunción entre planeta y democracia se materializa institucionalmente en la biorregión.

La lengua, la historia o la cultura ya no definen en la práctica la cuestión nacional, desde ahora ya es determinada por la cuestión climática. Los cálculos más optimistas calculan ciento cuarenta millones de migrantes climáticos en los próximos treinta años, cifra que se irá incrementando a medida que el cambio climático se haga más profundo. El sujeto biológico (la especie) se hace sujeto político. La Nación da paso así a la Nación planetaria: la comunidad formada por todos los seres humanos; asociada a un territorio: el planeta; que tiene una cultura compartida: las leyes de la Naturaleza; que comparte cierto grado de solidaridad, manifestada en la existencia de los servicios ambientales y el necesario cuidado de los mismos; y que comparte cierto grado de memoria histórica, a través de la información de experiencias de miedo y estrés transmitidas en el ADN, la memoria de nuestros antepasados.

Esta manera de afrontar la cuestión nacional, acorde con el cambio epocal en el que nos encontramos, se interroga «por lo que somos», por delante de por quiénes somos. La pertenencia adquiere así diferente significado y evidencia la disfuncionalidad actual de la vieja receta de soberanía e identidad. La iniciativa está sobre la mesa. ¿Se atreverá alguien a abanderarla? No lo sé, pero Facebook ha escogido Barcelona para instalar un centro de control de ‘fake news’.



Francisco Soler
 http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/13/la-catalunya-fake/

Cuerpos


El cuerpo es un instrumento para el ejercicio del poder. Es lo único de lo que el ser humano es dueño y soberano. Lo único de lo que puede disponer con entera y absoluta libertad. Puede decidir quien puede acceder a él y quien no. Esta libertad absoluta —quizás la única que realmente tenemos los seres humanos— permite que nos autoposeamos. Cuando un violador penetra un cuerpo sin consentimiento, desposee a la víctima —su dueña— de él. A la desposesión de la víctima es correlativa la acumulación de poder del agresor. Para ésta se trata de una privación violenta de su cuerpo, no una renuncia voluntaria a la prohibición de acceso a su cuerpo.

La violación es una proyección del poder del agresor en el espacio y en el interior de la víctima. Es un poder vertical, jerarquizante, fácilmente identificable, que se expande subrepticiamente en el interior de todas las mujeres interfiriendo su proceso psicológico. La violación afecta a la víctima violada pero también al resto de mujeres. Ese efecto hace que ese poder se desdoble y a la vez sea disperso, difuso, permanente. Sentencias como la de la manada son sentidas como una segunda violación judicial, que ratifican y confirman los patrones de demarcación entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto y afianzan el orden patriarcal, cultural, político, económico y simbólico existente. La violación hasta ahora ha actuado, a modo de neurona espejo negativa, con un efecto inhibidor en las mujeres no agredidas hundiéndolas en el silencio. Ha reforzado los imaginarios colectivos sobre la sexualidad, la reproducción, la vida, el trabajo y la economía existentes. La huelga feminista, la sentencia de la manada y otros sucesos han sido el catalizador que ha roto este mecanismo.

El cuerpo con la violación queda convertido en cuerpo del delito. En carne penetrada sin consentimiento. Y las más de las veces el cuerpo del agresor queda sin escarmiento. Víctimas y victimarios conviven entre nosotros. En la calle nos cruzamos sin saberlo con ellos y con ellas, anónimamente nos mezclamos en el trabajo, en los bares, en los cumpleaños, en la playa. Incluso en los rezos de Semana Santa y Navidad. Con la luz del día la infamia se confunde en la multitud. Los gritos de las víctimas son silenciados por el ruido de la vida diaria.

Ellos, los victimarios, desechos de la sociedad patriarcal, jaurías en busca de carne para abusar, agredir, penetrar, son acompañados por camadas de burócratas que posan su mirada en el jolgorio de los violadores, no en el cuerpo bloqueado de las víctimas. A coro les dicen que a pesar de sus chillidos, no han dicho NO con bastante claridad. No han cerrado sus piernas con suficiente fuerza. Y se han dejado dominar por el miedo. Sus sentencias, mientras, declaran que ellas son sometidas a la voluntad de sus violadores, que las utilizan como meros objetos para la satisfacción de sus instintos. Pero esto no es violación.

