La elección de Quim Torra como Presidente
de la Generalitat significa que la política catalana está otra vez en
modo simulacro. Simulacro de República. Ya lo dijo en su discurso de
investidura, que tenían que aprender de los errores en los que habían
incurrido para no volverlos a cometer. No para evitar que su actuación
política incurra en la ilegalidad. Al contrario y usando sus propias
palabras para hacer República. La hoja de ruta prometida ¿será un juego
de apariencias o la legalidad será nuevamente vulnerada?
La política desplegada por las fuerzas
políticas independentistas se funda en un juego de imágenes, que
proyecta un enmascaramiento y desnaturalización de la realidad política y
social de una Cataluña que mayoritariamente no es independentista.
Planea la ocultación de la ausencia de la realidad política y social a
la que aspiran. Es, en definitiva, una política que no tiene que ver con
ninguna realidad, sino con su propio simulacro. El resultado de este
juego puede ser —en contra de su deseo y voluntad original— la
desaparición de la República que persiguen detrás del icono que adoran,
al no remitir éste a ninguna realidad. Es el peligro de la iconolatría.
Este esquema de la actuación
independentista se advierte en el discurso de investidura rupturista de
Torra. En la autoproclamación como President vicario de Puigdemont que éste ha hecho de sí mismo o en el Govern
legitimista que quiere nombrar. Modo de actuar que es una
falsificación. Algo parecido puede decirse de la actuación del Gobierno
de España. Que el 52% de la población de Cataluña desee seguir siendo
española, no enmascara ni desnaturaliza el deseo de independencia
existente. Al contrario, estos porcentajes indican que los catalanes
desean mayores cotas de autogobierno. Y aunque los dos gobiernos conocen
la incapacidad de su simulacro para sustituir la realidad, unos
conjeturan como avanzar ante los errores del Estado: «el Estado español
nunca falla», dicen; otros piensan que ya escampará.
El escenario resultante es que Madrid no puede con todo y Barcelona no tiene fuerza para romper la baraja, Enric Juliana dixit,
lo que nos coloca en un escenario de debilidad mutua asegurada. Es
necesario, por tanto, desplazar los sentimientos e hibridar los
diferentes deseos, pues el conflicto ni se va a resolver solo, ni se
soluciona desde el unilateralismo de unos y el inmovilismo de otros. La
putrefacción del contencioso catalán conlleva el riesgo que convertir
también en un simulacro la democracia española. La solución judicial
operada hasta ahora no puede ser vista como signo de fortaleza del
Estado, capaz de resistir cualquier embate, sino como un atributo de la
rigidez del Gobierno. El problema de las respuestas rígidas es el mismo
que el de la estructuras de esta naturaleza, que los signos de colapso
pasan desapercibidos y cuando éste se produce lo hace de manera súbita y
catastrófica con un derrumbe. Y la rigidez también está presente en el
sectarismo.
Por casualidad me he fijado en la
composición y estructura de las dos banderas —española y catalana— y
como reflejan las idiosincrasias. La bandera española está formada por
tres franjas. Una, la central muy ancha, asemeja un bloque. Traslada una
imagen pétrea y una sensación de pesadez y rigidez. La catalana con
nueve franjas estrechas aporta una imagen de liquidez y transmite una
sensación de flexibilidad, de olas del mar. Significativamente ambas
comparten los mismos colores, su disposición horizontal y el predominio
del amarillo sobre el rojo, símbolo de lo mucho que unos y otros
comparten, diferencias de ADN al margen, claro..
Cataluña no es un espacio virtual, ni
España vive encapsulada en el Consejo de la Mesta. Tanto España como
Cataluña son realidades híbridas en las que ni unos ni otros pueden
atribuirse el derecho de establecer estricciones a los otros, sino que
deben ser configuradas como realidades de creación y transformación. Una
forma de crear ese espacio es la vía biorregional —apuntada en la anterior entrada—
que se funda en la diversidad y en un mayor grado de autonomía;
desplaza de la organización territorial la atención sobre la identidad,
para ponerla en la relación con la Naturaleza; y, además, pone en el
primer plano político el principal reto que tenemos en este siglo XXI:
el cambio climático. Dejen, pues, unos, de practicar vudú con las
imágenes del 1 octubre y, otros, de jugar a don Tancredo.
Francisco Soler
http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/barra-verde/2018/05/16/la-republica-catalana-un-simulacro/
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