Y
alguien pensará: “¿Y qué más da? De todas formas, vamos
demasiado rápido hacia no se sabe dónde”. A veces parece que el
mundo me tiene sujeta por una cuerda, como en el cuadro de Chagall, y
yo voy detrás, volando porque no puedo seguir su ritmo a pie. El
cabello hacia atrás y la falta abombada por la velocidad a la que me
arrastra el mundo. ¿Cuántas decisiones tomamos al día? ¿Cuántos
sentimientos, pensamientos, sensaciones, registramos? Una plétora
(acabo de leer la palabra en Octavio Paz). Pero, ¿los registramos
realmente? ¿O tienen lugar en nosotros, “nos ocurren”? Los
sentimientos, pensamientos, llamémoslos “estímulos”, que no
registramos o no metabolizamos porque ocurren demasiado rápido, se
nos atragantan y, sean buenos o malos, o los creamos buenos o malos,
nos pueden sentar mal.
El otro
día fui a un espectáculo de Rocío Molina. Una monstruo. Delirante.
Extática. Desprendió una energía inmensa que electrizaba al
público. Terminó a las 11 de la noche. Yo, y no sé si las demás,
me quedé cargada, absolutamente incapaz de soltar esa energía, lo
que equivale a decir de dormir. En mi mundo parado, un espectáculo
así se programaría a medio día y el público estaría de pie para
poder expresarse con el cuerpo, nuestro cuerpo como catalizador del
flujo estimulante y cálido de Rocío. En mi mundo parado, no sería
inconveniente pasar una noche sin dormir porque al día siguiente no
te espera nada.
¿A cuántas decisiones nos enfrentamos todos los días? Propias, de
nuestra familia, desde cuestiones de trabajo externo, hasta
cuestiones caseras, pasando por salud, hobbies, socialización. ¿A
qué hora y dónde quedo con mi amiga? Esa decisión, la más nimia
de todas, claro, puede tener una gran importancia. De la hora y el
sitio puede depender que pase un buen rato con mi amiga o no. Y de
una buena (o mala) conversación salen ideas, estímulos, que pueden
invadir tu mente durante días. Una decisión importante. Mucho. Y a
la que no podemos conceder mucha reflexión por falta de tiempo.
La
vida: una sucesión de decisiones que debemos tomar súbitamente y
con cuyas consecuencias tenemos que vivir para los restos.
Por
eso, lo de que el mundo se pare me encanta. Y pudiera ser que el 8 de
marzo, huelga de mujeres, fuera más placentero para muchos (en
masculino estricto) de lo que nos creemos. Mi compañera de trabajo
no aparece: ¡tengo todo el despacho para mí!. Grandes colas en el
supermercado, con solo dos cajas abiertas, porque las cajeras están
de huelga. Un momento: ninguna cola, porque nosotras no estamos
comprando; no hay nadie en el supermercado. Hoy mi madre no cocina;
cocina mi padre, que hace filete con patatas que me encanta. A ver si
se le va a coger gusto a esto del paro femenino y nos sale el tiro
por la culata: ¡que paren, que paren más, que paren siempre, que
así se está mejor!.
Yo
secundé el paro del 8 de marzo trabajando. Dediqué mis tres horitas
a seguir con el artículo en el que llevo trabajando casi dos años,
con alguna interrupción larga, todo hay que decirlo. Con él
contribuyo de muchas y bellas maneras a que el mundo se pare. Es
sobre un tema que no le interesa a nadie (la valencia básica del
inglés antiguo), por lo que no hay peligro de que “haga temblar
los cimientos de la civilización”. Mientras lo escribo, estoy
tranquilita, no le hago mal a nadie, no tomo decisiones, ni obligo a
otros a que las tomen, no mando hacer los deberes a las niñas, ni
cocinar al marido, ni molesto a nadie con el teléfono, ni consumo,
ni necesito pastillas, ni entretengo a las alumnas con mensajes
varios, todos muy beneficiosos y convenientes, pero seguro que lo
pasan mejor sin ellos. Por último, lo intento publicar en una
revista de prestigio, pero que imprima pocos ejemplares para no
contaminar mucho, y hago que ni más ni menos tres o incluso cuatro
personas, todas excelsas lingüistas, pierdan su valioso tiempo
leyendo eso que les presento, que no le interesa a nadie, pero que
tiene su aquel, y que cuesta trabajo, y tiempo, revisar. Hago que
pierdan su tiempo en eso, en vez de en algo más siniestro y
amenazador, como intentar cambiar el mundo o mandar cohetes a la luna
(o su equivalente en el área en cuestión: teorizar sobre la
enseñanza de lenguas).
El 8 de
marzo trabajé para parar el mundo. Y ojalá siguiera parado mucho
tiempo.
Georgina
Luisa
0 comentarios:
Publicar un comentario