Ellas, las víctimas, no son un suceso singular. #Cuéntalo confiesa, revela, construye una historia de anomalía, de infamia, de vergüenza. Es una epidemia silenciada a la fuerza. Silenciosa por fuerza. #MeToo la desvela como pandemia. Episodios de esta calamidad pestilente se comparten en las redes cuestionando a sus víctimas. En los bares son cuestionadas de igual manera. Lo gritos de terror de las víctimas, parte del paisaje hasta ahora, tras la sentencia de Navarra han impulsado a las mujeres. Están en pie, levantiscas, rebeldes.


Nosotros, el resto de la sociedad, les seguimos. Aunque no todos.

Sus cuerpos no olvidan que son cuerpo electoral. Que sus cuerpos entran en las urnas. Con su voto el cuerpo del delito se hace cuerpo político. El cuerpo violado se hace cuerpo soberano. Decide. Tras la huelga feminista el cuerpo de las mujeres ha mutado su substancia y se ha hecho Nación. Se han constituido en sujeto colectivo, que hermanado canta, reivindica, reclama la devolución de sus cuerpos, su «derecho a vivir una vida libre de violencia». Están decididas a no continuar siendo Caperucita Roja. Exigen un enfoque democrático de la seguridad pública dirigida a garantizar la seguridad de sus cuerpos, el ejercicio pleno de su libertad de movimientos y el uso de los espacios públicos, sin el miedo constante a que su ejercicio las haga responsables de la violación de sus cuerpos. Caperucita se ha bajado del cuento. Toca cambiarlo.

Francisco Soler 
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/05/cuerpos/

LAS DIOSAS DEL AMOR


Resulta que al principio de los tiempos, eran las diosas las que ostentaban el poder. Los hombres se limitaban a trabajar y de vez en cuando eran requeridos para inseminar. Hasta aquí ningún problema, se lo conté a un amigo y me dijo ¡Jo, que suerte, ya me hubiese gustado estar allí! El caso es que siempre elegían a los mismos, a los más potentes, a los más fuertes, a los más bellos, a los más inteligentes, a los más capaces con el objeto de asegurar la calidad de su descendencia. Como es lógico, eso provocó la ira de los más desfavorecidos, que veían cómo se iban de este mundo hartos de trabajar sin pena ni gloria; así que dieron un golpe de estado y las sometieron para siempre. No solo sometieron a las diosas, también a sus elegidos y desde entonces parece ser que el poder se transmite de mediocre en mediocre".
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Es maravilloso la masiva manifestación de mujeres en pro del feminismo. Pero al mismo tiempo no puedo dejar de observar que al movimiento femenino y feminista, a pesar de sus múltiples logros, le queda aún un largo camino por recorrer.

El discurso feminista se adorna ahora con mucha palabrería. Incluso los hombres presumen de tener ese lado femenino y casi todos manifiestan que les gustan las mujeres activas e independientes. Pero como me dijo un Sr. hace unos días, medio en serio o medio en broma: ¿Vd. no será muy feminista, verdad? Porque en el fondo hay algo que persiste en el subconsciente colectivo: somos buenas o rebeldes.

A las buenas, no les importa que el mundo se hunda con tal de que ellas estén protegidas y a salvo. Mujeres que, frente a la ola de indignación que invade las calles, ese encierran en su caparazón como si la cosa no fuese con ellas. Incluso las hay que dicen que la chica víctima de la manada, tenía que haber medido las consecuencias de su propia borrachera; sin olvidar a mujeres abogadas o jueces que han defendido el voto particular de un magistrado.

Las rebeldes no pueden vivir sin libertad. No aceptan la desigualdad de derechos y se los ganan a pulso. No se conforman con la infravaloración de su trabajo. Están hartas de que su aspecto y sus vestidos importen más que sus acciones. Piden co-rresponsabilidad con los hijos y las tareas domésticas. Manifiestan su indignación frente a la dominación y la injusticia patriarcal en todos los aspectos de su vida.

El mensaje no deja de ser el mismo: ¡cuidado con las rebeldes!. Dice una amiga que es curioso como siguen despertando tanta pasión como miedo las mujeres que no se conforman con las reglas del juego, que es algo parecido a los cuentos que te contaban cuando eras pequeña. Tenías unas ganas enormes de oírlos; pero después te hacías pis en la cama.

