¿Educación siglo XXI?



¿Se imaginan que en un tiempo no muy remoto las instituciones educativas decidieran prescindir de la ‪#‎Literatura‬ o la ‪#‎Historia‬ en los planes de estudio, argumentando su falta de interés social y de relevancia para el tejido económico? Seguramente se llevarían las manos a la cabeza. Pues vayan remojando sus barbas porque las del vecino ya se están pelando. Véase si no la tendencia economicista que está imperando en las políticas educativas, reduciendo poco a poco áreas como ‪#‎Música‬, ‪#‎Plástica‬ y ‪#‎Filosofía‬. Y se está llevando a cabo no solo mediante la reforma del currículo de Secundaria, sino también aislando a estas disciplinas en su seno académico, las ‪#‎universidades‬

Sin embargo, seamos críticos, este no es un problema solo político, lo es también social. Crece la tendencia a despreciar todo conocimiento que no tenga un rédito cuantificable, una utilidad práctica tangible a corto plazo. Asimismo, la crisis económica ha prestado alas a esta idea, sentenciando que la escuela debe tener como objetivo primordial preparar a los alumnos para la vida laboral. De ahí que disciplinas que no aporten contenidos curriculares que favorezcan esta integración son prescindibles. 

Crece también una ‪#‎pedagogía‬, alimentada por editoriales y otras empresas afines al sector educativo, que difunde esta cultura pragmática, tecnificada, cuantificadora, y que ha cuajado en las instituciones educativas. Recuerden que el actual ejecutivo en funciones llegó a proponer que la nueva ‪#‎Selectividad‬ se realizara con el modelo de examen tipo test. ¿Se imaginan preguntando contenidos de Filosofía mediante este método? ¿Aseguraríamos un conocimiento crítico y analítico?

El alumno en la Europa del siglo XXI se convierte en un dato estadístico, un potencial cliente, un consumidor. La necesidad de ‪#‎aprender‬ per se, sin tutelas ni condicionales, va camino de convertirse -si es que ya no lo ha hecho- en un género poético, mera metafísica. Técnicos ajenos a lo educativo, contables, expertos en coaching empresarial, teledirigen la escuela.

Lo inquietante de todo esto es que acabe calando en la ciudadanía y acabemos por asumir como razonable lo que antes nos resultaba intolerable. La defensa de la cultura porque sí, sin más razones que su mera existencia, como patrimonio irrenunciable, debe provenir sobre todo de la vida cotidiana, debemos ser los propios ciudadanos quienes sintamos como inviolable el derecho a mantenerla. Nuestra propio déficit cultural abre la puerta a aquellos que quieren debilitarla.


Ramón Besonías

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