Cuando
se produce una recesión económica, se suele decir que se ha salido
del agujero cuando los indicadores macroeconómicos recuperan los
niveles previos. No se trata de crecer más o menos, si no de
recuperar los niveles de renta disponible. Ni que decir tiene que
indicadores como el nivel de contaminación atmosférico o la tasa de
vacunación en poblaciones adultas ni se miran. Nos quedamos con la
renta disponible y, en ocasiones, la tasa de crecimiento. Sólo los
que tienen dinero apostado en productos concretos se fijarán en
otros equilibrios de la estructura económica. Lo estamos viendo
ahora: salimos de la crisis porque estamos creciendo, la renta
disponible es la que había antes de la crisis, y, aunque hay
pendiente una burbuja de alquileres y una deuda pública que ronda el
100% del PIB, somos capaces de reducir el déficit público y, por
tanto, tarde o temprano, reduciremos esa deuda. Es, a grandes trazos,
la explicación que se da de la coyuntura actual.
Queda,
por contra, una alfombra bajo la que se esconde la otra cara de la
recesión y que tarda bastante más en desaparecer. Hablar de la
renta disponible suele ser una vieja trampa estadística que oculta
una realidad con la que no siempre es fácil convivir: ni por asomo
tenemos igual renta ni iguales oportunidades. En un país como
España, decir que hay una renta disponible de 1000€ supone que
cerca del 60% se pregunte ¿dónde está la parte que me falta? Y
cerca del 30 % se cuestione si no le sobra algún cero. Salir de la
crisis, aun manteniendo los mismos criterios de recuperación de
renta disponible, se hace a velocidades distintas. Tan distintas
entre sectores de la sociedad que, mientras el 1% más rico está
manteniendo el ritmo de crecimiento de su renta (en el fondo nunca
dejó de crecer); el 1% más pobre sigue notando los recortes. Es
difícil ver la persistencia de los recortes si no nos fijamos en
que es ese 1% más pobre el que más necesita de los recursos
públicos para sobrevivir y que el 1% más rico es el que, hasta el
momento, recoge los mayores descuentos fiscales al tiempo que se
reduce la diferencia entre ingresos y gastos públicos.
Siempre
hay un pequeño porcentaje de población que, sin estar en riesgo de
pobreza, está lo bastante cerca de la misma como para preocuparse.
Suelen tener bajos niveles de cualificación, empleo poco estable y
en sectores donde hay un uso intensivo del trabajo en comparación
con la maquinaria. En cada crisis una parte de este porcentaje cae en
la pobreza y en la exclusión social. Algunas de estas personas
abandonarán esta circunstancia cuando causen baja en el registro
civil, otras, en cambio, estarán fluctuando entre el riesgo y la
exclusión directa durante un tiempo y, con suerte, podrán quedarse
en el riesgo de exclusión.
Desde
el 2007, año en que se puede entender que comenzó la crisis, las
sucesivas reformas laborales han ido orientadas a dos objetivos:
reducción del coste salarial y flexibilización del mercado laboral.
El
primer objetivo se ha conseguido principalmente por las
bonificaciones en las cotizaciones a la seguridad social (un ejemplo
puede ser la “tarifa plana” para los nuevos autónomos) y con la
posibilidad cada vez más extendida de aplicar cláusulas de
descuelgue del convenio colectivo en materia de salarios así como la
caducidad de los convenios que fuerza a aceptar nuevas condiciones so
pena de acabar cobrando el salario mínimo interprofesional.
El
segundo objetivo se ha logrado con una reducción de la indemnización
por despido improcedente que pasó de los 45 días por año trabajado
con un tope de 12 mensualidades a los 21 días por año trabajado
actuales. Menos de la mitad. Esto facilita el relevo generacional en
la empresa puesto que la indemnización por despido se abarata y se
puede despedir a una trabajadora con años de experiencia para
sustituirla con otras a las que no habrá que indemnizar
prácticamente. La consecuencia es que nueve de cada 10 contratos de
trabajo son de carácter temporal.