En una sociedad básicamente patriarcal, cada día es una traba para dejar de ser complacientes y humildes, para que no se nos califique de orgullosas, histéricas, ambiciosas con ansias de poder; cuando lo único que manifestamos es que - nosotras - también -podemos.

Las mujeres somos como el agua, siempre encontramos caminos para salir adelante. Pero hay barreras invisibles difíciles de superar. Son la consecuencia de nuestra forma de vivir. Vienen de siglos de dominación y sometimiento. Nos sentimos culpables cuando, por causa de nuestro trabajo, no podemos dedicarles todo el tiempo que nuestros hijos necesitan, ¿culpables por usar ropa que quizás provoque la lascivia de ciertos hombres?, ¿culpables por ser bellas, jóvenes o rebeldes?, ¿culpables por nuestra soltería o nuestra independencia?

Todavía escucho a mujeres que dicen que desean encontrar a un hombre que las proteja, como si se tratase de las antiguas coristas. Un hombre de una determinada edad se convierte en “un soltero encantador”, codiciado por las mujeres; pero a una mujer se le presupone que su soltería es el resultado del abandono y sus compañeras de trabajo cuchichean que algo raro pasa cuando no tiene marido, ni hijos. Y a pesar de que ella sabe lo desgraciada que son algunas de sus amigas casadas, vive como si estuviera al borde de la insatisfacción, a la espera de que un príncipe encantador la aleje de la soledad. Una soledad que en el fondo es envidiable, porque significa no ser la mitad de la naranja ¿la mitad de alguien distinto que tendría la ardua misión de completarnos?
Cuando una mujer aboga por la igualdad, se enfrenta con el hecho irrefutable de ser ella misma. La naturaleza nos ha dotado para ser Diosas del Amor, como lo fuimos antaño; reinas despiertas y no princesas dormidas; mujeres activas y no rendidas incondicionales. Por encima de todo, somos resilientes, solidarias, pacifistas, tenaces, flexibles, conciliadoras... Es en la educación en estos valores donde reside la esencia de lo femenino.
Nosotras No Somos la Manada. La manada es la jauría de unos machos que atacan en grupo para sentirse seguros. Ese comportamiento animal no corresponde a los verdaderos hombres, es injurioso incluso para ellos.

El feminismo es una actitud, no son palabras. Y algún día ya no será necesario hablar de feminismo. Un día en el que las mujeres hayamos dejado atrás nuestra emocional dependencia y que como seres libres, con defectos y virtudes, nos adentremos en el camino de la evolución personal, para que el poder no se transmita a hombres y mujeres mediocres.


Carmen Ciudad
Women International League for Peace and Freedom



Manada, jauría, camada

Conocí —con estupor, incredulidad y con la sensación que España se cae a trozos— el fallo de la sentencia que dictó la Audiencia Provincial de Navarra en el caso la manada, por la que se condena a los agresores de una adolescente por un delito de abusos sexuales y no por agresión sexual, por no existir —según la sentencia— violencia o intimidación. A mi juicio, sin embargo, existió violencia e intimidación —ésta última en todo caso—. Los magistrados, por ello, desatendieron la tutela judicial debida a la víctima en forma de una sentencia justa y proporcionada a los hechos que ocurrieron. La sentencia es una aberración jurídica, en la que el relato de hechos probados contradice las conclusiones jurídicas.

Ateniéndonos al propio relato de hechos probados que contiene la sentencia, puede decirse que hubo violencia. Dice ésta que los agresores tiraron de ella y la hicieron entrar en el portal de modo súbito y repentino donde la penetraron hasta seis veces; o cuando dice que uno de los procesados acercó la mandíbula de la agredida a su miembro para que le hiciera una felación y otro de los procesados le cogía de la cadera y le bajaba los legins y el tanga. Pero parece que los magistrados hubieran juzgado que los hechos denunciados y probados se produjeron en una atmosfera más o menos similar a la de una película porno —cuyas escenas contienen una violencia implícita y contenida, cuando no explícita— en vez de ser el relato violento, sórdido y amedrentador de una violación. Relegaron en el más recóndito rincón de su mente, el olvido, que toda penetración sexual no consentida es en si misma un acto violento y de violencia, con independencia de la fuerza física que las circunstancias requieran para acometerla. Que toda agresión sexual es un acto cuyo objeto es el sometimiento y dominación de la víctima a la voluntad del agresor. Una situación en la que la víctima además del aturdimiento que le produce la situación, se encuentra entre personas desconocidas que la están agrediendo sexualmente y respecto de las que no puede determinar el grado de resistencia que puede oponer sin incrementar el riesgo de ser objeto de lesiones o incluso de muerte.

