Hace días una amiga de Facebook quería conocer mi opinión
sobre «la oposición de algunas personas a que los hombres intervengan en
la lucha por los derechos de las mujeres. Uno de los alegatos que
presentan es el hecho de que un hombre no puede implicarse en la lucha
por los derechos de las mujeres porque siempre pierden privilegios, y
esta pérdida no los hace fiables para tal lucha». En cuanto encontré el
momento improvise esta respuesta:
La historia está llena de personas para quienes abrazar luchas o
ideologías les implicaba aceptar la más que probable pérdida de
privilegios. Basta recordar la cantidad de jóvenes de la transición que
arriesgaron su libertad y su vida por unos ideales. Frecuentemente
jóvenes —hijos e hijas de la burguesía— que lo hicieron mientras
creyeron que merecía la pena. Su ejemplo nos demuestra que las luchas
por la justicia y por las libertades no sólo se libran por los
beneficios personales que se espera obtener si se ganan, a veces se
sostienen incluso desde el convencimiento de que no se va a vivir lo
suficiente para ver los cambios que se persiguen.
En la transición yo era metalúrgico e hijo de luchadores
antifranquistas, un joven obrero con conciencia de clase que aprendía y
necesitaba de la capacidad de esa juventud estudiantil y pequeñoburguesa
de la que no acababa de fiarme. Hace un par de semanas comí y pasé la
tarde con más de ochenta excamaradas a quienes hacía 36 años que no
veía, y pude comprobar que nos unía el cariño y la nostalgia, y que la
mayoría seguía siendo de izquierdas, aunque ninguno/a había renunciado a
sus privilegios de clase y la mayoría gozaba de un bienestar en buena
parte heredado. En estas circunstancias, cómo no entender la
desconfianza de las chicas que llegan al feminismo sin historia
personal, por más que con frecuencia —harto de verme cuestionado— la
misma me incomode.
Me molesta más la desconfianza, no sé si real o aparente, de algunas
feministas con mucha más trayectoria que creen tener el monopolio de la
lucha por la igualdad, porque han sido las feministas las que más habéis
hecho por ponerla en la agenda pública. En el mejor de los casos creo
que, al tiempo que representan al colectivo que más sufre las
desigualdades, confunden liderar un movimiento con la capacidad de las
mujeres para convertir la igualdad legal en la real, o para erradicar
las violencias machistas, sin implicar a los hombres en el cambio. En el
peor de los casos he llegado a pensar que lo que les importa es
conservar parcelas de poder.
Sin la implicación de los hombres no se puede diseñar y construir un
futuro compartido, y puesto que la perspectiva de género también tiene
género, a los hombres nos toca asumir la deconstrucción de la
masculinidad, una tarea que cobra mayor importancia en un momento en que
los roles se diluyen y se vislumbra una unidad entre los mismos con la
masculinidad como referente universal.
No obstante yo también creo que hay, entre quienes nos decimos por la
igualdad, compañeros que se creen capaces de liderar el movimiento
feminista y que tratan de hacerlo en la medida de sus posibilidades.
Entre la pregunta y mi respuesta un amigo dijo (cosas de Facebook):
«la labor fundamental de los hombres que estamos por la Igualdad es la
de transformar nuestro ámbito de hombres en espacios feministas. No
debemos liderar la lucha; pero sí tengo claro que este cambio nuestro
debemos hacerlo dentro de un marco feminista».
Días después Pablo Iglesias habló de “feminizar la política” y parte
de los feminismos mostraron sus resistencias al protagonismo de un
hombre que no destaca por su sensibilidad feminista. Pablo reprodujo un
error de los líderes de la transición, creer que podía hablar del
feminismo como habla de los desahucios o la pobreza energética. No vio
que, en este tema, para ser creíble no basta con tener conocimientos:
hay que estar dispuesto a renunciar a los privilegios que se han
heredado por el mero hecho de ser un hombre. Algo difícil de creer en
quien cultiva la imagen del triunfador y no ve motivos para cambiar, ni
se muestra crítico con el modelo competitivo que le ha permitido
alcanzar el éxito y el poder del que disfruta.
Es el prototipo del heterosexual occidental, miembro del colectivo de
los hombres que controla casi todos los resortes del poder y disfruta
de todos los privilegios del Patriarcado: aquellos a los que puede
renunciar y los que dependen de la cultura. Alguien que no ve
prioritario acabar con las desigualdades que sufren las mujeres y
quienes no se ajustan al modelo viril hegemónico, que no combate el
machismo ni anima a otros hombres a implicarse para hacer real la
igualdad legal. Él, que en Podemos delega en las feministas la lucha por
la igualdad y no se plantea más cambios que aquellos que con su presión
sean capaces de imponer.
Es lógico que algunas feministas le hayan criticado que con el
ejemplo de los cuidados contribuye a naturalizar los géneros, cuando
podía hablar de qué políticas públicas piensa impulsar para ir acabando
con las asignaciones de género. Lo que no evita que a mí —que observo
preocupado que los géneros se estén difuminando para dar paso a una
igualdad que tiene como referente universal el modelo masculino
tradicional, y que defiendo la necesidad de que los hombres asumamos el
riesgo a equivocarnos— toda referencia a “desmasculinizar” la vea como
una aportación al debate.
José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad
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