Un
elemento menor en cuanto a la incidencia en el presupuesto, pero de
enorme calado en las relaciones laborales es la congelación de la
plantilla de inspectores y subinspectores de trabajo. Tal es así que
las inspecciones realizadas de oficio se han convertido en casi
quimeras y, en los sectores más desfavorecidos, existe la
consciencia de que, a demás, el contrato a media jornada que ronda
las 6 horas, por lo menos, cotiza.
Podría
argumentarse que la proliferación de la economía sumergida acredita
la necesidad de estas medidas, por cuanto que, si no se hubieran
adoptado, se habría disparado el número de horas extra no pagadas,
la parte de los salarios no contemplada en la nómina o las personas
que estarían trabajando sin contrato.
Este
es también el paisaje después de la crisis: precarización del
empleo y de los salarios, aumento de la desigualdad y un grupo social
más grande de nuevos pobres.
En
este paisaje, inferir que una persona que ha disfrutado de 4 Rentas
Básicas Extremeñas de Inserción no ha conseguido los objetivos es
bastante arriesgado. Es arriesgado si se busca la verdad, puesto que
la empleabilidad no mejora con los años de desempleo ni con una edad
más próxima a los 50 que a los 40, por mucha formación que se haga
y por mucha búsqueda activa de empleo que se realice. Pero, sobre
todo, es arriesgada para la unidad familiar de convivencia que puede
verse en muy serias dificultades para poder subsistir. En esta
tesitura, la concatenación de contratos a tiempo parcial y duración
determinada (4 horas los fines de semana que se convierten en 10-12
horas los sábados y otras tantas los domingos); no implican
abandonar la pobreza si no estar de lleno en esta nueva categoría de
trabajadores pobres que nos deja la crisis en España: el precariado.
Los
trabajadores por cuenta propia, además, se encuentran con una
dificultad añadida: para poder ejercer una actividad deben declarar
a la Seguridad Social unos ingresos que son falsos. En los
mercadillos, en las tiendas, en actividades profesionales con
establecimiento propio, es obligatorio estar dada de alta en la
Seguridad Social en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos y
cotizar, por lo menos, como si se estuviera ganando el salario mínimo
interprofesional. En más de una ocasión el resultado de la
actividad es bastante inferior cuando no se entra en pérdidas.
Desde
Mayo de 2014 ha habido tiempo para conocer una enorme cantidad de
casos y circunstancias de uno y otro signo: jóvenes estudiantes que
quieren emanciparse con cargo a la Renta Básica; personas que han
conseguido la Renta Básica y la han compatibilizado con salarios por
encima del mínimo interprofesional; incluso algún jefe de servicio
podrá contar la historia de una persona que pidió la Renta Básica
para poder dedicarse a la música. En la misma categoría podríamos
incluir resoluciones desestimatorias por no haber conseguido los
objetivos del Plan Individualizado de Inserción antes de que
existiera el citado plan, denegaciones por tener estudios superiores
o por que la unidad familiar de convivencia era una única persona.
Podríamos dedicarnos a discutir cuáles de todos los casos antes
citados, y los que habrá, pueden elevarse al nivel de categoría o
aceptar que la falta de concreción en las definiciones de la ley
vigente hace que la discrecionalidad de la administración se parezca
demasiado a la arbitrariedad. Ser pobre es bastante desgracia como
para, a mayores, tener que ir demostrando la carencia de recursos en
cada trámite. No es que se tenga que enseñar el carné de pobre, es
que tienes que sacártelo para cada ayuda que se solicita.
Casi
todo lo expuesto está de una u otra forma recogido en la proposición
de Ley de Renta Garantizada que se discute actualmente en la Asamblea
de Extremadura.
A
pesar de que Europa entera no es un continente en el que la movilidad
social vertical se prodigue y en el caso concreto de Extremadura a
penas se hable de ella, garantizar un suelo donde aterrizar a la
población más debilitada es rentable porque es la mejor forma de
poder tirar del consumo y la inversión en un tejido como el nuestro
y así podemos seguir disfrutando de una baja tasa de conflictividad
social.
Rodolfo Jaime Corrella
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