Exigir que los agresores deban de usar una fuerza eficaz y suficiente para vencer la voluntad de la víctima —para calificar que una agresión sexual sea considerada violación y no solo abuso— es injusto, desproporcionado y esconde un prejuicio machista, que para la mujer se convierte en una exigencia de acreditación de su virtud. El Código penal no exige que se use una cantidad ni una forma determinada de violencia para que una conducta sea calificada como violación. Sólo exige que se utilice la violencia. Luego donde no distingue la ley no debe distinguir el juez, dice uno de los principios jurídicos de la interpretación de las leyes. Parece que el pecado de Eva aún no ha sido redimido.

Y hubo también intimidación. El relato de hechos probados no deja lugar a dudas. Dice que la víctima fue llevada a un lugar recóndito y angosto, con una sola salida, rodeada por cinco varones, de edades muy superiores y fuerte complexión. Cuenta la víctima que se sintió «impresionada y sin capacidad de reacción». Intimidada. Ese es el término exacto para calificar el estado que ella tenía en ese momento. La intimidación es hacer lo que otros quieren que hagas por miedo. ¿Y a acaso no fue eso lo que buscaban los cinco agresores acorralando a la víctima en un espacio reducido, en inferioridad numérica y sin posibilidad de escapatoria? Cuenta la víctima agredida que sintió un «intenso agobio y desasosiego, que le produjo estupor y le hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad, determinándole a hacer lo que los procesados le decían que hiciera». ¿No es esto intimidar a una persona? ¿No es esto conseguir que la víctima hiciera por miedo lo que querían sus agresores? Termina explicando la agredida que «cerró los ojos», actitud característica en situaciones en que una persona, como esta mujer, que se encuentra en la situación en que la habían colocado sus agresores. La intimidación fue previa y alcanzó el fin perseguido. La víctima solo podía minimizar los daños que sabía iba a recibir.

La Audiencia Provincial de Navarra ha puesto de manifiesto —como en otras ocasiones otros tribunales— la existencia de camadas judiciales. Grupos de jueces que viven en una burbuja jurídica, alejados de la realidad humana y social en la que se hallan inmersos. No son las víctimas las que ha de acomodar su conducta a la jurisprudencia de los tribunales para obtener su protección, son éstos quienes han de proteger a las víctimas de las agresiones, sin que sea exigible su conducta se tenga que buscar el acomodo a la interpretación de la ley por los tribunales.

¿Y del voto particular de la sentencia, que decir? Es un delirio sexista. Negar como hace el magistrado discrepante que no existió en la víctima miedo, temor, desconcierto o afirmar como hace que la expresión del rostro de la víctima es en todo momento relajada y distendida, me lleva a pensar que estamos ante un individuo que tiene una impregnación ideológica que raya —sino cae directamente— en lo patológico, que le impide tener el más mínimo atisbo de empatía.

Las protestas que se han convocado espontáneamente por toda España contra sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra, solo son una expresión de la nueva configuración del sentido cívico que hemos de desarrollar los hombres y mujeres españoles. Somos los ciudadanos y ciudadanas quienes hemos de decir y mostrar a los servidores públicos —políticos, jueces y funcionarios— la dirección en la que colectivamente deseamos que camine nuestra sociedad. Así como exigirla cuando esta orden sea desatendida. La democracia no es solo una forma de gobierno participada y colectiva, en la que los ciudadanos intervienen más o menos activamente, según la costumbre de cada Estado, sino —además y sobre todo— un estado emocional, un modus vivendi, que ha de ser permanentemente alimentado, cuidado y defendido por todos y cada uno de sus componentes ciudadanos. Si no queremos que otros nos gobiernen con sus reglas, debemos aprender a gobernarnos nosotros mismos. Una sociedad en la que cada día florecen comportamientos de jauría, está repleta de manadas y abundan las camadas, no solo es un aviso de las patologías que crecen en su interior. Nos dice que no vivimos en democracia.


Francisco Soler 
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/04/27/manada-jauria-camada/

¿Tenía razón Stephen Hawking?

Hasta ahora la pregunta más importante que podía hacerse el ser humano era sobre las consecuencias de sus actos. Decía Deleuze, respecto a la sociedad del control, que hemos pasado en el  ejercicio del poder soberano de un poder que «hace morir y deja vivir» —el del Rey que puede matar al súbdito si se opone a él— a otro que «hace vivir y deja morir» —el del Estado del siglo XX que protege a los ciudadanos frente al peligro de terceros Estados y los avatares de la vida: estado del bienestar y lo hace producir—.

Con la advenimiento de la inteligencia artificial la pregunta más importante será si es mejor que los seres humanos ¿Redirigirá la IA y la robotización el poder hacia un ejercicio de éste que no deja vivir y a la vez deja morir? ¿Hacia un poder indiferente ante la vida y la muerte de los seres humanos, que no interviene en la vida ni en la muerte de las personas —por considerarlas seres obsoletos— pero si interviene en la vida y en la muerte del verdadero sujeto relevante para la producción: las empresas? Ya nos encontramos en un estadio en el que el poder interviene cada vez menos en la vida y muerte de los seres humanos, no así en la vida y muerte de las empresas: regula la forma de sus actos con reglas jurídicas que actúan como normas morales de comportamiento para éstas; qué es una buena o una mala muerte empresarial, incluso los casos en que las empresas pueden resucitar, a través de una ley de segunda oportunidad.

En el siglo XXI el poder bascula desde el Estado hacia las grandes corporaciones multinacionales. Ya no es ejercido monopolísticamente por el Estado, sino que cada vez es más compartido con éstas. Ciertos tratados internacionales les reconocen capacidad de colegislar. De esta manera las grandes corporaciones multinacionales se convierten por  la puerta de atrás en actores políticos y los Estados más sujetos en el sentido etimológico del término: aquel que se somete, las personas. Lo vemos en los acuerdos de libre comercio que han aprobado entre la Unión Europea y Canadá (CETA) y el que casi se llegó a aprobar con EE.UU (TTIP). Estos acuerdos introducen la debilidad en el corazón del Estado, que se torna dócil a las exigencias de las grandes corporaciones como resultado del chantaje permanente de futuras reclamaciones indemnizatorias por pérdida de beneficios. Su aprobación sanciona la desaparición de la soberanía del pueblo y del estado del bienestar.

En este contexto de exaltación de la libertad de empresa, ésta se ha transformado en un interfaz que zombifica a las personas por la mordedura del marketing y al medio ambiente con una producción que consume más recursos de los disponibles para la generación actual y genera más contaminación de la que los ecosistemas territoriales y planetarios son capaces de asimilar. La libertad individual —y su variante de libertad de empresa—ejercida de manera incondicional es arbitraria, pues interfiere la libertad individual de las generaciones futuras, sin tener en cuenta el efecto acumulativo de la especie que origina en el medio ambiente por la contaminación y el consumo de recursos.

Si los derechos humanos nacieron en el siglo XVIII como una defensa frente al poder de muerte del Estado. Al variar la forma de ejercicio del poder, la concepción de los derechos humanos ha de mutar en consonancia con aquél. La protección clásica que los derechos humanos confieren a los ciudadanos frente al Estado debe, pues, extenderse a las relaciones de éstos con las grandes multinacionales y empresas, a fin de mantener hoy una esfera equivalente de protección.

La inteligencia artificial y la robotización son una revolución comparable a la del neolítico, sino más.  Las preguntas y los interrogantes se amontonan: ¿Es ésta el germen de una nueva especie?, ¿la concepción de la libertad ya modificada por el cambio climático se resignificará por la inteligencia artificial?, ¿es necesario introducir la ética en los algoritmos de inteligencia artificial? ¿se debería reconocer la igualdad entre humanos y robots inteligentes? ¿se reconocerá libertad individual a androides con inteligencia artificial de similar que a los humanos o de alguna otra forma? En 2017 le fue otorgada la ciudadanía saudí y reconocidos derechos de una persona a un robot llamado Sophia —en medio de las críticas por la situación de las mujeres en ese país y las condiciones migratorias—. ¿Es ésta una excepción o será una regla universal?



El capitalismo industrial mutó en neoliberalismo. ¿Las mutaciones que trae la inteligencia artificial y la robotización son una nueva forma de capitalismo? De la misma manera que el capitalismo neoliberal está eliminando a la clase trabajadora, al hacer que cada trabajador se explote a sí mismo en su propia empresa, en esta nueva forma de capitalismo el trabajador asalariado al ser sustituible por máquinas resultará obsoleto por innecesario. ¿Traerá este capitalismo la independización de las relaciones productivas respecto de las fuerzas productivas? Los primeros intentos ya están aquí. Tesla automatizó totalmente su fábrica. Ha reconocido, sin embargo, que ésta ha producido retrasos en la producción y ha anunciado la reincorporación de humanos a la cadena de producción. Las correlaciones de fuerzas y los equilibrios de poder cambiarán entonces. ¿Llegarán a tener los robots algún día derechos laborales, civiles y/o políticos? Un diario nacional publica la noticia que un robot ha sido candidato en las elecciones a Alcalde de uno de los distritos de Tokio, cuya una población es de 150.000 habitantes. Fue el tercer candidato más votado.

La sustitución de los seres humanos por robots en el proceso productivo producirá la obsolescencia objetiva de la izquierda. Como dice Yuval N. Harari cada técnica tiene sus dioses. Y la inteligencia artificial también los requiere. Surgirán, por tanto, nuevas religiones. Ésta obsolescencia que se anuncia es una culminación del proceso de  obsolescencia de la división entre izquierda/derecha que se inició con la globalización, fruto de la cual se ha originado una pugna entre los partidarios de la globalización neoliberal y sus detractores, atrincherados en la visión nacional/nacionalista, que ha hecho aflorar una nueva distribución ideológica en tres ejes: posliberalismo, populismo y ecologismo. En el eje liberal se agrupan tanto a la derecha neoliberal como a la socialdemocracia liberal partidaria de la globalización. En la etiqueta populista se incluye el espectro antiglobalizador desde la extrema derecha hasta la izquierda. La división izquierda/derecha, sin embargo, continúa presente en el imaginario político colectivo, aunque no es ya el eje dialéctico principal, sino una subdivisión secundaria que ordena las etiquetas ideológicas en el interior de cada eje. La denominación ecologismo —a pesar que no ha terminado de emerger como fuerza política de masas— se usa aquí de manera extensa, para encuadrar dentro de ella a los partidos políticos de corte ecologista y también a aquellos movimientos sociales que se encuentran más o menos próximos a la ideología ecologista.

En un escenario de cambio climático, crisis de recursos y artificialización el único superviviente es el robot, una especie que no muere. El  planeta recupera para si —de una manera absoluta— la condición de base material (y financiera) de supervivencia de la especie humana, acelera el desarrollo y explotación de la minería espacial y confiere verosimilitud a la hipótesis planteada por Stephen Hawking de la necesidad que tendrá la especie humana de colonizar nuevos planetas para sobrevivir. ¿La supervivencia en la Tierra estaría protagonizada por las Arcas de Noé? ¿Llegarán a existir estaciones espaciales en órbitas cercanas a la Tierra? ¿Serían éstos hábitats para ricos, quedando la gente abandonada a su suerte de en una distopía terrestre de cambio climático y robots inteligentes? ¿Es necesaria una biopolítica extraplanetaria? ¿La irrupción de la inteligencia artificial es el alumbramiento de una nueva forma de vida? ¿En un contexto de cambio climático y salto tecnológico, de riesgo de supervivencia para la especie humana y la profunda transformación del ser humano que puede ocasionar el desarrollo tecnológico, es importante reivindicar el lobo? ¿Será sobrepasada por la evolución tecnológica y los acontecimientos la ecología política? Para poder seguir celebrando el Día de la Tierra, fecha en que se publica este post, debemos hacernos estas preguntas.

Los escenarios descritos no quieren ser una predicción o vaticinio, sino una invitación a la reflexión sobre el escenario de cambio climático en un contexto de artificialización y robotización del sistema productivo y de la sociedad y sobre la necesidad de pensar una reflexión política que de respuesta a esta realidad insoslayable a la que estamos abocados. Tal y como se pregunta Jonathan Nolan: «¿Qué pasaría si la inteligencia artificial nos matara, pero no por ser mala, sino porque nosotros somos los malos?».


Francisco Soler
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